Una de las oleadas académicas del siglo XXI es la que representa el interés por el comportamiento humano. Científicos sofisticados e investigadores acuciosos tratan de explicar e intervenir, con el bien en mente, en la conducta de individuos y grupos. Se dice, y se sabe, que somos una especie que no actúa muy bien y se propaga mucho; un virus, como dice, el casi legendario agente Smith. Algunas tipologías de mala conducta están bien identificadas en la inteligencia y el habla populares. Me referiré a algunas de ellas sin ánimo exhaustivo. E invito a los lectores a que enriquezcan la lista.
A principios del año pasado —es decir, antes de la nueva era— hablé de la morronguera que consiste en ocultar las verdaderas intenciones que se tienen para obtener propósitos indeclarables; una de la expresiones de la malicia, endilgada de forma racista a los indígenas, que puede ponerse al lado del ventajismo, ese rasgo inocultable de las personas que tratan de sacar provecho de cualquier circunstancia. Lo que en el campo llaman “la del azadón”: todo pa’cá nada pa’llá. En este pequeño grupo puede entrar la conchudez. Los conchudos son más numerosos, me parece. Son básicamente los sinvergüenzas, por eso les decimos también descarados; a estos se les atribuye con más precisión el aprovecharse de los demás o perjudicarlos. Soy consciente de que la cultura mafiosa y el capitalismo salvaje ampliaron enormemente las especializaciones en esta materia.
En estos tiempos exacerbados están pululando los exponentes del gadejo. Aunque la expresión parece ser marca registrada colombiana, la conducta es bastante universal. Todos sabemos que es un acrónimo de las ganas de joder por lo que puede sufrir de polisemia, pero en nuestra tierra joder es molestar, entorpecer, fastidiar. El cansón es una versión ligera y muchas veces necesaria de este sujeto que no sé cómo llamar. Ladilla, cirirí, se les decía a veces en otro tiempo, pero me niego a insultar a los animalitos. Los contrarios perfectos del gadejo son los lambones, llamados más sonoramente en la sabana cundiboyacense como sacamicas; un espécimen que puebla en exceso los círculos gubernamentales, periodísticos y corporativos. ¿Cuál de los dos es más dañino? Depende de las circunstancias. El gadejo es irritante a primera vista, pero cuando la lambonería se asienta por su uso sistemático… ¡ay Dios!
En círculos más cerrados y personales conocí otros males. El sacaculismo, palabra cuyo origen no requiere explicación. Ahora bien, hay dos tipos de sacaculistas. Uno es que el que no asume sus responsabilidades, bien pintado en la canción de Daniel Santos: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo; si algo pasó, yo no estaba allí”. El otro es el que no se compromete con nada. Me queda el nimierdismo. Breve, no le importa nada, no respeta a nadie, todo le da lo mismo.
El Colombiano, 14 de noviembre
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