lunes, 31 de octubre de 2022

Por el patrimonio

Durante la inauguración del Teatro Jardín, en 2019, Mary Luz Peláez protestó, invitó, advirtió, agradeció, todo a la vez, con su voz suave y su rostro sereno como siempre. El nuevo teatro municipal es en realidad una reconstrucción, adaptada técnicamente, del viejo lugar donde los  jardineños sufrimos y gozamos veladas y películas durante décadas. Un lugar que antes había sido un negocio y que algún delirante alquiló para llevar entretenimiento y cultura al último rincón del suroeste. Protestó Mary Luz por dos décadas de abandono, agradeció por la reconstrucción, invitó a que todos se hicieran responsables del patrimonio del pueblo y recordó que muchas personas y algunas entidades —sobre todo la Corporación Cultural de Jardín— aportaron su esfuerzo para que fuera posible la recuperación de ese espacio público. Las cosas marchan bien cuando cada cual hace lo suyo: el estado invirtió, un alcalde atinó entregando a Comfenalco la gestión, los paisanos hacemos de actores y público.

En Colombia, y más aún en cualquier pueblo, la conservación y rescate del patrimonio material y de la memoria cultural son proezas. Resignados a que nuestro país careciera de monumentalidad, las autoridades, el sector privado (esta semana celebran 50 años del Edificio Coltejer) y los pobladores nos acostumbramos a la destrucción de las pequeñas huellas físicas que iban dejando las sucesivas generaciones que construían ciudades, casas, templos, vías, talleres. El patrimonio no es prioridad ni hábito. Lo que subsiste obedece al ritmo espasmódico de la buena suerte: un funcionario público consciente, un empresario o un cura sensibles, un poblador que piensa en su comunidad. Esta enumeración pone de presente que todos podemos hacer algo, pero que no todos podemos hacer todo. La responsabilidad siempre es una función de la capacidad y del poder. Hay individuos y organizaciones que pueden destruir o construir más, y los hay que pueden destruir o construir menos.

Un ejemplo de lo que se acaba de decir es la tarea de cuidado y embellecimiento de los edificios religiosos de Jardín que ha emprendido el párroco Nolberto Gallego. La más notable de ellas, por ahora, es la remodelación de la capilla del beato Juan Bautista Velásquez que cuenta con el concurso de la diócesis de Jericó. La historia de la capilla la contó el escritor Mario Escobar Velásquez, sobrino del mártir, en una crónica que le tributa a su abuelo y a su mamá y que publicó Sílaba en el volumen Itinerario de afinidades (2015). Una capilla “a priori”, como dice Escobar, porque fue construida por el padre antes de que el joven fuera beatificado. Ahora se termina de embellecer en su sencillez. Tendrá en la espadaña un altorrelieve del artista local Felipe Giraldo. 

En noviembre será la ceremonia por la renovación. Faltará Mary Luz, quien murió el pasado 21. Faltará en el acto y ya hace falta en la cultura y la historia de Jardín con sus invocaciones al ejemplo, la tenacidad y el emprendimiento de los líderes cívicos.

El Colombiano, 30 de octubre



lunes, 24 de octubre de 2022

Empresarios y presidencia

La conducta del empresariado colombiano frente a la institución presidencial en Colombia ha sido normalmente acatada, al menos desde que se crearon los gremios actuales a mediados del siglo pasado. Hablo de las actuaciones públicas que son las que pertenecen en propiedad al ámbito democrático. Ese gobiernismo rutinario de los voceros gremiales se ha roto pocas veces desde entonces: contra Rojas Pinilla y frente a Samper. A Lleras Restrepo le hicieron repulsas silenciosas por su visión económica mientras ciertos editorialistas lo descalificaban dizque por ser socialista; a Belisario simplemente le hicieron el vacío.

El caso del gobierno de Ernesto Samper es llamativo porque no se trataba de una dictadura. En su momento el Consejo Gremial  Nacional se declaró en contra del gobierno y a favor de una salida institucional. Los grupos económicos optaron por vías distintas: Santodomingo, Sarmiento y en menor medida Ardila respaldaron al gobierno; los grupos Corona y Holguines promovieron soluciones extrainstitucionales (como un paro) y otras abiertamente ilegales; el Sindicato Antioqueño —que así se le decía— se opuso al gobierno, con la excepción de Argos presidida por Adolfo Arango. A nadie debe escapar el hecho de que la crisis política contribuyó en gran medida a debilitar la institucionalidad y que dio alas a la ofensiva de las guerrillas y los paramilitares. Llegó la peor etapa del conflicto armado colombiano entre 1996 y 2002.

Alguna vez, durante una conversación privada con Nicanor Restrepo Santamaría (1941-2015), surgió el tema de aquella coyuntura dramática que vivió el país y que conocemos con el nombre de Proceso Ochomil. Yo había expresado una opinión fuerte contra el gobierno de Samper y el doctor Nicanor me replicó diciendo que al país no le convenía la desestabilización de ningún gobierno. En sus palabras, en su tono y en sus gestos había un asomo de autocrítica por la posición que él y la gerencia que lo acompañaba asumió. En todo caso expresaba una convicción emanada de las turbulencias militares y económicas que se crearon durante esos años y que después se agravaron por factores externos como la crisis asiática y el negativo ambiente internacional para Colombia.

