jueves, 31 de diciembre de 2020

También esperanza

No Treasure but Hope


Demasiadas estrellas para contar,

Lecciones para aprender

Lecciones para recordar

Demasiados hambrientos como para pensar en la providencia

Demasiados enojados por las consecuencias

El truco es escapar

 No hay amor en nuestras calles,

Hay miedo en nuestros corazones

Pero también esperanza


Versión libre de un fragmento de la canción "No Treasure but Hope" de Tindersticks, en el álbum del mismo nombre (2019).

lunes, 28 de diciembre de 2020

Chicharrón

El provincianismo tiene sus ironías. Una sociedad provinciana es aquella cuyas fuentes y motivos radican exclusivamente en su región, según dice el ensayista Lewis Mumford. La vía tradicional de escape del provincianismo es la cosmopolita; pero en las comarcas pobres, como Antioquia, el ascenso social es otra alternativa, toda vez que se asume que los rasgos provincianos están atados a la condición económica y que la plata ayuda a botar el capote.

Las generaciones paisas nacidas antes de 1970, tuvimos en los fríjoles con chicharrón uno de nuestros santo y seña. Se comían diariamente en medio de la pobreza económica y de la no menor penuria gastronómica que nos caracterizó hasta hace poco. Desde el descubrimiento de América el chicharrón había sido un mecanismo de inclusión social y, recientemente, quiere ser de exclusión.

Me explico. En América, los cristianos nuevos, afanados por ser admitidos en la sociedad colonial, se apresuraban a sacrificar y comer cerdo en público. Comerse el cuero del cerdo era el truco para ocultar los escrúpulos por la carne, prohibida por nuestros ancestros judíos. El cuero pasó a ser el comodín en la monótona comida paisa: fríjoles con garra o pezuña, adiciones de cachete u oreja, además del bendito chicharrón. Puede decirse que el símbolo gastronómico de la cristiandad americana es el chicharrón y el cerdo todo y que, como se usa en los sectores populares, debería distinguir a la cena navideña. El pesebre criollo debería tener marrano.

Prestos a abandonar los signos de pobreza y localismo, nuestros cosmopolitas y arribistas empezaron a dejar la tradición marranera de lado. Plato pobre y provinciano, los fríjoles con chicharrón fueron estigmatizados como gusto llano, rudo y mañé —sin mucho éxito, debe decirse. Apenas nuestros personajes ascedentes empezaron a viajar se dieron cuenta de que el chicharrón es universal: pork belly, en el mundo anglosajón, torreznos en gran parte de España, variadas denominaciones en Asia. Los fríjoles merecen otro comentario. La comida diaria en los confines montañosos paisas resultó ser un plato ancestral y global.

Sabemos que Colón trajo cerdos a América, razón más que suficiente para que tanto tonto suelto deje de tumbar sus estatuas. Historiadores más puntillosos le atribuyen a Hernando de Soto (1495-1542) el intento definitivo para dejarnos el buen cerdo en el continente. El chicharrón parece ser tan viejo como la civilización pues, según las referencias literarias, estaba en China, como no, hace algunos milenios, y en Roma, antes de Cristo.

¿Por qué la inquina con el chancho? El antropólogo Marvin Harris sostiene que el veto porcino fue una excusa de los reyes para controlar su consumo y monopolizarlo. Mi compañero médico Leonardo Quirós tiene una explicación psicológica. Del cerdo hablan mal por cabeciagachado, decía en sus charlas sobre prevención de riesgo cardíaco. Así que por aguinaldo recibo un buen chicharrón.

El Colombiano, 27 de diciembre

viernes, 25 de diciembre de 2020

Querida vieja

Querida vieja

 Lázaro García
(canta Sara González)


Querida vieja:

Qué palabra decir que no te duela.

De cuánto orgullo se me aniega el alma,

que he preferido la canción que vuela

desde esta selva a tu querida palma.


Me siento bien, digamos que me siento

alegre por tu amor y por mi vida,

dichoso de estrenarme en el tormento

de hacer al hombre aún, cuando la herida.


Cada mujer reparte tu mirada;

cada niño es tu vientre y cada niño

es una flor desnuda y lastimada,

muriéndose de sol por tu cariño.


Me despido de ti muy sonriente,

y habrás de compartir mi regocijo

con el beso de todos en la frente.

Hasta siempre, mamá:


Tu hijo.





miércoles, 23 de diciembre de 2020

lunes, 21 de diciembre de 2020

Lo posible y lo necesario

Posibilidad y necesidad es uno de los temas clásicos de la filosofía, especialmente en metafísica y lógica. Jean Piaget (1896-1980) dedicó los últimos años de su vida a estudiar la relación entre lo posible y lo necesario desde la perspectiva del conocimiento. La investigación de Piaget está relacionada con el aprendizaje de los niños y su problema trata de cómo puede lograrse que durante el periodo de formación de la mente humana se desarrolle la capacidad para crear nuevos posibles. Este año escuché a una funcionaria europea —el recuerdo es vago— plantear el asunto en términos morales; ante la crisis, dijo, debemos hacer lo necesario, no basta lo posible. 

La pregunta del pensador suizo es cómo hacemos para crear alternativas de acción ante los problemas que vivimos. Según él, muchas personas piensan lo posible como una deducción, como una consecuencia de lo que ya existe y de lo que hemos hecho. A eso lo podemos llamar la conducta orgánica, vegetativa para ser precisos, basada en la justificación de que “así son las cosas”, “así lo hemos hecho siempre” o, peor aún, “así somos”. En este nivel puede decirse que no hay reflexión sino reacciones basadas en los hábitos construidos a lo largo de la vida.

La complejidad y variabilidad de los asuntos que afrontamos demanda pensar y hacer las cosas de otra manera. Ese fue el gran aporte de la ilustración y se debe a la nueva realidad que impusieron el liberalismo y el capitalismo, que luego movió a las mentes más prodigiosas de Occidente, llámense Hamilton, Mill, Montesquieu o Beethoven. La normalidad moderna exige crítica, creación, invención. Las dos últimas dependen de la primera. En términos cognoscitivos y morales el mundo nos exige generar más posibilidades. Posibilidades que demandan esfuerzo y que generalmente se realizan con medida.  

Hasta aquí todavía vamos en una relación cómoda entre conocimiento y moral. El riesgo empieza cuando pasamos de una normalidad cambiante a una crisis. A Karl Jaspers (1883-1969) debemos la categoría de situación límite. Una situación límite se da cuando tenemos la experiencia de la soledad, la lucha, el dolor y la muerte; ante ellas, las medidas habituales no sirven. Creo que a esto se refería la señora que mencioné al comienzo. Cuando lo posible no basta hay que hacer lo necesario. Pero hacer lo necesario no tiene medida, más que esfuerzo requiere sacrificio, más que contribución necesita entrega, necesita inteligencia como siempre y, sobre todo, coraje como pocas veces se nos exige. Lo necesario es lo que hay que hacer, no lo que se puede hacer.

Este es el origen de la consternación: si este fue el año más extraño e inquietante para la humanidad —desde lo personal e inmediato, hasta lo político y administrativo— ¿qué tanto hicimos de lo que era posible? ¿Hicimos algo de lo necesario?

El Colombiano, 20 de diciembre

lunes, 14 de diciembre de 2020

Centro político

El sentido y el contenido del centro político fueron uno de los temas dominantes de los mensajes políticos en el segundo semestre de este año. A mediados del año hubo un corto debate animado por una columna de Humberto de la Calle en El Espectador (19.07.20). La columna se tituló, curiosamente, “Centroizquierda” lo que por sí mismo devela incomodidades para ubicarse y ganas de lanzar piropos a uno de los supuestos lados del espectro político. En el último trimestre proliferaron las columnas de prensa y las conversaciones de expertos. Durante todo el tiempo —me dicen— hubo mucha algarabía en medios digitales contra el centro y sus potenciales candidatos.

Cuando se dan estas conversaciones y reflexiones se olvida, a menudo, que el objeto de la política es definir el gobierno de una sociedad. ¿Cuáles son las sociedades más admiradas? Existe la falsa idea —derivada de la influencia de Platón en Occidente— de que las teorías políticas se refieren a situaciones hipotéticas y aspiraciones utópicas, pero lo cierto es que la mayoría de los clásicos de la política —en la senda marcada por Aristóteles— se ocuparon de analizar sociedades específicas y metas colectivas concretas y situadas históricamente. Maquiavelo hablaba para Italia, Locke para Inglaterra, Tocqueville para Francia, Marx, incluso, lo hacía para Alemania.

Cuando uno lee a los comentaristas políticos, da la impresión de que las sociedades más admiradas son las europeas: los países nórdicos, las dos potencias continentales e Inglaterra. Todos son países capitalistas, con gobiernos democrático-liberales. Los nórdicos, construidos bajo la hegemonía socialdemócrata y los demás hechos básicamente por partidos liberales, filosóficamente hablando.

¿Y cuáles son las sociedades en las que podríamos vivir a gusto? Cuando uno ve a la gente, los grandes movimientos poblacionales de la última centuria fueron hacia Estados Unidos. No se trata solo de la migración masiva que se nutre de los sectores populares, también la movilidad de los sectores medios y altos del mundo, no solo del llamado sur global.

