lunes, 29 de noviembre de 2021

Paz polémica

En Colombia hacer la paz es una tradición: desde la Guerra de los Mil Días todas nuestras contiendas terminaron con negociaciones y acuerdos; entre 1975 y 2018 hubo 22 acuerdos con distintos grupos. Y desde el siglo XIX hemos sido un país generoso en indultos y amnistías. Es lo que nos distingue en Hispanoamérica, no las guerras, rubro en el que nos ganan los mexicanos y empatamos con los argentinos (Giraldo, Fortou y Gómez, “200 años de guerra y paz en Colombia: números y rasgos estilizados”, 2019).

¿Qué pasó, entonces, en el siglo XXI? La paz en Colombia siempre fue consentida y sus opositores fueron minorías exóticas, como los críticos de Rafael Uribe Uribe o los que rabiaron contra el Frente Nacional. Luego llegó nuestro tiempo, el de la paz polémica. Mis hipótesis explicativas sobre la paz realizada en medio de agrios desacuerdos son tres: en el país ganó adeptos la idea de que había enemigos absolutos que debían ser exterminados, apoyada en los rezagos fanáticos de la Guerra Fría; el humanitarismo liberal logró imponer la idea de que la justicia era tanto o más importante que la paz; y el dolor y el resentimiento de las víctimas fue explotado por fuertes líderes políticos.

La primera paz polémica está representada por los dos acuerdos de la primera administración de Álvaro Uribe con los grupos paramilitares. A ella se opusieron los humanitaristas globales, la intelectualidad ideologizada y algunos sectores de izquierda (no todos). La segunda paz polémica fue el acuerdo del Teatro Colón con las Farc, cuya oposición fue encabezada por Uribe, detrás de quien se escondieron importantes sectores dirigentes del país.

Los dos procesos de paz no fueron tan distintos. De hecho la institucionalidad que se creó durante el mandato de Uribe Vélez se replicó, en algunos casos se mejoró o se amplió, para el caso de las Farc. La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, el Tribunal de Justicia y Paz, la Ley de Víctimas, el Centro de Memoria Histórica, la agencia para la reincorporación de los desmovilizados, esos entes se crearon para materializar los acuerdos con los paramilitares. La paz con los paramilitares pasó por el congreso y la Corte Constitucional, no fue la paz de Uribe, fue la paz del estado colombiano con varios grupos armados ilegales. La paz con las Farc tampoco fue la paz de Santos, del mismo modo, es la paz del estado colombiano. Las contrapartes también eran grupos armados que, en distintas proporciones, mezclaban ingredientes políticos y criminales, incluyendo los negocios del narcotráfico.

La gran diferencia entre las dos paces consiste en que la última incluía beneficios directos y perceptibles para las regiones más pobres y afectadas del país. Ellas fueron las perjudicadas por el radicalismo contra el acuerdo del Teatro Colón, cuya firma hace cinco años, muchos celebramos.

El Colombiano, 28 de noviembre 

jueves, 25 de noviembre de 2021

Graham Nash, Myself at Last

Yo mismo al fin

La luz se desvanece lentamente
Y la noche llega rápido
Me estoy ahogando en mis sueños
Es tan difícil luchar contra el pasado
Cuando todo está dicho y hecho
Es difícil calcular el costo

Cuando estoy rodando hacia abajo
Por este camino solitario
Para perderme al fin

El día que irrumpe ante mí
Puede que no sea superado
Y la pregunta me persigue
¿Es mi futuro solo mi pasado?
Entonces le estoy gritando al universo
Como para hacerla reír

Con todo lo que he hecho
He tratado de ser mejor
Pero ante todos mis conocidos
He tenido una especie de prueba
Cuando todo está dicho y hecho
Es difícil encontrar lo perdido

Mis sueños son solo recuerdos
Pero todos han pasado rápido
Estaba a la deriva en un océano azul
Como un barco sin mástil
Y luego viniste y me rescataste
Y salvaste mi alma al fin

De rodar hacia abajo
Por este camino solitario
Hasta encontrarme por fin
Encontrarme a mí mismo al final

Graham Nash, versión libre.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Deslustre presidencial

La curtida periodista María Isabel Rueda se preguntó si el gobierno de Iván Duque era el peor de la historia republicana del país (“Duque: ¿el peor gobierno de la historia?”, El Tiempo, 14.11.21). La pregunta por sí misma es elocuente, pero es fácil e inútil. La cuestión difícil es saber cuál es el segundo: ¿Mosquera? ¿Marroquín? ¿Abadía? ¿Gómez? El tema útil es comprender cómo fue posible que un individuo cuyo perfil apenas daba para ser un viceministro pasable llegara a la Casa de Nariño y cómo evitar que suceda en el futuro.

