lunes, 24 de febrero de 2020

Alpujarra

¿Quién gobierna una ciudad? La respuesta legal, simple y corriente, es el alcalde. La teoría política responde con otra pregunta: ¿quién controla las actividades que la gente desarrolla en ese territorio? ¿Quién gobierna a Medellín? Alguien puede responder con un giro común en la prensa; la gobierna el inquilino de La Alpujarra. Los realistas políticos sabemos que no es así y que para poner en duda ese gobierno no hay que ir a La Torre o Altavista.

Si la oficina del alcalde fuera el centro de una zona cuadrada con un kilómetro de longitud por cada lado, y dividiéramos la zona en cuatro cuadrantes nos encontraríamos con este retrato. Cuadrante uno: Desde La Alpujarra hasta el río y desde San Juan hasta Los Huesos o La 33, una zona moderna dominada por el estado y la empresa privada tradicional: el centro administrativo, EPM, Plaza Mayor y el Teatro Metropolitano. En los bordes de Otrabanda, Camacol y Sura.

Cuadrante dos, enmarcado por Carabobo y el río, desde San Juan hasta Colombia, dominios del comercio informal, abiertamente ilegal o en proceso rápido de legalización. Una zona que se mueve en el espectro que va desde El Hueco, Hollywood y nombres parecidos hasta Barrio Triste; el bazuco y el contrabando, los reducidores de motos, venta de materiales de construcción y vestuario, e importadores no tradicionales de mercancías chinas.

Cuadrante tres: de Carabobo hasta Córdoba y San Juan hasta Ayacucho. Un sector de comerciantes formales, centros educativos, sedes de empresas emergentes abandonadas por empresas tradicionales, residencias de clase media urbana arraigada y envejecida que resiste la marea alta de la informalidad que se controla desde el cuadrante dos. Allí están las sedes de la Policía Metropolitana, el Banco de la República y el Edificio del Café.

Las marcas del cuadrante cuatro serían el Cementerio de San Lorenzo, la glorieta de San Diego y alguna tienda de repuestos en La 33 con Carabobo. Una zona de minoristas de repuestos de motos y automóviles, en gran medida lavadores del robo de motos y automóviles; combinada con minoristas de cocaína, juego y prostitución (los más grandes están ubicados al sur); mezclada con minoristas legales y concesionarios de carros.

Una vista aérea de esta zona, con detalles de los techos y terrazas, de los patios y balcones que se pueden ver desde un dron o una imagen satelital darían una perspectiva de lo que se cuece detrás de las fachadas de las edificaciones de esta zona. A veces puede bastar una mirada atenta a través de los ventanales del metro cuando se encarama al viaducto del centro.

Los arabistas discuten si alpujarra significa indomable o pendenciera; “zona roja de vicio y depravación”, dijo la esposa de un ingeniero hace setenta años. Yo solo sé que el alcalde gobierna en una porción menor de ese kilómetro cuadrado.

El Colombiano, 23 de febrero

lunes, 17 de febrero de 2020

Injusticia

Joaquin Phoenix —en su discurso de recepción del Oscar— intentó unificar las buenas causas por las que luchan la farándula de Hollywood, los miembros vanguardistas de las plutocracias cosmopolitas, los jóvenes de la clase media, las capas correctas de las burocracias públicas y privadas y los pensadores posmodernos. “Estamos hablando de la lucha contra la injusticia”, indicó.

Le antecedieron personajes que atacaron a la clase política, defendieron las preferencias sexuales de las minorías y los derechos de mujeres y aborígenes, abogaron contra el cambio climático y las condiciones de los trabajadores del cinturón de óxido, todo esto sin contar los temas de las cintas nominadas que incluían las guerras, los desplazados del sudeste asiático, varios asuntos relativos a la infancia, religiones exóticas y demás. Injusticias. Phoenix usó la mayor tribuna que ha tenido en su vida para atacar la inseminación artificial de las vacas.

Lo que Phoenix intentó decir fue algo así como “parecemos distintos, pero no lo somos: estamos contra la injusticia”. Ese llamado podría incluir a Donald Trump; él también lucha contra la injusticia de la competencia china y contra la injusticia que los migrantes latinoamericanos cometen al quitarle el empleo a los trabajadores que tienen ciudadanía estadounidense. Si algo está irradiando al mundo entero es el sentido de injusticia, como lo denominara Barrington Moore (1913-2005) en una obra magnífica de 1978.

