miércoles, 31 de diciembre de 2014

Día de los suspicaces

Como se sabe hoy es el Día de los Inocentes. Día cuyo origen se ha perdido en la memoria popular y en el que lo único que se conserva son las inocentadas. Los engaños inteligentes basados en premisas verosímiles y hechos por personas creíbles que hacen quedar como un tonto a la persona que recibe de buena fe la información. La inocentada se institucionalizó sobre todo en los medios de comunicación.

Pero si la definición planteada es correcta, no está bien que dejemos solo el 28 de diciembre como celebración de los inocentes. Si la definición es correcta en todos los días del año, del primero al último, nos hacen pasar por inocentes. Cada día personas creíbles como el presidente de la república y demás gobernantes, jefes eclesiásticos y directores de medios, columnistas de prensa y miembros de la farándula, engañan al público.

Hace dos años, por ejemplo, el Presidente y el ministro de Hacienda hicieron una fiesta y una promesa. La fiesta fue, dijeron, porque la economía colombiana ya era más grande que la argentina; la promesa fue que harían una reforma tributaria técnica porque el país no necesitaba dinero. Bueno. Nada resultó cierto. Hicieron malabares contables un día, para tapar al otro que Argentina sigue siendo más rica que Colombia. No pasó una luna nueva antes que tuvieran que admitir que los programas gubernamentales estaban desfinanciados. Ahora nos aprobaron otra reforma tributaria, ampliamente criticada por expertos y empresarios.

Hace casi tres meses, por ejemplo, el sector judicial colombiano está en paro. Casi no se nota. El país mantiene se anormal normalidad aunque una de las ramas del poder público no funciones, las tasas de homicidio incluso bajan y las fiestas de fin de año se pudieron hacer con relativa tranquilidad. Pero los jueces nos hacen pasar por inocentes. Un día se despiertan animados, burlan el paro y van al despacho a liberar al Turco Hilsaca o a darle la casa por cárcel a Carlos Pesebre. Libre solo queda el gran delincuente.

Hace quince días, por ejemplo, la periodista María Elvira Bonilla –con un cuarto de siglo de experiencia y tres premios Simón Bolívar en la sala, según su perfil– nos contó la romántica historia de su encuentro con Pablo Catatumbo, el comandante de las Farc, en los jardines del Hotel Nacional en La Habana, mirando la belleza del Caribe en el horizonte y, tal vez, imaginando a Miami detrás del mar. Y nos quiso convencer de que la violencia de las Farc se produjo por “imperativos circunstanciales”, “equivocaciones”, pero “con ideales y sueños” (El Espectador, 14.12.14).

Tal vez sea mejor dejar el 28 de diciembre como celebración de los que no se dejan meter los dedos a la boca. Para los inocentes quedan los restantes 364 días del año y de todos los años.

El Colombiano, 28 de diciembre.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Tribuna, escritorio, gramado

Hace un año se celebró el primer centenario del Deportivo Independiente Medellín. El contexto no podía ser peor. La institución pasaba por una de las peores crisis de su historia debida al manejo de dueños con mentalidad mafiosa que invirtieron para sacar ganancias multimillonarias en tres o cuatro años y marcharse dejando al club en ruinas, sin patrimonio, sin liquidez y sin alientos.

En medio de la desolación apareció quien tenía que aparecer: la afición. El estadio se llenó para una celebración en la que no hubo partido de estrellas, ni enfrentamiento entre el equipo y alguna famosa formación extranjera, ningún espectáculo farandulero que enganchara a los tibios. Un estadio repleto solo para recordar que así no hubiera equipo, ni administración, el Medellín existe porque existen sus hinchas.

Hace poco Jorge Barraza afirmó que lo determinante en los clubes de fútbol es la tradición y la afición. Si eso es cierto el equipo más verdadero de Colombia es el Medellín que tiene la tradición más venerable y la fanaticada más ferviente. Para confirmarlo hay un amigo que, sin ambages, dice que no sigue ninguna divisa; es más, que ni siquiera le gusta el fútbol, pero que no le cabe dudas de ser hincha de los hinchas del Medellín.

Un año después el equipo ha resucitado como tantas veces en el pasado. Esa resurrección se debe a aquella demostración amorosa de los hinchas, en primer lugar. Después a la conjunción de sucesos que esa afectividad pública desató. La llegada de nuevos inversionistas, aficionados genuinos, según se comenta, y con ellos, una administración liderada por Eduardo Silva Meluk que se ha ganado elogios en el país y a nivel continental. Después vino el componente deportivo de la ecuación.

El resultado en todos los frentes es asombroso. En menos de un año, la entidad mejoró sus condiciones financieras, volvió a ser atractiva para los patrocinadores y recobró la confianza pública en la administración. Con migajas y buen tino, el club alcanzó a conformar un equipo competitivo que logró llegar a la final después de tres torneos consecutivos de eliminaciones tempranas.

Lo crucial en estos momentos es consolidar la institución y la gestión en el club. La pasión sobra y los resultados deportivos dan dos y hasta más oportunidades por año. Si los nuevos dueños mantienen una perspectiva de largo plazo –indispensable en todo negocio serio y exitoso– y los nuevos administradores afianzan el modelo de gestión organizativo y deportivo, el Medellín mejorará notablemente sus perspectivas.

Por primera vez, que yo recuerde, hay cierto equilibrio entre quienes estamos en la tribuna y los que están en los escritorios. Falta muy poco para que los que bajan al gramado se pongan a la altura de los otros dos factores. Tendremos fe, como hoy y como siempre.

El Colombiano, 21 de diciembre

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Inocencia

El Presidente de la República abrió una caja de Pandora cuando dijo en una entrevista que consideraba que el narcotráfico podía tratarse como delito político. Una vez cerró la boca, medio país se lanzó a opinar, con más visibilidad la habitual comisión de aplausos de la Casa de Nariño. Que sí, que cómo no, qué claro, el narcotráfico es muy político. Ningún imberbe entre ellos: gentes que pedían lanzar al océano a los paramilitares, gentes que no le bajan a Pablo Escobar de monstruo. Eso dijo el Presidente el lunes; el martes dijo lo contrario. “Santos dice que no aceptará el narcotráfico como delito político” (El Tiempo, 09.12.14). La comisión de aplausos quedó viendo un chispero.

Entre el alud de comentarios suscitados por las ocurrencias presidenciales, apareció este de Andrés Hoyos: “Sólo una persona muy despistada, fanática o de mente colonizada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos o subproductos con ganancia a terceros es comparable a masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles o llenar una vereda de minas quiebrapatas, entre otras conductas espantosas” (El Espectador, 09.12.14).

Este párrafo, en realidad tiene más sentido así: Sólo una persona muy despistada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos no implica, también, masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles, entre otras conductas espantosas. El narcotráfico en Latinoamérica –desde el Río Grande hasta la Patagonia– no es solo una industria (sembrar, cosechar, procesar, vender) sino también una empresa criminal (masacrar, asesinar, poner bombas).

Pero no se trata solo de dinero y violencia. Como señala el profesor Gustavo Duncan en su libro Más que plata o plomo (Debate, 2014), el narcotráfico establece regulaciones sociales y produce poder social y poder político que amenaza y compite con el poder del Estado. En ese sentido, la guerra contra las drogas no es –como suele plantearse de modo ingenuo– tanto contra la difusión de unas sustancias más o menos dañinas, sino más bien contra el desafío a las reglas y al poder estable y legítimo de un país. En Colombia, ese nudo entre dinero, violencia y poder es imposible de desatar. El narco puro no existe. Y en ese nudo quedaron atrapados muchos sectores políticos, económicos, periodísticos y de la iglesia católica.

Esta columna debía ser publicada el 28 de diciembre, que cae domingo. Pero la oportunidad obliga. Hablar de mariguana medicinal, legalización, narcos buenos y malos, es seguir viviendo en la edad de la inocencia y eludiendo el meollo del asunto.

El Colombiano, 14 de diciembre.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Codicia y valores

El historiador anglo-colombiano Malcolm Deas estuvo la semana pasada (26.12.14) en la Universidad Eafit hablando de varias cosas, entre ellas la situación colombiana desde la perspectiva del último medio siglo. El profesor Deas llegó a Colombia por primera vez en 1963 y esbozó algunas líneas sobre los grandes cambios en la sociedad colombiana desde ese entonces hasta ahora.

Uno de los cambios que expuso tiene que ver el crecimiento desmesurado del consumo o, mejor, con el consumismo masivo que nos caracteriza y que tiene una doble faz: de un lado, devela el mejoramiento creciente de las condiciones sociales y el ensanchamiento de la clase media; del otro, una falta de perspectiva respecto al manejo de la economía familiar. Ya un informe internacional mostró hace unos meses que el colombiano promedio no sabe manejar el dinero. No ahorra y –según se ve– se gasta la plata en pólvora.

A gran escala, a nivel social, este fenómeno adquiere otros ribetes y es llamado por el periodista Evan Osnos “la era de la ambición”, en el libro ganador del National Book Award de 2014. Como se sabe, en el ámbito anglosajón la ambición es un rasgo personal positivo en tanto denota la capacidad de actuar para el cumplimiento de las metas personales. Sin embargo, el análisis de Osnos apunta a un cambio consistente en que esa pulsión por la riqueza o el poder parece hacer perdido su norte y que, ahora, el dinero, la posición y la fama se buscan por sí mismos. La palabra precisa es codicia y significa acumular por acumular.

En Colombia, la codicia también ha explotado y, como dice el refrán, está rompiendo sacos. Pablo Escobar intentó ocultar su codicia ejerciendo la caridad, imitando el reflejo típico de los empresarios tradicionales, analfabetos en cuestiones sociales. El empresario tradicional cree que si primero tumba y después da limosna, entonces empata. Tomás Jaramillo y Juan Carlos Ortiz –los playboy de Interbolsa– ni siquiera se tomaron el trabajo de hacer caridad; se dedicaron a comprar yates, equipos de fútbol y a sacar sus reinas esposas a cruceros mensuales con cargo a los ahorradores. A las empresas de papel higiénico no les bastaba su tajada del mercado sino que manipularon los precios para aumentar sus ganancias y, seguramente, las primas de sus ejecutivos.

El capitalismo necesita del empuje de los ambiciosos para producir más y mejor, para generar riqueza y expandirla, pero el problema es que la ambición sin claridad de fines, especialmente de fines vinculados con el interés general de la sociedad, socava las bases de cooperación, legalidad y convivencia que él mismo requiere. Como dice David Brooks, comentado a Osnos, “para sobrevivir, el capitalismo debe integrarse en una cultura moral… que le ofrezca una escala de valores basada en razones morales, no monetarias” (“The Ambition Explosion”, NYT, 27.11.14).

El Colombiano, 7 de diciembre

lunes, 8 de diciembre de 2014

Ránquin 2014

Balances. No se pueden agotar en el pobre alcance de un individuo pero cada uno debe hacer lo suyo.

Discos
1. High Hopes. Bruce Springsteen. Primer álbum en estudio en que se digna hacer versiones, una vieja costumbre de los mejores. Homenaje a los muertos de la E Street Band. Conexión con el underground: Suicide, Rage Against the Machine.
2. Hypnotic Eyes. Tom Petty & The Heartbreakers. Una pianola. Una tras otra, todas las canciones son excelentes. Un crítico recordó 1984, pero es tres décadas después.
3. Paisajes sonoros de Antioquia. Sereno. Mucha paciencia. Dos años de trabajo, la colaboración de investigadores, escritores, muy buenos músicos, en un proyecto que muestra la diversidad musical de la región y las posibilidades que ofrece a los músicos populares de hoy.

