Los acontecimientos de 1848 —una efeméride de la cual nos desentendimos este año— suscitaron profundas reflexiones sobre el sentido del tiempo histórico. Ellos marcaron el final de la era de las revoluciones modernas en Europa y América, y el inicio de una nueva etapa que arrojaba dudas sobre la convicción de que el progreso era siempre constante y ascendente, idea que debemos a Condorcet, entre otros. El futuro luminoso había dejado de ser un destino que se imponía providencialmente sobre las imperfecciones y los errores de los seres humanos.
Realista, perceptivo, sensible como el que más a los indicios equívocos que muestran las sociedades, Alexis de Tocqueville (1805-1859) describió esa inflexión con la imagen del hombre que “marcha en las tinieblas”. Idealista, voluntarioso, optimista con ventaja sobre cualquier utópico, Karl Marx (1818-1883) prescribía que toda alternativa política debía extraer su fuerza del porvenir. Por supuesto que fue un momento propicio para el pensamiento reaccionario. No el que se basa en la defensa conservadora de la tradición como pie seguro para cualquier orden, sino el que llama sin más a una vuelta al pasado.
Hay ciertas consonancias entre el momento que vivimos hoy en el mundo occidental y la situación de hace 170 años. Entre el ataque a las Torres Gemelas y la crisis económica del 2008 se produjo el fin del éxtasis liberal y cosmopolita que habíamos vivido desde 1989. El ambiente festivo que se vivió en la política, el pensamiento y la cultura se desvaneció tan lentamente que muchos tuvieron que esperar a ver las ruinas para creerlo. Esta alegría progresista duró la mitad del tiempo que su análoga del siglo XIX, fue menos cruenta, cierto, pero mucho más torpe puesto que en la apoteosis de fines del siglo XX las fuerzas del progreso eran hegemónicas, mientras que 200 años atrás eran contestatarias.
Podría ser prematuro afirmarlo, pero hoy parece haber más confusión. Los herederos de Marx y de los utópicos y románticos del siglo XIX han perdido toda idea de futuro. Sintiéndose impotentes ante las demandas del presente se han empeñado en luchar por el pasado: los socialistas españoles retrocedieron 80 años para exorcizar a Franco, los progresistas californianos 500 para vilipendiar a Colón, la izquierda colombiana ha permutado el cambio social por la disputa de la memoria histórica. Los ilustrados tradicionales se abandonan a la complacencia por lo bien que le va a la humanidad en el larguísimo plazo, según los textos de Steven Pinker, su principal guía.
En aquel entonces se fundó en Gran Bretaña la revista The Economist (en 1843). Para celebrar su aniversario 175 sintetizó una reflexión sobre los retos actuales del liberalismo (“Reinventing liberalism for the 21st century”, September 13, 2018) rescatando la dimensión de futuro, invocando una rebeldía liberal e insistiendo en el camino del cambio social mediante la reforma.
El Colombiano, 18 de noviembre
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