lunes, 19 de octubre de 2020

Salir de la gallera

Tocó esta semana un tema crucial Alberto Velásquez Martínez (“Exacerbación suicida”, El Colombiano, 14.10.20). En sus palabras, se trata de “la degradación que tiene la lucha política colombiana, en donde los adversarios no son contradictores sino enemigos”. Es una tesis fundamental para entender la situación del país. ¿Cómo fue posible que pasáramos del pacto de 1991 a la situación de hoy? El 4 de julio de 1991 el acto de firma de la constitución estuvo encabezado por un exguerrillero, la personalidad más brillante del conservatismo y la figura momentánea del progresismo liberal. Recordemos, —casi cogidos de la mano— eran Antonio Navarro Wolf, Álvaro Gómez Hurtado y Horacio Serpa Uribe.

La civilidad, la compostura en la lucha política, la lealtad en la contienda electoral, el uso moderado de las formas en el trato y en el proselitismo partidista dejaron de ser los rasgos dominantes de la vida pública colombiana. Las reglas de juego democráticas fueron desplazadas por la “exacerbación”, la palabra que usa Velásquez Martínez.

A mí me gustan dos imágenes, la de la plaza pública y la de la gallera. En la plaza pública predominan el respeto, arreglos conversacionales y unas pautas básicas de la cortesía, en la gallera —según el estereotipo de la literatura latinoamericana— se imponen el machismo, la altanería y, al final, la violencia. Es difícil pasar por alto el hecho de que la gallera ha sido una obra de Álvaro Uribe quien, según sus propias palabras, vive “cargado de tigre”. Pero como en los gallos se necesitan dos, ahí está Gustavo Petro como imagen especular. Si fueran más divertidos podríamos compararlos con Batman y Guasón, y se necesitan mutuamente, como este último suele decirle al primero.

Este ciclo (radicalismo, incapacidad de pactar y violencia) lo vivió Colombia a finales del siglo XIX y a mediados del siglo XX y ambos momentos condujeron a dos de las guerras civiles más calamitosas. En ese entonces los montones de muertos condujeron, por fortuna, al viraje de los dirigentes y el país logró entrar en sus períodos de paz más largos (1903-1946 y 1958-1980).

Pero no se trata solo de un tema de personalidades. En el país reina la desconfianza general: en las instituciones públicas y privadas, los jefes políticos, y las personas, sean amigos o familiares. Las aguas profundas que han socavado la confianza son, a mi manera de ver, el pacto implícito que sectores políticos mantienen con el narcotráfico; la ruptura de las reglas institucionales generada por la reelección presidencial, que destrozó el equilibrio de poderes, politizó los organismos judiciales e impuso el hiperpresidencialismo; el quebrantamiento de la representación democrática; y la percepción ciudadana sobre el desbordamiento de la corrupción.

Para recomponer el camino lo primero que tenemos que hacer es abandonar la gallera y volver a la plaza pública. Y esto requiere otros líderes.

El Colombiano, 18 de octubre

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