Libros ficción
1. El testamento de María. Colm Toíbin. Ver comentario acá: http://giraldoramirez.blogspot.com/2014/06/pocos-dudan-de-la-importancia-de-maria.html
2. Poesía de uso. Jaime Jaramillo Escobar. Es muy extraño encontrar un libro de poesía; Jaramillo es conciente de ello y se excusa diciendo que no es un libro. Más ignorante, yo tampoco sé si es un libro, lo cierto es que no hay poema malo y son raros los libros así.

Libros no ficción
1. Empezar de cero. Jimi Hendrix. La historia del genio contada por sí mismo. Una traducción madrileña, plena de hostias y bolos no alcanza a arruinar la sinceridad y el humor del autor de "Purple Haze".
2. Más que plata o plomo: el poder político del narcotráfico en Colombia y México. Gustavo Ducan. Un examen riguroso de la zona gris entre la rebeldía política y el crimen organizado.
3. Emociones políticas: ¿por qué el amor es importante para la justicia? Martha Nussbaum. La profesora de Harvard reflexiona sobre un tema recuperado hace algunos años por la filosofía política, después de los fracasos del racionalismo puro y duro.

Fútbol
1. La selección Colombia. Un sueño nuestro mundial, ni las equivocaciones de Pekerman contra Brasil ni las bobadas de Santos alcanzaron a empañar nuestra alegría.
2. Rojo profundo. La mejor hinchada de América, el mejor dirigente de Suramérica y un técnico serio se alinearon para resucitar al Medellín un año después del centenario.
3. James Rodríguez. Gaseosas Falcao, papel higiénico Falcao, Falcao presidente, hasta que llegó el Mundial.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Ramón Hoyos

Nadie más ha ganado cuatro vueltas a Colombia consecutivas; puede ser extraordinario aunque provinciano. Fue la gran estrella deportiva de Colombia, hasta que emergieron Cochise y Pambelé, década y media después; puede ser un dato notable pero casi prehistórico, en todo caso premoderno. Es, quizás, el único personaje popular –en el sentido de querido por el pueblo– que llamó la atención simultánea de dos de nuestras figuras más importantes del siglo pasado, Gabriel García Márquez y Fernando Botero. Largo reportaje y enorme lienzo.

Fue Ramón Hoyos Vallejo, simplemente ramónhoyos. Su despunte ocurrió en 1953, pocos meses antes del 13 de junio cuando las “fuerzas vivas” del país se atravesaron en la vida de un general boyacense y lo pusieron en la presidencia de la república, llenando de tranquilidad al país. La vuelta empezó a correrse en 1951 en medio de la guerra civil bipartidista y el ciclismo intentaba superar la dualidad liberal-conservadora e instalar una rivalidad múltiple entre regiones, que al principio parecía concentrarse entre Antioquia y Cundinamarca.

La emoción comenzó con el triunfo de ramónhoyos en Aguadas, al que le siguieron las victorias en Medellín, Riosucio y Pereira, que le dieron la camiseta de líder. Cinco días antes de terminar la carrera, parecía inevitable que ramónhoyos ganara la tercera edición de la vuelta a Colombia.

Mi papá tenía veinte años recién cumplidos y con 120 pesos prestados se apuntó a una excursión que salía de Medellín a Bogotá, con el objeto de esperar al ganador en la raya de sentencia de la última etapa. Había que vencer primero siete horas de jornada desde Jardín hasta Medellín antes de embarcarse en un bus de escalera, de Aranjuez, cuenta él, hacia la capital por una vieja carretera que en 1970 ya habíamos abandonado.

Qué entusiasmo sería indispensable para meterse en esta travesía. Qué desahogo necesitaba la gente en medio de la violencia. Jardín era muy pequeño, pero no tanto como para que 17 liberales les ganaran seguidamente las elecciones a 200 conservadores. Jardín era muy tranquilo, pero no tanto como para que 17 liberales fueran obligados, después, a dejar el pueblo. Ramónhoyos no defraudó a sus seguidores y también –ese domingo 8 de marzo– llegó primero a Bogotá. El ciclismo y el fútbol fueron, desde entonces, la distracción de la sangre.

Es una referencia lejana ramónhoyos; también para mí. Para la generación del Frente Nacional los héroes son otros, pero la historia importa. El día que murió ramónhoyos, Julio Sánchez Cristo, el de la W, llamada así tal vez por la generación W (¿existe una generación w?), perdió por w. Sus lágrimas fueron por la duquesa de Alba, un mandril que murió en Sevilla. Un motivo adicional para recordar a ramónhoyos, estrella de Botero y García Márquez, y de la generación de mi papá y mis abuelos.

El Colombiano, 30 de noviembre.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Arbitrariedad al cuadrado

Se conoció hace poco la decisión de la Procuraduría, en última instancia, de suspender en el cargo al Secretario de Infraestructura Física de Antioquia Mauricio Valencia Correa y a tres funcionarios más de la misma dependencia de la Gobernación. La sanción –que inicialmente era de destitución e inhabilidad de 11 años para ejercer cargos públicos– se le redujo a 8 meses de suspensión.

Como anotó este diario, la decisión de la Procuraduría “no se origina en actos de corrupción, ni celebración indebida de contrato” (El Colombiano, 15.11.14). Si no fue por estas razones, ¿qué pasó? En 2012 la Secretaría de Infraestructura inició un proceso de licitación para adecuar 4,1 kilómetros de doble calzada hacia el Túnel de Occidente al cabo del cual resultó ganador un consorcio integrado por las firmas Conasfaltos, Arquitectura y Concreto y Copcisa.

Inmediatamente se tomó la decisión, los responsables de la dependencia se dieron cuenta que la propuesta del consorcio ganador tenía irregularidades que viciaban el proceso, afectaban el principio de equidad respecto a los demás licitantes y, sobre todo, los criterios de pulcritud y trasparencia en la contratación pública que se ha propuesto la administración departamental.

A partir de allí surgieron montones de irregularidades. El Colombiano se lamentó en editorial del 17 de junio del 2013 del exceso de rigor en el procedimiento. El procurador regional David Roa Salguero decidió, el 8 de julio del mismo año, ordenar una investigación. El consorcio afectado decidió demandar al Departamento de Antioquia, es decir a todos los antioqueños, por 3.500 millones de pesos en diciembre pasado.

Toda la ruta es muy irregular. El punto de partida que enturbia todo el proceso consiste en que el consorcio ganador reconoció que su propuesta tenía problemas de información, es decir, que estaba viciado. El procurador Roa, de filiación conservadora, se mostró tan acucioso en este caso que ni siquiera hizo caso a esta confesión de parte. En la segunda instancia no se aceptó como prueba ese reconocimiento del error.

Pero, bueno. De esta procuraduría se puede esperar cualquier cosa, su característica es la arbitrariedad y el uso político de las sanciones para limpiarles el camino a los políticos del conservatismo y del Centro Democrático y prepararle el terreno a la candidatura de Ordóñez a la presidencia. Lo inesperado fue la actuación del consorcio, y en particular de la firma Arquitectura y Concreto. Ellos demandaron al Departamento a sabiendas de que se habían equivocado, aferrándose a la adjudicación y dejando de lado cualquier consideración ética.

El mensaje de estas empresas es perverso: no les importa que en la región se establezcan procesos claros de contratación pública, les importa un pito castigar a una administración eficiente y limpia con tal de ganarse unos millones y menos les importa la reputación y la carrera de unos funcionarios públicos intachables.

El Colombiano, 23 de noviembre

miércoles, 19 de noviembre de 2014

El foso de la paz

Hay muchos escollos en la ruta que podría conducir a un acuerdo entre el gobierno nacional y las Farc. Dificultades específicas de la mesa de negociaciones, problemas internos de las partes (tanto dentro de las Farc como en el Estado), condiciones externas (como los parámetros internacionales). En una sociedad democrática, y bajo la premisa ya establecida de que los acuerdos deben ser refrendados por la población, el estado de la opinión pública es un factor muy importante.

Entre octubre y noviembre se presentaron al país los resultados de dos encuestas diferentes. Una, Gallup Poll de Gallup Colombia y la otra Panel de Opinión de Cifras & Conceptos. Las encuestas tienen distintas prioridades y puntos de atención, pero coinciden parcialmente en un capítulo sobre paz. La diferencia más notoria es respecto al público que se consulta: Gallup trata de medir la opinión del colombiano medio, mientras Cifras & Conceptos estudia la percepción de los así llamados líderes de opinión.

Según los resultados, el ciudadano medio no está de acuerdo con sacrificar las exigencias de justicia con tal de tratar de negociar la paz (52%), lo cual refrenda una opinión estable en los últimos cuatro años, que solo tuvo una excepción entre febrero y junio de 2011. En concordancia con este enunciado, el 80% está en contra de que las Farc puedan participar en política sin pagar cárcel en algún momento.

Para los líderes de opinión la cosa es muy distinta: el 63% estaría de acuerdo en que los miembros del secretariado de las Farc puedan participar en política, el 23% aceptaría condenas a los combatientes de las Farc sin que eso implique ir a la cárcel. Más aún, el 20% apoyaría que se les diera curules en el congreso sin que vayan a elecciones y un 39% es más atrevido: admitiría que los desmovilizados ingresen a la fuerza pública.

Gallup Poll es mucho más completa en este tema en particular y muestra más cosas. Dos de cada tres colombianos apoya los diálogos; una proporción que ha aumentado levemente en los últimos meses. Uno es optimista en cuanto al éxito de la negociación y otro, por supuesto, es pesimista al respecto. El ciudadano de a pie no cree que las Farc vayan a reparar a las víctimas (77%) ni que colaboren en la lucha contra el narcotráfico (78%). Aumenta la convicción de que las fuerzas armadas pueden derrotar a la guerrilla (73%).

Los datos muestran un foso entre la dirigencia y la población que puede ser interpretado de muchas maneras. El reto político tiene que ser cerrar esa brecha. Se equivocan quienes piensan que se puede firmar contra la posición de la ciudadanía y esperar buenos resultados. Y para ganar esa voluntad, que todavía no es clara, se necesitan hechos desde La Habana y liderazgo en Bogotá.

El Colombiano, 16 de noviembre

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Poco contribuyen

Las Farc asesinaron en el Cauca a dos indígenas inermes que, al parecer, descolgaron una valla alusiva a Alfonso Cano que estaba en territorio de un cabildo del pueblo nasa. Los indígenas Daniel Coicué y Manuel Antonio Tumiñá estaban cumpliendo tareas propias de su administración en un territorio autónomo, consagrado constitucionalmente.

En principio es la repetición de la historia de los últimos 30 años entre las Farc y los pueblos, sean indígenas o no. Las Farc han atacado directamente a la población civil como parte de sus tácticas militares de amedrentamiento y autoritarismo. Los indígenas adiestrados en cinco siglos de resistencia no se agachan pero ponen muchos muertos. Lo novedoso del hecho es que se presenta en un momento de avance en las negociaciones entre las Farc y el gobierno nacional en La Habana.

También es un hecho emblemático porque es un examen hecho con sangre de la voluntad de las Farc, no solo de firmar un acuerdo con el gobierno sino de buscar la reconciliación con la sociedad y, sobre todo, con las gentes que han sufrido sus acciones inclementes. En efecto, los comandantes de las Farc han sostenido que si hubo víctimas civiles de su parte no fueron causadas intencionalmente, son consecuencias imprevistas, simples errores.

Bueno. Los combatientes del 6° frente de las Farc que mataron a Coicué y Tumiñá desmintieron a bala estas declaraciones, sin proponérselo, claro. Lo único que hicieron fue mantener su línea de conducta habitual. La misma que produjo la muerte de casi mil integrantes de Esperanza, Paz y Libertad o de Jesús Antonio Bejarano, por ejemplo. La misma que obligó a los indígenas a formar la autodefensa Quintín Lame, primero, y a fomentar la neutralidad de sus territorios, después de 1991.

