lunes, 26 de abril de 2021

Decaída

Los resultados de la Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín 2020 se recogieron entre finales de año y enero del 2021. Capturan parcialmente los efectos de la cuarentena de cinco meses y —ya lo sabemos— muy pocos de los efectos de la Covid 19, pues los picos más frecuentes y altos se dieron después de esas fechas. Pero muestran el deterioro de la calidad de vida en la ciudad.

Los habitantes de Medellín afirman que su situación económica empeoró (37%); el 22% se consideran pobres, lo que implica un retroceso de diez años, y uno de cada cinco habitantes de Medellín no pudo consumir las tres comidas diarias, dato nunca visto desde que se iniciaron las mediciones en 2006. A las mujeres, a la clase media y a los habitantes de la zona suroccidental les fue peor. El informe no muestra los datos por rangos de edad, pero debemos suponer que los jóvenes están en ese grupo. En coincidencia con los informes internacionales, uno de cada cuatro ciudadanos dijo tener un estado de salud mental regular o malo, siendo más afectados los pobladores de la zona centro oriental, las mujeres y los sectores medios y bajos.

No extraña, por tanto, que los ciudadanos de Medellín sigan manteniendo la economía familiar y la salud como prioridades personales y como demandas a los gobernantes, algo sobre lo que administradores y opinadores generaron confusión al plantear la falsa disyuntiva entre economía y salud. Una política pública que consulte la opinión ciudadana debería darle prioridad, según la encuesta, al empleo, la educación y la pobreza, además de la salud. Notable y alentador que los medellinenses redescubran la importancia de la familia y los amigos.

El alcalde de la ciudad presenta la mayor brecha histórica entre conocimiento (96%) y favorabilidad (74%). Esto quiere decir que es muy conocido, un fenómeno asociado a la actividad en medios sociales y a la adicción al sensacionalismo. Y que su favorabilidad es la peor para el primer año de cualesquiera de los cuatro alcaldes cubiertos por la encuesta.

Nuestra gente sigue estando orgullosa de su ciudad, satisfecha de vivir en ella y es optimista, pero todos estos indicadores han caído notablemente en los últimos años. El orgullo ha bajado más de diez puntos en 15 años, lo mismo que la satisfacción de vivir en Medellín; son optimistas dos de cada tres, pero hace 15 años eran cuatro de cada cinco.

El 21 de octubre de 2019 publiqué mi análisis de la encuesta de entonces bajo el título Medellín conforme. El título original era Medellín estancada, cambiado porque no quería mostrarme pesimista. Pero la realidad es tozuda: los indicadores subjetivos de calidad de vida no son buenos y la tendencia decreciente se ha prolongado. Con lo que resta de esta administración solo es previsible un mayor deterioro.

El Colombiano, 25 de abril

lunes, 19 de abril de 2021

Una muerte feliz

Hace un par de semanas (6 de abril) murió el sacerdote y teólogo católico Hans Küng, discípulo del joven Joseph Ratzinger y pupilo de Juan XXIII, silenciado en la cátedra por Juan Pablo II. El señor Küng dejó una extensa, obra en el pleno sentido de la palabra, de la cual quiero rescatar tres aspectos en los que contribuyó, desde su fe, a construir puntos de encuentro con la ética civil, las asociaciones privadas y los estados. 

Küng fue uno de los inspiradores de la declaración Hacia una ética mundial (1993) que promulgó el Parlamento de las Religiones del Mundo, una asociación creada a fines del siglo XIX, y luego promovió la Fundación por una Ética Mundial. Aunque la conversación sobre una ética global ha evolucionado desde entonces, vale la pena mencionar los cuatro compromisos alrededor de los que se estructuró el documento: (i) cultura de la no violencia y respeto a toda vida, (ii) cultura de la solidaridad y de un orden económico justo, (iii) cultura de la tolerancia y un estilo de vida honrada y veraz, y (iv) cultura de igualdad y camaradería entre hombre y mujer. Esta empresa trasciende los límites religiosos e involucra a pensadores e instituciones muy diversas.

