lunes, 29 de agosto de 2022

Sobre un editorial

El filósofo belga Chaïm Perelman (1912-1984) estableció una distinción entre lo racional y lo razonable. Lo racional está ligado a criterios de verdad y coherencia, lo razonable al campo de aceptabilidad que elabora la sociedad. El profesor español Bernat Castany hizo, recientemente, una defensa de la política que merece reproducirse y de la que, por ahora, destaco dos ideas: “las verdades de la política son pragmáticas e incompletas” y su ámbito es el “de la ambigüedad, el diálogo y la concesión” (“Pequeñas grandes esperanzas”, El País, 21.08.22). En términos de Perelman, lo razonable es el rasgo más saliente de la política y, en cualquier caso, de la política democrática liberal.

Cuando se habla acá de política no se refiere solo a lo que hacen los políticos profesionales, se alude a la política como actividad necesaria e imprescindible de toda sociedad. Ello implica un entramado de demandas al ciudadano y al funcionario que, a su vez, exigen una formación interminable que pasa por aprender a leer y escribir, desarrollar las capacidades argumentativas y conocer el ámbito normativo, moral y legal, en el cual inscribir una forma de trato y de enunciación de un juicio. Uno habla en general de ciudadanos y funcionarios pero, en términos más específicos, lo que se plantea como un deber vago —como una ilusión republicana, digamos— se convierte en una obligación para el mandatario, el juez, el periodista —así no se crea en los tiempos que corren—, la obligación de formular sus opiniones, relatos y mandatos en términos razonables.

Esta breve disertación no obedece solo a motivos magisteriales; los motivos son políticos y tienen que ver con la notable dificultad de la esfera pública colombiana, especialmente de los grandes medios de comunicación y de los intelectuales conservadores para encontrar un lugar y una forma de expresión ante un gobierno casi inédito. Que no lo es, porque antes estuvieron López Pumarejo, progresista; Lleras Restrepo, acusado de socialista; Belisario, expósito. Esta dificultad es comprensible puesto que se trata de agentes con poca experiencia en el arte de la oposición leal.

Muestra de ello es el editorial de El Colombiano titulado “¿Qué le pasa al Presidente?” (21.08.22). El motivo del texto fue la ausencia del presidente a dos reuniones importantes, asunto cuya trascendencia o prioridad es muy cuestionable, y, después de especulaciones sobre la salud del mandatario, arrima la conclusión de que “los desplantes o llegadas tarde” son “un comportamiento propio de déspotas”, frase resaltada en la edición. Es evidente que el editorialista no consultó el diccionario de la lengua y, mucho menos, uno de política. Tampoco se interesó por el pragmatismo del enunciado pues la respuesta que se ofrece en nuestro contexto ante el despotismo es la rebelión: la discutió Aquino, la respaldó John Locke y la promovieron Thomas Jefferson y Epifanio Mejía (“Forjen déspotas tiranos”, ante lo que se pide “empuñar en sus manos la lanza”). El editorial incumplió las reglas de lo racional y lo razonable.

El Colombiano, 28 de agosto.

lunes, 22 de agosto de 2022

Quién dijo miedo

“Posiblemente no estoy guardando el luto que se nos ha decretado desde el 19 de abril”. Eso dijo Álvaro Gómez Hurtado durante el IV Congreso Nacional de Economistas que se realizó el 26 de junio de 1970, apenas dos meses después de las elecciones presidenciales que supusieron un tremendo susto para la dirigencia nacional. Era claro que Rojas había ganado y que la “amenaza populista” seguiría pendiendo sobre el país. Estaban a su lado, como ponentes, Belisario Betancur, Alfonso López Michelsen y Alfonso Palacio Rudas. Pensando y guiando a los partidos y a la opinión.

Todos vieron el ascenso de la Alianza Nacional Popular como el resultado de una serie de fallas estructurales en el régimen político colombiano. Gómez: “Es la conciencia [de las masas populares] de haber agotado las posibilidades próximas de progreso lo que despierta el desamor por el sistema”. Palacio: [Hay que] compenetrarse con sus necesidades [de las masas] y actuar en nombre de aquellos intereses e ideales de los cuales el pueblo ha tomado conciencia”.