El gobierno no lo hizo mejor. La reacción del ministro del Interior Juan Fernando Cristo fue decir que ese crimen “poco contribuye a la paz” (El Colombiano, 06.11.14). ¿Qué significa “poco contribuye”? Contribuye pero poco. ¿Por qué? ¿Porque eran indígenas? ¿Porque solo eran dos? Dejemos el sarcasmo a un lado. Todos sabemos que coloquialmente se dice “poco contribuye” para expresar una inconformidad con mucho cuidado. O con mucho cariño, como hablándole a la pareja o al hijo.

Lo que Cristo no tiene en cuenta son las víctimas. Para este gobierno que se precia de hablar de víctimas, para Cristo que fue ponente de la ley de víctimas, ¿cuál es el respeto efectivo hacia las víctimas? No las de hace 30 años, las de esta semana. Cristo no aprende. Ya había sufrido una silbatina en un encuentro de víctimas, pero la desdeñó sin más. Cristo es congruente en la subestimación de la víctima y la cortesía con los victimarios.

En el tema de víctimas las Farc están todavía lejos de lo que se espera, mientras el gobierno “poco contribuye”.

El Colombiano, 9 de noviembre

miércoles, 5 de noviembre de 2014

México en pañales

Día de los muertos. Es impresionante conocer de primera mano las celebraciones del día de los muertos en México. El carácter se muestra porque allá no existen eufemismos como ánimas o fieles difuntos. La cultura mexicana va de frente con la muerte y se familiarizó con su presencia y su imaginería. Sin embargo, esta idiosincrasia parece no reflejarse en la manera como los mexicanos están asumiendo su drama de este siglo: la violencia del narcotráfico.

Hay asuntos comprensibles desde el punto de vista colombiano. México está viviendo las crisis que nosotros padecimos hace 30 años, con sus reacciones y discursos. Participar en eventos sobre criminalidad, drogas o derechos humanos en México siempre da una sensación de déjà vu. Y genera condescendencia respecto a la ingenuidad, unas veces, o la insipiencia, en otras, con que abordan sus problemas. Ellos superarán esa etapa rápidamente ya que tienen una academia muy sólida en ciencias sociales y una sociedad civil relativamente fuerte.

Cosa distinta son los prejuicios con los que sectores de la intelectualidad mexicana abordan la situación. Para muestra el último artículo de Juan Villoro, titulado “Yo sé leer: vida y muerte en Guerrero” (El País, 30.10.14). Villoro es un buen escritor (me encantan sus libros sobre fútbol), hijo de uno de los más insignes filósofos de su país, Luis Villoro.

En ese artículo Villoro hace tres cosas que conocemos bien en las discusiones colombianas: primera, subestima los efectos múltiples del narcotráfico; segunda, cree que la desigualdad social es la causa última de la violencia; tercera, justifica las respuestas violentas. Desde López Michelsen la dirigencia colombiana adoptó una actitud cínica con los narcotraficantes: que traigan su dinero pero no entren a nuestros clubes. Bajo la prédica de las causas sociales, Colombia descuidó las instituciones de seguridad y justicia. Justificando la violencia de respuesta, el país se metió en una espiral que produjo la mayor tragedia humanitaria del continente.

Haría bien Villoro en mirar el último informe de Oxfam-Intermón sobre desigualdad en el mundo para que se hiciera dos preguntas: ¿por qué Perú es tan desigual como México y tan tranquilo como Costa Rica? ¿Por qué Venezuela es el país continental menos desigual y es el más violento? O, ¿por qué Bolivia siembra coca y es lugar de tránsito de la cocaína para el Cono Sur y no es violento (todavía)? ¿Cuántos Ché Guevara que sepan ortografía quiere Villoro en su país?

Hace 60 años, el filósofo antioqueño Cayetano Betancur se formuló la siguiente pregunta: “¿Qué responsabilidad tiene el intelectual en la situación de violencia que acaba de describirse?”. Y se respondió: “Sin duda la mayor. Porque ocurrió que el hombre de letras colombiano abusó de sus armas dialécticas y retóricas”. No se trata de darle lecciones a nadie, se trata de aprender juntos de nuestras experiencias.

El Colombiano, 2 de noviembre

miércoles, 29 de octubre de 2014

Alta voz

Llega de nuevo Altavoz, el festival de las músicas juveniles que se derivaron del tronco originario del rock y que siguen perteneciendo a esa familia, con las incomodidades propias de cualquier grupo de parentesco. Un festival internacional que incluye ocho bandas foráneas de cinco países diferentes y decenas más de bandas locales y nacionales. Estoy hablando de las bandas que queremos, las de los músicos, no las de los bandidos.

Habrá ocasión para discutir detalles técnicos sobre la organización de estos festivales y aspectos de política pública sobre los alcances y beneficios del apoyo oficial, cómo repercute sobre la actividad profesional de los músicos y la formación de públicos, qué tan conveniente sería adecuar la intervención pública a las necesidades cambiantes de los artistas y a los perfiles varios de la franja juvenil.

Por ahora hablo de libros. Libros acerca del rock y de las músicas que hacen los artistas antioqueños que se mueven dentro del amplio y fragmentado espacio que nos dejó como herencia la muerte de Elvis Presley hace 37 años. Libros de jóvenes, también antioqueños, que dejaron de quejarse por la falta de aprecio hacia el quehacer de los rockeros e hicieron algo, según el mandato que uno de los guitarristas de "Frankie ha muerto" le espetó a Santiago Arango.

Autoría de Santiago es 15 años de canciones contadas, editado por el Fondo Editorial Poli. Un libro que se ocupa desde los llamados referentes –agrupaciones nacidas a lo largo de la década de 1980– hasta la escena del siglo XXI, que se mueve del punk al pop, que le dedica un capítulo al trabajo de las mujeres, nueve, entre grupos y solistas, y al que le alcanza espacio para queridas figuras de afuera, incluyendo Caifanes y Draco.

El periodista Diego Londoño presentó Medellín en canciones, publicado por Ediciones B Colombia, cuya intención se devela mejor en el subtítulo “El rock como cronista de la ciudad”. Un libro que muestra que el rock ha sido consistente en su atención a la ciudad, sus temas y sus dolores, nuestra auténtica canción social. Un trabajo delicado, con reverencia hacia los pioneros y estandartes de la región.

Ruido tiene otra orientación. Apoyado por Comfenalco, Confiar y la Fundación Manuel Mejía Vallejo, es una investigación realizada por Casa de las Estrategias encaminada a mostrar la fotografía actual, el inventario de Medellín. El trabajo de Lukas y Juan Diego Jaramillo se sumerge en los barrios y en las iniciativas más recientes que, de otro modo, no figurarían ni en la memoria alternativa y marginal.

Libros ilustrados, muy afectuosos e indispensables para la historia de nuestra cultura popular y nuestro arte. Libros que desafían a más escritores e investigadores a seguir penetrando en lo que hacen las bandas que nos bendicen, en lugar de las que abalean.

El Colombiano, 26 de octubre

jueves, 23 de octubre de 2014

Desmovilizados

Colombia es un país de círculos viciosos y nudos gordianos. Pronto estaremos sufriendo –ojalá– los dilemas de la desmovilización de las Farc, como ya los sufrimos hace una década con los paramilitares. El círculo vicioso lo creamos nosotros mismos: queremos paz y para que la haya se tienen que desintegrar los grupos armados ilegales, si se desintegran producen miles de desmovilizados, pero después no queremos saber nada de ellos.

Desde 1989 hemos hecho 5 procesos de paz con guerrillas, dos más con grupos milicianos de Medellín, otro múltiple con los paramilitares. Fruto de esos acuerdos se desmovilizaron 42.916 personas (Minjusticia, 2012). Solo en los últimos diez años se desmovilizaron colectivamente 31.671 personas, sin contar los desmovilizados individuales. El efecto sobre los indicadores de seguridad del país fue benéfico.

Lo único que podemos hacer con los desmovilizados es reintegrarlos a la sociedad, pasando previamente por la cárcel o no. No los podemos lanzar al mar, ni enviar a otro país, en Gorgona no caben. Pero la sociedad no los quiere. Según la Encuesta Mundial de Valores 2012, en Colombia el 47% de la gente discrimina a los desmovilizados de los grupos armados (47%); en Antioquia la respuesta fue 39% (Sura, EAFIT, Gobernación de Antioquia, 2013).

Las evaluaciones profesionales que se han hecho de las desmovilizaciones son muy positivas. La Fundación Ideas para la Paz (FIP) encontró que apenas el 14% de los desmovilizados fracasó en su reinserción, lo que representa un éxito respecto a los estándares internacionales. El historiador estadunidense James Henderson, dice que la desmovilización paramilitar es un “fenómeno único en los anales de las guerras modernas” (Víctima de la globalización, p. 295).

De hecho, la única desmovilización que puede considerarse fracasada fue la de las Milicias Populares de Medellín (Giraldo y Mesa, 2013). Todas tuvieron lunares, como todas las acciones humanas. Grupos renuentes o rearmados, individuos filtrados para obtener beneficios o inflar los resultados, armas fantasmas. Que algunos sectores políticos descalificaran estos procesos no es extraño pues los políticos viven del conflicto. Que los medios de comunicación y muchos generadores de opinión hayan pregonado, sin pruebas, que la desmovilización fue un fracaso se entiende menos.

El resultado final es que el mensaje que se le trasmite a la opinión pública no solo es falso sino contraproducente. No queremos a esa gente en los grupos armados ilegales pero tampoco los queremos desmovilizados. No queremos la guerra pero tampoco aceptamos de buena gana los procesos de desarme y desmovilización. Estigmatizamos razonablemente al guerrero pero si modifica sus patrones de conducta, lo seguimos estigmatizando.

El calvario que padece hoy Luis Carlos Restrepo es una consecuencia de esta miopía social contra los procesos de desmovilización y sus protagonistas, y efecto colateral de una cadena de retaliaciones. Como dijo alguien hace 60 años, “esta es Colombia, Pablo”.

El Colombiano, 19 de octubre

viernes, 17 de octubre de 2014

Dime a quién imitas

El problema no es que imiten sino que el modelo sea excelente, le dijo un amigo a los miembros de un grupo musical. Fue una lección para mí respecto a las influencias del romanticismo, manifiestas en la obsesión por la originalidad. Una obsesión que en materia social y política recibe el nombre de adanismo. La tendencia de personas e instituciones a actuar como si fueran el primer ser humano, como si antes de ellos no hubiera nadie y como si no necesitáramos aprender de los demás.

En materia política, en especial, durante muchos años los teóricos se dedicaron a elaborar modelos abstractos para lograr el funcionamiento de una sociedad que fuera casi perfecta. El intento estaba basado en dos equivocaciones: la de que el trabajo individual puede abarcar la complejidad de la vida social y la de que la fuerza de la razón es suficiente para determinar qué es lo bueno.

Los vientos que corren ahora son distintos. El economista y filósofo indio Amartya Sen está planteando en su más reciente obra algo que parece obvio: no se trata de ponerse a inventar, se trata de identificar las experiencias exitosas y tratar de adaptarlas o mejorarlas en contextos diferentes. De eso trata la innovación, de apoyarse en el trabajo que los demás han hecho. Trabajo que, por fuerza, es cooperativo. A su vez, las innovaciones eficaces se convierten en éxitos que pueden ser imitados. Es un ejercicio que implica modestia para enfocarse en desafíos puntuales y sectoriales. Y también requiere humildad para asumir la idea de que otros saben mucho y hacen bien las cosas.

Este fenómeno de cooperación social es el que ha ocurrido en Medellín. Muchos de los logros de la ciudad, y ahora de Antioquia, se deben a esta actitud. Nos dejamos ayudar por el gobierno nacional mediante la Consejería Presidencial y por la cooperación alemana hace 25 años. Hace 12 años imitamos iniciativas como el trasporte urbano por cables y el presupuesto participativo. Aprendimos mucho de Bogotá en urbanismo y seguridad.

