lunes, 28 de enero de 2019

Se sabía

Cuando era evidente para los expertos —hace cuatro años— que el acuerdo con las Farc se produciría, el general Óscar Naranjo dijo en Eafit, en un seminario sobre los retos del posconflicto, que la prioridad del Estado debía ser el copamiento de los territorios con mayor impacto de la desmovilización guerrillera y la garantía de la seguridad para los ciudadanos de esas regiones del país.

Poco después, durante el acompañamiento que la Universidad Eafit le brindó al sector empresarial, el profesor Mauricio Uribe mostró un cuadro sintético de las características de los procesos posteriores a los acuerdos de paz. Una de ellas era la violencia, la paz —aunque suene contradictorio— ha sido violenta en la experiencia contemporánea. Mantener la guardia en alto y llevar el Estado a las regiones, debía constituir la primera obligación de la autoridad central.

Hace un año, tuve la oportunidad de escuchar los planteamientos del comandante de las fuerzas armadas general Alberto José Mejía explicando el diagnóstico que llevó a la formulación de la llamada “Doctrina Damasco”. La idea básica era que, con el crecimiento exponencial de los cultivos de coca, el consiguiente incremento del narcotráfico y la persistencia de diversos grupos armados ilegales, nuestra perspectiva era la de una paz inestable.

Así que cuando cada día se suman casos de asesinatos de líderes sociales, termina el año y el balance muestra que el homicidio se incrementó en el país (4%) por primera vez en ocho años (“¿Hubo retroceso en la prevención de homicidios en el país?”, El Espectador, 04.01.19) y luego se da el ataque terrorista contra la Escuela de Cadetes General Santander, puede haber dolor y quejas pero no sorpresa. Todo eso, sin números ni nombres exactos, se sabía que podía ocurrir.

En contra de los que algunos han sugerido, esta situación no deviene de los acuerdos entre las Farc y el Estado colombiano. Por el contrario, es el resultado combinado de la incapacidad estructural del Estado para asegurar a la población y del incumplimiento estatal de los compromisos firmados en el Teatro Colón. Las Farc, en lo fundamental, han cumplido. Su reproche a la masacre de los cadetes reitera su compromiso con la civilidad (“Farc condena carrobomba en la Escuela General Santander en Bogotá”, El Tiempo, 17.01.19).

Lo cierto es que hubo gran negligencia del gobierno Santos en la implementación de los acuerdos y poco de eso ha cambiado en el gobierno Duque; solo lleva seis meses, es cierto, pero la mera nómina de responsables nombrados en el tema no augura eficacia en el cumplimiento de esas tareas. Las cosas se pueden enderezar. El Estado está en mejores condiciones que antes para hacerlo y el desafío de los grupos armados ilegales es el menos significativo de los últimos cuarenta años. Pero Duque tiene que hacer replanteamientos serios tanto estratégicos como diplomáticos.

El Colombiano, 27 de enero

lunes, 21 de enero de 2019

Russell, Cuba, Nicaragua…

Una vez al año, durante una semana, permito sin resistencia apenas el despotismo del espacio-tiempo sobre mi biblioteca; casi siempre lo agradezco, aún con la nostalgia del poseedor avariento. A comienzos del 2019, la razia se llevó un librito descuadernado de Bertrand Russell (1872-1970), Retratos de memoria y otros ensayos, publicado por Aguilar en 1962 en segunda edición. Allí repasé —antes de separarme por siempre de él— el ensayo “Síntomas del 1984 de Orwell”, publicado originalmente en 1956.

Solo para efectos argumentativos recordaré que Russell se definió a sí mismo como un socialista democrático y liberal y que fue considerado durante su vida la figura más emblemática del progresismo no marxista del mundo. Nada de eso le impidió al también premio Nobel de Literatura juzgar con severidad la experiencia comunista de su época, luego de visitar la Unión Soviética y China. En el ensayo en cuestión, Russell establece —como algo evidente de suyo— que la situación de los rusos bajo el comunismo soviético era peor que durante la vigencia del zarismo.

La serenidad de Russell para despachar estos asuntos que provocan tantos escrúpulos y miedos al qué dirán se extraña en estos tiempos. Dicho así, con nombres propios y haciendo una comparación drástica, la afirmación incomoda; planteada en términos abstractos, como aconsejaba él mismo, el asunto resulta muy claro: es peor el totalitarismo que la autocracia, la dictadura que la democracia, el confesionalismo (así sea laico) que el pluralismo.

Releyéndolo me conecté con una columna de Ramón Lobo (El País, 20.12.18) que tiene un título provocador y contundente: “Daniel Ortega Somoza”. Sobraban los siete párrafos. Con Lobo, habría que decir que Ortega es como Somoza y que la dictadura de los Castro en Cuba es peor que la de Fulgencio Batista que al fin y al cabo solo duró siete años. Y que el chavismo ha sido peor que la democracia corrupta que le precedió en Venezuela. Esto no se dice y no parece necesario decirlo, a no ser que creamos —como creo— que la actitud frente a estos regímenes es una de las líneas divisorias entre los demócratas pluralistas y quienes no lo son.

