martes, 27 de agosto de 2019

Colombian Peace: the Third Agreement

This week began a cycle of events called Reincorporation that transforms lives. The organizing entities in Antioquia are the UNDP-EPM Alliance, Eafit University, Proantioquia, the UN Verification Mission and, by the national government, the Agency for Reintegration and Normalization. The events seek to show the projects in which the ex-combatants of the Farc participate through the testimonies of their protagonists and with commercial samples of their products.

From the first event, held on August 20, several conclusions remain. The unanimous recognition of project leaders for government support, through the ARN, the United Nations system and international cooperation. Which shows that there is some light amid the problems of implementation. The will of peace of the reincorporates that I would summarize with three words: discourse, politics and production (this I take from an intervention by Andrés Zuluaga, from Anorí), beyond the violence that is suffered in many regions and the dissidence.

With the will of the national government to ensure the reinstatement and support of the international community, the unknown comes from regional and local agents. That is, the places where mayors are linked to these initiatives (like Mutatá) or not (like Miranda); the places where governments do something for the implementation of the agreements or where they create a bad environment (as in Antioquia); the places where the inhabitants identify opportunities for joint work with the reinstated and those where they are perceived as a threat.

The projects that were exhibited focused on clothing, handicrafts, coffee and fish farming, but none is limited to that main activity and all of them articulate to a greater or lesser extent people on the sidewalks in which the Territorial Training and Reincorporation Spaces are located. There were items for sale and I took a pound of Tolima coffee with The third agreement (more striking than Marquetalia).

Calmly, at home, I find out from the label why the third agreement is called. At the end of the last century there was a truce, if it can be said, between the Nasa people and the Farc; The second agreement was that of 2016, with the national government, signed at the Teatro Colón. The third results from the cooperation between the reincorporates of the Farc in Planadas (Tolima), the Nasa and coffee families in the area, supported by the Faculty of Design of the University of Ibagué. It is in the third agreement where the track of reconciliation is in many regions of the country. The conjunction of peasants, reincorporated, academics, plus entities that contribute to credit and commercialization. And most importantly: the treatment between everyone as people, as Colombians, who begin to trust each other.

lunes, 26 de agosto de 2019

El tercer acuerdo

Esta semana empezó un ciclo de eventos nombrado “Reincorporación que transforma vidas”. Las entidades organizadoras en Antioquia son la Alianza PNUD-EPM, la Universidad Eafit, Proantioquia, la Misión de Verificación de la ONU y, por parte del gobierno nacional, la Agencia para la Reincorporación y la Normalización. Los eventos buscan mostrar los proyectos en los que participan los excombatientes de las Farc a través de los testimonios de sus protagonistas y con muestras comerciales de sus productos.

Del primer evento, efectuado el 20 de agosto pasado, quedan varias conclusiones. El reconocimiento unánime de los líderes de los proyectos al apoyo del gobierno, a través de la ARN, del sistema de Naciones Unidas y de la cooperación internacional. Lo que muestra que hay alguna luz en medio de los problemas de la implementación. La voluntad de paz de los reincorporados que yo resumiría con tres p: palabra, política y producción (esto lo tomo de una intervención de Andrés Zuluaga, de Anorí), más allá de la violencia que se padece en muchas regiones y de las disidencias.

Con la voluntad del gobierno nacional de asegurar la reincorporación y el apoyo de la comunidad internacional, la incógnita proviene de los agentes regionales y locales. Es decir, los lugares donde los alcaldes se vinculan a estas iniciativas (como Mutatá) o no (como Miranda); los lugares donde las gobernaciones hacen algo por la implementación de los acuerdos o donde le crean mal ambiente (como en Antioquia); los lugares donde los habitantes identifican oportunidades de trabajo conjunto con los reincorporados y aquellos en los que se perciben como una amenaza.

Los proyectos que se exhibieron se concentraban en confecciones, artesanía, café y piscicultura, pero ninguno se limita a esa actividad principal y todos articulan en mayor o menor medida a personas de las veredas en las que se encuentran los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR). Había artículos para la venta y me llevé una libra de café tolimense con marca El tercer acuerdo (más llamativo que Marquetalia).