Ahora todos nos miran. Los latinoamericanos vienen a ver cómo funciona la cosa. A aprender, y no solo de los gobiernos. Hasta el desorientado gobierno nacional decidió salir de la Casa de Nariño. En una sola semana el Alto Consejero para la Paz dijo que quieren copiar el programa departamental “Preparémonos para la paz” y la Ministra de Educación anunció que se va a pegar de las ideas en materia de educación. ¿Querrán aprender los bogotanos?

En este punto nuestro reto es seguir aprendiendo de otros. Importantes ciudades del mundo se están volviendo verdes, restringen el uso de automóviles, desarrollan huertas urbanas, convierten zonas deprimidas en centros de atracción, tumban manzanas para hacer parques, peatonalizan más y más vías, promueven la cultura como uno de sus renglones de prosperidad.

El Colombiano, 12 de octubre.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Y el sol es un buñuelo

Hacia mediados de los años setenta del siglo pasado era común leer el prensa de cuando en cuando que Adolf Hitler estaba vivo. Aparecían imágenes muy borrosas de una persona muy abrigada, en solitario o con un acompañante a cierta distancia imposible de identificar. En Medellín no es difícil encontrar hoy gente que cree que Pablo Escobar está vivo y –como me dijo un taxista hace poco– reside en el exterior con una cirugía plástica y riéndose a costa de todos nosotros.

Este tipo de historias descabelladas son aceptadas por algunas personas pero no son muy extendidas. Hay otras tanto o más absurdas que esas que son de curso común entre círculos aparentemente cultos e informados y que gozan de respetable recepción en los medios de comunicación. Pensemos, por ejemplo, en el club Bilderberg de quien algunas personas están convencidas de que es un grupo de gente que dirige los destinos del mundo.

Medellín, una ciudad que no se destaca especialmente en leyendas urbanas, ha venido convirtiéndose en los últimos años en una referencia predilecta para escenificar relatos de este tipo. Hace más de una década algunos analistas repiten sin cesar que la comuna 13 es un lugar estratégico; para qué y cómo nunca lo explican. Ahora resultó tan importante que dizque los carteles mexicanos están mandando a patrullar sus calles. Eso sí, no hay ningún argumento que sustente la importancia de San Javier en la economía mundial de la droga.

Otro cuento de la misma naturaleza es el de que el descenso de homicidios en Medellín durante la década pasada se debió a que una persona muy poderosa ordenó ese descenso de la misma manera que Moisés le ordenó al Mar Rojo que le abriera paso. Los pocos estudios con apoyo matemático sobre el tema muestran que el origen del mayor descenso en el homicidio estuvo en la Operación Orión y que se hizo sostenible gracias a la desmovilización de los grupos paramilitares. Que un grupo armado entre en negociaciones y suspenda hostilidades no es un misterio en las guerras y no requiere adicionarle supercherías.

En alguna literatura suele llamarse a este último tipo de historias teorías de la conspiración. El historiador Daniel Pipes dice que estas historias circulan gracias a la creencia de que nada ocurre al azar, el enemigo siempre gana, el poder y el dinero explican todo y la historia se mueve por decisiones de pequeños grupos de personas. En las décadas recientes la neurociencia trata de explicar estas y otras opiniones más comunes que guían el comportamiento de las personas y que van en contra de los hallazgos de las ciencias. Mi abuela, que no por nada se llamaba Sofía, decía simplemente que había que gente que creía que el sol era un buñuelo y la luna pandequeso.

El Colombiano, 5 de octubre

miércoles, 1 de octubre de 2014

Medellín 2014

Aunque no se haya acabado el año, las circunstancias obligan a realizar un pequeño corte para hacer un balance de la evolución de nuestra ciudad. Para ello echaré mano de algunos pocos datos relativamente recientes. A continuación reviso algunos indicadores, que no son más que eso pero tampoco menos, respecto a la economía, la seguridad y algunos bienes básicos locales.

Colombia tiene diez empresas entre las cien multilatinas, es decir multinacionales latinoamericanas. De esas diez, seis tienen su sede en Medellín –ISA, Nutresa, Sura, Argos, EPM y Bancolombia (El Colombiano, 22.09.14)– y de esas seis dos son públicas. Hace 30 años la industria manufacturera del valle de Aburrá estaba en crisis, hace 20 apenas estaba reestructurándose la economía regional y hace 15 la mayoría de las ciudades colombianas vendía sus empresas de servicios básicos.

A 31 de agosto, y según el Sistema de Información de Seguridad y Convivencia de Medellín, los homicidios en la ciudad ascendieron 478 y la tasa de homicidios proyectada para este año estaba en 29,4 por cien mil habitantes. Hace 25 años la tasa estaba en 380 y hace 12 años en 150. En los últimos 10 años Medellín dejó de ser sucesivamente la ciudad más violenta del mundo, de Latinoamérica y de Colombia. Hoy ni siquiera es la ciudad más violenta del valle de Aburrá.

Según la Encuesta de Percepción Ciudadana del proyecto Medellín cómo Vamos, la ciudad tiene hoy el indicador más bajo de percepción de pobreza de los últimos ocho años, y según los indicadores de calidad de vida de la misma entidad, Medellín es la ciudad colombiana de la muestra que más avances ha tenido en cuanto a igualdad social. Solo Medellín puso la décima parte de las viviendas de interés social que el anterior gobierno nacional se propuso construir y regalar.

Aparte de algunos aspectos ambientales, como la calidad del aire y la contaminación por ruido, es difícil encontrar un indicador en el cual la ciudad no haya mejorado significativamente. La transformación positiva de Medellín es ampliamente reconocida por expertos, gobiernos y medios, aunque se detectan fragilidades que hay que superar para afianzar este proceso.

Los pequeños escándalos que algunas personas, locales o extranjeras, tratan de armar, amplificados por la prensa, no pasan de ser eso: notas para sorprender a incautos. Ninguna ciudad americana medianamente importante carece de problemas de pandillas, tráfico de drogas ilícitas y prostitución. Tratar de ganar celebridad explotando estos problemas, sin el respaldo de diagnósticos rigurosos y sin intención constructiva, es una mala actitud.

La sociedad civil y las instituciones de Medellín deben fortalecer el modelo cognitivo que se ha venido creando en lo que va corrido del siglo: apertura para identificar las dificultades, creatividad para idear alternativas, cooperación para encarar soluciones. La crítica razonada y bienintencionada es útil, la otra desmoraliza.

El Colombiano, 28 de septiembre

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Capaces pero despistados

El proceso de negociación que se lleva a cabo en La Habana entre el Gobierno nacional y las Farc tiene muchos puntos positivos respecto a los tres procesos anteriores con el mismo grupo guerrillero. Esos procesos tuvieron una duración, discontinua por supuesto, de nueve años y debieran haber dejado suficientes aprendizajes.

La negociación actual tiene dos falencias que el país debe abocar inmediatamente: la primera, es la carencia de un consenso del campo democrático e institucional respecto a la importancia de la negociación y a las condiciones en que deba desarrollarse la implementación del posible acuerdo. La segunda, dependiente de esta, es la necesidad de una ambiciosa campaña de formación y movilización ciudadana para fortalecer ese consenso.

Cuando hablo de consenso no hablo de los acuerdos ideales en que participan todos. Tal tipo de consensos solo existen en los libros de los teóricos del contractualismo y en las mentes arrebatadas por el idealismo. Los consensos reales siempre son consensos aproximados, acuerdos de las minorías activas o resultado numérico de mayorías calificadas.

Humberto de la Calle –jefe de la delegación gubernamental en la negociación– acaba de expresar su “preocupación de que un eventual acuerdo en La Habana se vuelva inviable por la polarización que hoy vive el país”. Según la misma nota, a su vez, “reiteró la importancia del papel de la crítica de los que no están de acuerdo” (El Colombiano, 19.09.14).

Sin embargo el gobierno y sus partidarios hacen otra cosa. Que Iván Cepeda aliente un debate como el de esta semana contra el senador Álvaro Uribe va y viene, que el Ministro del Interior se apersone del mismo es asunto más grave. El exrector de la Universidad Nacional de Colombia Moisés Wasserman manifestó su preocupación por la ausencia de diálogo social en el país y por la tendencia a descalificar a los críticos como “personas enemigas de la paz” (El Tiempo, 19.09.14). En este problema al gobierno le cabe la mayor responsabilidad pero algunos sus funcionarios actúan como simples bochincheros.

Cualquier efecto que pudiera esperarse de la campaña publicitaria “Soy capaz” quedó anulado por el comportamiento de los congresistas y los miembros del Ejecutivo esta semana. Ya no sabemos si los uribistas y los santistas –el mismo perro con distinta guasca– son capaces pero despistados o simplemente incapaces e irresponsables.

La platica de la campaña no se perdió solo por el ejemplo en contrario que se vio en el Capitolio nacional. La campaña estaba mal diseñada. Se nota que no hubo detrás un solo asesor que supiera del tema. Y lo peor de todo es que se quiera reemplazar la pedagogía ciudadana con publicidad. Si los gestores miraran 25 años hacia atrás encontrarían un modelo exitoso en la campaña “Viva la ciudadanía”. En la vida pública no bastan las buenas intenciones.

El Colombiano, 21 de septiembre

viernes, 19 de septiembre de 2014

Profesionalismo

El detective Kurt Wallander salió a dar un paseo vespertino por la playa, absorto y solitario. Aunque Wallander es un detective peculiar, vive, como todos, absorto en sus preocupaciones y solitario por su excesiva dedicación al trabajo. De repente, un muchacho haciendo cabriolas en una motocicleta apareció y pasó rozándolo. Irritado, Wallander le gritó algo así como: “¿por qué no te metes a un club?”. Así comienza un capítulo de la serie de televisión basada en las novelas del escritor sueco Henning Mankell.

Por qué no te metes a un club. ¿Qué tiene que ver? Pues que la diferencia entre un patán o un charlatán y un profesional puede ser pertenecer a un club. ¿Por qué? Porque las organizaciones profesionalizan. Ellas cuidan de que sus miembros cumplan con determinada formación, establecen criterios para el ejercicio de la actividad, protegen la profesión con protocolos de calidad, ponen límites a sus miembros.

Volviendo al motociclista, un profesional es aquel que usa los equipos y las indumentarias adecuadas, cumple las normas de tránsito y otras que tienen los clubes, se comporta apropiadamente según esté en una calle, una carretera o una competencia. Quien no se ajuste a ese modelo no es un profesional, es un patán.

El profesionalismo entre nosotros es algo relativamente nuevo. De hecho todavía hay algunas actividades, especialmente en los campos de las artes y las humanidades, a las que se les pretende negar su carácter profesional. El profesionalismo va de la mano con la especialización y la sofisticación en los métodos y las técnicas, con la disciplina en todos los sentidos de la palabra. Al principio, el ser profesional se asociaba con la remuneración pero se trata de más que eso.

Ahora bien, a pesar de ser un fenómeno reciente ya empieza a padecer problemas de burocratización. Y es que resultamos envueltos en una maraña de normas, certificaciones y controles que obligan a que las organizaciones y sus profesionales terminen dedicando más tiempo a llenar formatos, presentar informes y atender auditorías que a cumplir su misión. Es un elemento altamente improductivo y representa un costo indirecto que finalmente paga el conjunto de la sociedad.

El laberinto burocrático que presenciamos es, además, un obstáculo para la innovación porque ese enjambre de reglas, que crece día a día, impide que las cosas se hagan de manera distinta a la prescrita y castiga a quienes emprenden cosas distintas a las que están previstas. ¿Tenía Bill Gates, cuando empezó en aquel famoso garaje, sus certificados de normas ISO? De esta manera, parece que el innovador está obligado a ponerse fuera del sistema reglamentario.

