Como se sabe hoy es el Día de los Inocentes. Día cuyo origen se ha perdido en la memoria popular y en el que lo único que se conserva son las inocentadas. Los engaños inteligentes basados en premisas verosímiles y hechos por personas creíbles que hacen quedar como un tonto a la persona que recibe de buena fe la información. La inocentada se institucionalizó sobre todo en los medios de comunicación.
Pero si la definición planteada es correcta, no está bien que dejemos solo el 28 de diciembre como celebración de los inocentes. Si la definición es correcta en todos los días del año, del primero al último, nos hacen pasar por inocentes. Cada día personas creíbles como el presidente de la república y demás gobernantes, jefes eclesiásticos y directores de medios, columnistas de prensa y miembros de la farándula, engañan al público.
Hace dos años, por ejemplo, el Presidente y el ministro de Hacienda hicieron una fiesta y una promesa. La fiesta fue, dijeron, porque la economía colombiana ya era más grande que la argentina; la promesa fue que harían una reforma tributaria técnica porque el país no necesitaba dinero. Bueno. Nada resultó cierto. Hicieron malabares contables un día, para tapar al otro que Argentina sigue siendo más rica que Colombia. No pasó una luna nueva antes que tuvieran que admitir que los programas gubernamentales estaban desfinanciados. Ahora nos aprobaron otra reforma tributaria, ampliamente criticada por expertos y empresarios.
Hace casi tres meses, por ejemplo, el sector judicial colombiano está en paro. Casi no se nota. El país mantiene se anormal normalidad aunque una de las ramas del poder público no funciones, las tasas de homicidio incluso bajan y las fiestas de fin de año se pudieron hacer con relativa tranquilidad. Pero los jueces nos hacen pasar por inocentes. Un día se despiertan animados, burlan el paro y van al despacho a liberar al Turco Hilsaca o a darle la casa por cárcel a Carlos Pesebre. Libre solo queda el gran delincuente.
Hace quince días, por ejemplo, la periodista María Elvira Bonilla –con un cuarto de siglo de experiencia y tres premios Simón Bolívar en la sala, según su perfil– nos contó la romántica historia de su encuentro con Pablo Catatumbo, el comandante de las Farc, en los jardines del Hotel Nacional en La Habana, mirando la belleza del Caribe en el horizonte y, tal vez, imaginando a Miami detrás del mar. Y nos quiso convencer de que la violencia de las Farc se produjo por “imperativos circunstanciales”, “equivocaciones”, pero “con ideales y sueños” (El Espectador, 14.12.14).
Tal vez sea mejor dejar el 28 de diciembre como celebración de los que no se dejan meter los dedos a la boca. Para los inocentes quedan los restantes 364 días del año y de todos los años.
El Colombiano, 28 de diciembre.
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