lunes, 27 de septiembre de 2021

Vacuna literaria

Sacando la cabeza del lodo y metiéndola a la fiesta del libro de Medellín, porque la de Madrid fue lodo también, quisiera hablar de libros, un remedio como pocos.

En lo que va de pandemia vemos una eclosión de publicaciones sobre el río Magdalena. Soy del Cauca y, como el poeta Jaramillo Escobar, “tuve una larga conversación con el río Cauca y me lo dijo todo”, pero hay que entender otras aguas de nuestro país. Ignacio Piedrahíta publicó Grávido río (Editorial Eafit, 2019), un relato en primera persona con la visión múltiple y bella que ha logrado afirmar el autor; este es mi favorito. Se lanzó Magdalena: historias de Colombia de Wade Davis (Crítica, 2021), catapultado por el rigor y los antecedentes del autor. Su publicación me hizo recordar el trabajo ingente y casi inédito de Juan Gonzalo Betancur, a quien Davis con justicia agradece largamente, quien se recorrió el río en seis meses y registró su labor en medios menos antiguos. En una arista más científica, el Banco de la República acaba de publicar Río Magdalena: territorios posibles, que incluye un capítulo de mi querido compañero Juan Darío Restrepo.

El escritor Alonso Sánchez Baute coordinó para la Comisión de la Verdad la colección Futuro en tránsito (2020). Se trata de 13 títulos cortos, cada uno con tres textos de tres autores y autoras de Colombia invitados a escribir su mirada sobre la paz del país, inspirada en una palabra que presta el nombre a cada libro de la colección. Son apreciaciones desde distintas regiones, artes, oficios, ideologías políticas y credos, que aspiran a suscitar una reflexión son actitudes y valores sociales que bloqueen la repetición de la violencia política.

El filósofo Iván Darío Arango, consagrado en décadas recientes al pensamiento colombiano, presentará a fines de año La filosofía política de Carlos Gaviria (Editorial Universidad de Antioquia, 2021). La obra del jurista antioqueño llamó la atención del profesor Arango hace ya un buen tiempo, en especial su preocupación por la libertad. El esfuerzo de promover la recepción de nuestros intelectuales es una necesidad cultural y política, en un país en el que la academia sigue atada a las modas europeas y norteamericanas.

Cuadrado: panita, esta es mi historia (Vuelo azul, 2021) es un libro pulcro y correcto que cuenta en primera persona, sin ínfulas ni aspavientos, la vida de Juan Guillermo Cuadrado, una vida que en lo personal, social y profesional amerita un poema épico. Cuadrado representa el heroísmo contemporáneo en el deporte colombiano, sin versiones lastimeras sobre todas las desventajas posibles que tuvo en su vida —raza, pobreza, violencia, marginalidad— ni envanecimiento por sus logros.

Tigo: la empresa resolvió el asunto de mi correo. Gracias. Las empresas, como las personas, son imperfectas, y reconocer y corregir las mejora. Ojalá esta atención cubra a todos los usuarios.

El Colombiano, 26 de septiembre

lunes, 20 de septiembre de 2021

Sigo con Tigo

Pocas veces usé mis columnas para quejarme por el mal servicio de algunas empresas. Pero la reacción expresa de los lectores en esos casos me indica que en nuestro medio hacen falta más voces de los consumidores. El pudor por usar una ventaja personal desaparece cuando se sabe que también se está hablando por otros. Mi queja de dos líneas por el bloqueo de mi correo electrónico por parte de Tigo no fue la excepción.

Recibí varios mensajes de solidaridad y apoyo, y de ánimo para insistir en el caso. Cuando uno asume la voz del consumidor está planteando una situación paradójica que consiste en criticar a su proveedor favorito. Puedo decir que si estoy con Tigo es por dos razones: una, que alguien llamó patriotismo solidario, es que se trata de la empresa de origen local y público en el ramo; la otra, es que las demás me parecen socialmente antipáticas, ambas son extranjeras y oligopólicas.