La primera respuesta de cualquier politólogo señalará la crisis de los partidos políticos. En lo tocante a la administración pública los partidos cumplían la función de seleccionar sus mejores cuadros. Los partidos llevaban a cabo el filtro meritocrático propio de la política: compromiso ideológico, lealtad, trabajo organizativo y propagandístico, experiencia, conocimiento físico de la gente y el país. De esta manera el partido se convertía en un postulante creíble y respetable; por ello, insignes desconocidos para la ciudadanía podían obtener la candidatura con probabilidades de ganar. A su vez, los partidos le ofrecían al presidente electo una variada nómina de posibles altos funcionarios; nada de familiares, compañeros de universidad o amigos del alma.

Pero la crisis de los partidos, creo yo, está poniendo en cuestión el diseño electoral. Me explico. Anticipando el final del bipartidismo se creó el sistema de dos vueltas que permitía la competencia multipartidista en la primera, obligaba a coaliciones en la segunda y garantizaba triunfadores de mayorías. Sin partidos, la primera vuelta se está convirtiendo en un juego caótico y la segunda en un escenario indeseable, de terror. Se vio en Perú, entre Fujimori y Castillo, hacia allá puede ir Chile, entre Boric y Kast, o, retrospectivamente, así fue Colombia en el 2018; lo que pone al ciudadano en la tesitura de escoger su propio veneno.

Las decisiones tomadas por una ciudadanía desconcertada por el caos y el miedo arroja el resultado de entronizar como líderes a pigmeos como Bukele, Castillo o Duque, tras lo cual cualquiera se siente con carta blanca para lanzarse, al fin y al cabo no se pierde nada y se puede ganar todo; en parte esto explica porque superamos el medio centenar de precandidatos.

El lío es que, una vez consumada la elección, la ciudadanía y las instituciones pueden perder toda capacidad de controlar al poder ejecutivo como pasó en Nicaragua y Venezuela, o entrar en una situación prolongada de inestabilidad como ha pasado en Ecuador y Perú. En el caso colombiano, el problema está en el congreso y la ineficacia de la ley de bancadas y del estatuto de la oposición, que se derrumban ante la feria de puestos y contratos; y en la inercia gobiernista de los poderes civiles que temen a todo cambio.

El Colombiano, 21 de noviembre.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Revista de Occidente: El futuro de la confianza

 


Revista de Occidente, con los mismos objetivos que guiaron en 1923 a su fundador, José Ortega y Gasset y continuamente renovados, atendiendo a los temas de nuestro tiempo, es hoy un espacio cultural que, mes a mes, recoge lo más relevante del pensamiento, la ciencia, la creación plástica, literaria, cinematográfica y audiovisual. Publicación de referencia en España y Latinoamérica, goza de una amplísima difusión en los círculos universitarios de todo el mundo.

Jorge Giraldo: "La confianza en Iberoamérica". 

lunes, 15 de noviembre de 2021

Enfermedades del corazón

Una de las oleadas académicas del siglo XXI es la que representa el interés por el comportamiento humano. Científicos sofisticados e investigadores acuciosos tratan de explicar e intervenir, con el bien en mente, en la conducta de individuos y grupos. Se dice, y se sabe, que somos una especie que no actúa muy bien y se propaga mucho; un virus, como dice, el casi legendario agente Smith. Algunas tipologías de mala conducta están bien identificadas en la inteligencia y el habla populares. Me referiré a algunas de ellas sin ánimo exhaustivo. E invito a los lectores a que enriquezcan la lista.

A principios del año pasado —es decir, antes de la nueva era— hablé de la morronguera que consiste en ocultar las verdaderas intenciones que se tienen para obtener propósitos indeclarables; una de la expresiones de la malicia, endilgada de forma racista a los indígenas, que puede ponerse al lado del ventajismo, ese rasgo inocultable de las personas que tratan de sacar provecho de cualquier circunstancia. Lo que en el campo llaman “la del azadón”: todo pa’cá nada pa’llá. En este pequeño grupo puede entrar la conchudez. Los conchudos son más numerosos, me parece. Son básicamente los sinvergüenzas, por eso les decimos también descarados; a estos se les atribuye con más precisión el aprovecharse de los demás o perjudicarlos. Soy consciente de que la cultura mafiosa y el capitalismo salvaje ampliaron enormemente las especializaciones en esta materia.

En estos tiempos exacerbados están pululando los exponentes del gadejo. Aunque la expresión parece ser marca registrada colombiana, la conducta es bastante universal. Todos sabemos que es un acrónimo de las ganas de joder por lo que puede sufrir de polisemia, pero en nuestra tierra joder es molestar, entorpecer, fastidiar. El cansón es una versión ligera y muchas veces necesaria de este sujeto que no sé cómo llamar. Ladilla, cirirí, se les decía a veces en otro tiempo, pero me niego a insultar a los animalitos. Los contrarios perfectos del gadejo son los lambones, llamados más sonoramente en la sabana cundiboyacense como sacamicas; un espécimen que puebla en exceso los círculos gubernamentales, periodísticos y corporativos. ¿Cuál de los dos es más dañino? Depende de las circunstancias. El gadejo es irritante a primera vista, pero cuando la lambonería se asienta por su uso sistemático… ¡ay Dios!

En círculos más cerrados y personales conocí otros males. El sacaculismo, palabra cuyo origen no requiere explicación. Ahora bien, hay dos tipos de sacaculistas. Uno es que el que no asume sus responsabilidades, bien pintado en la canción de Daniel Santos: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo; si algo pasó, yo no estaba allí”. El otro es el que no se compromete con nada. Me queda el nimierdismo. Breve, no le importa nada, no respeta a nadie, todo le da lo mismo.

El Colombiano, 14 de noviembre

lunes, 8 de noviembre de 2021

Desayuno imprevisto

Por cuenta de una larga secuencia de casualidades desayunamos juntas tres personas disímiles, aunque con perspectivas comunes: un periodista venezolano, un ilustre bogotano y yo. El periodista lleva casi diez años de exilio —una de las peores tragedias humanas—, sufriendo a Bogotá como cabal caribeño. Al capitalino lo llamo ilustre porque lo es y cumplía en la mesa la antigua fórmula de ser mayor en edad, dignidad y gobierno. A mí me tocó cumplir el papel de enlace entre desconocidos.

El periodista estaba interesado en contar sus proyectos y recabar en información colombiana para alimentarlos. Pensando en el horizonte de un año, nos recordó que en octubre de 2022 se cumplirá un año de la marcha sobre Roma que abrió el camino al fascismo italiano y quiere explorar la influencia del fascismo en América Latina, que no ve en Venezuela ni México y que le parece abunda en Colombia. Está pensando en la historia y la literatura, por supuesto, pero siempre es difícil de evitar la sombra del presente.

Nuestro ilustre acompañante intervino para hacer un comentario introductorio a lo que llamó, no estoy citando, el amor por la tiranía, ese afecto tan común en la historia de la humanidad pero que nos luce tan extraño a los colombianos, al menos históricamente. Le asombraba dijo, el gusto que la gente le estaba tomando al autoritarismo, soltó algunos nombres que fueron seducidos por Mussolini y se lamentó de no tuviéramos buenos trabajos sobre el primer tercio del siglo XX. No recuerdo cómo hiló sus palabras para afirmar que la aristocracia bogotana estaba en desbandada, es decir, que no se juntaba como era costumbre para discutir e intervenir en los problemas del país; solo se ven para jugar golf, dijo.

Esto me llamó la atención. Uno no siempre puede escuchar testimonios sinceros de primera mano de lo que pasa en estos segmentos de la sociedad. Me parece muy grave que grupos sociales con poder se desentiendan de lo público porque creo, con gran parte de los sociólogos y en contra de los demagogos, que la historia la hacen las minorías. Lo que contó me alarmó más. Habló de sus amigos bogotanos y caleños que ya tienen preparada su pista de aterrizaje en Estados Unidos esperando quién sabe qué. Renunciando a luchar por un país mejor y dedicándose a empacar maletas para salir; palabras mías, no de él.

Nuestro comensal venezolano callaba y escuchaba, nos miraba alternamente, a su plato y al techo. “Así empieza todo”. El ilustre bogotano no quiso suponer nada y preguntó. Él respondió que así empezó en Venezuela. La élite empieza a desocupar y va dejando sola a la ciudadanía en manos de la nueva dirigencia. Parodiando a un antiguo político, los cataclismos políticos suceden cuando los que mandan pierden el interés y la voluntad. 

El Colombiano, 7 de noviembre

domingo, 7 de noviembre de 2021

Caballero Argáez sobre "Democracia y libertad"

‘El propósito nacional’

Por: Carlos Caballero Argáez 

El Tiempo, 6 de noviembre 2021

Difícil recordar una situación de tanta incertidumbre con respecto al futuro como la que se respira en la actualidad. La insatisfacción con el proceso político conducente a las elecciones del año próximo es muy grande. Hay no sé cuántos precandidatos y candidatos, pero casi nadie sabe qué piensan, ni qué proponen.

Jorge Giraldo Ramírez es un sobresaliente intelectual antioqueño, filósofo y profesor emérito de la Universidad Eafit. El año pasado publicó el libro Democracia y libertad (Lecturas Comfama), con el objetivo de traer al debate público la preocupación de hoy en día en el mundo sobre la vigencia de la democracia como sistema de gobierno. Como lo escribe en la introducción, "las fuerzas políticas tradicionales en Occidente, esto es, el liberalismo, el conservatismo y la socialdemocracia, han mostrado poca capacidad de reacción y no muestran imaginación ni creatividad para elaborar propuestas renovadoras y atractivas para el electorado". Tal cual lo que está sucediendo en Colombia, en donde los partidos no tienen candidatos y los candidatos no quieren tener nada que ver con los partidos.

Siendo un personaje inquieto y preocupado por el futuro, mientras armaba su libro Giraldo se topó con el discurso de Alberto Lleras Camargo titulado 'El propósito nacional', pronunciado en diciembre de 1959 ante los miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el cual se preguntó "hasta qué punto la política interpreta y decide el propósito nacional". Decidió, entonces, incorporarlo en el libro, para enorme fortuna de sus lectores. Allí, Lleras advirtió que si la respuesta a su interrogante es que la política no interpreta el propósito nacional, "se convierte, con rapidez prodigiosa, en una rutina, en una repetición oscura de actos cuyo origen y objetivo escapan totalmente a quienes los ejecutan y a quienes los presencian".

Es la descripción perfecta de la situación de la campaña por la Presidencia de la República, convertida en la rutina de cada cuatro años para cumplir por cumplir con el rito de la democracia, sin que los muchos interesados en conseguir los votos ofrezcan a los electores una visión de futuro que traduzca un propósito nacional. No sorprende, por tanto, la apatía de los colombianos, reflejada en las encuestas, en las cuales no aparece la inclinación del público por candidato alguno, excepción de aquella por el candidato puntero, cuyo propósito, ese sí, es borrar la historia y lanzar el país al vacío.

A pesar de que la forma de gobierno en el país obedece a los conceptos prevalecientes en la cultura occidental, para Lleras, "la democracia, sin unas instituciones que el pueblo quiera, defienda, respete, entienda y utilice, es un gran artificio y está sujeta a los más graves peligros". El pesimismo de los colombianos en la hora actual, que se expresa también en las encuestas, es un mal augurio. No hay una institución que concite el cariño de la población ni un individuo cuyo nombre merezca su aceptación, sino un peligroso vacío. Y, de acuerdo con el mismo Lleras, "la política tiene, como se decía de la naturaleza, horror al vacío”.

