lunes, 26 de noviembre de 2018

Capital social en Medellín y Colombia

La Corporación para el Control Social – Contrial presentó esta semana en la Universidad Eafit los resultados de la Cuarta Medición de Capital Social en Colombia, con resultados para Medellín. Desde 1997 contamos con estas mediciones y con otras similares que buscan dar cuenta del estado de organización, cooperación y confianza de la sociedad civil. Una idea seminal de Alexis de Tocqueville que alcanzó cotas operativas con los trabajos de Inglehart, Coleman y Putnam.

Hay resultados negativos en cuanto a confianza en las instituciones, atomización o aislamiento de las personas y oportunismo en el comportamiento de la gente, es decir, aumento de aprovechados (una vieja figura por explorar). La conclusión no debe extrañar dados los procesos que vivió el país en los últimos veinte años. Incremento de la corrupción que golpea la legitimidad institucional, modernización que alienta el individualismo y la guerra que es caldo de cultivo de oportunistas.

Las buenas noticias provienen del hecho de que, después del 2011, repuntó la participación en organizaciones civiles, tanto en tradicionales, como los sindicatos, como en las nuevas, por ejemplo, ecológicas. El interés en la política ha aumentado y la notable participación en las cuatro elecciones de 2018 —no registradas en el estudio— representan un signo de vitalidad en la calidad de la ciudadanía.

Tres datos resultan inquietantes de cara al futuro inmediato del país: la convergencia entre desconfianza personal y desconfianza institucional que puede generar un ambiente de desorden y deterioro de la convivencia; el recurso más frecuente a las jerarquías y a agentes externos para la solución de necesidades y de conflictos, que puede resultar en un incentivo al caudillismo y a las salidas autoritarias; y el activismo de las iglesias que captan la confianza ciudadana como colaboradoras y mediadoras (hay menos creyentes pero más fervientes).

Los resultados de Medellín son mejores que los del país. En unos casos por franca mejoría de la actividad ciudadana: en Medellín la gente se siente más corresponsable con la gestión pública, lo que explica la benevolencia con la que tratamos a los gobernantes locales; y en Medellín hay un crecimiento sostenido en el interés por la política y en la participación. En otros casos, como el de la confianza interpersonal, por las caídas en el resto del país. Sin embargo, debe advertirse que en gran parte de los casos los indicadores empiezan a mostrar cierto deterioro desde 2011. Los peores números señalan un descenso grave en la solidaridad social y en las redes familiares.

Las mediciones de capital social tienen la ventaja de que ponen a la sociedad frente al espejo. Se da poco margen para culpar al Estado o a los llamados factores estructurales; interpelan de frente la cultura ciudadana y la calidad de las organizaciones civiles. Surgen preguntas serias sobre la estructura familiar y las internas de las empresas.

El Colombiano, 25 de noviembre

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Perder el futuro

Los acontecimientos de 1848 —una efeméride de la cual nos desentendimos este año— suscitaron profundas reflexiones sobre el sentido del tiempo histórico. Ellos marcaron el final de la era de las revoluciones modernas en Europa y América, y el inicio de una nueva etapa que arrojaba dudas sobre la convicción de que el progreso era siempre constante y ascendente, idea que debemos a Condorcet, entre otros. El futuro luminoso había dejado de ser un destino que se imponía providencialmente sobre las imperfecciones y los errores de los seres humanos.

Realista, perceptivo, sensible como el que más a los indicios equívocos que muestran las sociedades, Alexis de Tocqueville (1805-1859) describió esa inflexión con la imagen del hombre que “marcha en las tinieblas”. Idealista, voluntarioso, optimista con ventaja sobre cualquier utópico, Karl Marx (1818-1883) prescribía que toda alternativa política debía extraer su fuerza del porvenir. Por supuesto que fue un momento propicio para el pensamiento reaccionario. No el que se basa en la defensa conservadora de la tradición como pie seguro para cualquier orden, sino el que llama sin más a una vuelta al pasado.

