El Presidente de la República abrió una caja de Pandora cuando dijo en una entrevista que consideraba que el narcotráfico podía tratarse como delito político. Una vez cerró la boca, medio país se lanzó a opinar, con más visibilidad la habitual comisión de aplausos de la Casa de Nariño. Que sí, que cómo no, qué claro, el narcotráfico es muy político. Ningún imberbe entre ellos: gentes que pedían lanzar al océano a los paramilitares, gentes que no le bajan a Pablo Escobar de monstruo. Eso dijo el Presidente el lunes; el martes dijo lo contrario. “Santos dice que no aceptará el narcotráfico como delito político” (El Tiempo, 09.12.14). La comisión de aplausos quedó viendo un chispero.
Entre el alud de comentarios suscitados por las ocurrencias presidenciales, apareció este de Andrés Hoyos: “Sólo una persona muy despistada, fanática o de mente colonizada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos o subproductos con ganancia a terceros es comparable a masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles o llenar una vereda de minas quiebrapatas, entre otras conductas espantosas” (El Espectador, 09.12.14).
Este párrafo, en realidad tiene más sentido así: Sólo una persona muy despistada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos no implica, también, masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles, entre otras conductas espantosas. El narcotráfico en Latinoamérica –desde el Río Grande hasta la Patagonia– no es solo una industria (sembrar, cosechar, procesar, vender) sino también una empresa criminal (masacrar, asesinar, poner bombas).
Pero no se trata solo de dinero y violencia. Como señala el profesor Gustavo Duncan en su libro Más que plata o plomo (Debate, 2014), el narcotráfico establece regulaciones sociales y produce poder social y poder político que amenaza y compite con el poder del Estado. En ese sentido, la guerra contra las drogas no es –como suele plantearse de modo ingenuo– tanto contra la difusión de unas sustancias más o menos dañinas, sino más bien contra el desafío a las reglas y al poder estable y legítimo de un país. En Colombia, ese nudo entre dinero, violencia y poder es imposible de desatar. El narco puro no existe. Y en ese nudo quedaron atrapados muchos sectores políticos, económicos, periodísticos y de la iglesia católica.
Esta columna debía ser publicada el 28 de diciembre, que cae domingo. Pero la oportunidad obliga. Hablar de mariguana medicinal, legalización, narcos buenos y malos, es seguir viviendo en la edad de la inocencia y eludiendo el meollo del asunto.
El Colombiano, 14 de diciembre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario