La presentación de los resultados de la primera vuelta presidencial incluyó un mapa del país que era más o menos así: una media luna violeta con un punto en el centro, un círculo amarillo imperfecto en el medio y el perfil de Antioquia, en azul. El mapa es impactante por la excepcionalidad antioqueña; también porque, hasta donde recuerdo, ese tipo de fenómenos no se había dado antes, no en los departamentos más poblados, al menos. No voy a meterme en análisis coyunturales; el veredicto de las urnas fue contundente y unívoco, al menos respecto a la clase política y al desempeño del gobierno. Lo que me interesa es la cultura.
La votación antioqueña no se explicaría por la idiosincrasia regional, pues nuestros paisanos del viejo Caldas mostraron preferencias muy distintas. Tampoco por la tradición política, tan maltrecha, ya que los conservadores de los departamentos sabaneros, Boyacá, Huila, Norte de Santander y el Valle se repartieron entre violeta y amarillo. El peso del uribismo es la explicación más plausible, pero a mí —seré ingenuo— me parece anómala. La trayectoria antioqueña en materia política siempre fue pragmática y moderada. Los conservadores antioqueños eran abiertos a las transacciones, con sus límites; el extremismo de Laureano Gómez no tuvo acogida en la región. Si este perfil radical y avasallante del electorado se consolidara se nos vendrán enormes problemas para la democracia y la libertad, y para el pensamiento ilustrado.
Es evidente que la encrucijada del 2022 versa sobre el cambio. Antioquia fue el único departamento que votó contra el cambio; puede haber excusas, como los reparos a las ofertas electorales. Antioquia ha sido conservadora pero dinámica, reacia a la revuelta política pero no a la evolución. Epifanio Mejía nos definió como altivos y libres, pero eso no se vio el 29 de mayo y menos entre quienes —en menos de media hora— se pusieron la camiseta amarilla. Hay mucha emotividad en el ambiente, sobre todo un pánico poco sensato y revelador de inseguridad propia y desconfianza en las instituciones. Quienes alcanzaron a balbucear algunas razones insistían en la estabilidad sin saber decir estabilidad de qué. Alexis de Tocqueville —aristócrata y conservador para algunos— dijo que no había nada más estable que un muerto.
El mapa advierte el riesgo de que Antioquia se aísle de los debates nacionales, y no participe en la construcción del clima intelectual y en las reformas que tendrá el país en los próximos años. Como dijo Malcolm Deas de Álvaro Uribe, está pensando en el pasado (El País, 04.06.22). El departamento no se puede quedar mirando hacia atrás; tampoco esa ha sido una característica paisa.
Un detalle importante: el 50% de los votantes antioqueños votó por el cambio; prefirieron explorar y buscar una renovación incierta a soportar un quietismo insatisfactorio. Mensaje de que somos más diversos de lo que se piensa en Medellín y que debemos ser más abiertos a opiniones y sugerencias para construir futuro.
El Colombiano, 12
de junio
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