Hay ciertas consonancias entre el momento que vivimos hoy en el mundo occidental y la situación de hace 170 años. Entre el ataque a las Torres Gemelas y la crisis económica del 2008 se produjo el fin del éxtasis liberal y cosmopolita que habíamos vivido desde 1989. El ambiente festivo que se vivió en la política, el pensamiento y la cultura se desvaneció tan lentamente que muchos tuvieron que esperar a ver las ruinas para creerlo. Esta alegría progresista duró la mitad del tiempo que su análoga del siglo XIX, fue menos cruenta, cierto, pero mucho más torpe puesto que en la apoteosis de fines del siglo XX las fuerzas del progreso eran hegemónicas, mientras que 200 años atrás eran contestatarias.

Podría ser prematuro afirmarlo, pero hoy parece haber más confusión. Los herederos de Marx y de los utópicos y románticos del siglo XIX han perdido toda idea de futuro. Sintiéndose impotentes ante las demandas del presente se han empeñado en luchar por el pasado: los socialistas españoles retrocedieron 80 años para exorcizar a Franco, los progresistas californianos 500 para vilipendiar a Colón, la izquierda colombiana ha permutado el cambio social por la disputa de la memoria histórica. Los ilustrados tradicionales se abandonan a la complacencia por lo bien que le va a la humanidad en el larguísimo plazo, según los textos de Steven Pinker, su principal guía.

En aquel entonces se fundó en Gran Bretaña la revista The Economist (en 1843). Para celebrar su aniversario 175 sintetizó una reflexión sobre los retos actuales del liberalismo (“Reinventing liberalism for the 21st century”, September 13, 2018) rescatando la dimensión de futuro, invocando una rebeldía liberal e insistiendo en el camino del cambio social mediante la reforma.

El Colombiano, 18 de noviembre

lunes, 12 de noviembre de 2018

Sin mecha

Uno de los procesos más delicados para cualquier sociedad es el de la formación de la opinión. Como tal, ha sido una preocupación constante en la cultura occidental desde Sócrates hasta Jürgen Habermas, y un asunto de primer orden en los días que corren. La importancia de la formación de la opinión se ha resaltado por las conexiones con el mundo político y su proceso subsecuente de la toma de decisiones. Pero los rasgos que adquiere la opinión entre los grupos sociales poseen un interés intrínseco.

Modernamente, la formación de la opinión estuvo mediada por una serie de instituciones que he llamado empresas ideológicas: la iglesia, la escuela y los medios. Estás instituciones filtraban los asuntos cotidianos a través de los cedazos de la fe, la ciencia y la inteligencia letrada. Estas instituciones, además, hacían las veces de vasos comunicantes, intérpretes y voceros de oficio entre el olimpo de los poderosos y el suelo de la población llana. Esta mediación permitía procesar los malestares cotidianos de la gente, ajustar las reglas informales de la sociedad y someter regularmente a verificación las leyes y la orientación social de largo plazo.

Todo el esfuerzo ilustrado está encaminado a someter la reacción espontánea a un proceso deliberativo y racional que conduzca a decisiones razonables y prudentes. Todo esto requiere tiempo, instancias, múltiples intervinientes. Para la esfera política, el gran referente teórico de este proceso es James Madison (1751-1836). Hace poco, el custodio del legado material de los Padres Fundadores de los Estados Unidos Jeffrey Rosen describió el argumento de Madison como un mecanismo de “enfriamiento” (“Madison vs. The Mob”, The Atlantic, October 2018). En criollo, Madison creyó que era necesario alargar la mecha de la gente. En algunos países latinoamericanos se usa la expresión “tener la mecha corta” para referirse a personas impulsivas, explosivas, con la boca y los puños al pie del torrente sanguíneo.

Todo indica que en nuestro tiempo ha crecido el número de personas, no ya de mecha corta, sino sin mecha. La sincronicidad e inmediatez de miles de millones de personas con los aconteceres y los decires de ellas mismas elimina el tiempo, destruye las instancias y acalla las voces razonadas. La tecnología, por supuesto, ha operado como catalizador de este fenómeno. Pero tanto o más decisiva ha sido la actuación de las figuras públicas, especialmente los políticos y algunas individualidades de la farándula. El resultado es doble: la multiplicación de turbas excitadas y prestas a la acción inmediata, y la inflación de personalidades mediocres y ordinarias a la categoría de semidioses.

