lunes, 27 de junio de 2022

Prudencia

En tiempos inciertos la más necesaria de las disposiciones prácticas es la prudencia. Sobra decir que la incertidumbre colombiana no empezó el 19 de junio y no hubiera sido menor si el resultado hubiera sido distinto. No puedo entrar aquí en honduras filosóficas sobre lo que es la prudencia. Me limito a enunciar una acepción aplicada a nuestra circunstancia: actuar mediante los medios éticos más eficaces para cumplir con los preceptos de la constitución, sopesando las consecuencias de cada decisión. Alguien preguntará que por qué la constitución; respuesta, porque es nuestro acuerdo más firme sobre los fines del estado y su forma de organización. En ella están las respuestas a angustias y demandas: no reelección, libertades (incluye la económica), inclusión social y territorial, y derechos fundamentales para todos.

En el corto plazo, la prudencia implica garantizar la gobernabilidad en términos que deshagan el contubernio entre el presidente y el congreso; veremos si los nuevos congresistas son capaces de decencia. La tensión del nuevo gobierno consiste en lograr el apoyo legislativo y, al mismo tiempo, satisfacer al 75% del electorado que votó contra las corruptelas. La otra cara de la moneda será la oposición: lo deseable es que se conforme una oposición clara, disciplinada y, sobre todo, constructiva. En este aspecto Álvaro Uribe puede jugar un papel decisivo. Uribe les dio espacio en su partido y en su gobierno a notables exdirigentes del M-19, además tiene una personalidad parecida a la de Petro, así que puede ayudar a calmar a los saboteadores.

Eso es lo urgente, lo importante es construir la confianza institucional derruida desde 2015. Colombia ocupa el tercer puesto en cuanto a desconfianza en el gobierno (Edelman Trust Barometer 2022). Eso no puede seguir así. Pero no todo dependerá de los políticos. Los medios de comunicación tienen un enorme desafío por delante; ellos ocupan el sexto peor lugar (entre 28 países) en la medición de Edelman. Es una interpelación directa a la televisión, dada su popularidad según el Digital News Report 2021, es imperativo contrarrestar la desinformación y la pugnacidad de las redes sociales con un periodismo más imparcial y objetivo en medios como la prensa escrita y la radio.

En la llamada sociedad civil hay dos sectores que deben tener más presencia. Según Edelman, las empresas y los organismos no gubernamentales son los sectores que gozan de mayor confianza en el país y, por lo tanto, los que pueden jugar un rol notable. Este informe indica que “las empresas tiene que liderar la ruptura del ciclo de desconfianza”. Tal vez sea pedirles mucho, pero en su discurso del 19 de junio Petro les lanzó piropos a los capitalistas de la industria, la agricultura y la agroindustria, y la Andi y Asofondos expresaron su voluntad de conversar. Habrá que ver cómo se materializa eso. Por su parte, las ONG deben ayudar a tender puentes, como lo hicieron en su mayoría durante el proceso constituyente.

El Colombiano, 26 de junio

miércoles, 22 de junio de 2022

Lo de todos y "los de ninguno"

Un triunfo de la democracia y el enorme reto de gobernar Colombia

El triunfo de Gustavo Petro revalorizó para Colombia uno de los atributos más destacados de 

toda democracia liberal: la alternancia en el ejercicio del poder, pero para poder gobernar 

Petro tendrá que ser un hábil negociador.


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lunes, 20 de junio de 2022

Día de lectura

8 a 10 de la mañana. El excanciller Jaime Bermúdez publicó en 2021 ¿Por qué incumplimos la ley? (Ariel). El tema se refiere a la más antigua de las instituciones, la ley, y piedra fundamental de la ley moderna, el estado de derecho. La pregunta revela nuestra deplorable situación: mientras en las sociedades ilustradas discuten sobre los límites de la obediencia, nosotros (no solo los colombianos) nos asombramos por la ineficacia de la ley. El libro se subtitula Carta a un joven estudiante, pero las dificultades que plantea están lejos de ser elementales. No es un manual; se trata de un texto crítico, que trae al debate asuntos como la desconexión entre justicia y ley, el problema de la legitimidad del gobernante y de los servidores públicos, la posibilidad de resistir y la necesidad de controvertir.

