lunes, 27 de abril de 2020

Sobre el cuidado

El vocabulario de pequeños grupos sociales contemporáneos (académicos, corporativos, religiosos) incorporó con mucha fuerza en los últimos años el término cuidado. Se trata de una adaptación de una corriente de pensamiento que se afianzó entre pensadores norteamericanos, sobre todo mujeres. Ellas han sido las forjadoras de una ética y una política del cuidado. Su preocupación —en contravía de la forma como se ha asumido aquí— ha sido cómo sacar la conversación sobre el cuidado de la esfera privada y de un enfoque voluntarista.

Tal vez un repaso a la etimología ayude a plantear la diferencia. La palabra cuidado viene del latín cogitare que es pensar y atender. Conviene mucho saber que la palabra agitar (moverse, hacer) también viene de pensar. Pensar no es, como creen la gente prosaica y los académicos de invernadero, leer y ponerse la mano en la sien. Los latinos también usaban otra palabra para decir cuidado; cura, pero la cura parece referirse más al ámbito doméstico, a la relación personal y a la atención específica.

El cuidado del que estamos hablando hace 30 años, “es una actividad que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo de tal modo que podamos vivir la vida de la mejor manera posible”. Es la definición que propusieron Berenice Fisher y Joan Tronto en 1990. A Tronto, profesora de la Universidad de Minnesota, en especial, debemos la reflexión más sistemática sobre el cuidado en una perspectiva sociopolítica.

Tronto plantea cinco fases del cuidado que debieran confluir para tener un proceso completo. El primero, es identificar las necesidades de cuidado; el segundo, aceptar la responsabilidad que surge de esa identificación de que hay que hacer algo; el tercero, es atender la tarea concreta de proporcionar cuidado; cuarto, escuchar siempre y en todo el proceso al destinatario específico del cuidado; el quinto, es cuidarnos entre todos, algo así como la solidaridad en acción.

Lo que hace poderosa la propuesta de esta politóloga es que identifica las capacidades que se crean y fortalecen en el proceso de cuidar. Capacidades personales como ser atentos, responsables, competentes, considerados. Capacidades que una vez se instalan como hábitos nos permitirían formarnos como mejores ciudadanos. Y capacidades institucionales que permiten evaluar a un régimen político y a un gobierno en particular. Una democracia, un gobierno, se definiría por la manera como gestiona el cuidado. Dime a quién cuidas, atiendes, proteges, y te diré qué tipo de gobernante eres.

Es hora de instalar el discurso del cuidado en toda la sociedad y como un asunto de políticas corporativas y públicas, con más acento en el cuidado de los otros que en el mero cuidado de sí mismo (así este sea básico). Y día a día, cambiar las prácticas personales, familiares, institucionales. Modificar las instituciones públicas y el enfoque de los gobernantes.

El Colombiano, 26 de abril

lunes, 20 de abril de 2020

Sobre la consideración

La inconformidad del pensamiento hizo emerger en estos años el concepto de consideración. Aparece inserto, sobre todo, en las reflexiones sobre la vulnerabilidad y, en menor medida, sobre la democracia. Todo indica que se lo debemos a san Bernardo de Claraval (1091-1153), llamado por Thomas Merton el último padre de la iglesia.

El concepto lo desarrolla san Bernardo en cinco cartas dirigidas al hombre más poderoso de la tierra, el papa Eugenio III. Las cartas se agruparon en un volumen que se conoce como Sobre la consideración. Más que un texto filosófico se trata de un consejo para gobernantes, lo que se conoce como espejo de príncipes. Lo primero que se destaca es la relación entre el intelectual (san Bernardo fue el más importante de su siglo) y el príncipe. Siendo él monje y su destinatario papa, no le habla como subordinado sino como igual. Esta es la primera lección del llamado “doctor melifluo”, el intelectual no es irrespetuoso pero tampoco complaciente.

La segunda lección se refiere a las funciones básicas del gobernante. San Bernardo insiste en la vieja idea de que el gobernante es un servidor; tiene la autoridad, pero no el mando; la noción de que el gobernante es mandado —eso significa mandatario— es más antigua que la democracia representativa. Y la brújula, el consejo de un realista político (Bernardo impulsó la segunda cruzada) es: no halagues a los ricos, atemorízalos; no graves a los oprimidos, ayúdalos. La indicación para el administrador es elegir personas de confianza, porque si no son correctos van a robar y si no son competentes se dejarán robar.