Necesitamos nuevas mediaciones y renovar los mediadores tradicionales. Pero también necesitamos líderes que no cedan a la tentación de responder cada mensaje en las redes sociales como si se tratara de una emergencia. Si los líderes no aprenden a enfriar la pasaremos mal.

El Colombiano, 11 de noviembre

lunes, 5 de noviembre de 2018

Centro Nacional de Memoria Histórica

Con el retiro del equipo directivo que se mantuvo, con algunos cambios desde sus inicios, está terminando una fase del funcionamiento del Centro Nacional de Memoria Histórica. El origen del Centro se remonta a 2007. Es una creación del segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez en el contexto de la desmovilización de los grupos paramilitares iniciada en Medellín en 2003. Muchos olvidan hoy que los pilares de la justicia transicional fueron creados por Uribe: tribunal de justicia y paz, Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, y el Grupo de Memoria Histórica, que cambió de nombre en 2011.

Muchos no saben que el Centro Nacional de Memoria Histórica es un establecimiento público del orden nacional, autónomo pero gubernamental. Su director a largo de 11 años —el académico Gonzalo Sánchez— fue nombrado también durante la segunda administración de Uribe y conservó su cargo hasta ahora. Ni que, por tanto, fue creado por ley de la República (448/2011) y que su misión fue definida por el gobierno nacional para “contribuir a la realización de la reparación integral y el derecho a la verdad del que son titulares las víctimas y la sociedad en su conjunto, así como al deber de memoria del Estado con ocasión de las violaciones ocurridas en el marco del conflicto armado colombiano”.

El trabajo del Centro ha sido enorme, al punto de convertirse en el primer referente mundial en materia de memoria histórica para conflictos armados internos. Hasta hoy, produjo más de un centenar de informes que han contado con la contribución de otro tanto de investigadores sociales colombianos. Varios de ellos competen a los antioqueños, en particular (Granada, San Carlos, San Rafael, Medellín, más los informes temáticos). El trabajo del Centro contribuyó, sin dudas, a la dignificación de buena parte de las víctimas del conflicto. Además de meritorio, ha sido un trabajo incomprendido porque en Colombia había prevalecido el olvido y la memoria era, y sigue siendo, un tema nuevo y urticante.

La producción del Centro Nacional de Memoria Histórica puede ser objeto, también, de críticas razonables, pero este no es el momento de hacerlas. Este es un momento de gratitud a Gonzalo Sánchez, María Emma Wills, Andrés Fernando Suárez, Marta Nubia Bello y demás colombianos que pasaron por allí. Diversas instituciones académicas y no gubernamentales de Antioquia expresaron ese reconocimiento el viernes pasado, al cual me sumo. Con Centro y sin él, diversos sectores de la sociedad colombiana seguirán contando historias y relatos, recuperando su versión de lo sucedido, ojalá siempre en la perspectiva de la reconciliación.

Pactos: el acuerdo político en el congreso sobre el mecanismo para el juzgamiento de militares por parte de la Jurisdicción Especial para la Paz fue una gran noticia en medio de la pugnacidad política habitual. Uribe, Petro, Barreras, Cepeda, sentados bajo el espíritu conciliador de la representante Juanita Goebertus.

El Colombiano, 4 de noviembre

viernes, 2 de noviembre de 2018

La alegría comienza

Samurai Cop

Dave Matthews


Llegaste un día
Desnudo, asustado
Tu joven madre grita y te empuja
El día que viniste

Oh, la alegría comienza
Pequeña cosa débil
No habrá nada más precioso, no
Oh, la alegría comienza

No olvides esos primeros días
Recuerda que comenzamos igual
Con miedo y dolor perdemos el camino

Oh, la alegría comienza

Primero un solo paso
Una palabra y luego
Canta sonriente,
Oh, la vida comienza

Beso inocente
Feliz magia negra
Primeros huesos rotos
Repentino y rápido
Oh, inocencia

Oh, la alegría comienza

Por Jorge Mario, 39 años