Pero el objeto de Russell no era descalificar al bolchevismo, cosa que ya había hecho en 1918. Rusia es lo peor, pero Europa no ha mejorado. Lo que dijo, más exactamente, fue que las diferencias entre Occidente y Rusia seguían siendo semejantes puesto que, en su opinión, la libertad estaba perdiendo terreno en todo el mundo. Russell estaba preocupado por la forma en que se estaba alargando la sombra del gran hermano en las democracias liberales occidentales.

Cuba, Nicaragua, Venezuela, nos exigen una posición diáfana pero no pueden servir de consuelo de nuestros males ni de argumento para que se nos pida resignación ante el deterioro de la calidad de nuestro régimen político.

El Colombiano, 20 de enero

martes, 15 de enero de 2019

Jardín, Colombia, natural park

The peripheral areas of Antioquia's southwest were kept away from the state authorities and market for centuries. During the 19th century, they were a border brand with Cauca State; during the last decades of the 20th century, they were the Farc theater of war; in the intermediate period few were interested in the routes that could connect the natural intersection of Antioquia, Chocó, Risaralda and Caldas. Neither the miners nor the sawyers nor the ranchers managed to destroy the natural environment of the region significantly, and that now represents an unsuspected gift and an opportunity.

The area of ​​the Farallones del Citará was declared a Protective Forest Reserve in 2008 and, in 2009, the Integrated Management District of the Jardín-Támesis Cuchilla (which also includes the Andes, Jericó and Caramanta lands) was created. Are, in total, 58 thousand hectares. There are things to do, such as turning the Farallones into a national park, integrating protected areas in the region and making efficient control against predation. Apart from what the State achieves, through National Parks or autonomous regional corporations, we must count on what the private sector does.

Since 1993, the law (99) created the figure of Natural Reserve of Civil Society to incorporate into the protected areas those properties that "by autonomous decision of their owners" became "natural reserve for the protection of an ecosystem or natural habitat" " In many cases, it is about restoration or reproduction of certain conditions for the promotion of wild flora and fauna. In the specific case of Jardín, the private protected area is larger than the public one. There are eight reserves of civil society, from some with very large areas to small farms, some managed by NGOs or entities such as the Jardín Botánico de Medellín and others by natural persons.

The largest is the Mesenia-Paramillo Reserve with almost 3 thousand hectares and land in Risaralda and Antioquia. It is managed by Fundación Colibrí and supported by Saving Species, among other entities with a scientific and environmental background. Without being it, it is perhaps the most virgin of the zones of Garden and Andes, and connects the ecosystems of the Chocó and the western mountain range. Home of orchids, hummingbirds, mammals (one recently reviewed: olinguito). A two-day excursion -with a normal physical state- would even allow access to the summit of Cerro Paramillo (9,184 ft). The smallest is Jardín de Rocas, a meeting place for the Andean Cock-of-the-rock, three minutes from the Jardín's square (there are those who complain about paying five thousand pesos). It is an initiative of the biologist Orlando Marulanda. The Sociedad Colombiana de Orquideología acquired 200 hectares to the southwest, in limits with Riosucio, and is on the verge of road.

There is still work done by the mayors and farmers associations to discourage the destruction of the ecosystem with paddocks, crops and inappropriate constructions.


(Thanks to Elver Ledesma, forestry technologist, at Reserva Mesenia-Paramillo.)

El Colombiano, 13 January

lunes, 14 de enero de 2019

Jardín, reserva natural

Las zonas periféricas del suroeste antioqueño se mantuvieron durante siglos lejos de las autoridades estatales y del mercado. Durante el siglo XIX, fueron marca fronteriza con el Cauca; durante las últimas décadas del siglo XX, teatro de guerra de las Farc; en el periodo intermedio pocos se interesaron en las rutas que podrían conectar la intersección natural de Antioquia, Chocó, Risaralda y Caldas. Ni los mineros ni los aserradores ni los ganaderos lograron destruir significativamente el entorno natural de la región, y eso representa ahora un regalo insospechado y una oportunidad.

La zona de los Farallones del Citará se declaró Reserva Forestal Protectora en 2008 y, en 2009, se creó el Distrito de Manejo Integrado Cuchilla Jardín-Támesis (que también abarca terrenos de Andes, Jericó y Caramanta). Suman, en total, 58 mil hectáreas. Hay cosas por hacer, como convertir los Farallones en parque nacional, integrar las áreas protegidas de la región y hacer eficiente el control contra la depredación. Aparte de lo que logre el Estado, a través de Parques Nacionales o de las corporaciones autónomas regionales, hay que contar con lo que hace el sector privado.

