Me escribió una lectora de Itagüí acerca de mi columna sobre el Metroplús del sur. Me dice en su correo que en ese municipio la obra lleva 15 años y que todo ese tiempo lo han pasado “entre escombros, vías tapadas, casas destruidas, convertidas en nido de ratas y guarida de ladrones”. Cree ella que en Envigado estos males se han podido eludir con facilidad por el poder adquisitivo que siempre se le supone a quienes vivimos a este lado del río. Insisto en el punto, por la negligencia de una empresa pública y de dos administraciones ante los ciudadanos. Para eso sirve el clientelismo: para votar por migajas y que los elegidos se coman la torta.
Me dijeron varios dolientes del túnel verde que el 3 de enero todavía estaban talando árboles, que ante la protesta y las lágrimas (sí) de varios ciudadanos, los funcionarios actuaron de forma displicente y, algunos, intimidatoria. Existe un video de un individuo que señala a los protestantes y les dice que “por eso es que matan líderes sociales”. Una amenaza nada velada. Cuando le pidieron identificarse o decir a qué dependencia del municipio pertenecía, se negó. Al fin no se supo de cuál oficina de Envigado era.
Varios lectores me escribieron sobre la columna que trata el tema del cobro de las trasmisiones televisivas de fútbol colombiano. Todos ellos apuntaron hacia el tema de lo poco que les queda a los clubes profesionales de cuenta de estos contratos. Uno se atrevió, incluso, a dar cifras: “sabemos que a los equipos solo les llega $ 1.000”, de los 30 mil que les cobrarán a los usuarios, dijo. Hace 20 días, en una columna, Germán Vargas Lleras afirmó que “en cuanto a los derechos de televisión, los clubes también reciben muy poco en comparación con los de otros países. En Colombia un club devenga por este concepto algo más de un millón de dólares por año, mientras que, digamos, en Ecuador reciben 3; en Perú, 5; en Chile, 7, para no hablar de Argentina y Brasil, donde perciben más de 30 o 40 millones” (“La mala hora del fútbol”, El Tiempo, 11.01.20). Algo sabrá del asunto ahora que un amigo suyo, de Cambio Radical, es presidente de la Dimayor.
El taxista de ida —el 21 de enero— comentó las marchas de protesta. Concedió que las marchas son razonables o pueden serlo, en todo caso aceptó que las protestas son legítimas, pero rechazó los daños físicos y los problemas que se les causa a la gente que no tiene nada que ver. El taxista de venida —pocos días después—: “Profe, sí vio la del alcalde. Dizque limpiando los letreros que dejaron en unas oficinas. ¿No debería estar, más bien en el puesto de mando?”. Puesto de mando, dijo con mucha seguridad.
El Colombiano, 2 de febrero
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