Ocasional: las organizaciones altamente profesionales informan al público y son capaces de dar excusas, como hizo Bancolombia esta semana. Pero, ¿no valdría la pena, además, un descargo para los afectados en alguna de las comisiones bancarias?

El Colombiano, 14 de septiembre

viernes, 12 de septiembre de 2014

Vuelve la geopolítica

Después de 1989 algunos creyeron que la geopolítica había muerto, que sobre la tierra había desaparecido la enemistad política y que todos los países –uniformados bajo moldes democráticos y mercantiles– serían hermanos como preconizaba el lenonismo (por John Lennon). Aparecieron metáforas como aquella que dice que la tierra es plana y se renovaron otras como la aldea global.

La geopolítica es más que geografía. Algunos estudiosos como Jared Diamond o Robert Kaplan dan a veces la impresión de defender un determinismo geográfico que condenaría y salvaría a perpetuidad a los pueblos. Pero la posición y morfología de los territorios están afectadas directamente por las instituciones políticas y sociales, la cultura de las poblaciones y el proyecto de sus líderes. Tienen razón en cuanto que el espacio sigue siendo un elemento crucial en cualquier política.

La nueva ventura de la geopolítica está ligada a los acontecimientos en Europa y Extremo Oriente. Historiadores y diplomáticos establecen paralelos entre la preguerra de 1914 o la de 1939 para advertir que el mundo vive una tensión peligrosa que exige claridad, propuestas y liderazgo para evitar nuevas guerras entre Estados o bloques de Estados. El historiador Christopher Clark dice que no se deben descartar las preocupaciones derivadas del pasado ya que “la historia no se repite pero rima” (El País, 16.01.14).

Esta tensión nos parece lejana desde Suramérica pero no debiera serlo. Ahora, cuando la Unión Europea estableció sanciones económicas contra Rusia varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, se lanzaron abiertamente a boicotearlas. Se sabe públicamente que Cuba, Nicaragua y Venezuela son aliados de Rusia y se enmarcan dentro de la estrategia internacional de Putin.

Al respecto, el gobierno colombiano ha decidido meter la cabeza en la arena, aunque no precisamente en la del desierto guajiro. Se entiende la peculiaridad de nuestras relaciones diplomáticas con los países del Alba que, de otro lado, no se comportan amistosamente con Colombia, a pesar de todas las concesiones que se les han hecho. ¿Tiene el gobierno Santos una estrategia? ¿Sabe qué hacer si la crisis se escala entre Occidente y Rusia?

Un espacio suramericano es deseable pero hoy no es posible. Brasil no está pensando en que el continente actúe autónomamente, concilia con el chavismo y el populismo, y está casado con Rusia a través de BRICS. La postulación de Ernesto Samper a la secretaría de Unasur siembra dudas acerca de la política exterior colombiana. Samper es un paria para los Estados Unidos y encaja bien en fotos con Ortega, Maduro y Correa. Ocupando esa posición dará la impresión de que Colombia vacilaría a la hora de enfrentar el islamismo radical o el imperialismo ruso.

Una política internacional oportunista y cortoplacista nos hace perder la confianza en Occidente, y no nos aporta nada ante gobiernos que tienen otra orientación política, económica y diplomática.

El Colombiano, 7 de septiembre

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Nubes

Pocas cosas parecen tan fútiles como las nubes. Solo por ejemplificar a partir de algunas aficiones personales, recuerdo un poema de la Nobel polaca Wisława Szymborska y una canción de los Caifanes de México. La primera habla de las nubes “primas lejanas y frívolas”, los segundos dicen que “parecemos nubes que se las lleva el viento”.

Pero a veces, muchas, la ciencia despoetiza la realidad. El científico brasileño Antonio Nobre plantea que existe un “polvo de hadas” sobre la Amazonia que permite que la selva más grande del mundo produzca “20.000 millones de toneladas de agua” al día y la lance a la atmósfera para beneficio del resto del planeta (El País, 22.08.14). Los investigadores Ángela Rendón y Juan Fernando Salazar de la Universidad de Antioquia encontraron otro tipo de nubes. Las llaman trampas contaminantes y consisten en masas de polución que quedan atrapadas sobre la ciudad y no circulan, o circulan sin desalojar el espacio urbano que las creó (El Colombiano, 23.08.14).

Son dos fenómenos muy distintos. El primero es un auténtico milagro de la naturaleza. El agua que la selva amazónica pone en el aire es mayor que la que el río Amazonas lleva al océano Atlántico. Alguien decidió llamar al resultado de este fenómeno un “río volador”. Lo que los científicos nuestros encontraron, el segundo caso, se parece más a un basurero aéreo algo así como si tuviéramos varios morros de Moravia suspendidos sobre los habitantes del valle de Aburrá.

El sistema de producción también es diferente. En la gran selva suramericana cada árbol tira al aire mil litros de agua diarios y, en su conjunto, el bosque puede llevar esta agua hasta lugares situados en un radio de cuatro mil kilómetros. En nuestra pequeña selva artificial –la región metropolitana de Medellín– producimos toneladas de partículas contaminantes provenientes principalmente de la industria de la construcción y después del consumo de combustibles fósiles (automotores).

Mientras el señor Nobre asegura que los bosques son “como una póliza de seguros” ya que donde existen no hay sequías pero tampoco huracanes, la trampa contaminante detectada por los estudios de la Universidad de Antioquia es una calamidad. El valle de Aburrá hoy es la zona más contaminada del país y la región con la tasa más alta de enfermedades infecto respiratorias agudas. No es un fenómeno natural; es el resultado de la manera como producimos y consumimos, como nos desarrollamos y nos gobernamos.

Hay nubes de nubes. Y esto tiene que ver con todo: con el plan de ordenamiento territorial y con los túneles, el de oriente o el túnel verde; con la idea del desarrollo como la fórmula de cemento más comisión o con la prioridad a la protección del ambiente; con la preferencia por usar la bicicleta y el metro o montarse en un carro.

El Colombiano, 31 de agosto.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Regateo

La práctica del regateo es universal aunque es evidente que está más extendida en los países con menos capitalismo y con mercados menos amplios e intensos. Son famosos los estudios sobre las reglas informales en los bazares del norte de África y Oriente Medio, pero muchas de las cosas que allí se encuentran también son frecuentes entre nosotros.

El regateo comercial es un juego en el que las partes saben que el precio inicial es muy alto y que el pulso se libra alrededor de algún punto intermedio que deja sicológicamente satisfechas a las partes. En los países vigorosamente capitalistas el regateo está planeado y dirigido por los vendedores mediante un calendario amplio de promociones, saldos y ofertas. Para el comprador, el regateo se restringe a la búsqueda de las mejores oportunidades, alerta sobre cupones y temporadas.

Perdidas muchas de las viejas oportunidades para el regateo, este se ha venido desplazando a ámbitos insospechados. El clientelismo, por ejemplo, es una práctica de regateo periódico pero limitado. Las expectativas son altas en las épocas preelectorales pero cuando el vencedor está asegurado toda la capacidad de decisión se concentra en él y el cliente queda a merced de que le cumplan la palabra.

En el mundo ancho y variado de la corrupción las condiciones son más parejas para los involucrados, pero solo porque la doble vía del intercambio es más densa. En las prácticas corruptas las ofertas de lado y lado son más importantes para las contrapartes y el forcejeo puede ser realmente duro. Las ganancias bilaterales son más evidentes y, mientras menos competidores existan, más áspera será la negociación.

Quedan otras prácticas patéticas en la vida cotidiana como la de la comida. Es ya una escena común en los restaurantes y en las filas de los establecimientos masivos de comida el regateo del comprador, ya no por el precio sino por el producto: cámbieme el arroz por más ensalada, la cebolla por habichuela, sopa sí pero medio plato. Posiblemente en los hogares esto sea peor.

El regateo es una cara que puede ser informal o ilegal, en algunos casos sicótica, de aquello que la cultura de la humanidad ha venido puliendo desde hace milenios y que conocemos como negociación –principalmente en lo privado– y diplomacia –exclusivamente en lo público. En aquellos tiempos antiguos los chinos eran tan sutiles y prácticos como brutales y alucinados eran los griegos.

Regateo, negociación, diplomacia, son variantes civilizadas respecto al simple engaño, la violencia o la fuerza. Y están llenas de derivaciones y especialidades hasta el punto que se han codificado ya en escuelas de conciliación y mediación, de resolución de conflictos locales y sociales, de relaciones internacionales, de paz –la palabra abusada–, con sus respectivas profesiones. Pensar en este refinamiento ayuda a sobrellevar el fastidio cotidiano que produce el regateo.

El Colombiano, 24 de agosto.

martes, 19 de agosto de 2014

Noria guajira

La Guajira tiene carbón, pero los niños se mueren de hambre; tiene la costa más larga del país sobre el mar Caribe, pero no tiene agua; tiene votos pero no tiene un solo senador; le dio el 56% de los votos a la unidad nacional y el 71% a Santos, pero no tiene gobierno; Maicao tiene la mezquita más grande América Latina, pero estoy seguro que a La Guajira le queda poca fe.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) dice que en La Guajira murieron 4.151 niños menores de cinco años entre 2008 y 2013, 278 por desnutrición (Semana, 11.08.14). Los datos oficiales –que aun groseramente subestimados son vergonzosos– confirman que 2013 fue el peor de los últimos años en mortalidad infantil por hambre y la mayoría de ellos no se murieron en las rancherías alejadas sino en Riohacha mismo (Departamento Administrativo de Planeación de La Guajira, 23.01.14).

Este 2014 está siendo peor aún, hay más niños muertos y el círculo del hambre se estrecha pues el ganado muere en masa. Son siete mil cabezas según información entregada por ganaderos a la Defensoría del Pueblo. La mortalidad por hambre es la mayor vergüenza para un país y para un gobierno. Pero no es menos grave que el 95% de los niños estén muriendo de enfermedades comunes, resultado del abandono del sistema de salud, las autoridades locales y las propias comunidades.

La Guajira también tiene Vicepresidente de la República o el Vicepresidente tiene departamento, no se sabe. Lastimosamente el intermediario de esta posesión política, Kiko Gómez, está en la cárcel “acusado de varios homicidios y relaciones con bandas armadas” (Semana, 19.07.14). Gómez había obtenido 35 mil millones del sistema de regalías para un supuesto Plan de Alimentación y Nutrición de La Guajira. El plan está y los cadáveres también, pero la plata desapareció. El Vicepresidente no ha sentido la necesidad de darle explicaciones a nadie y Cambio Radical, menos. Al fin y al cabo, la ciudadanía los premió en junio.

A pesar de que La Guajira tiene un déficit de 65 mil millones de pesos, la gobernación montó un espectáculo de autocomplacencia hace un año, en medio de la mortandad. Declaró a Uribia como municipio modelo en las inversiones del Sistema General de Regalías y anunció que “tiene el Festival Nacional de la Etnia Wayuu totalmente financiado” (Boletín de Prensa 192 de 2013). Uribia es el segundo municipio con mayor mortalidad infantil en La Guajira y es bastión electoral de Ñoño Elías, el gran elector de Juan Manuel Santos (La Silla Vacía, 31.03.14).

Ante la tragedia, la imaginación de la tercera vía, el adiestramiento en los protocolos de la OCDE, el repertorio reformista del presidente Santos, se movilizaron, alcanzaron su mayor rendimiento y finalmente encontraron la solución genial y definitiva: mandan botellones de agua.

El Colombiano, 17 de agosto.

jueves, 14 de agosto de 2014

Lecturas recomendadas

En su nueva condición de bibliotecario -uno que no es ciego, como creyó que debería ser- Héctor Abad Faciolince me hizo una invitación para proponerle un pequeño plan de lectura al público, especialmente a la comunidad que habita o frecuenta la Universidad Eafit.

