La inconformidad del pensamiento hizo emerger en estos años el concepto de consideración. Aparece inserto, sobre todo, en las reflexiones sobre la vulnerabilidad y, en menor medida, sobre la democracia. Todo indica que se lo debemos a san Bernardo de Claraval (1091-1153), llamado por Thomas Merton el último padre de la iglesia.
El concepto lo desarrolla san Bernardo en cinco cartas dirigidas al hombre más poderoso de la tierra, el papa Eugenio III. Las cartas se agruparon en un volumen que se conoce como Sobre la consideración. Más que un texto filosófico se trata de un consejo para gobernantes, lo que se conoce como espejo de príncipes. Lo primero que se destaca es la relación entre el intelectual (san Bernardo fue el más importante de su siglo) y el príncipe. Siendo él monje y su destinatario papa, no le habla como subordinado sino como igual. Esta es la primera lección del llamado “doctor melifluo”, el intelectual no es irrespetuoso pero tampoco complaciente.
La segunda lección se refiere a las funciones básicas del gobernante. San Bernardo insiste en la vieja idea de que el gobernante es un servidor; tiene la autoridad, pero no el mando; la noción de que el gobernante es mandado —eso significa mandatario— es más antigua que la democracia representativa. Y la brújula, el consejo de un realista político (Bernardo impulsó la segunda cruzada) es: no halagues a los ricos, atemorízalos; no graves a los oprimidos, ayúdalos. La indicación para el administrador es elegir personas de confianza, porque si no son correctos van a robar y si no son competentes se dejarán robar.
Ronald Dworkin (1931-2013) fue menos radical que san Bernardo. Él definió la democracia como igualdad de consideración. Nada de azotar a los ricos y cuidar a los pobres. La meta razonable en una democracia, según Dworkin, es que se trate a cada ciudadano con igual consideración. La modestia política de nuestros tiempos.
Consideración es reflexión, comprensión, anticipación, acción. San Bernardo pide que el gobernante se ocupe de sí mismo, se detenga, contemple y piense; que comprenda, en sus palabras, que se ocupe de lo que está debajo de él (gobernados) y lo que está a su alrededor (poderosos y funcionarios). Después viene lo difícil: “La consideración sabe anticiparse”. Cuando uno considera bien a alguien se anticipa, así los padres y, sobre todo, las madres, añado yo. Y más difíciles aún las tres consideraciones de la acción. ¿Es lícito? No se puede confundir licitud con legalidad. ¿Es conveniente? Hay que recordar que san Bernardo y su círculo piensan en términos de fines últimos. ¿Es útil? La guía para evaluar la utilidad no es otra que el bien común; nada que ver con el utilitarismo.
En nuestra habla regional existe una expresión profunda como la de san Bernardo: ser considerado o ser desconsiderado.
El Colombiano, 19 de abril
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