¿Quieren vivir nuestros izquierdistas en Cuba o Venezuela? ¿Quieren vivir nuestras clases medias conservadoras en El Salvador o Bielorusia? No. Todos persiguen pasaportes europeos o gringos, enrutan a sus hijos a aprender inglés o alemán; muchos, en su corazón, se alegran de que sus vástagos puedan vivir en Norteamérica (no México) y Europa (no Europa oriental, claro).

Las simpatías de Gustavo Petro con Chávez y, más disimuladamente, con la Venezuela de Maduro y Diosdado son conocidas. La filiación del presidente Duque y del Centro Democrático con el trumpismo ha sido evidente, y no solo por la patanería de irse a hacer campaña a Florida. El centro político puede señalar la Alemania de Merkel o el Uruguay del recién fallecido Tabaré Vásquez. Solo el centro político puede mostrar ejemplos perdurables, con todos sus defectos; la derecha y la izquierda, solo fracasos históricos.

El Colombiano, 13 de diciembre

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Mauricio Gallo: Injusticia y esperanza

 



Porque necesitamos los derechos humanos y porque necesitamos nuevos argumentos que los apoyen es que el libro de Mauricio Gallo Callejas, Injusticia y esperanza Judith Schklar y los derechos sociales humanos, es relevante y pertinente.

La valía presente de este acervo radica en tres aspectos: a) la ruptura con el idealismo moral formalista y deductivo; b) el abandono de toda formulación utópica, racionalista e intervencionista; c) el reconocimiento de la diversidad y heterogeneidad de las sociedades humanas; d) la opción por un universalismo débil, ante el fracaso del universalismo fuerte. Otros son los lugares y momentos apropiados para planear controversias y reparos.

Del prólogo "Un libro necesario" por Jorge Giraldo

martes, 8 de diciembre de 2020

El centro político tiene fines y medios

El centro político tiene fines y medios

Por Jorge Giraldo Ramírez  |  Dic 7, 2020

El contenido contemporáneo de las propuestas del centro político se resume en la democracia liberal. Dicho así, parece un proyecto mínimo y superficial. No lo es.

https://contextomedia.com/el-centro-politico-tiene-fines-y-medios/ 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Virus en el corazón

Todos conocemos la dureza de corazón de los tecnócratas que viven en mundos de papel y de números, y de los gobiernos —como el de Iván Duque— que parecen nombrados por la Casa Blanca, las farmacéuticas y quién sabe quién más. Hablar mal de ellos es fácil, aunque siempre sea necesario, dada la estolidez de gran parte de nuestra ciudadanía. Criticar a las gentes de corazón blando, a los agitadores de las banderas de las buenas causas, es más difícil.

La pandemia del Covid-19 y, más precisamente, las inclementes medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos occidentales (el argentino y el colombiano entre los más brutales), puso a prueba estos corazones blandos. No la pasaron. ¿Qué se hicieron los defensores del derecho a la vida, de los pobres, de los niños, de las mujeres, de la educación, de la paz, de la libertad?

Aunque los datos de mortalidad siguen siendo imprecisos, sabemos que hay un excedente de muertos que no explica el Covid-19 y que pueden ser atribuidos a los daños colaterales de las medidas que tomaron los gobiernos y que incluyen la discriminación contra todos los enfermos que no gozaban del privilegio de padecer la enfermedad de moda. Japón publicó sus datos mostrando grandes incrementos en el suicidio. ¿Dónde estaban los defensores del derecho a la vida?

Los datos mundiales muestran que los pobres, a causa de la pobreza, han padecido más duramente los efectos de la pandemia. En Bogotá, “enfermarse de un caso grave de Covid ha sido ocho veces más probable para un individuo en el estrato más bajo, donde se concentra la población más pobre, en comparación con la más alta”, según estudio de la Universidad de Los Andes (“The socioeconomic patterns of COVID outside advanced economies: the case of Bogotá”, Eslava y otros, Documento Cede #45). No debe ser muy distinto para otras regiones del país, seguramente peor. ¿Dónde estaban los defensores de los pobres?

Cinco meses de encierro, para encubrir las deficiencias y la corrupción en el sistema de salud, agravaron la violencia intrafamiliar, el abuso y el maltrato físico contra los niños y las mujeres. ¿Dónde estaban quienes en tiempos normales se rasgaban las vestiduras antes estos hechos?

De cuenta de una conectividad y una virtualidad que solo existen en la imaginación de la ministra de educación, la mitad de la niñez y la juventud colombiana perdió un año que tendrá efectos duraderos. Las limitaciones a las libertades coartaron la posibilidad de la movilidad de las personas y del culto religioso; los defensores de la paz se autocensuraron y no salieron a la calle de cuenta del virus. La educación, la religión, la paz, tuvieron que ceder al poder del miedo.

Dicen que el SARS-CoV-2 es un virus pulmonar. Se me hace que también daña el corazón.

El Colombiano, 6 de diciembre

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Caen árboles

 El murmullo, alguien apagó el murmullo

¿Se ha vuelto a acabar el jugo?

¿Nos sentamos a oscuras a contarnos nuestras viejas historias?

Oh no, esa no otra vez, pero éramos felices entonces

Ahora nos reímos de la risa, oh, la risa recordada

Y los árboles caen sin que nadie los escuche

Las lágrimas caen en nuestra cerveza

Y nos reímos de esa risa recordada

Está tan oscuro en las escaleras

El aire es espeso y rancio

La risa atraviesa las paredes

¿Estamos atados a esos momentos para siempre?

La forma en que era la luz, la sal de nuestra piel y el olor del océano

Y los árboles caen sin que nadie los escuche

Las lágrimas caen en nuestra cerveza


Versión libre al español de “Trees Fall”, canción de Tindersticks del álbum No Treasure But Hope, 2019.


lunes, 30 de noviembre de 2020

Cuento chino

Este viernes 27 de noviembre la veeduría ciudadana “Todos por Medellín” presentó su análisis sobre la situación de Hidroituango en sesión especial del Concejo de Medellín sobre el tema y advirtió de los enormes perjuicios que se derivarían para la región y el país de prolongarse el bloqueo actual. 

El contrato entre EPM y el Consorcio CCC Ituango para la construcción de Hidroituango vence este 31 de diciembre, es decir, dentro 32 días. Como se sabe, el alcalde de Medellín decidió demandar a los constructores y a partir de ese momento procedía un proceso de conciliación que no se ha llevado a cabo. Audiencias programadas para octubre y noviembre no se realizaron, por razones desconocidas.

“Todos por Medellín” parte de la información que está a disposición del público. El proceso para obtener información de la empresa y de la alcaldía ha sido tortuoso, mediado por artimañas, dilaciones, derechos de petición y tutelas. Con esas limitaciones, la veeduría considera que el mejor escenario para todos es que se lleve a cabo la conciliación con el fin de que se pueda cumplir el cronograma de la obra, que contempla el inicio de operaciones dentro de un año. El punto de partida de la veeduría es que sin la conciliación se pone en riesgo el cumplimiento del cronograma que conduciría a problemas de crédito, flujo de caja e ingresos de EPM, de ingresos e inversión social para el municipio de Medellín y de dificultades para la provisión energética del país, lo que nos puede llevar a un escenario catastrófico a finales de esta década.

Esto supondría que el alcalde y el gerente estarían actuando de una manera puramente irresponsable e ilógica, lo cual no deja de ser posible. La inexperiencia, la falta de ataduras políticas de los gobernantes y su ambición personal suelen ser factores que llevan a comportamientos erráticos. Piénsese nada más en Donald Trump. Pero, también es probable que no sea así y que se haya actuado con premeditación. Hace años hay rumores sobre el interés de algunos políticos bogotanos alineados con Daniel Quintero en meter a los chinos en la infraestructura colombiana. Este año en los pasillos de La Alpujarra y el edificio inteligente se menciona con insistencia la especie de que se le entregaría Hidroituango a una empresa china. Ella sería la estatal Tres Gargantas (China Three Gorges Corp). Advierto que estoy en un plano especulativo, que no es de mi gusto, pero la gravedad de la situación y la falta de claridad del alcalde exigen poner sobre la mesa los distintos escenarios.

El anuncio del gerente de EPM, ayer, de que están buscando una prórroga de un año supone ganar margen para una solución definitiva. Nada más.

(Aunque soy presidente del Consejo Asesor de “Todos por Medellín”, esta opinión solo me compromete a mí.)

El Colombiano, 29 de noviembre


lunes, 23 de noviembre de 2020

De cualquiera

Narrativas pueblerinas es un programa que hacemos en Jardín desde el 2017 para dar a conocer y hablar sobre los escritores del suroeste antioqueño. Este duro año el programa se hizo de modo remoto durante el fin de semana pasado. Un pesar teniendo, como tuvimos, con unas invitadas tan poderosas y un escenario tan bello como el teatro remodelado del pueblo, que hay que usarlo porque de lo contrario sufrirá. (Los tres programas pueden verse en YouTube, en el canal de Comfenalco.)

2020 lo dedicamos a tres escritoras de la región: Gloria Posada Restrepo, de Andes, Carmen Rosa Herrera de Barth, de Jardín, y Laura Montoya Upegui, de Jericó. Como nos pasa a todos los pueblerinos, ellas son de muchas partes: donde crecieron, donde se hicieron mujeres, donde trabajaron. Es importante para la cultura que nuestros pueblos se reconozcan en esas figuras; que no se las trague Medellín que, como Bogotá, se traga todo. Al fin y al cabo, nuestras grandes personalidades vinieron de los pueblos.

