Joaquin Phoenix —en su discurso de recepción del Oscar— intentó unificar las buenas causas por las que luchan la farándula de Hollywood, los miembros vanguardistas de las plutocracias cosmopolitas, los jóvenes de la clase media, las capas correctas de las burocracias públicas y privadas y los pensadores posmodernos. “Estamos hablando de la lucha contra la injusticia”, indicó.
Le antecedieron personajes que atacaron a la clase política, defendieron las preferencias sexuales de las minorías y los derechos de mujeres y aborígenes, abogaron contra el cambio climático y las condiciones de los trabajadores del cinturón de óxido, todo esto sin contar los temas de las cintas nominadas que incluían las guerras, los desplazados del sudeste asiático, varios asuntos relativos a la infancia, religiones exóticas y demás. Injusticias. Phoenix usó la mayor tribuna que ha tenido en su vida para atacar la inseminación artificial de las vacas.
Lo que Phoenix intentó decir fue algo así como “parecemos distintos, pero no lo somos: estamos contra la injusticia”. Ese llamado podría incluir a Donald Trump; él también lucha contra la injusticia de la competencia china y contra la injusticia que los migrantes latinoamericanos cometen al quitarle el empleo a los trabajadores que tienen ciudadanía estadounidense. Si algo está irradiando al mundo entero es el sentido de injusticia, como lo denominara Barrington Moore (1913-2005) en una obra magnífica de 1978.
A la inflación de los derechos que vivimos desde 1991 (todo es un derecho) se le agregó la inflación de las injusticias (cualquier palabra o acto que menoscabe lo que yo crea que es un derecho). La inflación de los derechos produjo una marea alta de exigencias al estado, a las entidades privadas y a los jefes de familia. La inflación de la injusticia está produciendo un diluvio de protestas y denuncias que tienen múltiples destinatarios.
Unificar el sentido de injusticia en un discurso incongruente es muy fácil; difícil y excepcional es unirlo en un estallido social, como el que ocurre en Guasón. Pero el poder político, con su potencia y sus limitaciones, no puede satisfacer todas esas demandas por la simple razón de que es imposible hacerlas compatibles. No se pueden defender la integridad comunitaria de las minorías étnicas patriarcales y los derechos de las mujeres al mismo tiempo, para poner un solo ejemplo. Lo que sí intentan los promotores de la corrección política es igualarnos en el sentido de injusticia; hacernos creer que vale lo mismo luchar contra el hambre que oponerse a la inseminación artificial de los vacunos.
El extravío moral de la sociedad contemporánea se explica, parcialmente, por la competencia entre códigos morales. La moralidad libertaria e igualitaria de la modernidad sufre el ataque de la moralidad de los fundamentalismos religiosos (no solo islámicos o evangélicos) y de la pose posmoderna, más estética que ética, más narcisista que humanista.
El Colombiano, 16 de febrero
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