Una vez al año, durante una semana, permito sin resistencia apenas el despotismo del espacio-tiempo sobre mi biblioteca; casi siempre lo agradezco, aún con la nostalgia del poseedor avariento. A comienzos del 2019, la razia se llevó un librito descuadernado de Bertrand Russell (1872-1970), Retratos de memoria y otros ensayos, publicado por Aguilar en 1962 en segunda edición. Allí repasé —antes de separarme por siempre de él— el ensayo “Síntomas del 1984 de Orwell”, publicado originalmente en 1956.
Solo para efectos argumentativos recordaré que Russell se definió a sí mismo como un socialista democrático y liberal y que fue considerado durante su vida la figura más emblemática del progresismo no marxista del mundo. Nada de eso le impidió al también premio Nobel de Literatura juzgar con severidad la experiencia comunista de su época, luego de visitar la Unión Soviética y China. En el ensayo en cuestión, Russell establece —como algo evidente de suyo— que la situación de los rusos bajo el comunismo soviético era peor que durante la vigencia del zarismo.
La serenidad de Russell para despachar estos asuntos que provocan tantos escrúpulos y miedos al qué dirán se extraña en estos tiempos. Dicho así, con nombres propios y haciendo una comparación drástica, la afirmación incomoda; planteada en términos abstractos, como aconsejaba él mismo, el asunto resulta muy claro: es peor el totalitarismo que la autocracia, la dictadura que la democracia, el confesionalismo (así sea laico) que el pluralismo.
Releyéndolo me conecté con una columna de Ramón Lobo (El País, 20.12.18) que tiene un título provocador y contundente: “Daniel Ortega Somoza”. Sobraban los siete párrafos. Con Lobo, habría que decir que Ortega es como Somoza y que la dictadura de los Castro en Cuba es peor que la de Fulgencio Batista que al fin y al cabo solo duró siete años. Y que el chavismo ha sido peor que la democracia corrupta que le precedió en Venezuela. Esto no se dice y no parece necesario decirlo, a no ser que creamos —como creo— que la actitud frente a estos regímenes es una de las líneas divisorias entre los demócratas pluralistas y quienes no lo son.
Pero el objeto de Russell no era descalificar al bolchevismo, cosa que ya había hecho en 1918. Rusia es lo peor, pero Europa no ha mejorado. Lo que dijo, más exactamente, fue que las diferencias entre Occidente y Rusia seguían siendo semejantes puesto que, en su opinión, la libertad estaba perdiendo terreno en todo el mundo. Russell estaba preocupado por la forma en que se estaba alargando la sombra del gran hermano en las democracias liberales occidentales.
Cuba, Nicaragua, Venezuela, nos exigen una posición diáfana pero no pueden servir de consuelo de nuestros males ni de argumento para que se nos pida resignación ante el deterioro de la calidad de nuestro régimen político.
El Colombiano, 20 de enero
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