¿Por qué se distanciaron los dirigentes de la población? López: “En vastos sectores de los partidos liberal y conservador se ha sustituido la política de tema por la política de contactos, de entrevistas, de comidas”. Gómez: porque “los partidos que carecían de toda capacidad decisoria no estaban en posibilidad de suscitar solidaridad eficaz con el sistema” y el “poder lo ejerce el sector económico”. Palacio: cuando la tecnocracia “dilata su predominio sobre la actividad estatal se van aflojando los resortes democráticos… la tecnolatría conduce con pasos gigantescos a la abolición de la democracia”. Betancur: “En Colombia el Estado, a pesar de una que otra altanería a veces contraindicada, es prisionero de los grandes intereses o por lo menos les teme”.

¿Qué hay que hacer? Gómez: “Va a ser necesario hacer grandes cosas en beneficio de las clases desposeídas, que seguramente causarán pavor entre quienes tiene intereses creados; será necesario contemplar cierta tolerancia en la rigidez de la ortodoxia monetaria si lo que está en juego es la posibilidad de establecer la enseñanza gratuita y obligatoria”. López: “Solo respondiendo al desafío de la circunstancia presente con una política de capitalización y producción que, a la vez sea tangible para los consumidores, podemos hacer frente a un populismo que se alimenta de la frustración popular”. 

¿Cómo hacerlo? Álvaro Gómez: “Frente a esas masas no se puede tener una actitud mojigata, que conduzca a rasgarse las vestiduras y a lamentarse lastimeramente. Tampoco se justifica el agravio o el desafío. Todo ello sería exhibir un complejo de inferioridad harto perjudicial… su descontento es una actitud respetable que puede ser el principio de una conducta constructiva. Su análisis puede y debe ser para nosotros una lección… Nada que conduzca a ese resultado [dos naciones enemigas] puede propiciarse: ni la obsesión por la ley y el orden, ni ‘el macartismo’, ni del otro lado, la irresponsabilidad verbal, ni menos aún, la violencia”.

El Colombiano, 21 de agosto

lunes, 15 de agosto de 2022

Antioqueñidad

Al presentar su informe sobre Medellín al virrey Amar y Borbón, en 1808, José Manuel Restrepo y Salvador Madrid se desviaron de su propósito para quejarse de los “más de 500 vagos cuya sola ocupación es vegetar, robar los frutos ajenos y fomentar todos los vicios”. Desde luego, la queja indicaba la intención de las élites criollas de promover la honradez y la laboriosidad, entre otras cualidades y conductas, un propósito general de las sociedades modernas.

Y es que la personalidad de los tipos humanos, en este caso el antioqueño, es cambiante, nada fijo como suele creerse que en el imaginario popular: no siempre hemos sido aseados y madrugadores, ni todos. Algunos estudiosos se han ocupado con cierto detalle de estos cambios en el comportamiento social, lo que el sociólogo Norbert Elias (1897-1990) llamó “el proceso de la civilización”. Para nuestro caso, destaco al sociólogo caleño Alberto Mayor Mora (1945-2021) y al historiador Jorge Mario Betancur.

De Betancur, la Universidad de Antioquia acaba de publicar la tercera edición de su libro Moscas de todos los colores, una historia del barrio Guayaquil durante el primer tercio del siglo pasado. El libro se despliega alrededor de 46 verbos que, a la vez, se agrupan en cinco capítulos: nacer, civilizar, gastar, morir y amar. Diría que la investigación gira sobre el segundo de ellos, civilizar. Precisos los títulos; el modo de ser se define por la acción y por el pulso de ella, cuando decae, se estanca o se cataliza. Una muestra de las maneras de las que se ocupa el autor es el contenido del capítulo “Civilizar”: botar, cagar, hostilizar, sentir, lavar, calzar, sangrar, mendigar, prostituir, enloquecer, invadir, negrear, dar, mandar, desobedecer.

Se puede decir que el esfuerzo civilizatorio discurría por las disposiciones oficiales como la orden para que cada hogar limpiara la calle y el caño del frente dos veces a la semana, por ejemplo, por el control social que oscilaba entre quejas y peticiones a las autoridades o iniciativas privadas como la construcción de letrinas en casas y locales. El caso es que Guayaquil terminó siendo el teatro de un revés civilizatorio en Medellín; las franjas ricas y educadas de la ciudad lo abandonaron. En mi adolescencia el adjetivo “guayaquilero” abarcaba los peores significados, algunos de los cuales se ilustran con aquellos verbos elegidos por Betancur.