10 a 12 del día. Filosofía felina se titula el libro más reciente de John Gray (Sexto piso, 2021). Gray es uno de los filósofos contemporáneos más descomplicados e inclasificables y viene dándole vueltas al mundo animal hace un buen rato; en este libro, a los gatos. Después de una profunda disertación de la mano de la biología y la literatura, asume que los gatos nos pueden ayudar a vivir mejor. Se trata de consejos dirigidos a la intimidad de la persona que poco tienen que ver con la vida en sociedad. Sin embargo, uno quisiera ser, a veces, el gato de Hué: sentarse al pie de la ventana durante horas, mirar el tráfago humano sin aprehensión y nada más.

12 a 2 de la tarde. El cineasta alemán Werner Herzog también escribe. Acaba de salir en español El crepúsculo del mundo (Blackie Books, 2022) que es su relato sobre la vida del teniente japonés Hiro Onoda quien vivió casi 30 años en la selva filipina creyendo que la guerra no había acabado y que los gringos todavía eran los enemigos. Las convicciones de este militar y su presteza para el autoengaño, atadas a sus nociones del honor y la lealtad, vencieron una por una todas las pruebas razonables de que estaba equivocado. Herzog se solaza, como en sus películas, con el paisaje, la recursividad humana para sobrevivir y la neurosis del personaje.

2 a 4 de la tarde. Hay que terminar con tranquilidad la faena para dormir bien. Prosas en collage de un amanuense de Luis Alberto Arango (Marzulipatán, 2021), conocido por los amigos y por el público como “el maraquero” o, mejor, como el timonel de los libros de Palinuro, adonde debe ir todo buen lector. Apuntes sobre mucha cosa, sobre todo Medellín, la música y la literatura, emparentados con los de su amigo Elkin Obregón, a quien va dedicada una sección del libro. Songo sorongo Luis Alberto llegó a su cuarto libro.

Como música de fondo recomiendo las canciones de Robert Schumann. Eso sí, todo se va al traste prendiendo el televisor o el teléfono.

El Colombiano, 19 de junio.

lunes, 13 de junio de 2022

El mapa

La presentación de los resultados de la primera vuelta presidencial incluyó un mapa del país que era más o menos así: una media luna violeta con un punto en el centro, un círculo amarillo imperfecto en el medio y el perfil de Antioquia, en azul. El mapa es impactante por la excepcionalidad antioqueña; también porque, hasta donde recuerdo, ese tipo de fenómenos no se había dado antes, no en los departamentos más poblados, al menos. No voy a meterme en análisis coyunturales; el veredicto de las urnas fue contundente y unívoco, al menos respecto a la clase política y al desempeño del gobierno. Lo que me interesa es la cultura.

La votación antioqueña no se explicaría por la idiosincrasia regional, pues nuestros paisanos del viejo Caldas mostraron preferencias muy distintas. Tampoco por la tradición política, tan maltrecha, ya que los conservadores de los departamentos sabaneros, Boyacá, Huila, Norte de Santander y el Valle se repartieron entre violeta y amarillo. El peso del uribismo es la explicación más plausible, pero a mí —seré ingenuo— me parece anómala. La trayectoria antioqueña en materia política siempre fue pragmática y moderada. Los conservadores antioqueños eran abiertos a las transacciones, con sus límites; el extremismo de Laureano Gómez no tuvo acogida en la región. Si este perfil radical y avasallante del electorado se consolidara se nos vendrán enormes problemas para la democracia y la libertad, y para el pensamiento ilustrado.

Es evidente que la encrucijada del 2022 versa sobre el cambio. Antioquia fue el único departamento que votó contra el cambio; puede haber excusas, como los reparos a las ofertas electorales. Antioquia ha sido conservadora pero dinámica, reacia a la revuelta política pero no a la evolución. Epifanio Mejía nos definió como altivos y libres, pero eso no se vio el 29 de mayo y menos entre quienes —en menos de media hora— se pusieron la camiseta amarilla. Hay mucha emotividad en el ambiente, sobre todo un pánico poco sensato y revelador de inseguridad propia y desconfianza en las instituciones. Quienes alcanzaron a balbucear algunas razones insistían en la estabilidad sin saber decir estabilidad de qué. Alexis de Tocqueville —aristócrata y conservador para algunos— dijo que no había nada más estable que un muerto.