Uno de los mensajes recibidos se refería a la tortura que implica hacer valer el contrato de servicios con la compañía. El truco de las empresas de servicios consiste en facilitarle la entrada al cliente y hacerle complicada la salida. Ni Kafka se hubiera imaginado de lo que son capaces los administradores de estas empresas para dañarle la vida al usuario, para incumplirle, cobrarle y mamarle gallo. En el asunto en cuestión, la joya con que salieron es que se iban a tomar “72 horas hábiles” para tramitar el problema, que no es lo mismo que resolverlo. En el primer segundo supuse que eran tres días, pero no. ¿Qué es una hora hábil? Un invento de un burócrata que cree que su misión no es el buen servicio. Hasta donde sé, ese no es un concepto legal. Las 72 horas hábiles van en tres semanas y contando.

El otro, de un señor muy juicioso, me puso de presente la violación de derechos que significa bloquear el correo. Dice él que “puede constituir una violación a la libertad de correspondencia, al derecho a las comunicaciones, aún más puede poner en peligro el derecho a la defensa, a la notificación de los actos administrativos y las actuaciones judiciales, en el caso de que esa dirección de correo sea la que tienes reportada en la Dian, ante entidades públicas o algún despacho judicial”. Me quedó claro. Y sin contar la usurpación de los archivos personales y el directorio de contactos, ni lo dispendioso que resulta estar cambiando las direcciones para que envíen facturas, resultados médicos y demás. Lo que yo tomaba como una incomodidad es algo más grave.

Es un deber hacernos buenos consumidores, es decir, aquellos que saben que cada compra es un contrato y que cada incumplimiento debe ser objeto de queja, reclamo o de alguna acción administrativa o legal.

El Colombiano, 19 de septiembre

sábado, 18 de septiembre de 2021

Gonzalo Sánchez, destiempos

A la guerra le sobraron 30 años. A las negociaciones les sobraron dos. Dos que hubieran podido ser decisivas para la puesta en marcha del proceso, en cabeza del gobierno que había firmado los acuerdos. El gran infortunio del proceso es que la implementación quedó en manos de la fuerza política enemiga del mismo, aunque traten de adornarlo de mil maneras.

Gonzalo Sánchez, “Este gobierno no hizo nada para detener el nuevo ciclo de violencia”, Diario Criterio, 12.09.21

lunes, 13 de septiembre de 2021

Oriana Fallaci

Quizá la primera víctima de la política de la cancelación en Colombia e Iberoamérica haya sido Oriana Fallaci. Oriana Fallaci fue una periodista y escritora notablemente arraigada en su Florencia natal y Nueva York, a pesar de la ubicuidad de sus quehaceres. Su influencia en las generaciones que maduramos durante los años setenta y ochenta del siglo pasado fue notable, en particular en los ambientes periodísticos, femeninos y políticos. 

Fallaci transformó el género de la entrevista a través de sus trabajos monumentales con personas del cine, los viajes espaciales y la política que mezclaban la profundidad investigativa con su perspicacia psicológica y valentía personal. No sé qué éxito pudieron tener los intentos de sistematizar y codificar su trabajo en las universidades. Se conoce sí el impacto de su trabajo, que pasó de las revistas y periódicos a los libros y de allí a las bibliotecas como material de consulta para quienes investigamos el mundo contemporáneo.

Su sentido de la libertad y su sospecha radical del poder, rayanos en el anarquismo, se convirtieron en un equivalente de lo que debe ser la ética periodística. Así construyó una maestría inimitable puesto que su ejercicio involucraba altas dosis de riesgo y temeridad (estuvo en Vietnam y Beirut, fue herida durante la masacre de Tlatelolco), valor para enfrentar a personajes poderosos y temibles y carácter para forjar un equilibrio entre veracidad y opinión personal. “El miedo es un pecado”, le dijo a alguien en una carta.

En su juventud participó en acciones de la resistencia contra el fascismo y militó en el Partido de Acción, el de su familia y el de Norberto Bobbio. Se apartó de todo grupo político y derivó  sus posiciones sobre la condición de las mujeres, las religiones, las guerras y las dictaduras, desde los prismas de la libertad, la dignidad personal y la justicia.