Con calma, ya en casa, me entero por la etiqueta por qué se llama el tercer acuerdo. A fines del siglo pasado hubo una tregua, si puede decirse, entre el pueblo Nasa y las Farc; el segundo acuerdo fue el de 2016, con el gobierno nacional, firmado en el Teatro Colón. El tercero resulta de la cooperación entre los reincorporados de las Farc en Planadas, los Nasa y familias caficultoras de la zona, apoyados por la Facultad de Diseño de la Universidad de Ibagué. Es en el tercer acuerdo donde está la pista de la reconciliación en muchas regiones del país. La conjunción de campesinos, reincorporados, académicos, más los entes que contribuyen al crédito y la comercialización. Y lo más importante: el trato entre todos como personas, como colombianos, que empiezan a confiar mutuamente.

El Colombiano, 25 de agosto

lunes, 19 de agosto de 2019

Madrugo con alborozo

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos, ni la página caída de la Dian, ni la fila en el banco me detienen, feliz honro la obligación con el estado. (Después de cada párrafo puede repetirse este coro.)

Aprendimos con Thomas Hobbes que la esencia del estado reside en la fórmula “protejo luego obligo” (protego ergo obligo), que significa que todos los ciudadanos se obligan a la obediencia al soberano pues este nos asegura la vida impidiendo que nos matemos entre nosotros y que los forasteros nos maten. Hobbes no imaginó que fuera posible que, aunque el estado no protegiera, siguiera obligando. Sobre todo, a pagar los impuestos.

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos…

Aprendimos con los colonos norteamericanos que no debe haber impuestos sin representación (no taxation without representation), que significa literalmente que uno no debe pagar impuestos si no tiene posibilidades de elegir a alguien que represente nuestros intereses y preferencias. El fraude electoral, el clientelismo y la judicialización de la política desvirtúan la representación; sin embargo, el impuesto no tiene rebaja.

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos…

Aprendimos con Friedrich Hayek (Los fundamentos de la libertad) que después de pagar los impuestos el estado se encarga de financiar un tipo de obras que nadie más puede hacer y de proveer unos bienes fundamentales a la población. Hayek —el prototipo de los economistas liberales— creía que las carreteras se financiaban con impuestos, no con peajes, y que la educación y la salud en niveles básicos debían ser gratuitas. No se cumple el precepto hayekiano, pero días después de que llega el mensaje de la Dian uno paga los impuestos.

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos…

Aprendimos de Étienne Cabet que la sociedad debía esperar de cada quien según su capacidad, cuyo significado en términos fiscales no implica otra cosa que el que más tiene más paga. Nuestro sistema tributario funciona con otro principio: quien más trabaja más paga. El impuesto no se enfoca en la riqueza sino en el ingreso. Los asalariados —incluyendo aquellos que tienen contratos precarios— son las personas naturales que más impuestos pagan.

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos…

La teoría política se aplica casi a la perfección por la cara de las obligaciones de los ciudadanos de clase media de pagar impuestos, respetar a las autoridades y cumplir la ley. La teoría política se aplica poco por el sello de las obligaciones del estado a proteger la vida y los bienes de la gente, proveer los bienes básicos fundamentales y tratar a todos con imparcialidad.

Madrugo con alborozo a pagar mis impuestos, nada me detiene para cumplir feliz mi obligación con el estado.

El Colombiano, 18 de agosto

lunes, 12 de agosto de 2019

Encontrarse a escuchar en un Jardín

“Soy paisa, arepa 100 x 100, como que nací en Jardín, Antioquia. De ahí mi cara. Me crié en Jericó del mismo departamento. El bigote me salió en Medellín y el corbatín en Bogotá. Es decir: soy un fenómeno intermunidepartamental”. Eso dice Enrique Aguirre López en las breves páginas de su Motobiografía. Pocos saben de Aguirre; muchos, de entre los menos jóvenes, supieron algo de Ci-mifú; de estos, casi nadie lo refería al país del suroeste.

Ci-mifú —el alter ego de Aguirre— vivió su época dorada en Bogotá como escritor de humor en El Tiempo y fundador, dueño y único empleado de la Fábrica Nacional de Discursos. Él y su obra serán objeto y pretexto de la tercera edición de Narrativas Pueblerinas, el encuentro literario y musical que se realiza en Jardín. En realidad, este año, entre el 16 y el 18 de agosto, la mezcla será mayor aún: cada jornada estará compuesta por conversaciones, teatro y música. Sergio Valencia, Fernando Mora, Elkin Obregón y Mico, hablarán sobre Ci-mifú, el cine y la caricatura. Patricia Arroyave, Carlos Mario Gallego y Acción Impro escenificarán obras propias y de Aguirre. Las agrupaciones de proyección de la Corporación Escuela de Música de Jardín estarán los tres días.

Narrativas Pueblerinas es una iniciativa local, dirigida a los residentes en Jardín y a los visitantes. Jardín es escenario, pero también protagonista a través de sus organizaciones culturales y las entidades públicas y privadas del municipio. Entre las segundas, la Alcaldía y Comfenalco.

Hablamos de narrativas porque nos parece un descriptor más amplio que literatura, en el que cabrían la historia, las canciones, el ensayo, la estética, toda la gama de expresiones orales. Decimos pueblerinas porque nos gusta reivindicar la valía de los pueblos frente al provincianismo de lo citadino. Queremos rememorar a los creadores que nacieron y se criaron en estos pueblos —no solo Jardín ni solo el suroeste— y mostrar el talento de sus músicos, pintores y escritores, y hacer escuchar y ayudar a comprender las expresiones que surgen de la vivencia local y regional.

Mucho se hablado del carácter universal de lo pueblerino. La frase con la que Aguirre López se presenta pone lo pueblerino en un plano abierto: “intermunidepartamental”. Podría agregársele global, para elaborar una palabra con más señas y más sílabas. Ese carácter se lo ponía la declaración de Manuel Mejía Vallejo —a quien se dedicó la primera versión en 2017— de que era de “dos pueblos”, a pesar de su peso internacional. Su paisano y coetáneo Jesús Botero Restrepo, que se presentaba del mismo modo, dio lugar a la reedición de Andágueda y a explorar la literatura indigenista el año pasado.

Narrativas Pueblerinas se suma a otras iniciativas que están emergiendo en el suroeste antioqueño lejano; el de los “pueblos allende el río Cauca”, como los nombró el historiador Juan Carlos Vélez. Hay un esfuerzo significativo en Jericó, Támesis, Bolívar, por impulsar las actividades que dan regocijo a la mente y al espíritu, que expanden la tarea de los educadores y enriquecen la cotidianidad de los pobladores y las alternativas del creciente número de turistas de la región. Algo bello está latente ahí.

Generación, 11 de agosto

Melville

De Moby Dick dice el gran ensayista Lewis Mumford (1895-1990) que “es uno de los monumentos poéticos supremos del idioma inglés”. Fernando Savater la define como “libro total que es novela, poema, ensayo... plegaria y blasfemia”. A partir de la trama de Billy Budd, marinero, la cientista política —como se definía— Hannah Arendt (1906-1975) explicó los peligros de la bondad absoluta que es “apenas menos peligrosa que la maldad absoluta”. (Ya hoy sabemos, después de Irak, el Mediterráneo y la JEP, que pueden ser más equivalentes de lo que nuestra autora pensaba.) La confesión de uno de los juristas clásicos que nos dejó el siglo XX, Carl Schmitt (1888-1985), engarza los desvaríos y confusiones de una vida intelectual bajo el totalitarismo con la historia que narra Benito Cereno. Barthleby, el escribiente ha dado lugar a una densa reflexión filosófica que involucró, entre otros, al filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995), entre los muertos, y al italiano Giorgio Agamben, entre los todavía vivos.

El autor de todas esas novelas es Herman Melville (1819-1891), el escritor estadounidense nacido hace dos siglos. Mumford lo compara con Dostoyevsky “en la profundidad de experiencia y conocimiento religioso”. Deleuze con Kafka y Beckett; Agamben nos remite a los comentaristas árabes y judíos de Aristóteles; a Savater le basta con decir que aprendió a escribir con el autor de la Biblia.

Yo no sé qué lugar ocupa Melville en la literatura universal. Solo sé que a fines del siglo XX no hacía parte del canon universitario. Que las librerías y las editoriales explotaban Moby Dick como un libro de aventuras, necesitado de ilustraciones y una poda absoluta de disquisiciones filosóficas y parangones teológicos. Y que durante mucho tiempo fue un volumen delgado que se ofrecía en alquiler en las peluquerías de Envigado, al lado de los libritos de Marcial Lafuente y las revistas de El Santo.

Recién se han traducido al español selecciones de sus poemas y cuentos. Las ediciones de sus primeras novelas todavía son difíciles de conseguir. La obra de Melville es para nosotros como el océano que amaba es para la humanidad, un mundo ignoto del que apenas atisbamos superficies y costas. Nada más engañoso acerca de la condición humana que el bañista que se asolea en una playa. “La naturaleza no ofrece refugio, y la humanidad no lo protege”, dice Mumford, “está solo”. Nadie puede saber su destino, pero si regresa “a los pueblos hospitalarios será otro hombre”.