Fue promotor de una religiosidad ilustrada, razonable, que tuviera en cuenta el estado intelectual de la humanidad y los avances científicos. Un sendero que abrió Tomás de Aquino y que después de Teilhard de Chardin parecía expedito, pero que se ha frustrado por una religiosidad supersticiosa, fanática e incivil, conducente a prácticas inhumanas, que el señor Küng no admitía como religión auténtica.

Aunque no quería que su memoria se vinculara exclusiva o fuertemente con su defensa por el derecho a una muerte digna, el que una de sus últimas obras girara alrededor de esa idea, más el tiempo de la pandemia global, hacen inevitable esa referencia. Una muerte feliz (2018) se tituló el libro y allí explica como “morir feliz no significa para mí una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad” y hace una defensa ardorosa de la eutanasia como el conjunto de “medidas para el alivio del tránsito a la muerte de enfermos incurables”. También el mundo avanza en este sendero, aunque acá cojeamos, pues, la Cámara de Representantes enterró en estos días el proyecto de ley para reglamentar el derecho a una muerte digna, reconocido hace un cuarto de siglo por la Corte Constitucional (Alberto Velásquez Martínez, “¿Morir sin dignidad?”, El Colombiano, 14.04.21).

Un día antes de la muerte de Küng, se cumplieron 25 años del deceso del padre Carlos Alberto Calderón, durante su misión en Kenia. Su última carta hablaba, también, de una muerte feliz. Ambos, fueron sacerdotes que no se amurallaron en su fe, siempre atentos al mundo y a los gentiles.

El Colombiano, 27 de diciembre

miércoles, 14 de abril de 2021

Retrato de un hombre

[Portrait of a Man]

Retrato de un hombre

Screamin’ Jay Hawkins

 (versión libre)


Estoy pintando con óleo

El retrato de un hombre

Que ha cargado su corazón con todo el dolor

Y toda la pena que puede soportar.

Estoy usando todos los tintes de azul

Que tengo en mi paleta.

 

Puedo decir que está muriendo.

Veo la muerte en sus ojos

Sí, lo sé... Sé cuándo está llorando.

Son mis lágrimas... mis lágrimas las que llora.

Estoy muy cansado de sentir su aflicción.

Mezclo la pintura con mis manos.

 

Mientras pinto la frente arrugada

Y el pelo que se está volviendo gris,

Oh, dime cómo... ¿cómo puedo pintar una sonrisa

Y unos ojos huidizos?

Estoy usando todo... todos los tonos de azul

Que tengo en mi paleta.

 

Estoy pintando al óleo

El retrato de un hombre.


Hace 50 años fue grabada por su compositor; en los años recientes ha sido interpretada por el artista oceánico Marlon Williams.


lunes, 12 de abril de 2021

Trumpito

“‘Lo que están diciendo en redes es mentira’... dijo a este diario la persona que atiende a los usuarios en la Clínica Bolivariana… ‘Tengan respeto por las personas’, escribió una lectora”. Estas expresiones —recogidas de la cobertura periodística de este diario— revelan el meollo de los hechos del jueves pasado (“El desconcierto que generó anuncio de vacuna sin cita a mayores de 70”, El Colombiano, 09.04.21). La mentira, que comenzó a circular por Twitter antes de las seis de la mañana, anunciaba vacunación sin cita para mayores de 70 años; el irrespeto, además de la mentira, fue producir movilizaciones fallidas a los puestos de vacunación, congestiones y frustraciones a los ancianos y sus familiares.

Las aclaraciones sobre la mentira fueron oficiales. Pude recoger mensajes de la IPS Universitaria, las clínicas Soma, Ces, Las Américas y Bolivariana, la Eps Sura y Comfama indicando —también por medios sociales— que no estaban en jornada de vacunación para público en general. La indignación ciudadana parece ser masiva, según me comentan los usuarios de medios sociales. Todo esto fue grave, por sí mismo. La cosa se torna crítica porque la fuente de la mentira y la causa del irrespeto radican en el alcalde Daniel Quintero, que fue  quien invitó a la gente a ir a vacunarse sin cita a las 5:45 de la mañana y quien, a las 11:46 de la mañana, alegaba por Twitter que las IPS “privadas” no podían negarse a administrarlas. 

