Los resultados de la Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín 2020 se recogieron entre finales de año y enero del 2021. Capturan parcialmente los efectos de la cuarentena de cinco meses y —ya lo sabemos— muy pocos de los efectos de la Covid 19, pues los picos más frecuentes y altos se dieron después de esas fechas. Pero muestran el deterioro de la calidad de vida en la ciudad.
Los habitantes de Medellín afirman que su situación económica empeoró (37%); el 22% se consideran pobres, lo que implica un retroceso de diez años, y uno de cada cinco habitantes de Medellín no pudo consumir las tres comidas diarias, dato nunca visto desde que se iniciaron las mediciones en 2006. A las mujeres, a la clase media y a los habitantes de la zona suroccidental les fue peor. El informe no muestra los datos por rangos de edad, pero debemos suponer que los jóvenes están en ese grupo. En coincidencia con los informes internacionales, uno de cada cuatro ciudadanos dijo tener un estado de salud mental regular o malo, siendo más afectados los pobladores de la zona centro oriental, las mujeres y los sectores medios y bajos.
No extraña, por tanto, que los ciudadanos de Medellín sigan manteniendo la economía familiar y la salud como prioridades personales y como demandas a los gobernantes, algo sobre lo que administradores y opinadores generaron confusión al plantear la falsa disyuntiva entre economía y salud. Una política pública que consulte la opinión ciudadana debería darle prioridad, según la encuesta, al empleo, la educación y la pobreza, además de la salud. Notable y alentador que los medellinenses redescubran la importancia de la familia y los amigos.
El alcalde de la ciudad presenta la mayor brecha histórica entre conocimiento (96%) y favorabilidad (74%). Esto quiere decir que es muy conocido, un fenómeno asociado a la actividad en medios sociales y a la adicción al sensacionalismo. Y que su favorabilidad es la peor para el primer año de cualesquiera de los cuatro alcaldes cubiertos por la encuesta.
Nuestra gente sigue estando orgullosa de su ciudad, satisfecha de vivir en ella y es optimista, pero todos estos indicadores han caído notablemente en los últimos años. El orgullo ha bajado más de diez puntos en 15 años, lo mismo que la satisfacción de vivir en Medellín; son optimistas dos de cada tres, pero hace 15 años eran cuatro de cada cinco.
El 21 de octubre de 2019 publiqué mi análisis de la encuesta de entonces bajo el título Medellín conforme. El título original era Medellín estancada, cambiado porque no quería mostrarme pesimista. Pero la realidad es tozuda: los indicadores subjetivos de calidad de vida no son buenos y la tendencia decreciente se ha prolongado. Con lo que resta de esta administración solo es previsible un mayor deterioro.
El Colombiano, 25 de abril
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