* * * *

El país atraviesa una de las más graves y complejas situaciones de su historia. No es solamente una crisis económica. La pandemia exacerbó los problemas sociales que ya existían y los desnudó. Es posible encontrar soluciones para resolverlos. Pero no saldremos de la crisis sin la acción política. Y esta pasa por decidir un propósito nacional, una visión de la sociedad en la cual vivan nuestros nietos.

"Una nación sin propósito es una nación que vive solo en el día a día", escribe Jorge Giraldo en la presentación de su libro. Así, ni el país ni la vida tienen sentido.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Entrevista en Contexto

 Populismo, política y elecciones presidenciales, una charla con Jorge Giraldo Ramírez.

El poder carismático es una crisis del poder
–Norbert Elias, La Sociedad Cortesana

Me encuentro en un coloquio internacional con Jorge Giraldo Ramírez, uno de los más importantes pensadores e intelectuales de Colombia. Doctor en filosofía, ex decano de Humanidades de Eafit, y ahora profesor emérito, Giraldo es un observador agudo, disciplinado, nada pretencioso y conocedor como ninguno de la política colombiana que integró la Comisión histórica del conflicto y sus víctimas, establecida en el marco del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto entre el Gobierno de Colombia y las Farc. Es también autor, entre otros, de los libros El rastro de Caín: guerra, paz y guerra civilGuerra civil posmodernaPopulistas a la colombiana, y Democracia y libertad.

Entrevista completa aquí

lunes, 1 de noviembre de 2021

Errores y crímenes

La distinción entre responsabilidad y culpabilidad legal debe conservarse tanto en el plano ético como en el político, sobre todo teniendo en cuenta la confusión que reina en los tiempos que corren. Incluso en algunos casos de culpabilidad legal existen atenuantes que permiten establecer matices en la sindicación y en la aplicación de la pena. En el mundo de la administración pública —más aún en el de la política— la distinción es más necesaria, aunque no sea fácil. 

Estas observaciones provienen de un artículo reciente sobre los intentos de judicializar a algunos ministros en Francia por el manejo de la pandemia de la Covid-19 (Theodore Dalrymple, “Taking Responsibility for Our Politics”, Law & Liberty, 06.10.21). Se trata de un caso particular en el que se presentan “dificultades enormes e insuperables… dado el estado caótico del conocimiento” del asunto. Hay niveles de conocimiento suficientemente complejos y con resultados impredecibles en algunas decisiones en la vida pública. Por lo regular esas decisiones no corresponden a una persona sino a muchas, que incluyen expertos, consultores, entes externos o de control que fijaron parámetros previos, organismos o personas con ascendiente jerárquico.

El autor sugiere que la pulsión actual por perseguir penalmente a los administradores públicos y a los políticos solo conducirá a que sean los individuos “más psicópatas, narcisistas o despiadados” los que quieran competir por cargos de elección popular o aceptar puestos por nombramiento. En los asuntos en los que no existe culpa legal lo que debe operar es la sanción de la opinión pública y el castigo de los ciudadanos en las urnas.

Creo que, como fenómeno general, estos impulsos cobran fuerza ante una cultura que tiende a exaltar de modo ingenuo el perfeccionismo y a la tesis, promovida por ciertos intelectuales, de reducirle espacios a la política y establecer la preminencia de los jueces en el ámbito público.

En países como Colombia las cosas son más abstrusas y difíciles de resolver. La judicialización de la política empezó por la permeabilidad de la rama judicial y de los órganos de control a la influencia de los políticos tradicionales. Carentes de discurso y argumentos, algunos políticos empezaron a frecuentar los juzgados y los tribunales para intimidar a sus adversarios. En tiempos recientes se ha vuelto más sencillo: convirtieron las contralorías en arma de dotación personal.

El mal que se le ha hecho con ello a la democracia es enorme. Se cercena la política deliberativa y se limita la competencia electoral, además propaga la desconfianza en las instituciones. Piénsese en cualquier caso largo y bien publicitado en el que un administrador público es llevado al escarnio social y luego pasa que, en derecho, resulta absuelto. Es inevitable que en una parte de la opinión quede la sensación de que fueron los jueces quienes actuaron mal, no los acusadores temerarios y malintencionados.

El Colombiano, 31 de octubre.