Se recluyó durante la década de 1990 a escribir la saga de su familia y a luchar contra un cáncer hasta que cuatro aviones secuestrados fueron lanzados contra edificios civiles y militares en los Estados Unidos. Entonces volvió a salir a la luz pública. Escribió un largo y conmovedor artículo titulado La rabia y el orgullo, que provocó la ruptura de los círculos progresistas. Para ampliar sus argumentos escribió La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Conocía el islamismo radical y detestaba la violencia. Las grandes editoriales en español no los publicaron, desde la izquierda la condenaron por criticar a los musulmanes y por su fuerte defensa de la cultura occidental, dejó de leerse en las clases de periodismo.

Los ataques de Al-Qaeda fueron hace veinte años; Fallaci murió hace quince, un quince de septiembre. Es una de mis heroínas.

Correo: cambié mi correo personal puesto que Tigo tiene bloqueada mi cuenta hace más tres semanas.

El Colombiano, 12 de septiembre

lunes, 6 de septiembre de 2021

Capitalismo consciente

Poco a poco se infiltra en el mundo la idea del capitalismo consciente. El denominador es preciso puesto que el capitalismo ha sido inconsciente en los dos sentidos de la palabra: inconsciente porque se ha basado en una interacción relativamente libre y espontánea que suponía beneficios por doquier; inconsciente —en el sentido valorativo de la palabra— porque partía de la premisa de que dadas esas condiciones (libertad y espontaneidad) cualquier resultado tenía que considerarse justo. Contra esta idea se alzaron, desde el siglo XIX, gentes tan distintas como Proudhon o el papa León XIII.

El objetivo del capitalismo consciente, tal y como lo plantea la organización líder del movimiento, es crear riqueza “financiera, intelectual, social, cultural, espiritual, emocional, física y ecológica para todas las partes interesadas”. Su filosofía expresa el enorme avance que supuso el capitalismo y asimila varias críticas a la forma actual de este sistema. Propugna, entonces, por su reforma. En Colombia, la organización más activa en la promoción de este ideal es Comfama.

Hasta aquí vamos bien. No es posible defender incondicionalmente el capitalismo realmente existente, más allá de bonitas declaraciones. La plataforma del capitalismo consciente es ambiciosa e integral; nada de acciones sectoriales o puntuales para apaciguar los espíritus.

Tengo tres peros. Uno filosófico, otro estratégico, el tercero cultural.

El pilar fundamental del capitalismo consciente descansa en la formulación del propósito y los valores esenciales, pero sus promotores no han hecho ningún esfuerzo destacable en este segundo aspecto. Un propósito sin la afirmación y práctica de unas virtudes fundamentales fue el gran fracaso de las utopías modernas. No estamos hablando de un asunto menor. Y uso la palabra virtud porque es el concepto clásico y porque ha sido rescatado por férreos defensores de un capitalismo libre y reformado como Deirdre McCloskey y Nassim Taleb. Además, después de que hay bolsas y transportadoras de valores hay que usar un término diferente. Filosofía.

La estrategia del capitalismo consciente se quedó corta después del ascenso del populismo y, en particular, de la experiencia del cuatrienio de Trump. Varias de las grandes corporaciones de Estados Unidos asumieron una política empresarial y comercial en abierto desafío al gobierno, en temas de migración, armas, ambiente, salud e información. Empresas y gremios no pueden vivir en concubinato con gobiernos contrarios a los ideales del capitalismo consciente. Las organizaciones del capitalismo deben hacerse visibles en la esfera pública y darle la cara a la ciudadanía que engloba a las partes interesadas.

Mi preocupación cultural, en particular con ciertos rasgos de nuestro modo de estar, tiene que ver con el cambio de apariencias. En Colombia somos veloces —los ejecutivos entre los más rápidos— en cambiar de imagen, lema y cuento. Luego la cosa se desvanece y quedamos en el peor de los mundos, desprestigiada la teoría y empeorada la práctica.

Declaro ser miembro del Consejo Directivo de Comfama.

El Colombiano, 5 de septiembre