El mapa advierte el riesgo de que Antioquia se aísle de los debates nacionales, y no participe en la construcción del clima intelectual y en las reformas que tendrá el país en los próximos años. Como dijo Malcolm Deas de Álvaro Uribe, está pensando en el pasado (El País, 04.06.22). El departamento no se puede quedar mirando hacia atrás; tampoco esa ha sido una característica paisa.

Un detalle importante: el 50% de los votantes antioqueños votó por el cambio; prefirieron explorar y buscar una renovación incierta a soportar un quietismo insatisfactorio. Mensaje de que somos más diversos de lo que se piensa en Medellín y que debemos ser más abiertos a opiniones y sugerencias para construir futuro.

El Colombiano, 12 de junio

lunes, 6 de junio de 2022

Proezas

Entre las tantas cosas que se nos embolataron en el 2020 estuvo la concesión del premio Bengt Winblad Lifetime Achievement al neurólogo e investigador Francisco Lopera por su trabajo contra el alzhéimer. La prensa nacional e internacional está difundiendo este año el reconocimiento con la expectativa de los resultados. Lopera es el único latinoamericano en obtener el galardón desde que se concede, 1988, según la tabla que aparece en el sitio de  la AAIC.

El Colombiano lo entrevistó hace poco (“Hemos hecho posible lo imposible, en estudio sobre el alzhéimer: Francisco Lopera”, 17.04.22). De ella, quiero destacar dos cosas: las vicisitudes de hacer investigación en Colombia y el heroísmo que entraña lograr resultados significativos en la actividad científica, en cualquier campo.

Afirmó Lopera que “este proyecto no lo podía financiar Colombia, así de sencillo. Los 150 millones de dólares que costó equivalen al presupuesto de investigación nacional”. Al margen de las limitaciones que se padecen en nuestros países, la importancia que Colombia le concede a la ciencia deja mucho que desear, incluso en el ámbito latinoamericano. Entre 18 países, ocupamos el noveno lugar en gasto en investigación y desarrollo y el puesto 14 en inversión en educación superior, debajo de Bolivia, Honduras y Paraguay, entre otros (Informe de la Unesco sobre la ciencia, 2015). Según el Observatorio de Ciencia y Tecnología, la inversión colombiana bajó de 2019 a 2020, tanto en valores absolutos como en participación respecto al PIB (“La ciencia en Colombia ganó importancia y perdió recursos en 2020”, La silla vacía, 01.09.21).

Pero la plata del estado no lo es todo. El periodista Edison Ferney Henao le preguntó por los mayores retos y, entre ellos, el doctor Lopera mencionó dos. El primero, “lograr la aprobación del comité de ética fue muy complicado”. Se trata de un problema burocrático. Como sabemos los investigadores, un comité de ética solo revisa papeles, no discute de ética, y si la discute nunca lo hace sobre el terreno; se llevaron un año haciéndolo. El segundo consistió en que “hubo que hacer mucho trámite ante el Invima”. La misma institución que rechazó el esfuerzo de ocho universidades que corrieron a producir ventiladores respiratorios para atender la emergencia de la Covid-19 y a las empresas que se dedicaron a producir tapabocas porque, según Moisés Wasserman, el Invima exige estándares alemanes. (Claro que ellos no se comportan como sus pares germanos.) Así que el estado, además de no ayudar, estorba.

El titular de entrevista —“hemos hecho posible lo imposible”— retrata las condiciones de trabajo de los investigadores en el país. La pregunta es si las universidades, o una región como Antioquia, pueden hacer algo distinto a lo que hace el estado central. En el pasado se hizo: desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, Antioquia tuvo los mejores indicadores educativos del país. Ese esfuerzo público y privado, explica, en parte, lo que James Parsons llamó el “milagro de Medellín”.

El Colombiano, 5 de junio

miércoles, 1 de junio de 2022

Jairo canta a Borges

En sus años dorados el humorista Daniel Samper Pizano se burlaba de la idiosincrasia paisa inventando un papa antioqueño que adoptaría el nombre de Jairo I; quiso el destino que llegara primero a la silla de Pedro un hombre llamado Mario.  Debido a su provincianismo bogotano, Samper ignoraba que el origen del nombre Jairo es bíblico y que su rareza en las tierras frías era puramente casual. De eso da fe —y me gusta recalcarlo— el hecho de que un joven argentino, bautizado con esa combinación particular de nombres a la que estamos acostumbrados por las alineaciones de los equipos de fútbol, hubiera decidido adoptar como nombre artístico Jairo; añadido a su apellido legal, González, en suma: Jairo González, como si fuese un muchacho de Los Naranjos o de La Magnolia, aquí en nuestro Envigado.