Laura y Carmen Rosa escribieron autobiografías, Historia de las misericordias de Dios en un alma y Una vida de cualquiera, respectivamente. El género biográfico es, en mi opinión, una de las mayores fuentes de riqueza para la formación individual y social; al fin y al cabo, el mundo es una creación humana, colectiva y personal. Y uno de los déficits de la sociedad colombiana, como lo lamenta Eduardo Posada Carbó, está en la producción y el interés por este tipo de literatura.

Cuando uno las lee ve unas mujeres valientes, aguerridas, con propósito, polifacéticas, inconformes. Esto último puede sonar raro. Carmen Rosa esperó que muriera su padre, a quien cuidaba, para casarse y vivió en las selvas acompañando a su marido. Laura se dedicó a una causa desde la visión cristiana y conservadora, políticamente hablando. Dicho así, parecen el estereotipo de la mujer convencional, si la hubo, de la primera mitad del siglo XX. Pero no. Son heroínas, agentes de cambio (con diferencias de grado), rebeldes, de la rebeldía testimonial, que es la que realmente importa.

Carmen Rosa dice que la suya es una vida de cualquiera. Sí y no. Sí, porque su coraje, su fuerza, su ímpetu, los encuentra uno con frecuencia en nuestra gente —en mis padres para no ir muy lejos. Tal vez más en las generaciones que se están agotando que en las actuales, pero también en estas. No, porque los obstáculos, la capacidad para sobreponerse —esa cualidad que destacaba Fernando González— son distintas y nos maravillan.

Alumbrado: santa Laura Montoya asegura un par de veces en su libro que a monseñor Builes se le había metido el diablo. En lugar de disputar por el mamarracho puesto en un alumbrado público deberíamos vigilar a aquellos que tienen el diablo adentro y esparcen el mal por el mundo.

El Colombiano, 22 de noviembre

lunes, 16 de noviembre de 2020

Calderilla

Tigo Une lo deja a uno sin servicio de telefonía e internet el mismo día (9 de noviembre) después de un par de semanas de muy mal servicio. Cuando sonó la notificación de mensajes por primera vez fue para anunciar que ya la factura de cobro estaba lista… y completa, sin que faltara un centavo.

Si el estudio que hizo Mobimetrics en octubre pasado tiene razón, el 99% de los colombianos estamos usando el tapabocas, 83% se desinfectan las manos y el 70% observan la distancia física. Eso significa que los que los administradores públicos, que montan el caballito de la falta de cultura ciudadana, están equivocados. Cuando los contagios bajan, el triunfo es del gobernante; cuando suben, es culpa de la gente.

La ruta Medellín-Jardín sufre de varios infartos: uno justificable por la obra en Amagá; otro nada justificable por el deterioro de la vía entre Hispania y Jardín, por demás, en plena cosecha cafetera. Como si hiciera falta, la policía cerró un carril de la Troncal del Café en Peñalisa sin motivo visible.

Las últimas ideas geniales de la dirigencia política son un referendo para sacar al presidente y otro para alterar la Justicia Especial para la Paz. Están pintados. Ya solo hay propuestas para destruir, como si los colombianos no mereciéramos un poco de esperanza.

En tiempos difíciles, con recursos escasos y grandes necesidades de inversión social se inventaron —entre el alcalde de Medellín y el gobernador de Antioquia— 11 secretarías y 6 gerencias. En el mejor de los casos, se trata de un mal momento para producir esa expansión en la burocracia. ¿Esas son las urgencias de la región? ¿Ahí están las preocupaciones de los gobernantes?

Se llama zoonosis a las enfermedades que se transmiten entre animales y seres humanos. Las últimas epidemias internacionales como la gripa aviar y el nuevo coronavirus son tipos de zoonosis. Nadie, sin embargo, se pregunta si la extraña nueva relación entre personas y animales domesticados deba ser cuestionado. Gente que besa perros, duerme con gatos y abraza marranos, ¿no serán los progenitores de la próxima pandemia?

Perú encontró un camino de estabilidad política, crecimiento económico y cierta inmunidad respecto a la oleada populista, pero como dicen los chistes suramericanos no han de faltar los peruanos. Como los conservadores se han vuelto bochincheros en tantas latitudes, en Perú se lucieron destituyendo a su presidente más serio y eficiente de las dos últimas décadas.

Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, acaba de publicar el libro Covid-19: el gran reinicio. Una síntesis de los análisis y las proyecciones más sensatas en tiempos de incertidumbre, y una señal del extravío de la dirigencia colombiana.

Errata: el exceso de confianza me llevó a confundir a Daniel Defoe con Jonathan Swift en la columna de la semana pasada.

El Colombiano, 15 de noviembre

lunes, 9 de noviembre de 2020

Cavernícolas del espacio

Encontré hace poco un artículo (2016) de la profesora Rebecca Haidt sobre la epidemia del cólera en Europa en la década de 1830. Las analogías con las pestes anteriores y posteriores saltan a la vista, bien sea que uno tenga como referencia la Biblia o el “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe o el periódico de ayer. Los miedos, las acusaciones (el villano fue India), el comportamiento de la gente, las medidas gubernamentales, todos guardan un inquietante parecido. La diferencia estriba en que las condiciones de la ciencia y el gobierno a mediados del siglo XIX eran más parecidas a las de la peste griega del siglo V antes de Cristo que a las de hoy.

Haidt, que se ocupa del cólera en España, se refiere a medidas como las cuarentenas (que eran de 40 días) y los cordones sanitarios. Cuenta que cuando se presentó el segundo brote, 20 años después, era evidente la insuficiencia de la infraestructura administrativa y social. Más o menos lo mismo que ahora. Y muestra cómo, tanto las perspectivas ilustradas como las tradicionales, coincidían en la importancia de la simpatía social y del sentido de humanidad por parte de las autoridades y los facultativos. En esto sí hay diferencias significativas: si en el siglo XIX español se le daba importancia a la pedagogía ciudadana y a la caridad, ahora eso no se ve. Más aún, mientras una de las academias de medicina, la de Cádiz, recomendaba la promoción de actividades sociales que mejoraran las disposiciones anímicas de la población, como las reuniones de amigos, la conversación social y las caminatas, nuestras autoridades han optado por sancionar la vida social.

Cuando uno accede a esta información, es inevitable concluir que las recomendaciones de las autoridades políticas y sanitarias son primitivas, además de arbitrarias. Hay demasiada pose para adoptar medidas que no tomaría un gobernante andaluz hace 180 años. Medidas como el toque de queda son ineficaces (el Halloween se hizo el jueves) y deberíamos esperar que no se repitan en diciembre.

Cada que veo a Duque y a Quintero, y parece que Gaviria quiere entrar al combo, me acuerdo de un viejo programa de televisión que se llamaba Cavernícolas del espacio (It's About Time, 1966-1967). Es que hay parafernalia mediática sin inteligencia, miedo sin información, decretos sin pedagogía, autoridad sin empatía.

Narrativas pueblerinas. 

La cuarta versión se ocupará de tres escritoras del suroeste: Laura Montoya de Jericó, Carmen Rosa de Barth de Jardín y Gloria Posada Restrepo de Andes. Las profesoras María Stella Girón y María Eugenia Osorio de la Universidad de Antioquia, la directora de la Editorial Eafit Claudia Ivonne Giraldo, la promotora cultural Patricia Arroyave y la Escuela de Música de Jardín, serán las animadoras. Del 13 al 16 de noviembre, pueden conectarse al canal de YouTube de Comfenalco.

El Colombiano, 8 de noviembre

lunes, 2 de noviembre de 2020

Sobre el coraje

Perseverancia, temple, valentía, carácter, audacia, arrojo, fortaleza, son algunos de los términos que conforman el entorno conceptual del coraje. En este siglo, dominado por la cultura del miedo, estos conceptos perdieron lustre y una mala comprensión de la fragilidad y la vulnerabilidad humana nos ha conducido a equívocos terribles. Ya Sócrates, en el diálogo Laques, había dejado claro que la valentía es un valor y que el miedo es una pasión (gran diferencia). Planteó que el coraje se aplica a las situaciones de pobreza y enfermedad, así como a la política, y, por supuesto, a aquellas en las que enfrentamos las guerras y los desastres naturales.

El coraje es un valor moral; entendido esto, luego pueden establecerse tipos como el coraje cívico, el coraje intelectual y otros. Tomás de Aquino usa los términos “audacia” y “fortaleza”. La fortaleza forma el cuadrado de la virtud junto a la templanza, la justicia y la prudencia. Las relaciones entre ellas ayudan a entender mejor el contenido del coraje. La justicia define los fines por los cuales somos llamados a ser valientes. La prudencia define los límites de la acción audaz, pues implica ser previsores y tener buenas razones para actuar. La templanza nos evita ser impulsivos y temerarios. Cuando somos arrojados sin fines claros, sin evaluar los peligros, dejamos de ser valientes y pasamos a ser simples aventureros. El coraje necesita responsabilidad.

¿Cuándo tenemos que ser valientes? Cuando los bienes comunes están en riesgo, cuando flaqueamos en la realización de nuestra idea de la vida buena, cuando los otros importantes para nosotros (familiares, amigos, comunidad cercana) demandan nuestra ayuda. En estos casos se justifica un coraje tal que, incluso, implique arriesgar la vida propia (nunca la ajena). ¿Qué diríamos de la persona que no es capaz de lanzarse a la calle para salvar la vida de un niño?