Ronald Dworkin (1931-2013) fue menos radical que san Bernardo. Él definió la democracia como igualdad de consideración. Nada de azotar a los ricos y cuidar a los pobres. La meta razonable en una democracia, según Dworkin, es que se trate a cada ciudadano con igual consideración. La modestia política de nuestros tiempos.

Consideración es reflexión, comprensión, anticipación, acción. San Bernardo pide que el gobernante se ocupe de sí mismo, se detenga, contemple y piense; que comprenda, en sus palabras, que se ocupe de lo que está debajo de él (gobernados) y lo que está a su alrededor (poderosos y funcionarios). Después viene lo difícil: “La consideración sabe anticiparse”. Cuando uno considera bien a alguien se anticipa, así los padres y, sobre todo, las madres, añado yo. Y más difíciles aún las tres consideraciones de la acción. ¿Es lícito? No se puede confundir licitud con legalidad. ¿Es conveniente? Hay que recordar que san Bernardo y su círculo piensan en términos de fines últimos. ¿Es útil? La guía para evaluar la utilidad no es otra que el bien común; nada que ver con el utilitarismo.

En nuestra habla regional existe una expresión profunda como la de san Bernardo: ser considerado o ser desconsiderado.

El Colombiano, 19 de abril

lunes, 13 de abril de 2020

Mínimo esfuerzo

La conducta del gobierno colombiano ante la crisis sanitaria global ha sido dubitativa y lenta. Cuando empezó la epidemia, Duque se dio el lujo de mantener vacante el ministerio de salud durante varias semanas, mantuvo largo tiempo sin posesionar a la directora de la Adres (el banco de la salud) y demoró la declaratoria de la cuarentena, tal y como dijo Germán Vargas Lleras, el nuevo miembro de la coalición gubernamental (“¿Qué estábamos esperando?”, El Tiempo, 22.03.20).

Ante el parón económico, las cosas están siendo peor manejadas. Los vaticinios del FMI y la OMC no parecen conmover al gobierno. Duque anunció una inversión de 15 billones de pesos y tardó dos semanas para firmar el decreto. ¿Cuánto demorarán en llegar los recursos a sus destinatarios? Como ya he dicho antes, esos recursos son mínimos. Nuestros socios de la Alianza del Pacífico —países con economías ortodoxas y gobiernos de centroderecha— están haciendo un esfuerzo significativo: Perú, 12% del PIB; Chile, 7%; Colombia, insisto, el 1%. Incluso, periodistas tradicionalistas como Mauricio Vargas vienen insistiendo en una intervención más decidida del estado.

El gobierno va en cámara lenta, el deterioro social va en cuarta. Las soluciones están inventadas después de la Gran Guerra. Para el ministro de Hacienda el nombre de John M. Keynes debe ser una herejía, pero —quiérase o no— vivimos un momento keynesiano, cosa que entiende hasta Trump. También hay propuestas criollas; menciono tres: una de Acopi y el empresario Antonio Celia; otra de Eafit y Comfama; otra del decano de Economía de Eafit al gobierno departamental. Todas estas iniciativas cabrían dentro de las “chifladuras” que critica Néstor Humberto Martínez, defensor oficioso del inmovilismo (“Crédito del Emisor, el último recurso”, El Tiempo, 05.04.20).

La parálisis no es solo gubernamental. Las grandes empresas del país se han limitado a realizar contribuciones filantrópicas, más pequeñas que los titulares de prensa que se dan en sus propios periódicos. Tienen razones para temer la corrupción si entregan recursos al sector público, pero hay otros mecanismos conocidos para intervenir y menos obstáculos que el aparato estatal. El sector financiero no se mueve, ni siquiera bajo las críticas punzantes del expresidente Andrés Pastrana. La mayoría de los intelectuales públicos se callan, acogotados por la metáfora perversa de la guerra, sintiendo que no pueden romper filas. Así caemos en la trampa unanimista del siglo XXI colombiano: no criticar a Uribe por la guerra urgente, ni a Santos por la paz necesaria, ni a Duque por la adversidad en salud pública.

Opera la ley del mínimo esfuerzo, sentarse a esperar sin ninguna conmiseración por los pequeños y medianos empresarios, por los trabajadores independientes y los desempleados. Esperando que el sacrificio de la cuarentena, que lo hacemos los colombianos, no el gobierno, dé resultado; que los expertos se equivoquen y que el calor detenga el virus.