El límite, 20 libros. Mi intención, hacer una selección contemporánea (la excepción es Moby Dick) y variada. Varios meses después de haberla hecho, acaba de ser publicada, y la mantengo. Siempre habrá cambios. Las listas de lecturas oportunas son más variables que las de canciones.

La presentación institucional del programa dice: "El autor recomienda es una de las actividades de promoción de lectura que realiza la Biblioteca de EAFIT. Cada mes exhibimos los libros que algunos autores reconocidos nos han recomendado. En esta ocasión, del escritor y columnista Jorge Alberto Giraldo, presentamos un listado de 20 de sus libros preferidos".

"Estos libros están exhibidos y a disposición de los lectores en una estantería especial en la entrada principal de la Biblioteca. Los usuarios pueden prestar o leer en la Biblioteca los libros exhibidos".

Ver la lista en:
http://blogs.eafit.edu.co/biblioteca/?p=2527

miércoles, 13 de agosto de 2014

Examen de sangre

Aunque el reporte sobre delitos menores tiene inundados los medios de comunicación, sobre todo la televisión, no es de esperarse que toda agresión física a un ciudadano tenga notoriedad pública. Si no hay cámara policial que le haga el trabajo gratis al medio, ni modo. Si no hay armas, ni muertos ni detenidos, menos aún.

Si la condición del ciudadano agredido es la de ser profesor, las características del hecho no califican significativamente la situación. En el medio colombiano la docencia no es una labor profesional especialmente estimada. Ni desde el Estado, ni desde la familia. Tampoco por el estudiante promedio, que confunde el derecho a la educación con una prerrogativa suya frente al maestro. Así que golpear a un profesor no constituye, por sí mismo, un agravante especial.

Hasta aquí llega el caso hipotético, pero estas presunciones se cumplen para el hecho que quiero comentar. El 31 de julio pasado fue agredido por dos personas, y después amenazado por una tercera, el profesor Hernando Muñoz Sánchez dentro del campus de la Universidad de Antioquia. La razón: pedirle a un par de personas que no estacionaran su moto en zona peatonal.

Hubo condenas a la agresión por parte de la facultad a la que pertenece Muñoz Sánchez y también de la asociación de profesores. Según el boletín de la Facultad de Educación, un directivo de la Facultad de Derecho se abstuvo de terciar en el asunto poniendo en pie de igualdad la versión de uno de los agresores –un estudiante de su unidad académica– y la del agredido. Una muestra fehaciente de la manera cómo se pueden formar abogados sin moral, pensando solo en términos jurídicos. Un agresor no es igual a un agredido, independiente de los pormenores de una querella judicial.

También debo argumentar que si bien todas las personas son iguales en dignidad, hay relaciones sociales en las cuáles se produce una diferenciación que debe ser tenida en cuenta. Cumplidas las condiciones básicas del respeto a la dignidad y los derechos del otro, en la calle un ciudadano no es igual a un policía, en un hospital un paciente no es igual a su médico. Hay una investidura especial que la sociedad le otorga a una persona para el debido cumplimiento de sus funciones. Tampoco en un claustro educativo un estudiante es igual a un profesor.

Se trata de un delito menor, sin duda. Es menor, por desgracia, incluso en el contexto de la Universidad de Antioquia, mi alma mater. Pero el silencio, la indiferencia, la connivencia con los trasgresores cotidianos y los pequeños y medianos delincuentes que se enseñorean en el campus, deben terminar. Y la forma como propios y extraños se han apropiado del bien público que constituye la universidad, también.

Mi solidaridad con el colega Hernando Muñoz.

El Colombiano, 10 de agosto

miércoles, 6 de agosto de 2014

Declaracionitis

El periodista español Miguel Ángel Bastenier señaló cuatro defectos del periodismo en castellano y, especialmente, latinoamericano. Ignoro el porqué de esa preocupación tan específica, pero es muy diciente. Uno de esos defectos lo llamó “declaracionitis” para referirse a la falta de seguimiento por parte de los periodistas a los administradores públicos, pero podríamos añadir a los privados, respecto a sus anuncios. El otro es el oficialismo que, prácticamente, va de la mano del primero (El País, 07.0614).

En Colombia es una vía fácil para todos, administradores y periodistas, la de gestionar declaraciones. Ante un problema la primera ocurrencia imaginativa es sacar una declaración, un anuncio como suelen titular aquí. Y las obligaciones, como las rendiciones de cuentas, se convierten en una rueda de prensa más y en boletines que se trascriben al medio, sin mayores preguntas y sin ninguna verificación o control. Se trata del lamento por el declive del periodismo investigativo que puede ser ocasionado por muchos factores, entre ellos la escasa cultura ciudadana de control sobre los actos de los gobernantes y la manera promiscua como la prensa se relaciona con los políticos, incluyendo por supuesto la pauta publicitaria.

Pero más grave aún es el problema de la declaracionitis en el sector público. En una famosa conferencia que está cumpliendo cien años de pronunciada (Vieja y nueva política), el filósofo español José Ortega y Gasset dijo que una de las características de la nueva política tenía que ser la eficacia. Repetía de ese modo viejas estipulaciones hechas repetidamente por los pensadores políticos. Se creía que sin eficacia el gobernante no podía preservar el poder, que la fuerza o la corrupción solas o combinadas no podían contener los efectos de la ineficacia ante la población.

Hoy Colombia es un caso en que algunos gobiernos, y claramente el gobierno nacional, viven de hacer declaraciones. Los personajes más importantes del despacho son el jefe de prensa y los amanuenses. Es como si la “fábrica nacional de discursos” –que inventara mi paisano Cimifú– se hubiera trasladado al Palacio de Nariño y a las oficinas de otros dignatarios locales.

El caso más patético de declaracionitis es el nuestras calamidades climáticas. Cuando aún no se han ejecutado los recursos anunciados para atender la emergencia invernal de hace tres años y cuando buena parte de los casi dos millones de afectados siguen sufriendo las consecuencias de las inundaciones de ese entonces, ya se les vino la sequía encima. La respuesta del gobierno fue sacar una declaración. Pocos días después este diario tituló con ironía, “Anuncios de Santos no calman la sed guajira” (El Colombiano, 26.07.14).

Paciencia. Viene el 7 de agosto, con otra banda presidencial y miles de anuncios más. Y páginas de tinta, decibeles e imágenes, mediante las cuales el oficialismo le hace el juego a la declaracionitis.

El Colombiano, 3 de agosto.

lunes, 28 de julio de 2014

V Congreso Colombiano de Filosofía

El calendario antioqueño entre julio y agosto se mueve, ya habitualmente, entre Colombiamoda y la Feria de las Flores, el glamour, la parranda y los respectivos negocios. En esta ocasión habrá una pequeña novedad pues esta semana se realiza en Medellín el IV Congreso Colombiano de Filosofía, organizado por la Sociedad Colombiana de Filosofía.

Las comparaciones son inadecuadas. El congreso de filosofía dura 4 días, que es menos de la mitad de lo que dura la feria, y convoca números modestos pero no despreciables: cerca de 800 personas se encontrarán esta semana. Y es probable que logre presentar tantas ideas como belleza en el evento de moda, aunque seguramente menos que la cantidad de borrachos en la feria.

Por primera vez se realiza el congreso de filosofía en Medellín y por primera vez la sede es compartida entre universidades. La Universidad de Antioquia y la Universidad Eafit hospedarán las mesas temáticas, simposios y plenarias. Amén de que, prácticamente, toda la comunidad filosófica del país se junta en el congreso, vendrá un destacado grupo de profesionales de Brasil –el país invitado – y llegará un buen número de estudiantes, incluso de bachillerato. Ponentes de otros 5 países han confirmado su participación.

A diferencia de los otros eventos, el congreso de filosofía tiene menos apoyos institucionales, pero eso no necesariamente indica por donde van las aguas en Antioquia. El número de estudiantes de filosofía en el departamento, en los distintos niveles, está cerca del millar; el autor más leído y editado en el último medio siglo es un filósofo (Fernando González); y la región cuenta con un número representativo de personajes de relevancia nacional en este campo que van desde Miguel Uribe Restrepo, hace 200 años, hasta Guillermo Hoyos, quien falleció en enero pasado.

El estereotipo del antioqueño dedicado al trabajo manual y al dinero convive con la realidad de una región rica en practicantes de las ciencias del espíritu y de las artes. Que tengamos alguna abundancia en músicos, escritores y, por qué no, estudiantes de filosofía, ayuda a matizar aquella caricatura. Para ejemplo de todos están las actividades institucionales –algunas de ellas relativamente populares– que organizan desde hace años las universidades de Antioquia y Pontificia Bolivariana.

Contra el sentido común que cree que los que estudiamos filosofía vivimos en las nubes, el congreso definió el tema de la paz como uno de sus ejes de reflexión, “convencidos que desde la filosofía y desde el estímulo al diálogo argumentado, el respeto por la diversidad y la necesidad de establecer consensos, nuestro aporte a la educación y a la elaboración de propuestas para una transformación social puede resultar decisivo”. En particular, la plenaria de clausura, el viernes 1 de agosto en la Universidad Eafit, discurrirá sobre la paz.

(Más información en: socofil.org y en las universidades organizadoras).

El Colombiano, 27 de julio

miércoles, 23 de julio de 2014

Prensados

Decía Juan Lozano y Lozano (1902-1980) que la prensa era “no el cuarto sino el primer poder de la república” (Ensayos críticos, 1934). Literalmente no hablaba de la prensa en general, sino del periódico El Tiempo en particular. Lozano fue ministro, dirigente liberal, director de Semana y columnista de El Tiempo por décadas, lo que ayuda a entender mejor la fuerza de su afirmación.

En la Colombia contemporánea es difícil atribuir todo ese poder a un medio y probablemente sea cierto que se trata de un tercer o cuarto poder, relativamente fragmentado pero con algunos medios muy poderosos aún. De las características de la prensa se presume como de una de las joyas de la democracia colombiana.

Sin embargo, hace años vivimos un proceso de deterioro que empezó con la toma directa que grandes grupos económicos hicieron de algunos de los principales medios de comunicación colombianos y del indelicado control que la familia del presidente Santos ha tenido en los últimos cuatro años de medios como Semana, El Tiempo y otros. Pocas voces advirtieron de estos peligros.

Algunas alertas se hicieron días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Pocas pero significativas. Alguna difusión tuvo la declaración de Juan Gossaín: “Nunca había visto una más penosa manipulación de la prensa”, “lo que está pasando es terrible, y el único perdedor es la opinión pública”. Sutiles e importantes fueron las opiniones de Enrique Santos Calderón –también periodista, pero además hermano del Presidente–, quien dijo: “Hoy se necesita un periodismo crítico e independiente. Lo que uno ve actualmente es cómo las grandes corporaciones financieras y bancarias se están apoderando de los medios en el mundo entero y los espacios cada vez son más reducidos” (El Tiempo, 15.05.14).

Si no hay independencia ni crítica, al menos suficientes, y si abunda la manipulación sería válido, en consecuencia, cuestionar la libertad de prensa y la calidad del periodismo en Colombia. Al menos en algunos grandes medios y, digámoslo, bogotanos o nacionales como les gusta presentarse. Hace poco El Espectador se preguntaba por la libertad, a raíz de la presión que la Casa de Nariño hizo para que el periodista Hassan Nassar saliera de Cablenoticias (El Espectador, 22.06.14).

Pero no se trata solo del gobierno, ni de algunos grupos económicos. También es una actitud ciudadana. Gossaín dice que el contrapeso del periodismo es la opinión pública. Pero cuando se acepta sin más que un hombre como Fernando Londoño pierda su espacio en El Tiempo, cuando se crucifica a un personaje como William Ospina por una columna en El Espectador, simplemente se advierte lo mal que estamos en materia de libertad, no solo en las instituciones sino en la ciudadanía.