El coraje no es innato, se forja. Forjar es otro verbo que amenaza extinción en tiempos de generaciones mimadas, padres sobreprotectores y paternalismo estatal. La valentía se aprende en la adversidad, en la calle, en la ilusión de alcanzar metas difíciles, sobreponiéndose al cansancio, al peligro y al miedo.

El filósofo Carlos Pereda Failache ve necesaria una cultura del arrojo. Nassim Taleb habla de jugarse la piel; en castellano ralo equivale a poner el pellejo. A esa frase están asociadas expresiones como “estar curtido”, “tener el cuero blandito”.

El coraje se puede aprender. Desde 1993 existe en los Estados Unidos la Escuela Nacional del Carácter dirigida a formar a los jóvenes en la acción moral que involucra pensamiento y emociones. Brookings Institution promovió una investigación que sugiere que, sin carácter, las oportunidades pueden caer en el vacío. La escritora Irshad Manji creó hace poco el proyecto Moral Courage, en la Universidad de Nueva York, para combatir el extremismo. Necesitamos coraje.

El Colombiano, 1 de noviembre

lunes, 26 de octubre de 2020

Derrumbe educativo

Cuando uno mira el informe de la Unesco sobre el cierre de establecimientos educativos en el mundo, decretado por los gobiernos con ocasión del covid-19, se encuentra con que ni los centros de la civilización ni los países destacados como modelo en la contención del virus clausuraron completamente los centros educativos. Con excepción de España, Gran Bretaña, Italia y Canadá, el mapa del cierre se concentra en el mundo en desarrollo: África, América Latina, Europa Oriental y el subcontinente indio (https://en.unesco.org/covid19/educationresponse). Estas regiones —que el diseñador de la gráfica puso en un morado mortuorio— muestran pequeñas islas de sensatez, entre las cuales se destaca Uruguay.

Se nos hizo creer que clausurar la educación era lo normal y lo correcto, pero no fue así. Ningún ejemplo y ninguna cifra respalda esa decisión. El Secretario General de la ONU Antonio Guterres caracterizó la situación como una “catástrofe generacional” y planteó que el retorno de los estudiantes era prioritario (CNN, “We're facing a 'generational catastrophe' in education, UN warns”, 04.08.20). Estudios han demostrado los efectos perversos de esa medida y centenares de expertos, exministros de educación y administradores educativos les pidieron a los gobiernos que la detuviera (incluyendo al colombiano). Esta catástrofe, básicamente, será una responsabilidad de los gobiernos.

Digo básicamente, porque no es solo de ellos; al menos no es solo responsabilidad del gobierno de Duque. El caso del sindicalismo magisterial, organizado en Fecode, es patético. Su oposición a la alternancia “bajo ninguna modalidad” en las actividades escolares demuestra que les importa más su posición laboral que el estado de los menores y jóvenes y, ya lo sabíamos, que la educación. He escuchado y visto muchos casos de esfuerzo denodado de maestros, por lo cual no quiero inculparlos. La responsabilidad recae en el sindicato, los jefes de núcleo y los secretarios de educación que se fueron por la fácil y ahora se oponen a las medidas de retorno, agravando la situación de la población estudiantil y sus familias.

El otro actor importante son las familias. No tengo datos, pero da la impresión de que la mayoría de las familias han enviado a sus hijos a estudiar desde que empezó la reapertura. Si es así, se demostraría que las asociaciones de padres que se estaban oponiendo tampoco reflejan el sentir de sus afiliados. Ahora bien, a esa minoría, que en los casos que he consultado representa el 20% o menos, debería cuestionársele y pedírsele muy buenas razones para que actúen como lo está haciendo.

Todas las previsiones apuntan a un aumento de la brecha educativa, laboral y económica entre países y grupos poblacionales como consecuencia de esta y otras medidas primitivas. Es un grave daño a los más jóvenes y, entre ellos, a las mujeres y a los de menores ingresos. Se sabe pero no se aplica: la educación importa.

El Colombiano, 25 de octubre.

jueves, 22 de octubre de 2020

Diez máximas de Nassim Taleb

Que no haya... 

Amistad sin confianza,

Opinión sin consecuencias,

Vida sin esfuerzo,

Amor sin sacrificio,

Poder sin justicia,

Hechos sin rigor,

Enseñanza sin experiencia,

Valores sin prácticas,

Virtud sin riesgo,

Ciencia sin escepticismo.

Mi selección de la última página de

Nassim Nicholas Taleb (2017), Jugarse la piel: asimetrías ocultas en la vida cotidiana. Barcelona: Paidós. Trad. Antonio Rodríguez Esteban.




lunes, 19 de octubre de 2020

Salir de la gallera

Tocó esta semana un tema crucial Alberto Velásquez Martínez (“Exacerbación suicida”, El Colombiano, 14.10.20). En sus palabras, se trata de “la degradación que tiene la lucha política colombiana, en donde los adversarios no son contradictores sino enemigos”. Es una tesis fundamental para entender la situación del país. ¿Cómo fue posible que pasáramos del pacto de 1991 a la situación de hoy? El 4 de julio de 1991 el acto de firma de la constitución estuvo encabezado por un exguerrillero, la personalidad más brillante del conservatismo y la figura momentánea del progresismo liberal. Recordemos, —casi cogidos de la mano— eran Antonio Navarro Wolf, Álvaro Gómez Hurtado y Horacio Serpa Uribe.

La civilidad, la compostura en la lucha política, la lealtad en la contienda electoral, el uso moderado de las formas en el trato y en el proselitismo partidista dejaron de ser los rasgos dominantes de la vida pública colombiana. Las reglas de juego democráticas fueron desplazadas por la “exacerbación”, la palabra que usa Velásquez Martínez.

A mí me gustan dos imágenes, la de la plaza pública y la de la gallera. En la plaza pública predominan el respeto, arreglos conversacionales y unas pautas básicas de la cortesía, en la gallera —según el estereotipo de la literatura latinoamericana— se imponen el machismo, la altanería y, al final, la violencia. Es difícil pasar por alto el hecho de que la gallera ha sido una obra de Álvaro Uribe quien, según sus propias palabras, vive “cargado de tigre”. Pero como en los gallos se necesitan dos, ahí está Gustavo Petro como imagen especular. Si fueran más divertidos podríamos compararlos con Batman y Guasón, y se necesitan mutuamente, como este último suele decirle al primero.

Este ciclo (radicalismo, incapacidad de pactar y violencia) lo vivió Colombia a finales del siglo XIX y a mediados del siglo XX y ambos momentos condujeron a dos de las guerras civiles más calamitosas. En ese entonces los montones de muertos condujeron, por fortuna, al viraje de los dirigentes y el país logró entrar en sus períodos de paz más largos (1903-1946 y 1958-1980).

Pero no se trata solo de un tema de personalidades. En el país reina la desconfianza general: en las instituciones públicas y privadas, los jefes políticos, y las personas, sean amigos o familiares. Las aguas profundas que han socavado la confianza son, a mi manera de ver, el pacto implícito que sectores políticos mantienen con el narcotráfico; la ruptura de las reglas institucionales generada por la reelección presidencial, que destrozó el equilibrio de poderes, politizó los organismos judiciales e impuso el hiperpresidencialismo; el quebrantamiento de la representación democrática; y la percepción ciudadana sobre el desbordamiento de la corrupción.

Para recomponer el camino lo primero que tenemos que hacer es abandonar la gallera y volver a la plaza pública. Y esto requiere otros líderes.

El Colombiano, 18 de octubre

lunes, 12 de octubre de 2020

Jimi, Janis

Si hubiera nacido ocho o diez años antes, 1970 habría sido uno de los años tristes de mi vida. A mis doce años había pobreza, no tristeza. Era un culicagao que vibraba con Alí, Pelé y Cochise, con el viaje a la luna, el rock brincón en español (que es de los sesenta), las versiones resumidas de los libros clásicos para jóvenes, Batman y El Santo, y las canciones alegres de The Beatles. Ellos no habían llegado a mis oídos; si los hubiera escuchado no los habría comprendido. Jimi Hendrix y Janis Joplin me llegaron después de los quince; con la adolescencia, la callejeadera y la rebeldía.

Su muerte en la cima del reconocimiento —el 18 de septiembre, él; ella, el 4 de octubre— creó muchos mitos: el del club de los 27, que generó imitaciones, muchas de ellas quizás inconscientes y que se llevaron a Andrés Caicedo, y dio lugar a especulaciones esotéricas, no solo con el número, también con la letra jota, por su antecesor Brian Jones y su seguidor Jim Morrison (los cuatro muertos a los 27 en un periodo de 24 meses). Y, hay que decirlo, su propio mito, el de Jimi y el de Janis. Ellos dos son más que materia mórbida para relatos románticos, más que cadáveres exquisitos.

La muerte y la fama —que puede ser otra forma de estar muerto— ocultan la lucha por la vida, la fatiga formativa, la veracidad del arte. Jimi y Janis no eran solo un guitarrista y una cantante, eran, el uno, un artista de la guitarra, la otra, una artista de la voz, como dice Thomas Bernhard de Glen Gould, que era un artista del piano. Como Gould (perdonen los apocalípticos, en la acepción de Umberto Eco), ellos no solo eran distintos, además fueron mucho más que virtuosos y más grandes que los simples virtuosos, porque el arte verdadero siempre supera a la técnica. Sus pares lo sabían. Hay que escuchar a Eric Clapton contando el encandilamiento de los guitarristas británicos viendo en Londres a ese muchacho negro desconocido haciendo cosas que nadie había hecho con los trastes y las cuerdas. O ver la imagen de Mama Cass con la boca abierta y la expresión asombrada escuchando a una joven anónima texana en la tarima del Festival de Monterey.