La lección que extrajo Restrepo, según mi interpretación, coincide con los acuerdos académicos sobre el régimen político colombiano y su presidencialismo. La solidez de la Presidencia es la condición que posibilita la estabilidad o inestabilidad del país; su calidad, decisiva para los avances y retrocesos. Las veleidades del inquilino de la Casa de Nariño deben estar sujetas a los controles que establece la constitución política y a los resultados de la deliberación pública. El exmagistrado José Gregorio Hernández constató la “exagerada y negativa actitud de la oposición extrema, que todo lo descalifica y ataca, sin mayor análisis, y sin argumentos” (“El papel del Congreso”, El Colombiano, 19.10.22). Esa inocultable intención de algunas personas con vocería por “hacer invivible la república” es irresponsable. Los que no debería ocurrir es que sectores empresariales se sientan tentados a correr semejante albur.

El Colombiano, 23 de octubre

lunes, 17 de octubre de 2022

Proteger al maestro

Una institución educativa rebautiza su teatro con el nombre de un exalumno; vivo. El exalumno dedica buena parte de su discurso de inauguración a honrar a sus profesores. Son dos actos poco comunes en nuestro medio; puedo decirlo después de más medio siglo de merodear el entorno educativo con uso de razón. Los edificios y facultades suelen llevar nombres de administradores y financiadores; los agradecimientos son institucionales y generales, cuando los hay, porque muchas veces solo hay autobombo: la reproducción de la falacia del "self-made man", el individuo hecho por su propio esfuerzo sin ayuda alguna y que no debe agradecer a nadie (Dios y la familia suelen aparecer en los discursos para limar un poco el narcisismo).

Son más raros en estos tiempos en que los educadores profesionales gozan de un prestigio bajo, más bajo aún que el de la educación. En el mundo la ideología del éxito rápido erosionó notablemente la ilusión educativa; en Colombia, el narcotráfico y el capitalismo político contribuyeron a deteriorarla. Paréntesis. El investigador de la cultura Renán Silva llama ilusión educativa a la idea de que la movilidad y el reconocimiento social provienen fundamentalmente de la educación. Éxito, fama, "likes" que se traduzcan en dinero es lo único que se valora y eso destruye el valor de la educación.

Más excepcionales aún fueron los argumentos de la institución y del alumno: se basaron en la idea de que vivimos una época en la que se ha vuelto urgente luchar por las libertades de opinión, expresión artística y cátedra. En este punto es necesario dar nombres: la institución fue la Duke Ellington School of the Arts de Washington DC y el egresado Dave Chapelle, el cómico estadounidense. El contexto fue la avalancha de críticas contra el humor ríspido de Chapelle que trata de ser censurado continuamente por todo tipo de intolerantes abanderados de buenas causas mediante malos medios. Ante esta situación la Ellington School tomó la valiente decisión de bautizar su teatro con el nombre del humorista. Contar más sería ahorrarles el discurso de Chapelle, no lo haré; véanlo (What’s in a name, Netflix).

En nuestro entorno se habla de educación pero no llega el día de hacer algo por ella y todos los días se escarnecen a sus protagonistas que son los maestros (que tenemos muchos defectos, pero no más que los de cualquier otra profesión). Del desprecio se pasó al insulto, del insulto a la amenaza y de la amenaza a la violencia. Esa fue la situación de algunos profesores de Eafit durante el paro nacional, de muchos educadores de secundaria durante las elecciones presidenciales y, recientemente, de mis colegas de la Universidad de Antioquia que quieren ser incinerados, literalmente, por un grupo fanático. Hechos aislados, se dirá, frase común derivada de los reflejos exculpatorios. La presión verbal o física no ha cesado en estos tres años. Cuando se trata de crimen y violencia ningún acto es menor ni debe ser subestimado.

El Colombiano, 16 de octubre

lunes, 10 de octubre de 2022

Pobre Antioquia

Antioquia acaba de esquivar un golpe que habría sido durísimo: la pérdida del 80% de los impuestos a vehículos, el debilitamiento de Corantioquia y el control del alcalde de Medellín sobre el ordenamiento territorial de los municipios. El congreso impidió que se aprobaran estas propuestas incluidas en el proyecto de ley que reglamentaría la figura de Medellín Distrito (Luis Fernando Agudelo, “Medellín depende de Antioquia”, El Colombiano, 26.09.22). Que quede claro; el golpe al departamento se lo iba a dar la ciudad. Aunque la respuesta automática a todo problema sea acusar a Bogotá, al gobierno nacional, gran parte de los males de las regiones y municipios antioqueños se deben a Medellín.