La libertad, valor primigenio inscrito en el escudo y en la Constitución, tiene pocos dolientes en nuestro país.

El Colombiano, 20 de julio

miércoles, 16 de julio de 2014

Nuestro peor nosotros

A pesar de que algunos quieren mantener al fútbol y su afición en los terrenos puros del primitivismo, la tentación de intelectualizarlo se mantiene. Desde la famosa reflexión de Albert Camus hasta la reciente edición de Soccer and Philosophy. No solo el fútbol, el deporte en general: ciclismo, boxeo. Hay lecciones para gestores como las de Jorge Valdano y para políticos como la de Michael Ignatieff.

A propósito del Mundial algunos hemos intentado hablar de ética. Un buen artículo se refiere a “La moralidad interna del fútbol” (El Espectador, 05.07.14) en el que Rodrigo Uprimny extrae enseñanzas del deporte tales como la importancia de seguir las reglas, la base de solidaridad y cooperación que requieren los propósitos colectivos y la importancia de actitudes como entusiasmo y realismo para saber querer ganar y saber perder.

Todo iba muy bien con la euforia colombiana con la selección hasta el día del encuentro con Brasil. El partido empezó –según lo que vi en RCN y la repetición de DirecTV– bajo la sombra de la teoría de la conspiración, que goza de tanta popularidad a pesar de la falsedad que conlleva según cualquier teoría seria del conocimiento. Al final, la derrota se encubrió con ataques al arbitraje y con un manto de victimismo desaforado.

Al principio, uno le atribuye todo a la sangre caliente y al cráneo vacío de los comentaristas deportivos, pero con los días va leyendo columnas y titulares que racionalizan la reacción del mal perdedor y le van dando respaldo conciente a un montón de expresiones que configuran una especie de complejo de inferioridad asumido. Todo ello convertido ya en una actitud de revancha que se plasmó en una alegría postiza debido a la posterior e insólita derrota brasileña ante Alemania. De víctimas pasamos rápidamente a vengadores, repitiendo una mutación muy conocida en la historia colombiana.

Antes de aquel partido, Mauricio García Villegas se preguntaba si el fervor patriótico que producía la selección podría ser bien canalizado. Se inclinaba a creer que sí, “aunque todo esto que digo está lleno de incertidumbre” (El Espectador, 04.07.14). Una parte de la respuesta la obtuvo cuatro días después: la alegría se volvió rabia, la satisfacción fracaso, la gratitud venganza.

La respuesta a la inquietud de García es que las emociones por sí mismas no son negativas ni positivas, ni dañinas ni fecundas. La alegría, como el amor, también pueden matar; lo sabemos. Las emociones requieren mediaciones que permitan transformarlas en aprendizajes para una conducta responsable y constructiva. Los sentimientos tienen que ser, también, objeto de educación. La brecha entre la emocionalidad popular y los propósitos educativos debe cerrarse, para que episodios de sentimiento colectivo –duelo o alegría, ira o miedo– sirvan de motivo de reflexión y puedan convertirse en catalizadores de nuestros proyectos como sociedad.

El Colombiano, 13 de julio

miércoles, 9 de julio de 2014

Nuestro mejor nosotros

Nuestra corta pero brillante carrera de victorias deportivas individuales empezó a principios de los años setenta con Kid Pambelé y Cochise Rodríguez, y sigue con Nairo e Ibargüen. Pero desde que Colombia ganara dos campeonatos mundiales de béisbol a finales de la década de 1940 han trascurrido 65 años sin triunfos colectivos hasta ahora. Así que no es exagerada la alegría que está generando la selección de fútbol.

Es un triunfo parcial –hasta que la Copa Mundo no esté en la vitrina– pero es muy importante por razones deportivas y espirituales. Las deportivas saltan a la vista. En Brasil 2014 Colombia ha obtenido más logros que en las 4 participaciones mundialistas anteriores sumadas. Mayor número de partidos ganados, goles anotados, mejor posición en el torneo, individualidades sobresalientes. Nuestras hazañas ya no son los empates con la Unión Soviética (1962) y Alemania (1990).

Las espirituales son más importantes. Tenemos una generación de futbolistas que son, además, auténticos deportistas. Un deportista se distingue por el profesionalismo en el desempeño de su carrera, por la ejemplaridad en el respeto de las reglas de la disciplina y su dedicación al logro meritocrático. En Colombia, los futbolistas han sido talentos despilfarrados, han obtenido muy pocos logros y su fama deriva más de sus amistades políticas y mediáticas que de lo que han hecho en las canchas.

Esta generación es distinta. Jóvenes promisorios dedicados a perfeccionar sus cualidades atléticas y personales, que se han hecho un lugar en el mundo gracias a su esfuerzo, compitiendo a alto nivel en Suramérica o Europa y obteniendo metas resonantes. Es una combinación conmovedora de humildad y ambición. Gente que no saca excusas ni se cree mejor que los demás.

También es distinta en comparación con la última generación importante de futbolistas, la de los años noventa. Mientras de aquella los únicos triunfadores internacionales fueron Faustino Asprilla, Fredy Rincón y Adolfo Valencia, el equipo de ahora está integrado completamente por competidores globales que hablan dos idiomas, no les cae mal la comida extraña y no se arredran ante ningún rival.

Lo mejor. Los miembros del equipo actual están lejos de las influencias del narcotráfico, mientras en las nóminas anteriores no faltaban los presidiarios y otros que se salvaron de ir a la cárcel por los pelos. Los mundiales de 1990 y 1994 estuvieron arropados por los carteles de Medellín y de Cali, y ni siquiera el asesinato de Andrés Escobar –que básicamente sigue impune– cambió eso.

Mientras la selección Colombia de 1993 era un retrato del país, la selección del 2014 es mejor que el país. Nos siguen faltando dirigentes, orientadores, clubes que le den tanta importancia al deporte como al dinero. Pero el trabajo colectivo, la idoneidad y la rectitud de estos jugadores son un ejemplo para todos nosotros, especialmente para las élites.

El Colombiano, 6 de junio

miércoles, 2 de julio de 2014

Libros para cuartos

No sé cómo nos fue en octavos, pero la de 2014 ya es la mejor actuación de Colombia en un mundial de fútbol. Y entramos en esas últimas dos semanas extrañas de cuartos y semis durante las cuales hay que esperar días para ver un partido, anunciándose el final de la fiesta y la vuelta a la realidad, que esta vez no parecerá más dura.

Ya este viernes pasado vimos lo que es un día sin mundial. Y para esos días planos, llenos de expectativa y de pronósticos lo mejor es leer. Sin salirse del fútbol, por supuesto. Así que van unas cuantas recomendaciones.

Para conocer la vida de un hincha lo mejor es Fiebre en las gradas de Nick Hornby, escritor inglés, hincha del Arsenal y autor de varias novelas divertidas y plenas de sentido para los amantes del fútbol, el rock y los que no tenemos nostalgias de los sesenta. La primera parte del recién lanzado libro del periodista antioqueño Gonzalo Medina se dedica a los hinchas, Las barras, entre gambetas y zancadillas se llama.

Los que no desaprovechan la oportunidad de volverse serios, se pueden leer la Historia social del fútbol del historiador argentino Julio Frydenberg que pasa por los barrios populares del siglo XX hasta la prensa y la organización del deporte. Más corto y abstracto es el trabajo de un tal Peter Trifonas en cuyo título se expresa llanamente el asunto al que se dedica: Umberto Eco y el fútbol.

Los empíricos y cuantitativos tienen la tarea de conseguirse dos libros brasileños. Uno publicado hace pocos meses por dos periodistas paulistas, Longhi de Carvalho y Rodrigues, titulado Infográficos das Copas, ilustrado con datos simples y raros. El otro, también de un periodista paulista, Los 55 mejores juegos de las copas del mundo y que, con seguridad, es mejor que cualquiera de los de su tocayo Paulo Coelho.

Para los que creen –como yo– que el amor al fútbol se hace en los clubes hay dos libros recientes. Uno español, Cuando nunca perdíamos, en el que se le da vueltas al éxtasis reciente del barcelonismo a partir de relatos de quince escritores, entre los que se cuentan dos colombianos, bien infiltrados. El periodista y escritor antioqueño Guillermo Zuluaga Ceballos se vino para nuestro centenario con Mi Medallo: una pasión cosida al alma, sobre el equipo colombiano con más abolengo y libros que ningún otro.

Tan preocupados por el fútbol como por otras musas más clásicas hay otros dos, para terminar. de la Fútbol en el país música del periodista brasileño Beto Xavier, sobre las canciones dedicadas a equipos, jugadores y partidos. O Calcio la novela del colombiano Juan Esteban Constaín sobre el juego de pelota en la Italia del siglo XVI. El balón y el libro se la pueden llevar bien.

El Colombiano, 29 de junio

miércoles, 25 de junio de 2014

Simulacros envigadeños

Hace unas semanas la administración de Envigado se dio a la tarea de organizar un simulacro con el objetivo de probar la validez de la propuesta de los defensores del llamado Túnel Verde. Con el sustantivo simulacro, o simulación, se pretende –en las ciencias y cualquier otro tipo de experimentación– mostrar la viabilidad de un modelo teórico.

Por supuesto, los valores propios de la ciencia y la técnica ponen la carga de la prueba en el proponente. ¿Qué quiere decir esto? Que un auténtico simulacro debe realizarlo quien diseña el modelo. Un auténtico simulacro no puede ser llevado a cabo por quien está interesado en que este fracase. Es como si los simulacros de incendios no los hiciera el cuerpo de bomberos sino el pirómano. La administración de Envigado le hizo trampa a la ciudadanía y a los medios de comunicación (que tragaron entero). En lugar de cumplir con los preceptos técnicos, lo que hizo fue hacer realidad la tercera acepción de simulacro según la Academia de la Lengua: una falsificación.

En su disputa contra los ciudadanos, un funcionario de Envigado dijo que la resistencia de los vecinos del Túnel Verde iba “en contravía de las políticas de desarrollo de Envigado” (El Colombiano, 12.04.14). Estaba en lo cierto porque la política de desarrollo de Envigado ha sido exclusivamente pensada para los constructores, contra los intereses ciudadanos, del medio ambiente y de los criterios de una ciudad amigable.

El mejor ejemplo de las políticas de desarrollo de Envigado es lo que ha pasado en la última década en la Loma del Esmeraldal y en la trasversal intermedia. Licenciamiento desordenado de construcciones, violaciones reiteradas de los retiros de quebradas, imprevisión para el desarrollo de vías de acceso y andenes, amenaza a las fuentes hídricas. En la trasversal intermedia se construyó un centro comercial al borde de vía que ya impide cualquier posible ampliación futura.

La preocupación de Envigado por la movilidad ha sido ninguna. Desde que se construyeron adecuadamente las marginales de La Ayurá, lo único que ha hecho la municipalidad es tejer una maraña indescifrable de vías, densificar sin vías de acceso y eliminar el pico y placa para darle gusto a un puñado de privilegiados que pueden salir a la Regional Oriental sin pasar por Medellín.

Engordados por las rentas de la construcción y de los ingresos del impuesto predial, nos quieren hacer creer que su modelo de desarrollo es correcto y que los defensores del Túnel Verde somos los villanos. El interés de la administración de Envigado en Metroplús es la renta, no la movilidad. El interés de los ciudadanos debe ser tenido en cuenta y respetado. Como ni el municipio ni Metroplús escuchan, esperamos que los jueces sigan haciéndolo como hasta ahora y que los ciudadanos tengan memoria en las elecciones del 2015.