Mario Rubén González nació en Córdoba, en 1949, y cuando uno revisa su discografía parece que hubiera nacido cantando. Como muchos artistas de su generación y de las tres o cuatro posteriores, empezó muy joven cantando rock pero derivó —como tantos empujados por el mercado— hacia la balada (puede consultarse más información en http://www.jairo.com.ar). En ese género, Jairo realizó piezas notables: “De pronto sucedió”, “Por si tú quieres saber” o versiones que obtuvieron resonancia en su voz como “Nuestro amor será un himno” (Jans), “Nieve” (Felisatti) o “Amigos míos me enamoré” (Pagliaro). Solo me resta referir que Mercedes Sosa lo consideró la mejor voz argentina y que, en esa calidad, recibió varios premios en Francia, donde residió largos años.

Y las voces hacen milagros; y a veces los milagros surgen de las casualidades. La Editorial Lagos tomó la iniciativa de musicalizar algunos poemas de Jorge Luis Borges. Aunque el ciego erudito parecía reacio, su pulsión por la música era inocultable, no solo debido a su amor por el tango y la milonga sino a su confesada intención de ser musicalizado. No en vano titula uno de sus poemarios “Para las seis cuerdas”. La información a la mano da a entender que el proceso empezó por pedirles a los más destacados compositores argentinos que musicalizaran un poema y el producto esperado era la publicación de las partituras, pero, por fortuna, derivó hacia una grabación que tuvo a Jairo como cantante y a Ricardo Miralles en la dirección musical.

No sé quién faltó allí, tal vez Ariel Ramírez. Estuvieron Ástor Piazzolla y Carlos Guastavino, entre los “cultos”; Eduardo Falú y Gustavo Leguizamón entre los folkloristas; Eladia Blásquez, Rodolfo Mederos y Julián Plaza entre los tangueros; los cancionistas Alberto Cortez, Facundo Cabral y el propio Jairo. Hecha la música, al parecer, quedaba escoger la voz y fue la de Jairo. Le dijo este a la periodista española Rosa María Pereda que Borges estaba renuente con el proyecto pero que terminó encantado con el resultado, en particular con la versión de “Buenos Aires” (“no nos une el amor sino el espanto”), aporte musical del cordobés (“Jairo canta a Borges: un disco contra el tópico”, El País, 26.09.77). 

Jairo le canta a Borges es un álbum plegable, ilustrado con dibujos de Liliana Lees y Jairo, con los textos de los doce poemas incluidos en un cuaderno inserto y una grabación impecable para la época. Las doce piezas que componen el álbum —publicado en 1975, en España— constituyen, a mi entender, una de las mejores muestras de la musicalización poética en castellano. Otro trabajo, más conocido, el de Joan Manuel Serrat sobre Antonio Machado, también fue dirigido y arreglado por Miralles. Su difusión en Colombia fue marginal —prensado por Sonolux en 1977— como lo sigue siendo el nombre de Jairo en cualquier ámbito musical.

Que la poesía de Borges invitaba a la música, ya lo había entendido Ástor Piazzolla antes que los promotores del proyecto y, también, de las ocurrencias del cantautor catalán. El compositor marplatense acometió, en 1965, la musicalización de seis poemas borgianos y de un cuento —“El hombre de la esquina rosada”— y para la interpretación vocal se hizo acompañar de Edmundo Rivero; nada más y nada menos. Armado sobre la base musical vanguardista de Piazzolla y en su mayor parte con recitados en la voz grave de Rivero, el resultado es menos atractivo y menos trascendental que el proyecto que diez años después encarnaría Jairo. Quizás la excepción sea “Jacinto Chiclana”.

Ninguno de los dos discos obtuvo notable difusión; ni siquiera con la bendición de esos nombres… Piazzola, Rivero y la selección de 1975. Los sobresaltos políticos, que son parte de la normalidad argentina, y las dificultades presupuestarias de la editora española lo impidieron. Jairo le canta a Borges se presentó en teatros argentinos para conmemorar las cuatro décadas del disco y algunas piezas, de mediocre calidad, pueden verse en YouTube.

Revista La vitrola 31, abril de 2002. Envigado