lunes, 5 de abril de 2021

Un año desagradable, brutal y largo

Ha trascurrido un año desde que se decretó la primera cuarentena. Cierto; de la propagación del virus que produce la covid-19 sabemos desde hace casi año y medio y de este tipo de virus desde hace casi veinte años. Pero los daños más extensos y profundos no los produjo ningún virus, fueron producidos por las medidas gubernamentales. Aquella primera cuarentena, recordémoslo, duró realmente cinco meses e hizo de nuestro 2020 un año hobbesiano, es decir, desagradable, brutal y largo, no breve, como esperaba Thomas Hobbes de un mundo sin estado de derecho.

Hace un mes, el rector de la Universidad de Los Andes hizo una breve evaluación de las medidas gubernamentales para concluir que no hay correlación significativa entre las restricciones impuestas y el comportamiento de los contagios y muertes por la enfermedad. Y concluye afirmando que “creer que los políticos controlan plenamente el virus, que basta con su voluntad y coraje, es una ilusión, una especie de falla democrática y una fuente de confusión y malas decisiones” (Alejandro Gaviria, “La ilusión del control”, 15.02.21). El diagnóstico de Gaviria indica que seguimos sin saber mucho sobre este virus —más aún con el fenómeno de las mutaciones en marcha— y que las tareas para enfrentarlo deben hacerse con modestia.

En situaciones de alta incertidumbre, como la que vivimos, el intervencionismo apresurado y múltiple tiende a producir más daños, muchos de ellos silenciosos y de largo plazo. El punto de vista del rector Gaviria está alimentado por la noción, establecida por los ilustrados escoceses, de que la acción humana más promisoria es aquella basada en la experimentación y que la idea de que los planes de un pequeño grupo de iluminados pueden resolver nuestros problemas es peligrosa.

Después de un año, esta enseñanza elemental se abre paso con dificultades por la tozudez de los expertos y el afán demostrativo de los gobernantes. Los fracasos repetidos de la mayoría de los países occidentales no provienen de la democracia liberal sino de la facilidad con la que los gobernantes pudieron eludir sus normas. Me explico. Los gobiernos democráticos tomaron medidas que vulneraban el estado de derecho, el control político y las libertades individuales; muy pocos las respetaron. Después vino un asunto cultural: la dificultad para admitir los errores y aprender de ellos.

En Colombia, por desgracia, las autoridades regionales y locales han mostrado ser más tozudas y arbitrarias que el gobierno nacional. Para ejemplo están las medidas de la gobernación de Antioquia tomadas sobre la marcha este martes santo, como si no se supiera hace tiempos que habría otro pico de contagios ni cuándo caía la semana santa. Es una muestra de lo mal que están funcionando los mecanismos deliberativos, de consulta y control en el nivel regional. Hay tiempo para recapacitar y hacer ajustes porque esto va para largo.

El Colombiano, 4 de abril.


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