A la inflación de los derechos que vivimos desde 1991 (todo es un derecho) se le agregó la inflación de las injusticias (cualquier palabra o acto que menoscabe lo que yo crea que es un derecho). La inflación de los derechos produjo una marea alta de exigencias al estado, a las entidades privadas y a los jefes de familia. La inflación de la injusticia está produciendo un diluvio de protestas y denuncias que tienen múltiples destinatarios.

Unificar el sentido de injusticia en un discurso incongruente es muy fácil; difícil y excepcional es unirlo en un estallido social, como el que ocurre en Guasón. Pero el poder político, con su potencia y sus limitaciones, no puede satisfacer todas esas demandas por la simple razón de que es imposible hacerlas compatibles. No se pueden defender la integridad comunitaria de las minorías étnicas patriarcales y los derechos de las mujeres al mismo tiempo, para poner un solo ejemplo. Lo que sí intentan los promotores de la corrección política es igualarnos en el sentido de injusticia; hacernos creer que vale lo mismo luchar contra el hambre que oponerse a la inseminación artificial de los vacunos.

El extravío moral de la sociedad contemporánea se explica, parcialmente, por la competencia entre códigos morales. La moralidad libertaria e igualitaria de la modernidad sufre el ataque de la moralidad de los fundamentalismos religiosos (no solo islámicos o evangélicos) y de la pose posmoderna, más estética que ética, más narcisista que humanista.

El Colombiano, 16 de febrero

lunes, 10 de febrero de 2020

El avión y el árbol

El tres de febrero de 2020 el mundo occidental se conmovió con la noticia de un avión que dio vueltas y vueltas sobre el cielo de Madrid. Todos los portales y las redes sociales estuvieron colmados durante nueve horas con la alarma inane de un avión que tenía que dilapidar su tanque de combustible antes de aterrizar. Todas las vidas, las alegrías y las penurias, los crujidos del desajuste general, todos estuvieron sepultados por la presencia de ese artefacto metálico que merodeaba una pequeña península de aquella península que presume de ser un continente. Los acomodos tras la amputación de Europa, miles de desplazados de Idlib por la guerra en Siria, Washington juzgando a un tirano, cien millones de chinos confinados por una pandemia, se ocultaron tras un espectáculo aéreo madrileño. Madrid, una megalópolis de siete millones, puede encubrir un evento natural, sin sobresaltos, ocurrido en las cercanías campestres de un pequeño poblado inglés. Poco más de un siglo de familiaridad con los aviones no ha bastado para aclimatar el éxtasis humano con los mecanos voladores, maravilla y terror, —grifos asirios, nazgûl alados de Tolkien, Luftwaffe, black hawk contrainsurgentes, aviones civiles que derriban torres, que son derribados por misiles, que se rompen en el aire o en las pistas—. Carece de interés que un viejo muera en cualquier suburbio de la esfera azul, pero debiera interesarnos si ese viejo fuera casi el último erudito y uno de los últimos sabios del poniente. George Steiner descansa del mundo en medio de una algarabía trivial destinada al olvido. Se muere solo, siempre. Steiner vivió solo, fuera de reflectores, a veces como escritor sin firma. Lo imagino como el árbol en medio del lago que sentencia el Da Guo. Aquel que irritaba a los sabihondos por pasar, “en el mismo párrafo, de Pitágoras, a Aristóteles y Dante, a Nietzsche y Tolstoi”; quien redujo a los académicos a la condición de intermediarios; el judío que se oponía al sionismo; el hijo de las precoces víctimas del nazismo que ensalzó a Heidegger —el rector nazi—; quien sospechó de la falta de humanismo de los humanistas; el académico que gastó media vida escribiendo en medios que no le darían un punto en Colciencias; el defensor de los derechos femeninos que no reconocía un genio entre las mujeres; el admirador de Marx y Freud, crítico del marxismo y el psicoanálisis; el humanista que no creía que las humanidades humanizaran naturalmente. Un árbol en medio de un lago, raíces con cinco siglos de antigüedad; un árbol en medio de un lago, más bien de un pantano. Se me dirá: siempre fue así; sí, solo que ahora es más evidente y menos soportable. Steiner, treinta y cinco obras que importaron menos que las treinta y cinco vueltas de un avión sobre Chinchón y Tarancón. Este mundo nuestro.