Hendrix y Joplin establecieron parámetros para sus interpretaciones y estilos que siguen intocables. ¿Quién pensaría que “Summertime” de Gershwin, interpretada por Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Nina Simone, quedaría fijada durante más de medio siglo en la versión de Janis? ¿Que la sociedad londinense consagrara un pequeño santuario para recordar a Jimi al lado Georg Friedrich Händel?

Después de medio siglo siguen estremeciéndome, la voz, la guitarra, “Are you experienced”, “Cheap Thrills”.

Saludo a Gabo Ferro (1965-2020), “músico, historiador, poeta y performer”, que nos acompañó.

El Colombiano, 11 de octubre

lunes, 5 de octubre de 2020

Lecturas consoladoras

La 13ª Fiesta del libro y la cultura será poco festiva. No hubo, al parecer, ningún esfuerzo para tratar de hacer eventos presenciales y alternarlos con otras actividades remotas. Y esto, a pesar de que la sede habitual es el Jardín Botánico y de que se podían establecer protocolos y controles de público. Es mejor irse por la fácil, y vender libros no es importante para la gente seria.

Recomiendo unos consuelos.

Pasando fatigas (Interfolio, 2018) es un libro de viajes escrito por Mark Twain (1835-1910), el famoso autor Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Una exploración personal, perspicaz, llena de humor, de un viaje entre Missouri y Nevada en plena fiebre de la minería en el Lejano Oeste. Twain nos recuerda los tiempos, que ya parecen lejanos, en que se podían hacer bromas sobre los pobres, los enfermos, los indios, los mormones y toda autoridad, y nos pinta la vida en tierras de todos y de nadie.

Antifrágil (Paidós, 2013), libro del ensayista libanés Nassim Taleb, autor de “El cisne negro”, al cual accedí con retraso. Taleb es un filósofo “empírico escéptico”, según sus palabras; fue corredor de bolsa durante más dos décadas y es un divulgador eximio. Este libro, al que considera su obra más importante, defiende los beneficios que para la vida personal, corporativa y social tienen el azar, la tensión, el desorden y el riesgo, en sus prudentes medidas. Sarcástico, contraintuitivo, bien informado, es una cachetada a la cultura contemporánea, desde el fitness hasta la política.

Esteban Duperly publicó Dos aguas en 2018 (Angosta). Una novela corta, sobria, detrás de la cual se esconde una serie de problemas morales muy actuales. La pluma (¿el computador, debería decir?) de Duperly no se deja arrastrar por la metáfora poderosa de las dos aguas, ni por los lugares comunes sociológicos que aquejan a muchos de nuestros escritores más reconocidos y que echan a perder la prosa y la historia. Una grata sorpresa.

Contexto es un medio digital nacido en Barranquilla en medio de la pandemia, porque hay gente valiente en este país. Un sitio para mirar a Colombia desde el Caribe y para que los demás colombianos conversemos con los caribeños. Puede verse, también, como un canal para suscitar conversaciones entre provincias y provincianos. Figuras notables y diversas como Ramón Illán Bacca, Gustavo Bell y Antonio Celia, están entre sus promotores. Leer en contextomedia.com

Iván Garzón Vallejo, profesor de la Universidad de La Sabana, es uno de los principales estudiosos colombianos sobre el papel de la religión en la sociedad actual, de las limitaciones del laicismo y los retos de los creyentes. Acaba de publicar Rebeldes, románticos y profetas: La responsabilidad de sacerdotes, políticos e intelectuales en el conflicto armado colombiano (Ariel, 2020). El laberinto que conecta y distancia a los católicos respecto de la violencia política.

El Colombiano, 4 de octubre

viernes, 2 de octubre de 2020

Libro Democracia y libertad: una discusión contemporánea

 


Este libro -publicado por Lecturas Comfama- contiene cuatro partes.

La primera, está integrada por presentaciones: de la colección editorial, por David Escobar, Director de Comfama; y un Post-scriptum, o sea una expliación postcrisis del Covid19, y la presentación original del libro, entregada a correcciones antes de ella.

La segunda, es una introducción conceptual y contextual a la reflexión sobre la situación de la democracia liberal en el mundo occidental, incluyendo Latinoamérica y Colombia.

La tercera parte está integrada por los textos que publicó The Economist en 2018 sobre la renovación del liberalismo en el siglo XXI. Dichos textos fueron traducidos con mi colega en la Universidad Eafit Leonardo García Jaramillo. El ensayo, que sepamos, ve por primera vez la luz en español.

La cuarta y última parte se titula "Cuatro discusiones ampliadas y una exhortación de Alberto Lleras". Allí se presentan unas consideraciones sobre la crisis del Covid19, la oposición política, la equidad social y la renta básica; al final, se reproduce un texto fundamental, a mi manera de ver, de Alberto Lleras Camargo. 

lunes, 28 de septiembre de 2020

Errar

“Fue un error, sí, un error”, eso dijo Romano Prodi al periódico español El Confidencial, el pasado 18 de septiembre. Hablaba del Covid-19 —“pensaba en posibles tensiones, problemas, caídas en la productividad, incluso inundaciones, sequías, pero no se me ocurrió pensar en una pandemia”. Es la actitud que uno esperaría de un político ilustrado y decente. El detalle más importante es que Prodi dejó de ser presidente de Italia el 24 de enero de 2008. Está bien escrito, frótese sus ojos, ¡2008! ¡Y Prodi admite que cometió un error por no ocuparse del virus!

Los seres humanos nos equivocamos. Cometemos errores a diario y por montones, por el simple hecho de que somos seres falibles. Tenemos, aunque no lo creamos, serios problemas cognitivos; nuestros sentidos no son tan desarrollados como los de los animales; y, además, vivimos en un ambiente en el que hay muchas interferencias que entorpecen, aún más, nuestros actos. Estas interferencias, técnicamente llamadas ruido, nos abruman en esta época. Así que, el error es muy común. Menos generalizados, pero abundantes, son los errores por incuria o por negligencia.

Tenemos en nuestra cultura, al menos, tres problemas con el error.

El primero es que nos avergonzamos de errar. Las personas, organizaciones y países que no enfrentan el error no aprenden y se abocan a males grandes y ruinosos. Por el contrario, la vieja práctica del ensayo y error es mejor consejera que la pendeja soberbia de hacer como si no nos equivocáramos. Un buen consejo en este tiempo es equivocarse pronto, en materia leve y en cantidades suficientes para adquirir información. La deliberación pública, la cooperación social y el mercado, ayudan a controlar los errores.

El segundo problema es que confundimos el error con el crimen. La inmensa mayoría de los errores que cometemos los seres humanos no son fallas morales y, por tanto, no deben estar sujetos a sanción moral o penal. Esto nos lleva a la paradoja de que, como criminalizamos el error, dejamos sin evaluar, reconocer o reprochar las faltas que no son crímenes, que son la inmensa mayoría. Otro problema, adjunto, es que, en medio de estos imaginarios, los oportunistas aprovechan para sindicar de criminal o pecador a quien simplemente se ha equivocado.

El tercero es que banalizamos el error de los poderosos. Errar es humano, pero el jefe de una organización o un país, no se puede permitir ciertos errores. Cuenta con una arquitectura institucional y normativa, y enormes recursos para evitar cometer errores mayúsculos. Mientras más poder tiene una persona, más responsabilidad le cabe. De gente en esas posiciones uno debe esperar que reconozcan públicamente sus errores, que pidan disculpas según el caso, que pidan perdón, eventualmente; en casos extremos, que sufran sanción social o sanciones administrativas y penales.

Distinto al error es el delito, que es intencional, consciente.

El Colombiano, 27 de septiembre

lunes, 21 de septiembre de 2020

Amores que matan

Colombia goza de un enorme prestigio por su tradición civilista, medida por el bajo número de golpes militares en su historia, y, a la vez de un desprestigio significativo por su trayectoria en violaciones de los derechos humanos por parte de la fuerza pública. Una explicación de esta incongruencia fue ofrecida hace 35 años por el entonces procurador Carlos Jiménez Gómez, en la época en la que todavía los presidentes tenían la decencia de asegurar que los órganos de control quedaran en manos distintas a las de sus amigos y copartidarios. Dijo Jiménez Gómez que en el país los civiles eran más militaristas que los militares.

A lo largo de mi vida profesional he podido comprobar la validez de esa afirmación hasta hoy. Participé como instructor en el programa de transformación cultural de la policía a mediados de los años noventa y en los últimos años como docente en los programas de ascenso a general en la misma institución. A raíz del proceso de negociación con las Farc en La Habana pude dialogar con altos mandos militares, incluyendo varios generales. En todos los casos pude percibir una sensibilidad verosímil hacia la ciudadanía y hacia las normas básicas que nos identifican como una sociedad democrática liberal, muy imperfecta. No es gratuito que a nivel internacional tanto las Fuerzas Militares como la Policía sean reconocidas, entre los expertos en seguridad, por su profesionalismo.