“Entre fusas y cimifusas”: del 16 al 18 de agosto, se llevará a cabo la tercera edición de Narrativas Pueblerinas en Jardín. Enrique Aguirre López Ci-mifú, hará que se hable de él y del humor en el cine, la caricatura y el teatro. Sergio Valencia, Fernando Mora, Patricia, Arroyave, Carlos Mario Gallego, Acción Impro, Mico y Elkin Obregón, serán los otros protagonistas.

El Colombiano, 11 de agosto

sábado, 10 de agosto de 2019

Marx después del marxismo. Contenido

Contenido

Presentación

Primera parte
Conceptos fundamentales


Capítulo 1. Política
Capítulo 2. Educación
Capítulo 3. Trabajo
Capítulo 4. Crítica

Segunda parte
Las razones de la filosofía liberal

Capítulo 5. Revolución: Kant sobre Marx
Capítulo 6. Equidad: Marx en Rawls

Apéndice
Parábola de la casa

miércoles, 7 de agosto de 2019

Patriotismo compasivo

Solo la compasión por la patria, la angustiosa y tierna preocupación por evitarle la desgracia, puede darle a la paz, y particularmente a la paz civil lo que la que guerra civil o la exterior tienen desgraciadamente por sí mismas: algo, entusiasmante, poético, sagrado

Simone Weil

domingo, 4 de agosto de 2019

Centenario del centenario

Hace 100 años —alrededor de 110 para ser menos imprecisos— se celebró en Colombia y América Hispana el centenario de la Independencia. El ambiente emocional en todo el continente estaba cargado de regocijo, optimismo y fe en el futuro. Los habitantes de algunos países tenían un doble motivo; los mexicanos, por ejemplo, celebraban también el fin del régimen de Porfirio Díaz (1830-1915); los colombianos, consolidábamos con cierto éxito la paz después de la Guerra de los Mil Días y hacíamos una reforma significativa a la constitución de 1886. Sin giros tan profundos, los demás países vivían un momento de luz. Borges recuerda la felicidad de los argentinos durante las celebraciones del centenario.

En el centenario del centenario los hispanoamericanos oscilamos entre la perplejidad, el pesimismo y la escisión, cargada de rabias, de nuestras sociedades. La sobrecarga del instante, la captura por el presente, han hecho de estas efemérides —la del 10 y la del 19— fechas pálidas, despojadas de rituales y, aún menos, de reflexiones de amplio alcance. Nos hemos limitado a estrechas franjas del ámbito intelectual. La sociedad política le ha dado la espalda al Bicentenario. Peor aún, las autoridades del estado, en cualquier nivel, están pasando por estas fechas de modo protocolario y vacío. (En Medellín, la feria de las flores no dará un minuto a banalidades como la historia patria.)

El estado espiritual corriente del ciudadano medio es comprensible, pero no es nada peor que el de hace cien años. El grado de civilización en el continente es mucho mejor, hay más libertades, democracia y progreso material. Pero el ciudadano medio no es el responsable de proponer la pregunta por la trayectoria de la construcción nacional, ni de tomar la iniciativa para señalar sus peculiaridades y fallas, ni de abrir el debate sobre las características de nuestro destino, que tendrá que ser compartido o no será. Esa es una responsabilidad de las élites políticas, económicas e intelectuales.

2019 entra a la recta final sin que Bicentenario haya dejado de ser una palabra para adornar los discursos burocráticos, palabra que permitirá contextualizar los viejos lugares y las fórmulas de consuelo habituales en la retórica pública. Todo esto no significa que gran parte de la dirigencia ha renunciado a hacerse cargo del pasado, que es la única manera entender y enfrentar el presente. Capotear, sobreaguar, el presente es una cosa muy distinta a dirigir un país o una sociedad.

Hace cien años, Colombia estaba consolidando su paz más estable y duradera —para usar una expresión reciente. Los sectores menos radicales de los dos partidos tradicionales hallaron una fórmula conciliatoria. Más allá de los acuerdos de paz, hubo entendimientos durante la administración de Rafael Reyes y se hicieron cambios en el régimen político. Las mayorías no querían volver al pasado fratricida. Del centenario se puede aprender.

El Colombiano, 4 de agosto