Esta orientación social era compartida por los sectores tradicionalistas y por los modernos. Muchos de estos asuntos de cortesía expresan objetivos morales, sociales y políticos, como afirma la filósofa Karen Stohr (On manners, 2011). La diferencia clásica consiste en que el método preferido de los tradicionales es la represión y el de los progresistas la educación. Otra cosa son las fuerzas disolventes de la sociabilidad, como si los vagos, mendigos y ladrones de los que se quejaban Restrepo y Madrid se hubieran organizado y constituyeran un poder gravitante.

Señor gobernador: Andes y Jardín están a punto de quedar aislados por vía terrestre.

El Colombiano, 14 de agosto

lunes, 8 de agosto de 2022

El poeta en su tierra

Cada año, desde 2017, celebramos a los escritores de las tierras del Citará, las que están entre el río Cauca y los Farallones, en el encuentro que llamamos Narrativas pueblerinas. Nos juntamos en Jardín para conocer y reconocer a quienes ayudan a colmar el catálogo de las letras colombianas y antioqueñas desde este pequeño país que une los Andes con el Pacífico. Esta descripción corresponde, sin abusos, a la que desplegó Jaime Jaramillo Escobar en su poesía.

Jaramillo le canta al Cauca y canta historias que se deslizan entre Urrao y Jardín, por pueblos, caseríos, quebradas y montes sin nombre, interpelando a negros, indios y mestizos, sin falsas hazañas ni bucolismos. Allá, como dice uno de sus versos, “en aquellas montañas donde tantas gentes viven pero no se ven”. Nació en Pueblorrico y después de mucho andar —hay varios versos de la errancia— volvió a Medellín, donde murió el año pasado.

Recordamos su voz impostada, parado en las jardineras del Parque Bolívar, confundido con la barahúnda de predicadores que competían por auditorios ralos. A no ser que sea una falsa evocación que intenta cumplir con su declarada voluntad de llevarle la poesía al pueblo. “Es la voz del yo colectivo”, dice de él Darío Jaramillo Agudelo, “una voz rabiosa, iracunda, reivindicativa y dura. Pero también una voz alegre, llena de colores, de frutas, de paisajes, de historias”. Voz que contrasta con la de sus conversaciones y gestualidades tranquilas, francas, simples, que atribuía —le dijo a Clara Marcela Mejía— a su crianza pueblerina.

El fin de semana venidero, de viernes a domingo, estaremos con Eduardo Escobar y Patricia Arroyave, Mónica Quintero y Fernando Mora, Javier Gil y Claudia Ivonne Giraldo, Gisela Fernández y Majagua Ensamble, conversando, declamando, cantando a Jaime Jaramillo Escobar. Será en el Teatro Jardín, con el apoyo tradicional de Comfenalco, la Escuela de Música de Jardín y la Universidad Eafit.

Leer, cantar, escuchar, también pintar, componer, escribir, son modos de ampliar el mundo y de ser más uno mismo. Así puede interpretarse uno de sus poemas donde afirma, contra todos los lugares comunes de la contemporaneidad: “Tal parece que el mundo se ha vuelto estrecho, que no hay lugar para ser nosotros mismos, como hemos sido siempre”.

Si el poeta quisiera volver a Altamira, Pueblorrico o Andes tendría que resucitar a su caballo Palomo Jaramillo. Si acaso para bestia están las vías del suroeste antioqueño. Y no es solo el invierno, es la displicencia de las autoridades. Once pérdidas de banca, seis que le corresponden a la Gobernación de Antioquia y cinco al Invías; los huecos incontables acumulados desde el 2015, los deslizamientos viejos y los de las lluvias que no cesan desde hace dos años. Solo protestan el alcalde de Titiribí y unos pocos campesinos de San José, ¿no hay más alcaldes? ¿qué hacen los personeros? Y no hay ciudadanos, solo conductores que pagan el peaje.

Vayan y nos echamos más peroratas al estilo del poeta.