La tesis de Jiménez Gómez devela unos rasgos culturales que pueden simplificarse bruscamente como una cultura de apego institucional en la fuerza pública y una cultura autoritaria en la sociedad civil. Esto quedó demostrado esta semana después de los horribles hechos ocurridos en Bogotá la semana pasada. El director de la policía pidió perdón mientras que el presidente de la república no lo hizo; la policía reconocía que cerca de medio centenar de armas oficiales fueron disparadas, mientras gran parte de los opinadores se concentraban en los vándalos y en barruntar teorías conspirativas.

Después del heroico esfuerzo de la policía en la lucha contra el narcotráfico y su participación en la exitosa lucha contra las Farc, la institución entró en un marasmo cuya principal responsabilidad corresponde al poder ejecutivo. En la última década ningún gobierno quiso meterle el diente a una reforma policial que incluyera el control externo por parte de las autoridades. El cambio dramático en el panorama de seguridad del país después del 2016, así lo exigía y hubo muchos foros y propuestas de expertos y organismos cívicos.

La timidez de la crítica interna y el inmovilismo gubernamental han hecho que la fuerza pública se mueva al son de la presión internacional, especialmente de Estados Unidos. Como sabe todo buen administrador, siempre son más constructivos los apoyos críticos que los comités de aplausos. Sirve más el análisis doloroso que las melosas declaraciones de amor.

El Colombiano, 20 de septiembre.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Apaciguar la furia

Más de 15 años trabajando en temas de seguridad me permiten afirmar que la policía colombiana no es asesina, como la brasileña o la estadounidense. Baste comparar las cifras de homicidios a manos de la policía en Rio de Janeiro y Medellín durante un año cualquiera, digamos 2017: más de 1.100 en Rio, 6 en Medellín. El problema de la policía colombiana es otro, una crisis institucional desatendida desde hace varios años. ¿Cómo se explican los asesinatos de Bogotá?

Por la coyuntura. El gobierno de Iván Duque usó la pandemia para elevar actos cotidianos al nivel de delitos. Los policías veteranos —lo vivimos todos— capearon la situación conversando con los infractores y haciendo la pedagogía que no hicieron los administradores públicos. Los policías corruptos hicieron su agosto desde marzo: pague y siga. Pero también hubo los machistas y violentos que aprovecharon la patente que les dieron con los decretos abusivos de la cuarentena para desahogarse. Periodistas y columnistas reportaron innumerables casos de ancianos zarandeados, vendedores ambulantes detenidos, jóvenes heridos o asesinados por el “delito” de salir a la calle.

El gobierno nacional no detuvo esta pendiente resbaladiza. Sigue considerando que el consumo de licor en sitios públicos es un delito. Una noche, un ciudadano normal sale, con unos tragos en la cabeza, a comprar otra botella y se encuentra con dos policías con ganas de pegar que se extralimitan en el uso de la fuerza y lo matan. Todo esto puede ser anecdótico, como la historia que se narra en la película Un día de furia (Joel Schumacher, 1993). Un gobierno decente hubiera cortado por lo sano haciéndole un reproche a la fuerza pública y mostrando empatía por la víctima. Ni Duque ni su ministro de defensa hicieron eso.

Lo que no es anecdótico es que, después, la policía metropolitana de Bogotá matara a otros siete ciudadanos que participaban en las protestas (“¿Quiénes son las víctimas fatales durante la noche de caos en Bogotá?”, El Tiempo, 10.09.20). No lo es porque en estos casos la policía actuó con premeditación, en contra de todos los protocolos disponibles. El director administrativo de la Presidencia, Diego Molano le pidió a la alcaldesa que garantizara el orden público. ¿No conoce la constitución? ¿No sabe que por el artículo 189 es competencia del presidente y que los alcaldes intervienen siguiendo órdenes presidenciales (art. 315)?

Pero el asunto no es nuevo. Veníamos con una gran insatisfacción con el régimen político, mostrada por todas las encuestadoras y visible en las manifestaciones callejeras de 2019.  Súmesele a esto el desastre social y económico al que este gobierno ha llevado al país. La calle reaparecerá y puede ser con furia. La sociedad debe preparar una respuesta proactiva y sensata. Contra toda evidencia, uno esperaría que el gobierno cambiara su forma de encarar la protesta.

El Colombiano, 13 de septiembre

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Avianca

El Colombiano, 1 de septiembre, “Préstamo a Avianca, vuelo que aún no aterriza”. 

Desde que empezaron las terribles medidas de choque para enfrentar el virus, muchos analistas económicos en Europa y Estados Unidos lo intuyeron. Tiana Lowe, periodista conservadora del muy conservador periódico Washington Examiner, dijo el 17 de marzo que no había “ningún argumento práctico para rescatar a la industria de las aerolíneas” (“Don't bailout the Airlines”). "Tampoco hay un argumento conservador", añadió la señora. En esa tesitura podríamos decir que, menos aun, hay un argumento liberal para hacerlo. Los argumentos pueden ser corporativistas... la otra alternativa es corrupción, que no es un argumento sino una explicación. 

Eran advertencias sobre una medida que ya había sido tomada en el pasado con amargas lecciones para los contribuyentes. Las empresas que fueron salvadas por el Estado en la crisis de 2008 se gastaron la plata en expansión, salarios de ejecutivos y -hubo casos- en comprar sus propias acciones para mantener los precios de bolsa.

El gobierno de un presidente que cree que un empleado de cafetería gana dos millones, una vicepresidente que cree que los pobres viven en casitas de 200 metros y una ministra de educación que cree que todos los hogares tienen internet y computadores por persona, ese gobierno mezquino con las ayudas a pequeños y medianos empresarios, trabajadores independientes y nuevos desempleados, ese mismo gobierno le está girando un cheque de 370 millones de dólares a una empresa foránea, propiedad de unos individuos cuestionados por la justicia.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Todos por Medellín

Como sabrán los ciudadanos informados, se constituyó hace poco en la ciudad la veeduría ciudadana “Todos por Medellín”. Su breve manifiesto expresa como intención la de “controlar y vigilar lo de todos e, igualmente, proponer alternativas de futuro, de manera participativa y constructivamente para el bien común”. Añade que “surge para acompañar la gestión pública local, conectar actores alrededor del proyecto de la ciudad, proponer caminos a seguir, señalar prioridades, observarla y orientarla, vigilarla cuando corresponda y denunciar cuando sea necesario para proteger el patrimonio público y los intereses colectivos” (todospormedellin.org).

El profesor de derecho constitucional Esteban Hoyos Ceballos explicó hace poco que las veedurías ciudadanas son “un mecanismo democrático de representación que permite a los ciudadanos y a organizaciones comunitarias, ejercer vigilancia sobre la gestión de las autoridades públicas y, en algunos casos de los particulares, en la ejecución de programas, proyectos, contratos o en lo que atañe a la prestación de los servicios públicos” (“¿Para qué una veeduría ciudadana a la Alcaldía y a EPM?”, El Colombiano, 27.08.20). Es decir, se trata de uno de los elementos de democracia participativa introducidos hace 30 años en nuestra carta política.

Cuando el periodista Luis Carlos Vélez le comentó hace poco a Daniel Quintero que se iba a conformar “un comité cívico de seguimiento para EPM”, el alcalde dijo que “me parece maravilloso e invito a la ciudadanía a sumarse” (Semana, 23.08.20).

Algunos de los amigos del alcalde han salido a atacar este proceso ciudadano. Se aducen explicaciones de todo tipo. Desde algunas tan malas como que la nueva veeduría entrará en competencia con la actual Veeduría al Plan de Desarrollo de Medellín, como si los mecanismos de participación sobraran o como si no se conociera el objeto particular de cada uno de ellos, hasta la socorrida pero no por ello falaz de que “Todos por Medellín” está siendo impulsada por el expresidente Álvaro Uribe.

La suma de la oposición a la nueva veeduría está recogida en el comunicado de “Colombia Humana”, la personería jurídica de Gustavo Petro (“Control social para la recuperación de EPM”, 29.08.20). Los diez puntos del comunicado se resumen en tres tesis. La primera es que el representante de los ciudadanos es el alcalde, razón por la cual los ciudadanos deben limitarse a apoyar sus actos (si uno sigue la idea, es un despropósito hacerle oposición a Duque). La segunda es que el ejercicio ciudadano es válido solo si está orientado por los objetivos que comparte ese jefe político. La tercera tesis es que hay unos enemigos que son el uribismo y los empresarios.

La primera tesis es autoritaria, la segunda es corporativista y la tercera una declaración de principios. Un paquete propio de los movimientos populistas.

Cualquier persona puede sumarse a la veeduría, yo —como el alcalde— los invito a hacerlo (todospormedellin.org).

El Colombiano, 6 de septiembre

lunes, 31 de agosto de 2020

Perros de la lluvia

Hace 35 apareció el álbum de Tom Waits titulado “Rain Dogs”, que incluyó 19 canciones, entre ellas la que presta el título a la obra. Si uno hace caso a Google, Waits es el responsable de difundir la expresión “rain dogs”, que no figura en los diccionarios establecidos. El dicho se basa en la idea de que, bajo el aguacero, un perro pierde los rastros que había ido dejando para determinar el camino de regreso a casa. Es difícil evitar la imagen de una tormenta nocturna y un pobre perro husmeando entre bolsas de basura, andenes craquelados y pocas piernas sucias y tambaleantes. La letra de la canción se refiere a los tipos habituales de la calle, desarraigados, vagabundos, cuya vida consiste en estarse perdiendo siempre, incluso de sí mismos.