La razón de fondo es que no hay suficientes vacunas disponibles y el alcalde debía saberlo. Si no lo sabía, es un problema de incompetencia de él y de su secretaría de salud, y debió haber rectificado inmediatamente. Si lo sabía, y en ello se sostuvo, se trata de un acto de mala fe de Quintero. Mala fe del alcalde contra dizque las IPS “privadas”, aunque la IPS Universitaria no es privada. Esta pelea del alcalde con el sector salud muestra su ignorancia del ordenamiento colombiano que indica que “la salud es un servicio público” que puede ser prestado por entidades privadas bajo las políticas, vigilancia y control estatales (Constitución Política, art. 49). Es decir, no existe en salud, y menos aún en asuntos epidemiológicos, esa gruesa línea divisoria que Quintero imagina. Su pelea también es un engaño a la ciudadanía y una mezquindad con el sector, pues, como indicó hace poco Pascual Gaviria, la mitigación de la pandemia en la región está relacionada “sobre todo con estrategias impulsadas por EPS privadas” (“Un genio asintomático”, El Espectador, 07.04.21).

En una democracia, sin embargo, las reglas y las políticas públicas son una parte. La otra —la más importante en estos momentos— es la relación con la ciudadanía. A Quintero no le basta destruir las infraestructuras que aseguran el actual nivel de bienestar de Medellín; humilla y manipula a sus ciudadanos.

El Colombiano, 11 de abril

lunes, 5 de abril de 2021

Un año desagradable, brutal y largo

Ha trascurrido un año desde que se decretó la primera cuarentena. Cierto; de la propagación del virus que produce la covid-19 sabemos desde hace casi año y medio y de este tipo de virus desde hace casi veinte años. Pero los daños más extensos y profundos no los produjo ningún virus, fueron producidos por las medidas gubernamentales. Aquella primera cuarentena, recordémoslo, duró realmente cinco meses e hizo de nuestro 2020 un año hobbesiano, es decir, desagradable, brutal y largo, no breve, como esperaba Thomas Hobbes de un mundo sin estado de derecho.

Hace un mes, el rector de la Universidad de Los Andes hizo una breve evaluación de las medidas gubernamentales para concluir que no hay correlación significativa entre las restricciones impuestas y el comportamiento de los contagios y muertes por la enfermedad. Y concluye afirmando que “creer que los políticos controlan plenamente el virus, que basta con su voluntad y coraje, es una ilusión, una especie de falla democrática y una fuente de confusión y malas decisiones” (Alejandro Gaviria, “La ilusión del control”, 15.02.21). El diagnóstico de Gaviria indica que seguimos sin saber mucho sobre este virus —más aún con el fenómeno de las mutaciones en marcha— y que las tareas para enfrentarlo deben hacerse con modestia.

En situaciones de alta incertidumbre, como la que vivimos, el intervencionismo apresurado y múltiple tiende a producir más daños, muchos de ellos silenciosos y de largo plazo. El punto de vista del rector Gaviria está alimentado por la noción, establecida por los ilustrados escoceses, de que la acción humana más promisoria es aquella basada en la experimentación y que la idea de que los planes de un pequeño grupo de iluminados pueden resolver nuestros problemas es peligrosa.

Después de un año, esta enseñanza elemental se abre paso con dificultades por la tozudez de los expertos y el afán demostrativo de los gobernantes. Los fracasos repetidos de la mayoría de los países occidentales no provienen de la democracia liberal sino de la facilidad con la que los gobernantes pudieron eludir sus normas. Me explico. Los gobiernos democráticos tomaron medidas que vulneraban el estado de derecho, el control político y las libertades individuales; muy pocos las respetaron. Después vino un asunto cultural: la dificultad para admitir los errores y aprender de ellos.

En Colombia, por desgracia, las autoridades regionales y locales han mostrado ser más tozudas y arbitrarias que el gobierno nacional. Para ejemplo están las medidas de la gobernación de Antioquia tomadas sobre la marcha este martes santo, como si no se supiera hace tiempos que habría otro pico de contagios ni cuándo caía la semana santa. Es una muestra de lo mal que están funcionando los mecanismos deliberativos, de consulta y control en el nivel regional. Hay tiempo para recapacitar y hacer ajustes porque esto va para largo.

El Colombiano, 4 de abril.