No se trata de ningún descubrimiento reciente. En 1973 Belisario Betancur dijo: “en el pasado nuestros padres y abuelos hicieron a Antioquia pensando en Antioquia; hoy la queremos hacer pensando en Medellín”; “es urgente que este avance de Antioquia no sea un fenómeno capitalino sin armonía ni congruencia, sino un todo simétrico” y, de modo dramático y premonitorio propuso “reconstruir los canales de su vitalidad provinciana [del departamento], si no quiere ver a Medellín que se convierte en un vampiro que la succiona para rodearse de espectros” (“Antioquia en busca de sí misma”). Puede decirse con bajo riesgo de exageración que la dirigencia regional se dedicó a Medellín y muy poco a las subregiones, que el avance departamental ha sido enorme en el centro y raquítico en la periferia y… bueno, Medellín se volvió el vampiro de los 115 municipios que están fuera del Valle de Aburrá (desde acá se chupan sus aguas, su energía, su oro, su dinero y su gente).

Desde esta perspectiva no es una buena noticia que el gobernador exprese su empeño en construir otra obra para el Valle de Aburrá (“Sueño con que el segundo túnel de Oriente esté en 2024: Aníbal Gaviria”, El Colombiano, 03.10.22). Cuando una administración con recursos escasos y grandes necesidades por resolver prioriza las inversiones en la capital es porque está condenando a las subregiones. La declaración del gobernador se da en medio de las impresionantes dificultades que está viviendo nuestra población debido a la mezcla de malas vías, intervenciones tardías y provisionales o franca inacción. Y se hizo después de que el Banco Mundial afirmara que “las redes viales secundarias y terciarias representan un cuello de botella clave en la mayoría de las áreas rurales, con una quinta parte de la red secundaria y un tercio de la terciaria calificadas como inadecuadas y sin pavimentar” (Juntos para un futuro mejor: actualización del Diagnóstico Sistemático de Colombia, p. 30). El diagnóstico del organismo multilateral enfatiza en el tema de las vías rurales por razones de productividad, equidad, lucha contra la pobreza y resistencia a los efectos del cambio climático.

Dos millones de antioqueños sueñan con tener vías decentes y, esperan —como esperaba Belisario— que las distancias con los habitantes de Medellín se recorten no que se amplíen.

El Colombiano, 9 de octubre

lunes, 3 de octubre de 2022

Discusión necesaria

El debate sobre el crecimiento económico que está colmando las páginas de opinión me tiene bastante sorprendido por varias razones: a) las ignoradas soluciones antiguas que ha tenido, b) la asunción dilemática, excluyente, que ha tomado, c) la ausencia de sentido constructivo.

De a) puedo decir que desde que un hombre llamado Jesús dijo que no solo de pan vivía el hombre parecía claro que la riqueza no lo era todo en la vida humana, más aún, que ni siquiera es un fin sino un medio para la vida buena o el bienestar. Adam Smith no añadió mucho a esta idea básica. Sobre b) no son pocos los que presentan el debate entre dos términos excluyentes (crecimiento o sostenibilidad), lo cual es una falacia lógica y práctica. Lo que conduce a que el debate (c) termine plagándose de prejuicios y contribuyendo a fomentar un ánimo pendenciero.

Por tanto, toca conversar —como dice el personaje de Denzel Washington en Philadelphia— como si fuéramos niños de cuatro años. ¿Tiene sentido que el debate sobre el crecimiento económico lleve cincuenta años? ¿Estaban locos el Club de Roma (Los límites del crecimiento, 1972) o Cornelius Castoriadis (El mito del desarrollo, 1979)? No. Como dijo Juan Camilo Quintero, “esta discusión con cifras y puntos de vista diversos nos puede ayudar a alcanzar soluciones y consensos” (“Regenerar sin tener que decrecer”, El Colombiano, 20.09.22).  

La conversación se aclara más cuando preguntamos qué quiere decir crecimiento. El crecimiento económico desde hace medio siglo, al menos, tiene un sentido específico que los economistas conocen como la maximización de la utilidad. Algunas de las críticas a la maximización de la utilidad se basan en los límites de la racionalidad, otras apuntan a que es insostenible en el tiempo por lo cual se hacen más recurrentes las crisis. Hay críticas morales como la que inauguró el papa León XIII y críticas económicas como las de la economista Deirdre McCloskey  que se ilustran con la elocuencia de títulos como Las virtudes burguesas o Por qué la economía no puede explicar el mundo moderno.

Un síntoma que debería llamarnos la atención se deriva de que dos de los pensadores contemporáneos que apoyaron en su momento las reformas de Reagan y Thatcher han elaborado un profundo cuestionamiento al neoliberalismo, el nombre que se le puso al modelo basado en la maximización de la utilidad. Ellos son Francis Fukuyama y John Gray. La economista Kate Raworth ha propuesto una solución general que dice así: debemos crecer lo suficiente como para garantizar una base de bienes básicos a todas las personas, que incluyen la libertad y la democracia, y no debemos crecer tanto que destruya nuestro hábitat. Puro sentido común expreso en el dicho “maldito el pájaro que se caga en su propio nido”.

El futuro del capitalismo pasa por su deslinde del neoliberalismo y la maximización de la utilidad. De lo contrario, dejará de tener viabilidad o, al menos, justificación.

El Colombiano, 2 de octubre