Cada año, desde 2017, celebramos a los escritores de las tierras del Citará, las que están entre el río Cauca y los Farallones, en el encuentro que llamamos Narrativas pueblerinas. Nos juntamos en Jardín para conocer y reconocer a quienes ayudan a colmar el catálogo de las letras colombianas y antioqueñas desde este pequeño país que une los Andes con el Pacífico. Esta descripción corresponde, sin abusos, a la que desplegó Jaime Jaramillo Escobar en su poesía.
Jaramillo le canta al Cauca y canta historias que se deslizan entre Urrao y Jardín, por pueblos, caseríos, quebradas y montes sin nombre, interpelando a negros, indios y mestizos, sin falsas hazañas ni bucolismos. Allá, como dice uno de sus versos, “en aquellas montañas donde tantas gentes viven pero no se ven”. Nació en Pueblorrico y después de mucho andar —hay varios versos de la errancia— volvió a Medellín, donde murió el año pasado.
Recordamos su voz impostada, parado en las jardineras del Parque Bolívar, confundido con la barahúnda de predicadores que competían por auditorios ralos. A no ser que sea una falsa evocación que intenta cumplir con su declarada voluntad de llevarle la poesía al pueblo. “Es la voz del yo colectivo”, dice de él Darío Jaramillo Agudelo, “una voz rabiosa, iracunda, reivindicativa y dura. Pero también una voz alegre, llena de colores, de frutas, de paisajes, de historias”. Voz que contrasta con la de sus conversaciones y gestualidades tranquilas, francas, simples, que atribuía —le dijo a Clara Marcela Mejía— a su crianza pueblerina.
El fin de semana venidero, de viernes a domingo, estaremos con Eduardo Escobar y Patricia Arroyave, Mónica Quintero y Fernando Mora, Javier Gil y Claudia Ivonne Giraldo, Gisela Fernández y Majagua Ensamble, conversando, declamando, cantando a Jaime Jaramillo Escobar. Será en el Teatro Jardín, con el apoyo tradicional de Comfenalco, la Escuela de Música de Jardín y la Universidad Eafit.
Leer, cantar, escuchar, también pintar, componer, escribir, son modos de ampliar el mundo y de ser más uno mismo. Así puede interpretarse uno de sus poemas donde afirma, contra todos los lugares comunes de la contemporaneidad: “Tal parece que el mundo se ha vuelto estrecho, que no hay lugar para ser nosotros mismos, como hemos sido siempre”.
Si el poeta quisiera volver a Altamira, Pueblorrico o Andes tendría que resucitar a su caballo Palomo Jaramillo. Si acaso para bestia están las vías del suroeste antioqueño. Y no es solo el invierno, es la displicencia de las autoridades. Once pérdidas de banca, seis que le corresponden a la Gobernación de Antioquia y cinco al Invías; los huecos incontables acumulados desde el 2015, los deslizamientos viejos y los de las lluvias que no cesan desde hace dos años. Solo protestan el alcalde de Titiribí y unos pocos campesinos de San José, ¿no hay más alcaldes? ¿qué hacen los personeros? Y no hay ciudadanos, solo conductores que pagan el peaje.
Vayan y nos echamos más peroratas al estilo del poeta.
El Colombiano, 7 de agosto.
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