El Colombiano, 12 de abril

lunes, 6 de abril de 2020

De qué estamos hablando

En medio de la crisis que desató la pandemia —que no es solo una crisis sanitaria, sino también económica, ética y será social— se nota un enorme contraste entre las previsiones y las medidas. Cuando se hace ese contraste es evidente que las cosas no cuadran. Si la situación es tan grave como para enclaustrar a la mitad de la población mundial, entonces las medidas son leves, previsibles e inocuas. Si los gobernantes están convencidos de que son las medidas correctas, entonces fue que crearon un pánico innecesario. ¡A quién creerles a los científicos o a los políticos? Yo me voy con los primeros.

Hablemos de tiempo. Esta semana salió un informe de Naciones Unidas titulado “Responsabilidad compartida, solidaridad global: respondiendo al impacto socioeconómico del Covid-19”. El informe habla de una crisis de duración indeterminada y deja entrever que el 2020 puede considerarse ya un año perdido y que la recuperación se podría producir en el 2021. Pensando en Colombia y en los empresarios, Bruce Macmaster, el presidente de la Andi, habló de un año para que las empresas estén en condiciones de pagar sus deudas (“Pensar lo impensable”, El Tiempo, 29.03.20). El gobierno está tomando medidas para cuatro meses. La previsión de Macmaster pone en entredicho a los bancos, al gobierno y a las empresas de servicios públicos: si las empresas necesitan un año para recuperarse, ¿qué les hace pensar que la gente necesita solo cuatro meses?

Hablemos de inversión. El informe de Naciones Unidas calcula que la solución de la crisis demandará recursos equivalentes al 10% del producto mundial bruto (UN, “Shared Responsibility, Global Solidarity”, March 2020). Los recursos que el gobierno nacional ha destinado para la emergencia no alcanzan al 1% del PIB. ¿Qué tal si el compromiso de los bancos y las grandes empresas colombianas fuera del 10% de las ganancias del 2019? No hablo del 10% de las ventas, solo del 10% de las ganancias.

Hablemos de población. La Onu calcula que el desempleo puede subir hasta en un 25%; en Estados Unidos calculan que puede pasar del 3% al 30%, en solo dos semanas se presentaron seis millones de solicitudes de subsidio al desempleo. Un grupo de economistas de Los Andes calculó que la transferencia de dinero debe hacerse a 11.8 millones de personas, pero admiten que el número puede ser mayor. Nueve informales con aportes personales y 2.8 formales con aportes para la familia (Blogoeconomía, “La vulnerabilidad del empleo a la emergencia de covid-19”, La Silla Vacía, 01.04.20).

Queda pendiente la discusión sobre el monto de los aportes: ellos hablan de $117 mil para informales y un salario mínimo para formales. Si los gobiernos municipales y las empresas de servicios públicos, con exenciones de impuestos y de pagos de factura, no ayudan ese dinero —suponiendo que llegara— se quedará corto.

El Colombiano, 5 de abril

viernes, 3 de abril de 2020

Algoritmo vs Virus


Duración total: 21 minutos.

Enlaces a YouTube:
https://youtu.be/leGXPPKnlDs
https://youtu.be/5T6sULW7gII
https://youtu.be/QaislnVUWfw

miércoles, 1 de abril de 2020

Ninguna benevolencia con los gobernantes

En estos tiempos de crisis se nos dice que no es hora de hacer recriminaciones, que no es momento para criticar, que es el tiempo de la unidad. Lo malo de estas admoniciones es que no son coyunturales. Siempre se nos ha pedido -a los intelectuales, a los gobernados- que obedezcamos, ojalá, sin chistar.

¿Por qué no debemos ser benevolentes hoy?

Primero porque -contrario a lo que nos han dicho- se sabía lo que iba a pasar. Cito el informe de la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (GPMB, por sus siglas en inglés), un organismo constituido por el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud:
Si es cierto el dicho de que «el pasado es el prólogo del futuro», nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial. Una pandemia mundial de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos, inestabilidad e inseguridad generalizadas. El mundo no está preparado.

Este informe se titula Un mundo peligro, nada de eufemismos, y fue publicado el 19 de septiembre de 2019.

Segundo, porque muchos gobiernos -el colombiano entre ellos- afirman que la pandemia es muy grave para llevar a la gente a la cuarentena y a cerrar sus negocios, pero las medidas que toman no se corresponden con ese mensaje. Si alguien grita que viene el lobo pero no corre, ¿qué podemos pensar? Uno, que miente como en el cuento; dos, que es tonto; tres, que quien grita está protegido y que somos los demás los que debemos correr.