El Colombiano, 7 de agosto.

miércoles, 3 de agosto de 2022

El sitio de los ángeles

El sitio de los ángeles


Cuidado, ciudadano,

por el parque pasan ángeles

que ponen en peligro las estrellas y el reloj.

Habitan las derrotas,

los colores desusados,

habitan el olvido y el dolor.


Sálvalos en tus sueños,

cúralos con tu risa,

dales la sal del día,

y déjalos volar.

Que puedan andar

por todas las calles,

que para sus barcos sirva este mar.

Que puedan amar

desnudando el mundo con su aletear.


Cuidado, ciudadano,

por el parque pasan ángeles

que intentan asustar a las estrellas y el reloj.

Habitan las derrotas,

los rincones desusados,

habitan el olvido y el dolor.


Y si tú no los sueñas,

se apagarán sus alas,

se aburrirá esta luna,

se aburrirá este sol, este sol.

Que puedan andar

por todas las calles,

que para sus barcos sirva este mar.

Que puedan cantar;

las estrellas tienen raíces ya.


Letra: Ada Elba Pérez

Canta y musicaliza: Liuba María Hevia

lunes, 1 de agosto de 2022

Medellín crepuscular

¿Cómo está Medellín hoy en calidad de vida? Una de las respuestas fue ofrecida esta semana por Medellín cómo vamos en su informe para 2021. De la síntesis que hizo Luis Fernando Agudelo, su director, puede deducirse que la alcaldía se ensañó contra los sectores más vulnerables de la población, principalmente niñez y juventud. Veamos: la desnutrición crónica entre menores de seis años aumentó y es la más grave desde 2014, cuatro de cada cinco estudiantes desertores estaban en primaria (2020), solo la mitad de los jóvenes con la edad para estar en décimo y once grados estaban matriculados, nuestros estudiantes obtuvieron los peores resultados de las seis principales ciudades en las pruebas Saber 11 (colegios públicos y privados). 

Medellín no logra avanzar en la lucha contra la pobreza. En 2021 registró los niveles más altos de pobreza extrema en 10 años (27,6%) y sus políticas públicas en esta materia son las menos eficaces de las 24 ciudades que integran la Red de ciudades como vamos; catorce de los 15  componentes de la pobreza multidimensional (menos salud) empeoraron entre 2019 y 2021. Los jóvenes, especialmente mujeres, son los más afectados por el desempleo; el desempleo de hombres jóvenes es superior en más de cuatro puntos a la tasa de la ciudad, pero la diferencia entre hombres y mujeres es de seis puntos. 

De por medio, por supuesto, hay un enorme problema de gestión pública. Medellín aumentó el recaudo de impuestos y recibe de Empresas Públicas el equivalente a una cuarta parte del presupuesto municipal, sin embargo los recursos destinados a la atención de grupos más desfavorecidos sigue estando en los niveles prepandemia. Por ello no extraña que solo el 6,1% de la población afirme haber recibido ayudas de asistencia social de instituciones públicas o privadas, el menor porcentaje entre 24 ciudades, la mitad que en Bucaramanga y un tercio que en Cali. Más dinero y menos inversión social muestran que hubo otras prioridades. La multitud de denuncias por corrupción deben servir de explicación a este desfase.

Como he insistido, parte de este declive viene desde antes. La atención en primera infancia decayó desde 2015 y el programa Buen Comienzo se deterioró desde 2012, los programas de fomento a la lectura empeoraron desde 2017; la tasa de homicidios subió desde 2015, cuando Medellín logró una tasa histórica de 20,1, y las reducciones de 2020 y 2021 son imputables a las cuarentenas y al encierro voluntario de la gente. El agravamiento de las condiciones ambientales es creciente y se remonta a comienzos de siglo. Otros elementos que no recoge el informe, como el aumento en el suicidio o la explotación sexual corresponden a tendencias de mediana duración.

Pero no toda la realidad social puede aprehenderse a través de las estadísticas. La intelectual bogotana Carolina Sanín afirmó, en un mensaje que reprodujo El Colombiano el 22 de julio: “Vengo cada año, y cada año es más impresionante la degradación. Qué tristeza”.

El Colombiano, 31 de julio