Voy a tirar un poco de la metáfora. No se trata de etología canina, tema en el que soy un ignorante.

Primero está la noche. El mundo de hoy es de penumbras. Esa es la cualidad de los tiempos de transición, según Tocqueville. Una de las caracterizaciones afortunadas de estos meses fue la de incertidumbre radical; no es que estemos ante más y mayores riesgos, es que no sabemos. El 90% de lo que llamamos la realidad permanece inaccesible para nuestro conocimiento. La humanidad, como Diógenes, sigue tentando pasos con su pequeña lámpara. Esa lámpara es el conocimiento, que es más que la ciencia. La ciencia ayuda tanto como ha ayudado durante la pandemia… poco.

Después está el perro. Somos nosotros. Otra palabra recurrente este año ha sido vulnerabilidad. Hasta hace poco algunos científicos y predicadores insolentes estaban prometiendo vida hasta los 120 años e, incluso, inmortalidad. Aceptemos que no nos ha ido mal en el proceso evolutivo, pero la hemos pasado más duras que las cucarachas. Llevamos poco tiempo sobre la tierra y es temprano para hacer pronósticos. Si hacemos caso a Elizabeth Costello, este humano blandengue de hoy no soportaría una glaciación.

La lluvia, ¿qué sería la lluvia? Los humanos nos dirigimos hacia propósitos, orientados por valores y apoyados mediante técnicas y procedimientos. La lluvia hodierna está borrando de los caminos de millones de nosotros los propósitos y los valores. La ideología imperante convenció a la mayoría de que lo importante era la técnica, que el propósito y los valores carecían de importancia. O peor, que el único propósito era el éxito medido en términos económicos y que el valor más importante era la satisfacción máxima e inmediata… de lo que fuera. Esa es la lluvia. El utilitarismo, la maximización, la instrumentalización del otro y del entorno, la desconfianza general, el fanatismo, la falta de compasión, la incapacidad para argumentar, la reducción del mundo a números, la mentira abierta.

 Así que el querido Tom Waits tiene razón. Estamos como los perros de la lluvia.

 El Colombiano, 30 de agosto

lunes, 24 de agosto de 2020

Más allá de EPM y los negocios

La crisis que desató el alcalde Daniel Quintero tras su último golpe de mano contra EPM no es un asunto puntual. Por supuesto que tiene implicaciones técnicas, legales y financieras. Recomiendo los análisis realizados por Carlos Enrique Moreno en su carta al gerente de la empresa (14.08.20), mi colega Santiago Leyva (“Falacias de una ruptura: revisión de los argumentos políticos del caso EPM”, 18.08.20) y el profesor de la Universidad Nacional Guillermo Maya (“EPM en el abismo”, La Silla Vacía, 18.08.20). Son contundentes.

Pero, ni el problema es técnico ni es solo con EPM. El asunto de fondo es el ataque veloz y profundo del alcalde contra la institucionalidad de Medellín, a favor propio y de terceros poco claros. Desde el primer día de su gestión se notó la avidez para controlar las nóminas y los presupuestos, algo que desafortunadamente se volvió normal en el país. La denuncia del concejal Alfredo Ramos de que el 82% de la contratación pública se ha hecho a dedo, lo titularía solo como un corrupto tradicional.

Quintero va más allá. Pareciera que su agenda está encaminada a trastocar el sistema de gestión del municipio, sus empresas y los organismos público-privados de la ciudad. La renuncia de la junta de Ruta N así lo indica. Otro tanto pasa con el Fondo para la Gestión del Riesgo de Emergencias y Desastres, cuya junta no ha sido nombrada, en plena pandemia, y que ya ha gastado casi 6 mil millones de pesos sin vigilancia alguna, según denuncia del concejal Daniel Duque. Y había ocurrido, en febrero pasado, con el Fondo de Agua de Medellín y el Valle de Aburrá.

Se equivocan gravemente quienes creen que esto se trata de una disputa de intereses corporativos, o de los errores de un funcionario joven y díscolo, o de un fantasioso conflicto de clases sociales, insinuado por el discurso populista del alcalde y de uno de sus mentores. Y mayor es la equivocación si se cree que esto no puede tener consecuencias fatales para el desarrollo de la ciudad.

La pasividad y el conformismo del concejo municipal muestra la esclerosis de la representación política. Como lo propuse en mi columna del 27 de julio pasado, necesitamos una voz fuerte y organizada de la sociedad civil para hacer preguntas, controlar los actos emprendidos desde La Alpujarra y proponer soluciones.

Abel Rodríguez Céspedes: Uno de los dirigentes sociales más importantes de los últimos 40 años en el país, acaba de morir en Bogotá. Tímido, afable, inteligente, constructivo, Abel fue siempre un inconforme a carta cabal. Cuestionó la forma de hacer sindicalismo en el magisterio e impulsó el movimiento pedagógico; cuestionó las maneras de la izquierda tradicional y tentó caminos nuevos desde fines de los años 70; fue constituyente y prestó servicios a favor de la modernización democrática colombiana.

El Colombiano, 23 de agosto

jueves, 20 de agosto de 2020

Nick Cave sobre la corrección política

Nick Cave -respondiendo una pregunta sobre la llamada política de la cancelación- escribió en la entrada 109 de su página The Red Hand Files lo siguiente:

La corrección política se ha convertido en la religión más infeliz del mundo. Su otrora honorable intento de reimaginar nuestra sociedad de una manera más equitativa ahora incorpora todos los peores aspectos que la religión tiene para ofrecer (y nada de su belleza): certeza moral y justicia propia despojada, incluso, de la capacidad de redención. Se ha vuelto bastante literal, una mala religión que se ha vuelto loca.

Cancelar la negativa de la cultura a comprometerse con ideas incómodas tiene un efecto asfixiante en el alma creativa de una sociedad. La compasión es la experiencia principal, el evento del corazón, del cual surgen el genio y la generosidad de la imaginación. La creatividad es un acto de amor que puede chocar con nuestras creencias más fundamentales y, al hacerlo, da lugar a nuevas formas de ver el mundo. Estas son la función y la gloria del arte y las ideas. Una fuerza que encuentra su significado en la cancelación de estas ideas difíciles obstaculiza el espíritu creativo de una sociedad y ataca la naturaleza compleja y diversa de su cultura.

Pero aquí es donde estamos. Somos una cultura en transición, y puede ser que nos encaminemos hacia una sociedad más igualitaria, no lo sé, pero ¿qué valores esenciales perderemos en el proceso? 

lunes, 17 de agosto de 2020

Laura Montoya en Jardín

El 31 de diciembre de 1908 llegó Laura Montoya a Jardín. Había salido de Medellín el Día de los Santos Inocentes a recorrer el camino real hacia los confines del suroeste. El camino salía de Caldas, hacía travesía hasta el pie del Cerro Tusa para bajar al Cauca y después subir a Jericó, rematando la segunda jornada. La belleza de la tercera debía hacer más dulce el viaje, pues se remontaba por un falso llano el río Piedras hasta Cañaveral para bajar al pueblo desde el Alto de las Flores. Ese recorrido, en doble dirección, lo hizo muchas veces mi abuelo Antonio Ramírez como arriero, trayendo abarrotes, menaje y máquinas y llevando sal, madera y café.

Laura ya era grande en varios sentidos pues tenía 34 años, que eran un jurgo en esa época, y el volumen de su figura ya la destacaba en las comitivas y hacía sufrir a las mulas. Venía a Jardín, usando uno de los tantos ardides que desplegó en su vida, para pasar de huérfana deambulante en Antioquia a santa con trono en Roma. El párroco Ezequiel Pérez la había cuenteado ese mayo previo, en Medellín, para que se viniera a fundar un colegio a Jardín, pues ya tenía fama como educadora. Y ella se animó, pero por otra razón. Describiendo la región, el cura había mentado unos indios y por esos días la maestra ya se estaba obsesionando con una ley cuya ejecución el gobierno le había entregado a la iglesia y de la que esta se desentendía, quizá porque era más fácil evangelizar a los negros.

El padre Pérez organizó recepción con los principales del pueblo. Uno puede imaginarse la ilusión del encuentro y el chasco posterior cuando Laura les dijo que lo suyo no sería educar pueblerinos sino civilizar indios. Debe protegerlos en sus memorias cuando dice que la disculpa que le sacaron era que eso quedaba muy lejos y el camino era peligroso “aun para hombres esforzados”. Pero cambiar blancos por indios, pueblo por selva, camino real por desecho, debió ser incomprensible.

¿Quién la ataja? Arma el viaje hacia Guapá guiada por baquianos que minean en el alto San Juan y se van a buscar el Dojurgo. El segundo día emprenden la subida al Paramillo entre palosantos y magnolios, en la vereda que hoy se llama La Mesenia. La marea la escasez de oxígeno y se pone morada, pero pasando el filo ve a los primeros indios y le vuelve el alma al cuerpo. Cuando llega al Chamí hace migas con el principal indio Camilito Yagarí y allí toma la decisión existencial de consagrarse a esa causa. El Paramillo fue el Rubicón de santa Laura Montoya.

(La cuarta versión de Narrativas Pueblerinas debía haberse realizado este fin de semana en Jardín; pronto se fijará la nueva fecha.)