Desde 1993, la ley (99) creó la figura de Reserva Natural de la Sociedad Civil para incorporar a las áreas protegidas aquellos predios que “por decisión autónoma de sus propietarios” se convirtieron en “reserva natural para la protección de un ecosistema o hábitat natural”. En muchos casos, se trata de restauración o reproducción de ciertas condiciones para la promoción de la flora y la fauna silvestres. En el caso específico de Jardín, el área protegida privada es mayor que la pública. Existen ocho reservas de la sociedad civil, desde algunas con áreas muy grandes hasta predios pequeños, manejadas algunas por ONG o entidades como el Jardín Botánico de Medellín y otras por personas naturales.

La mayor es la Reserva Mesenia-Paramillo con casi 3 mil hectáreas y terrenos en Risaralda y Antioquia. Es gestionada por Fundación Colibrí y apoyada por Saving Species, entre otras entidades de trayectoria científica y ambiental. Sin serlo, es quizá la más virgen de las zonas de Jardín y Andes, y conecta los ecosistemas del Chocó y la cordillera occidental. Hogar de orquídeas, colibrís, mamíferos (uno reseñado recientemente: olinguito). Una excursión de dos días —con un estado físico normal— permitiría, incluso, acceder a la cumbre del Cerro Paramillo. La más pequeña es Jardín de Rocas, un punto de encuentro del gallito de roca a tres minutos del parque (hay quien se queja por pagar cinco mil pesos). Es una iniciativa del biólogo Orlando Marulanda. La Sociedad Colombiana de Orquideología adquirió 200 hectáreas al suroccidente, en límites con Riosucio, y está a borde de carretera.

Queda trabajo de las alcaldías y los gremios de agricultores y ganaderos para desestimular la destrucción del ecosistema con potreros, cultivos y construcciones inapropiadas.


El Colombiano, 13 de enero

lunes, 7 de enero de 2019

Tiempo de solidaridad

El análisis sobre lo que viene para el mundo, occidente y la región es muy sombrío. No se trata solo de todo aquello que puede explicarse por la condición de la época: acelerada, incierta, volátil. Se trata de la coyuntura: del triunfo geopolítico de Rusia, que acaba de retratar Timothy Snyder; del proceso de autodestrucción llevado a cabo por Trump en Estados Unidos; de la fase azarosa en la que entran los otros dos gigantes de América, Brasil y México; de la fragilidad de los gobiernos de Argentina y Colombia, los otros dos jugadores regionales importantes; de las altas probabilidades de una recesión económica en occidente; de la multiplicación de los factores que fomentan el arcaísmo cultural y el populismo.

Algunos de quienes sienten las señales del tiempo llaman la atención sobre los rasgos positivos que conviven con los anuncios de tormenta o reclaman miradas de ciclos largos para mostrar que vamos bien; otros hacen invocaciones bien intencionadas y terapéuticas al optimismo o la esperanza. Todos ellos son discursos de consolación que encierran el gran peligro de ser inmovilizadores, pasivos; discursos que confían en fuerzas externas ajenas a la acción que uno mismo —como persona, familia, corporación— tiene que llevar a cabo.

Si de valores o virtudes se trata, creo que es hora de invocar la solidaridad. Algo se ha dicho al respecto: que es el objetivo pendiente de la ilustración o que era la tarea del siglo XXI histórico que empezó por allá en 1990. Tomo el valor de la solidaridad a partir de un verso de una canción de Bruce Springsteen al que quiero darle un sentido categorial: “We Take Care of Our Own”. La traducción sobria y correcta en español (cuidamos de nosotros mismos) no le hace honor al énfasis y la reiteración que la frase tiene en inglés. Una traducción literal y fea es necesaria desde un punto de vista filosófico: nosotros tenemos cuidado o nos hacemos cargo de lo que es nuestro.

Ahora, ese nosotros es un plural desnudo; no se trata del uso mayestático del plural que aparenta modestia y esconde el peor individualismo, el que solapa al individuo detrás de la comunidad. La frase llama a un nosotros concreto como propiedad, que no es el mundo, ni siquiera el país. Es el nosotros que está a la mano (la familia, los amigos, el equipo de trabajo, el barrio, el pueblo). Y, además, la frase llama a la responsabilidad: “We Take”, nosotros tomamos en el sentido de asumir, hacer, aportar, hacerse presente. Ante la adversidad, tenemos que cuidar lo nuestro, empezando por el nosotros a la mano.

María Teresa Uribe: después de casi una década de retiro y de oportunos y merecidos reconocimientos, murió María Teresa Uribe en el despunte del año. Queda su obra y, sobre todo, su magisterio.

El Colombiano, 6 de enero