En Colombia hacer la paz es una tradición: desde la Guerra de los Mil Días todas nuestras contiendas terminaron con negociaciones y acuerdos; entre 1975 y 2018 hubo 22 acuerdos con distintos grupos. Y desde el siglo XIX hemos sido un país generoso en indultos y amnistías. Es lo que nos distingue en Hispanoamérica, no las guerras, rubro en el que nos ganan los mexicanos y empatamos con los argentinos (Giraldo, Fortou y Gómez, “200 años de guerra y paz en Colombia: números y rasgos estilizados”, 2019).
¿Qué pasó, entonces, en el siglo XXI? La paz en Colombia siempre fue consentida y sus opositores fueron minorías exóticas, como los críticos de Rafael Uribe Uribe o los que rabiaron contra el Frente Nacional. Luego llegó nuestro tiempo, el de la paz polémica. Mis hipótesis explicativas sobre la paz realizada en medio de agrios desacuerdos son tres: en el país ganó adeptos la idea de que había enemigos absolutos que debían ser exterminados, apoyada en los rezagos fanáticos de la Guerra Fría; el humanitarismo liberal logró imponer la idea de que la justicia era tanto o más importante que la paz; y el dolor y el resentimiento de las víctimas fue explotado por fuertes líderes políticos.
La primera paz polémica está representada por los dos acuerdos de la primera administración de Álvaro Uribe con los grupos paramilitares. A ella se opusieron los humanitaristas globales, la intelectualidad ideologizada y algunos sectores de izquierda (no todos). La segunda paz polémica fue el acuerdo del Teatro Colón con las Farc, cuya oposición fue encabezada por Uribe, detrás de quien se escondieron importantes sectores dirigentes del país.
Los dos procesos de paz no fueron tan distintos. De hecho la institucionalidad que se creó durante el mandato de Uribe Vélez se replicó, en algunos casos se mejoró o se amplió, para el caso de las Farc. La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, el Tribunal de Justicia y Paz, la Ley de Víctimas, el Centro de Memoria Histórica, la agencia para la reincorporación de los desmovilizados, esos entes se crearon para materializar los acuerdos con los paramilitares. La paz con los paramilitares pasó por el congreso y la Corte Constitucional, no fue la paz de Uribe, fue la paz del estado colombiano con varios grupos armados ilegales. La paz con las Farc tampoco fue la paz de Santos, del mismo modo, es la paz del estado colombiano. Las contrapartes también eran grupos armados que, en distintas proporciones, mezclaban ingredientes políticos y criminales, incluyendo los negocios del narcotráfico.
La gran diferencia entre las dos paces consiste en que la última incluía beneficios directos y perceptibles para las regiones más pobres y afectadas del país. Ellas fueron las perjudicadas por el radicalismo contra el acuerdo del Teatro Colón, cuya firma hace cinco años, muchos celebramos.
El Colombiano, 28 de noviembre
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