El debate sobre el crecimiento económico que está colmando las páginas de opinión me tiene bastante sorprendido por varias razones: a) las ignoradas soluciones antiguas que ha tenido, b) la asunción dilemática, excluyente, que ha tomado, c) la ausencia de sentido constructivo.
De a) puedo decir que desde que un hombre llamado Jesús dijo que no solo de pan vivía el hombre parecía claro que la riqueza no lo era todo en la vida humana, más aún, que ni siquiera es un fin sino un medio para la vida buena o el bienestar. Adam Smith no añadió mucho a esta idea básica. Sobre b) no son pocos los que presentan el debate entre dos términos excluyentes (crecimiento o sostenibilidad), lo cual es una falacia lógica y práctica. Lo que conduce a que el debate (c) termine plagándose de prejuicios y contribuyendo a fomentar un ánimo pendenciero.
Por tanto, toca conversar —como dice el personaje de Denzel Washington en Philadelphia— como si fuéramos niños de cuatro años. ¿Tiene sentido que el debate sobre el crecimiento económico lleve cincuenta años? ¿Estaban locos el Club de Roma (Los límites del crecimiento, 1972) o Cornelius Castoriadis (El mito del desarrollo, 1979)? No. Como dijo Juan Camilo Quintero, “esta discusión con cifras y puntos de vista diversos nos puede ayudar a alcanzar soluciones y consensos” (“Regenerar sin tener que decrecer”, El Colombiano, 20.09.22).
La conversación se aclara más cuando preguntamos qué quiere decir crecimiento. El crecimiento económico desde hace medio siglo, al menos, tiene un sentido específico que los economistas conocen como la maximización de la utilidad. Algunas de las críticas a la maximización de la utilidad se basan en los límites de la racionalidad, otras apuntan a que es insostenible en el tiempo por lo cual se hacen más recurrentes las crisis. Hay críticas morales como la que inauguró el papa León XIII y críticas económicas como las de la economista Deirdre McCloskey que se ilustran con la elocuencia de títulos como Las virtudes burguesas o Por qué la economía no puede explicar el mundo moderno.
Un síntoma que debería llamarnos la atención se deriva de que dos de los pensadores contemporáneos que apoyaron en su momento las reformas de Reagan y Thatcher han elaborado un profundo cuestionamiento al neoliberalismo, el nombre que se le puso al modelo basado en la maximización de la utilidad. Ellos son Francis Fukuyama y John Gray. La economista Kate Raworth ha propuesto una solución general que dice así: debemos crecer lo suficiente como para garantizar una base de bienes básicos a todas las personas, que incluyen la libertad y la democracia, y no debemos crecer tanto que destruya nuestro hábitat. Puro sentido común expreso en el dicho “maldito el pájaro que se caga en su propio nido”.
El futuro del capitalismo pasa por su deslinde del neoliberalismo y la maximización de la utilidad. De lo contrario, dejará de tener viabilidad o, al menos, justificación.
El Colombiano, 2 de octubre
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