El historiador anglo-colombiano Malcolm Deas estuvo la semana pasada (26.12.14) en la Universidad Eafit hablando de varias cosas, entre ellas la situación colombiana desde la perspectiva del último medio siglo. El profesor Deas llegó a Colombia por primera vez en 1963 y esbozó algunas líneas sobre los grandes cambios en la sociedad colombiana desde ese entonces hasta ahora.
Uno de los cambios que expuso tiene que ver el crecimiento desmesurado del consumo o, mejor, con el consumismo masivo que nos caracteriza y que tiene una doble faz: de un lado, devela el mejoramiento creciente de las condiciones sociales y el ensanchamiento de la clase media; del otro, una falta de perspectiva respecto al manejo de la economía familiar. Ya un informe internacional mostró hace unos meses que el colombiano promedio no sabe manejar el dinero. No ahorra y –según se ve– se gasta la plata en pólvora.
A gran escala, a nivel social, este fenómeno adquiere otros ribetes y es llamado por el periodista Evan Osnos “la era de la ambición”, en el libro ganador del National Book Award de 2014. Como se sabe, en el ámbito anglosajón la ambición es un rasgo personal positivo en tanto denota la capacidad de actuar para el cumplimiento de las metas personales. Sin embargo, el análisis de Osnos apunta a un cambio consistente en que esa pulsión por la riqueza o el poder parece hacer perdido su norte y que, ahora, el dinero, la posición y la fama se buscan por sí mismos. La palabra precisa es codicia y significa acumular por acumular.
En Colombia, la codicia también ha explotado y, como dice el refrán, está rompiendo sacos. Pablo Escobar intentó ocultar su codicia ejerciendo la caridad, imitando el reflejo típico de los empresarios tradicionales, analfabetos en cuestiones sociales. El empresario tradicional cree que si primero tumba y después da limosna, entonces empata. Tomás Jaramillo y Juan Carlos Ortiz –los playboy de Interbolsa– ni siquiera se tomaron el trabajo de hacer caridad; se dedicaron a comprar yates, equipos de fútbol y a sacar sus reinas esposas a cruceros mensuales con cargo a los ahorradores. A las empresas de papel higiénico no les bastaba su tajada del mercado sino que manipularon los precios para aumentar sus ganancias y, seguramente, las primas de sus ejecutivos.
El capitalismo necesita del empuje de los ambiciosos para producir más y mejor, para generar riqueza y expandirla, pero el problema es que la ambición sin claridad de fines, especialmente de fines vinculados con el interés general de la sociedad, socava las bases de cooperación, legalidad y convivencia que él mismo requiere. Como dice David Brooks, comentado a Osnos, “para sobrevivir, el capitalismo debe integrarse en una cultura moral… que le ofrezca una escala de valores basada en razones morales, no monetarias” (“The Ambition Explosion”, NYT, 27.11.14).
El Colombiano, 7 de diciembre
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