El Colombiano, 9 de febrero

jueves, 6 de febrero de 2020

Populistas a la colombiana: Leonardo García

El difícil concepto “populismo” y sus expresiones

Leonardo García Jaramillo

Una de las principales funciones de la academia consiste
en plantear y refinar conceptos que usamos para describir
y analizar la realidad. Los conceptos desarrollados para
comunicar fenómenos políticos y manejar expectativas
normativas se juzgan por su utilidad o inutilidad para
representar adecuadamente el fenómeno que procuran
comprender. El uso y la difusión del concepto “populismo”,
sobre todo por su intensificación durante la última
década, han ampliado indeseablemente su capacidad
denotativa (para indicar o significar algo), en detrimento
de sus potencialidades connotativas (de conllevar otros
significados expresivos o apelativos, además de su significado
propio o específico.

Leer reseña completa en: https://revistas.uniandes.edu.co/book-reviews/res

Universidad de Los Andes, Revista de Estudios Sociales 71, 2020.

lunes, 3 de febrero de 2020

Me dijeron

Me escribió una lectora de Itagüí acerca de mi columna sobre el Metroplús del sur. Me dice en su correo que en ese municipio la obra lleva 15 años y que todo ese tiempo lo han pasado “entre escombros, vías tapadas, casas destruidas, convertidas en nido de ratas y guarida de ladrones”. Cree ella que en Envigado estos males se han podido eludir con facilidad por el poder adquisitivo que siempre se le supone a quienes vivimos a este lado del río. Insisto en el punto, por la negligencia de una empresa pública y de dos administraciones ante los ciudadanos. Para eso sirve el clientelismo: para votar por migajas y que los elegidos se coman la torta.

Me dijeron varios dolientes del túnel verde que el 3 de enero todavía estaban talando árboles, que ante la protesta y las lágrimas (sí) de varios ciudadanos, los funcionarios actuaron de forma displicente y, algunos, intimidatoria. Existe un video de un individuo que señala a los protestantes y les dice que “por eso es que matan líderes sociales”. Una amenaza nada velada. Cuando le pidieron identificarse o decir a qué dependencia del municipio pertenecía, se negó. Al fin no se supo de cuál oficina de Envigado era.

Varios lectores me escribieron sobre la columna que trata el tema del cobro de las trasmisiones televisivas de fútbol colombiano. Todos ellos apuntaron hacia el tema de lo poco que les queda a los clubes profesionales de cuenta de estos contratos. Uno se atrevió, incluso, a dar cifras: “sabemos que a los equipos solo les llega $ 1.000”, de los 30 mil que les cobrarán a los usuarios, dijo. Hace 20 días, en una columna, Germán Vargas Lleras afirmó que “en cuanto a los derechos de televisión, los clubes también reciben muy poco en comparación con los de otros países. En Colombia un club devenga por este concepto algo más de un millón de dólares por año, mientras que, digamos, en Ecuador reciben 3; en Perú, 5; en Chile, 7, para no hablar de Argentina y Brasil, donde perciben más de 30 o 40 millones” (“La mala hora del fútbol”, El Tiempo, 11.01.20). Algo sabrá del asunto ahora que un amigo suyo, de Cambio Radical, es presidente de la Dimayor.

El taxista de ida —el 21 de enero— comentó las marchas de protesta. Concedió que las marchas son razonables o pueden serlo, en todo caso aceptó que las protestas son legítimas, pero rechazó los daños físicos y los problemas que se les causa a la gente que no tiene nada que ver. El taxista de venida —pocos días después—: “Profe, sí vio la del alcalde. Dizque limpiando los letreros que dejaron en unas oficinas. ¿No debería estar, más bien en el puesto de mando?”. Puesto de mando, dijo con mucha seguridad.

El Colombiano, 2 de febrero