El Colombiano, 22 de junio

miércoles, 18 de junio de 2014

María escéptica

Pocos dudan de la importancia de María en el Nuevo Testamento. Tim Rice se dio el lujo de eliminarla del elenco de Jesucristo Superestrella, pero podría tener una buena explicación: en los evangelios María no tiene voz. De allí el notable vacío que supone que un personaje tan crucial en el elenco de los orígenes del cristianismo sea mudo. Ahora alguien le ha dado voz.

María recuerda algunas cosas de un periodo de su vida del que ya no quiere saber nada. Vive exilada en un caserío pequeño, protegida por sus vecinas, en una casa de la que apenas sale a buscar agua. Quiere protegerse del régimen que asesinó a su hijo, desaparecer de la vista de los instigadores del sectarismo y olvidar. Pero el desasosiego le llega de otro lado, del asedio de los discípulos de su hijo.

Su testimonio comienza con el fastidio por el acoso de dos personajes que frecuentan su casa sin ser invitados, que la hostigan como agentes investigadores y no albergan ningún sentimiento de comprensión por ella. Solo les interesa escudriñar su memoria y encontrar cualquier expresión que pueda caber en el relato que se han formado de antemano –como prejuicio o como revelación– en sus cabezas.

Esa obligación de la memoria revive en María el absurdo que convirtió al personaje común de su hijo en un ser extraño, imbuido de un espíritu de grandeza tal que se olvida de ella y la trata como un individuo más entre la masa de seguidores, de espectadores o de candidatos a la conversión. El hijo que María crió ahora es otra persona convencida de que su misión es salvar al mundo, y sus amigos un grupo fervoroso que asume la misión de convencer a todos de que aquello es cierto, y de condenar por igual a incrédulos o a seguidores de otras creencias.

En un momento culminante de sus memorias, María descubre la trama detrás del sacrificio de su hijo, la manera providencial como es entendido por sus copartidarios y el plan que tienen preparado para crear y pulir una historia creíble a los ojos del público contemporáneo y del posterior. Con fuerza e indignación María les responde –ellos son, se supone, Mateo y Juan– que “no valió la pena”. Que esa interpretación de apocalipsis, mesías y salvación es acomodaticia.

Sus mejores remembranzas están en la vida familiar, la niñez de su hijo, la compañía inolvidable de su marido y las fiestas tradicionales de la liturgia judía, rescatadas como momentos de festividad comunitaria y de alegría cotidiana. En su vejez, en su exilio, su tranquilidad está en la soledad, el silencio, el aislamiento y en el bálsamo que le proporcionan los templos griegos de dioses plurales que no prometieron ningún paraíso. (Colm Toíbin, El testamento de María, Lumen, 2014.)

El Colombiano, 15 de junio

sábado, 14 de junio de 2014

Tributo al debut de Colombia en Brasil 2014

Soneto al calcio de Florencia en 1680

Esta batalla que arde ante tus ojos
bajo un cielo tan gris que aja la tierra,
guarda tanto del arte de la guerra
que aun siendo juego, temes los despojos.

Aquí están el guerrero, su armadura,
la maestría que enfrenta al enemigo,
y eres solo el agónico testigo
del arte de su pie y de su figura.

Valor, astucia: tan solo esto hallas
mientras rueda la bola por el campo
llevada por guerreros irreales.

Y siendo solo un juego estas batallas,
de guerra y de verdad hay tanto, tanto...
que parecen fingidas las reales.

Lorenzo de Filicaja. Trad. Miguel Serrano
Referenciado por Juan Esteban Constaín

jueves, 12 de junio de 2014

Lo mismo

Aunque llevo tres semanas rumiando el probable escenario colombiano para el 15 de junio y, sobre todo, para el 16 de junio y las semanas siguientes, y el 7 de agosto y los cuatro años siguientes, me sorprendió una columna de El País de Madrid, escrita por alguien desconocido para mí: un señor Gustavo Palomares, presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos y catedrático Jean Monnet en la UNED. Un europeo, debe suponerse.

Desde la distancia, el señor Palomares coincide conmigo. Entre Santos y Zuluaga "todo queda en familia", y probablemente ni siquiera haya diferencias significativas respecto a los acuerdos con la guerrilla: "paz sí, pero no". (Leer el artículo completo aquí: http://elpais.com/elpais/2014/06/11/opinion/1402508000_603739.html).

Esta semana Cecilia López (El Tiempo, 10.06.14) advertía sobre 16 años más de uribismo, considerando que ya llevamos 12. Al final de su columna se asustó, como casi todos, y dijo que votaría por Santos. A mí los 16 años más de uribismo no me cuadran. Pueden ser 12: 4 más de Santos y 8 de Vargas Lleras; o los 8 de Zuluaga; sin contar los gallos tapados.

miércoles, 11 de junio de 2014

Blanco

Hace 180 años Alexis de Tocqueville sentenció: “no son los colores, son los matices los que más combaten entre sí”. Este aserto cabe perfectamente en la actual coyuntura. En la primera vuelta por la presidencia naufragaron azul, amarillo y verde; subsistieron dos agrupaciones peregrinas, con distintivos multicolores y logos fugaces. Y allí entre estos matices se desató la lucha feroz que presenciamos y que no cesa.

Hace 105 años el pensador boyacense Carlos Arturo Torres usó la observación de Tocqueville para criticar duramente la intolerancia política y para propender por la concordia. Y, libro aparte, lo hizo tendiendo puentes entre la herencia de Rafael Reyes y sus sucesores. Torres goza de poco aprecio y baja circulación en un país que festeja los desafueros y las visiones maniqueas.

La pugna entre los matices de la Unidad Nacional y el Centro Democrático se ha enervado artificialmente en un intento por ocultar que ambos tienen la misma genética, el mismo temperamento, pero distintas comparsas. Se equivocan quienes creen que los sentimientos de los dirigentes no juegan un papel importante en las trayectorias de sus agrupaciones políticas. De no mediar este conflicto emocional, Santos podría ser ministro de defensa o de comercio de Zuluaga y Zuluaga ministro de hacienda o de salud de Santos.

Que la disputa haya seducido al 40% del electorado y al 99% de los formadores de opinión no la hace más genuina. La miseria del debate político no ha sido superada por los argumentos que ofrecen los analistas y columnistas. Las personas calmas y cerebrales que conocíamos han mostrado la potencialidad que tenían para el ataque personal cayendo en la demonización de Uribe y Santos, y augurando apocalipsis después del 15 de junio.

El país se llenó de supersticiones y suposiciones, y desde allí se aprueba y se condena sin desparpajo. El ciudadano común se ha comprometido fervorosamente en esta lucha sin razonabilidad pública alguna. En una elección que resultará muy cerrada –si los encuestadores no andan despistados– la inversión psíquica que el ciudadano común ha puesto en la campaña puede dejar secuelas peligrosas para la cohesión de nuestra sociedad. Hacia allá han llevado las aguas la dirigencia política, algunos grandes medios y los intelectuales que eligieron convertirse en misioneros.

En este contexto el voto en blanco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales tiene sentido. Tiene sentido desde la ética de la convicción, que es la única que se le debe exigir al votante. Tiene sentido político como mensaje a la dirigencia nacional, si esta fuera capaz –como la europea hoy– de escuchar el mensaje detrás de los votos que no los acompañan. Tiene sentido cultural porque podría mostrar que en el país existen reservas para promover la confianza y la cooperación. El blanco es una opción para votar sin taparse la nariz.

El Colombiano, 8 de junio

miércoles, 4 de junio de 2014

Búsqueda de reconciliación

Los resultados de las elecciones del domingo pasado son fallidos para la democracia colombiana en dos sentidos: respecto a lo que se espera que produzca un sistema electoral abierto y competitivo, y respecto a lo que desde una perspectiva de inclusión y cohesión podría desearse.

De la ciudadanía habituada a votar en los últimos 20 años, un 10% sobre el promedio decidió abstenerse y un 4,25% decidió votar en blanco. Esto significa que cerca de un 15% de los colombianos que acudieron regularmente a las urnas entre la segunda vuelta de 1994 y la de 2010 se sintió repelido por las condiciones y por las ofertas políticas que se hicieron durante la campaña.

De otro lado, la configuración que arrojan los resultados electorales estrechó las opciones viables de nuestro sistema político. Los tres movimientos más votados, Centro Democrático, Unidad Nacional y Partido Conservador, se mueven dentro del mismo registro ideológico, con pequeñas diferencias de matices entre ellos y con banderas claramente regresivas respecto a las que enarbolaban en 1994, por ejemplo, el Partido Liberal y el Movimiento Social Conservador.

Lo más preocupante de todo es que, si la dinámica política mantiene los rasgos centrales de los últimos cuatro años, el país se habría acabado de condenar a una polarización larvada que amenazaría los procesos de largo plazo que necesitamos para la paz y el desarrollo.

El descuido más evidente al que estamos sometidos es el de creer que un acuerdo con las Farc puede conducir a una paz sostenible sin resolver la confrontación radical entre los dos bloques clientelistas más poderosos. La evidencia internacional muestra hasta la saciedad que los acuerdos con los grupos armados requieren como premisa un acuerdo fundamental en el campo civil y democrático. En El Salvador la paz incluyó a Arena, en Irlanda del Norte a los protestantes y en Sudáfrica a los blancos.

Pero no hay que ir tan lejos. La propia experiencia colombiana indica que nuestro camino para producir periodos de estabilidad y tranquilidad ha sido el de la concertación y los acuerdos entre sectores enfrentados del espectro político. Es el caso de la Unión Republicana en 1910 cuyos efectos se reforzaron con la Concentración Nacional en 1930, en el primero alrededor de la figura de Carlos E. Restrepo y en el segundo de Enrique Olaya Herrera. Como lo fue también el de los acuerdos del Frente Nacional que tuvieron como protagonistas al ensalzado Alberto Lleras y al vituperado Laureano Gómez.

De esta manera nos encontramos con que la contienda electoral no logró superar, a través de una tercería, el conflicto corrosivo entre dos matices radicalizados. Pensando con el deseo, cabría confiar en que algunos sectores civiles en el país tomen la iniciativa para propiciar este necesario acuerdo básico o que el nuevo gobierno recapacite y lo promueva.

El Colombiano, 1 de junio.

lunes, 2 de junio de 2014

Blanco sin miedo

No es bueno apresurar calificativos sobre la política del miedo que está imperando en esta campaña electoral (Mauricio Vargas la califica de "fascista", El Tiempo, 01.06.14). Pero es innegable que ella existe. De hecho, uno de los principales argumentos de personajes democráticos y sensibles es el del "mal menor"; por supuesto, sin explicación ni juicio alguno sobre los "daños colaterales" que la teoría del mal menor implica.

El miedo ha sido cuidadosamente creado por los medios de comunicación al servicio de la Casa de Nariño. En la descripción de Andrea Greppi (La democracia y su contrario): “El poder de la opinión" debido a "la transformación de la información en entretenimiento, la utilización sistemática del escándalo y el miedo para condicionar la atención del espectador, auténticas armas de persuasión y destrucción masiva, la comprensión de los lenguajes y el efecto deseducativo de la imagen sin concepto" (Cit. José María Lasalle, El País, 02.06.14). Se trata de un fenómeno contemporáneo usado acá en provecho del gobierno. No de otro modo se explica que el informe de Cinep sobre falsos positivos y el tratamiento de la protesta social en este gobierno haya sido silenciado.

El miedo, obviamente, ha sido utilizado por las dos campañas dominantes. Apelando a la emocionalidad, desde la campaña de Zuluaga y de Santos se buscó la trasformación del odio en miedo. Del odio a las Farc en miedo a Santos como un (¡increíble!) nuevo Chávez; del odio a Uribe en miedo a Zuluaga como (¡increíble!) un nuevo Hitler. La primera derrota es para la deliberación política.

El voto en blanco será un acto de resistencia ante la ofensiva de estos sectores de la clase política que creen que en Colombia se puede jugar impunemente con las emociones del odio y del miedo.