En sus años dorados el humorista Daniel Samper Pizano se burlaba de la idiosincrasia paisa inventando un papa antioqueño que adoptaría el nombre de Jairo I; quiso el destino que llegara primero a la silla de Pedro un hombre llamado Mario. Debido a su provincianismo bogotano, Samper ignoraba que el origen del nombre Jairo es bíblico y que su rareza en las tierras frías era puramente casual. De eso da fe —y me gusta recalcarlo— el hecho de que un joven argentino, bautizado con esa combinación particular de nombres a la que estamos acostumbrados por las alineaciones de los equipos de fútbol, hubiera decidido adoptar como nombre artístico Jairo; añadido a su apellido legal, González, en suma: Jairo González, como si fuese un muchacho de Los Naranjos o de La Magnolia, aquí en nuestro Envigado.
Mario Rubén González nació en Córdoba, en 1949, y cuando uno revisa su discografía parece que hubiera nacido cantando. Como muchos artistas de su generación y de las tres o cuatro posteriores, empezó muy joven cantando rock pero derivó —como tantos empujados por el mercado— hacia la balada (puede consultarse más información en http://www.jairo.com.ar). En ese género, Jairo realizó piezas notables: “De pronto sucedió”, “Por si tú quieres saber” o versiones que obtuvieron resonancia en su voz como “Nuestro amor será un himno” (Jans), “Nieve” (Felisatti) o “Amigos míos me enamoré” (Pagliaro). Solo me resta referir que Mercedes Sosa lo consideró la mejor voz argentina y que, en esa calidad, recibió varios premios en Francia, donde residió largos años.
Y las voces hacen milagros; y a veces los milagros surgen de las casualidades. La Editorial Lagos tomó la iniciativa de musicalizar algunos poemas de Jorge Luis Borges. Aunque el ciego erudito parecía reacio, su pulsión por la música era inocultable, no solo debido a su amor por el tango y la milonga sino a su confesada intención de ser musicalizado. No en vano titula uno de sus poemarios “Para las seis cuerdas”. La información a la mano da a entender que el proceso empezó por pedirles a los más destacados compositores argentinos que musicalizaran un poema y el producto esperado era la publicación de las partituras, pero, por fortuna, derivó hacia una grabación que tuvo a Jairo como cantante y a Ricardo Miralles en la dirección musical.
No sé quién faltó allí, tal vez Ariel Ramírez. Estuvieron Ástor Piazzolla y Carlos Guastavino, entre los “cultos”; Eduardo Falú y Gustavo Leguizamón entre los folkloristas; Eladia Blásquez, Rodolfo Mederos y Julián Plaza entre los tangueros; los cancionistas Alberto Cortez, Facundo Cabral y el propio Jairo. Hecha la música, al parecer, quedaba escoger la voz y fue la de Jairo. Le dijo este a la periodista española Rosa María Pereda que Borges estaba renuente con el proyecto pero que terminó encantado con el resultado, en particular con la versión de “Buenos Aires” (“no nos une el amor sino el espanto”), aporte musical del cordobés (“Jairo canta a Borges: un disco contra el tópico”, El País, 26.09.77).
Jairo le canta a Borges es un álbum plegable, ilustrado con dibujos de Liliana Lees y Jairo, con los textos de los doce poemas incluidos en un cuaderno inserto y una grabación impecable para la época. Las doce piezas que componen el álbum —publicado en 1975, en España— constituyen, a mi entender, una de las mejores muestras de la musicalización poética en castellano. Otro trabajo, más conocido, el de Joan Manuel Serrat sobre Antonio Machado, también fue dirigido y arreglado por Miralles. Su difusión en Colombia fue marginal —prensado por Sonolux en 1977— como lo sigue siendo el nombre de Jairo en cualquier ámbito musical.
Que la poesía de Borges invitaba a la música, ya lo había entendido Ástor Piazzolla antes que los promotores del proyecto y, también, de las ocurrencias del cantautor catalán. El compositor marplatense acometió, en 1965, la musicalización de seis poemas borgianos y de un cuento —“El hombre de la esquina rosada”— y para la interpretación vocal se hizo acompañar de Edmundo Rivero; nada más y nada menos. Armado sobre la base musical vanguardista de Piazzolla y en su mayor parte con recitados en la voz grave de Rivero, el resultado es menos atractivo y menos trascendental que el proyecto que diez años después encarnaría Jairo. Quizás la excepción sea “Jacinto Chiclana”.
Ninguno de los dos discos obtuvo notable difusión; ni siquiera con la bendición de esos nombres… Piazzola, Rivero y la selección de 1975. Los sobresaltos políticos, que son parte de la normalidad argentina, y las dificultades presupuestarias de la editora española lo impidieron. Jairo le canta a Borges se presentó en teatros argentinos para conmemorar las cuatro décadas del disco y algunas piezas, de mediocre calidad, pueden verse en YouTube.
Revista La vitrola 31, abril de 2002. Envigado
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