El Colombiano, 16 de agosto

Antonio Ramírez por María Elena Giraldo


lunes, 10 de agosto de 2020

Inhumano

Hace dos milenios y medio los filósofos procuran identificar un elemento que distinga de manera absoluta al ser humano del animal. Seguramente, detrás de esa búsqueda haya estado la clásica pregunta por el ser o, tal vez, de modo implícito, la simple inquietud que produce la contemplación de nuestra animalidad. Que somos seres políticos, poseedores de un sentido de la justicia, orientados a la divinidad y receptores de su gracia; que somos distintos a los ángeles y a las bestias porque tenemos libertad y voluntad; que lo que nos hace diferentes de los animales es el lenguaje o el humor, la conciencia del tiempo y de la finitud; que somos seres morales que toman decisiones, actúan en concordancia y pueden responder por sus palabras y sus acciones.

Los estudiosos de las emociones, desde la filosofía hasta la neurociencia, ven en los seres humanos esas especificidades que el racionalismo y el orgullo aristocrático quisieron controlar: que lloramos y reímos, nos enfurecemos e intimidamos, sentimos vergüenza, remordimiento e indignación, que somos capaces de amar y compadecer y, a la vez, de torturar y matar, como pocas especies lo hacen sobre la tierra.

Los zoólogos y genetistas han tratado de mostrar que esa distancia entre una persona y un animal es más corta de lo creemos, que compartimos casi todos los genes con un simio y muchos con una lombriz y que, también, hay delfines y cuervos que pueden ser más diestros que algún conocido bípedo y con documento de ciudadanía. Esa pretensión de difuminar las fronteras de lo humano me parece unas veces inútil y otras ridícula; así me siento leyendo los argumentos de un pensador tan admirable como Peter Singer quien, en lugar de seguir el camino fácil de mostrar lo bestias que podemos ser los humanos, está empeñado en mostrar la humanidad de los animales. Y es que en ese uno por ciento de la cadena del ADN que nos separa de un chimpancé están todas las trampas de la mentalidad cuantitativa contemporánea. En ese uno por ciento están dios y la piedad, la compasión y la alegría, la música y la poesía, las catedrales y los libros, La pasión según san Mateo y la Capilla Rothko, y un infinito etcétera.

La unanimidad filosófica en este asunto es negativa: la simple subsistencia no es humana, es animal. Comer (los que puedan), dormir, aparearse, incluso ver televisión, es mantenerse en un rango puramente animal. Separar a los hijos de los padres, enclaustrar a los ancianos, prohibir que los niños se abracen, limitar la amistad, desatender a los enfermos que no tengan covid, impedir que se acompañe a los difuntos, es inhumano. Que las mejores razones para salir de la casa sean trabajar o comprar es abominable. Que pensemos siquiera en adaptarnos a esta miseria es una claudicación.

El Colombiano, 9 de agosto

jueves, 6 de agosto de 2020

Wade Davis: el virus y la decadencia gringa

Wade Davis -el antropólogo canadiense y, también ciudadano colombiano- acaba de publicar un artículo brutal y conmovedor sobre la decadencia de los Estados Unidos. Davis, dedicado a nuestros ríos y comunidades selváticas, hace un diagnóstico de la desnudez en que el Covid-19 dejó a la sociedad estadounidense. 

El artículo tiene interés por su mirada sobre la situación mundial y los movimientos telúricos que tendrá para todos, y por la inquietud que nos debe generar la confianza secular del estado, los políticos y los empresarios colombianos en la brújula USA. Pero también porque Davis señala que la gran debilidad de la potencia dominante del siglo XX descansa en los factores que en Colombia se aceptan como consecuencias inevitables del progreso: desigualdad económica, desconfianza social, polarización política, tolerancia con la violencia, trabajo a destajo, liderazgos erráticos y corruptos. Factores que terminaron siendo la deformación de antiguas virtudes como la orientación al mérito, la laboriosidad y el aprecio por la generación de riqueza. 

El artículo se publicó en la revista Rolling Stone y puede leerse copiando y pegando este vínculo: https://www.rollingstone.com/politics/political-commentary/covid-19-end-of-american-era-wade-davis-1038206/

lunes, 3 de agosto de 2020

Pandemia avisada

Uno de los mayores infundios que se han propagado desde que se inició la pandemia consiste en decir que nadie sabía que iba a ocurrir. Lo que ya está claro, en medio de toda la información circulante, es que muchas personas e instituciones habían previsto y alertado sobre la inminencia de una enfermedad viral de alcances globales. Hubo advertencias generales desde 1994, por ejemplo, la de la periodista científica Laurie Garret y alertas muy concretas como la de la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación, en septiembre del 2019. Esta Junta es un organismo conjunto del Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. ¿Qué dijo esta institución en septiembre pasado?: “nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial”.

El arte y las humanidades habían hecho similares advertencias. Hay películas magníficas y directas como Doce monos (Terry Gillian, 1995) o novelas inquietantes como La carretera (Cormac MacCarthy, 2006). En Colombia, tenemos una anticipación criolla. Se llama “La porcina” y es una canción carranguera del compositor e intérprete santandereano Óscar Humberto Gómez. Los músicos aparecen con tapabocas, distanciados, y el cantante enumera las epidemias conocidas, se queja de las restricciones y de los problemas sociales adjuntos. El video de la canción es de 2009 y puede verse en YouTube. Gómez se hizo muy popular en Colombia con la canción “El campesino embejucao”, con la que ponía el dedo en la llaga sobre los padecimientos de nuestros campesinos en medio del conflicto armado y su anhelo de que nadie les molestara la vida y los dejaran trabajar. No se trata solo de un artista intuitivo ya que, además de cantor y poeta, es abogado y miembro de la Academia de Historia de Santander.

Es comprensible que la tecnocracia de la salud, incluyendo los diseñadores y administradores de las políticas públicas, no haga relaciones interpretativas entre el arte y la vida, pues el dominio de la especialización y el cortoplacismo limitan la visión de los profesionales. Más incomprensible es que no lean los informes de los organismos internacionales sobre su campo de acción.

En conclusión, mucha gente —científicos, administradores, artistas— sabía que esto iba a pasar. Las medidas de prevención se habían diseñado y muchas ya se habían ensayado en Extremo Oriente y África desde hace 15 años, al menos. La Junta mencionada elaboró recomendaciones específicas a los gobiernos, en un documento de casi 50 páginas. Entre la publicación del informe y la declaración de la emergencia en Colombia pasaron siete meses. Una cuarentena de cinco meses es el precio que todos pagamos por la imprevisión de nuestras autoridades y por las falencias institucionales en el sistema de salud.

El Colombiano, 2 de agosto

lunes, 27 de julio de 2020

Todos los ojos, todos los brazos

Llevamos siete meses de las nuevas administraciones regionales y el panorama político y administrativo de la región luce preocupante.

Medellín llegó al 2020 con tres problemas importantes que son el fortalecimiento de las estructuras criminales, el rezago fiscal y la acumulación de dificultades en Empresas Públicas de Medellín. La llegada de Daniel Quintero a la alcaldía ha empeorado las cosas; su opacidad de propósitos e indelicadeza en los métodos ya lo ha llevado a numerosas polémicas y salidas en falso. A los concejales Alfredo Ramos y Daniel Duque, los dejaron solo sus colegas y copartidarios en la votación de un plan de desarrollo antitécnico y desfasado. Nadie puede dormir tranquilo con este alcalde. Todos los ojos deben estar atentos con cualquier movimiento que ocurra en La Alpujarra.

Antioquia llegó al 2020 con el lastre de la administración de Luis Pérez: el enorme robo en Indeportes, la corrupción en la Contraloría, el abandono de los proyectos de sus antecesores, la ineficacia en la Fábrica de Licores y el capricho de la pista en Bello. La elección de Aníbal Gaviria fue una parada en piedra, es decir, certidumbre y experiencia, pero el fallo reciente de la Corte Suprema deja al Departamento en una interinidad que introduce una fricción nueva en los mecanismos administrativos y políticos. La salida altanera y carente de fundamento de Quintero contra el gobernador encargado Luis Fernando Suárez, es un trueno que anuncia tempestades. Entre paréntesis, debo decir, que en el caso en disputa Suárez tiene la razón, ya que después de cuatro meses hay que afinar las medidas. Concuerdo por completo en esto con el columnista Ramiro Velásquez (“No más cuarentenas”, El Colombiano, 24.07.07).

Más que los siete meses que van, lo malo son los 41 que faltan. El gran riesgo de la región es perder lo ganado, con altibajos, desde que empezó la elección popular de alcaldes en 1988 y se fortalecieron la administración y las finanzas a comienzos de siglo.

En las últimas semanas el sector privado antioqueño hizo tres pronunciamientos que, a mi manera de ver, fueron certeros. Primero, apoyó al gobernador electo; después, impidió que Quintero hiciera una toma autoritaria de EPM; y, por último, pidiendo medidas específicas e inteligentes para enfrentar el virus, en lugar de la primitiva cuarentena total.

No obstante, me temo que esto no bastará. Llegó la hora de poner en marcha un mecanismo de coordinación de la sociedad civil donde estén las organizaciones de segundo nivel del empresariado, los organismos no gubernamentales, los centros de pensamiento y algunas individualidades, con el objeto de examinar día a día los temas regionales y emprender acciones autónomas más otras de apoyo al sector oficial.

Como en 1990, hay que arremangarse y poner todos los brazos cívicos en acción. El departamento necesita ese apoyo, el municipio necesita ese control.

El Colombiano, 26 de julio