lunes, 19 de abril de 2021

Una muerte feliz

Hace un par de semanas (6 de abril) murió el sacerdote y teólogo católico Hans Küng, discípulo del joven Joseph Ratzinger y pupilo de Juan XXIII, silenciado en la cátedra por Juan Pablo II. El señor Küng dejó una extensa, obra en el pleno sentido de la palabra, de la cual quiero rescatar tres aspectos en los que contribuyó, desde su fe, a construir puntos de encuentro con la ética civil, las asociaciones privadas y los estados. 

Küng fue uno de los inspiradores de la declaración Hacia una ética mundial (1993) que promulgó el Parlamento de las Religiones del Mundo, una asociación creada a fines del siglo XIX, y luego promovió la Fundación por una Ética Mundial. Aunque la conversación sobre una ética global ha evolucionado desde entonces, vale la pena mencionar los cuatro compromisos alrededor de los que se estructuró el documento: (i) cultura de la no violencia y respeto a toda vida, (ii) cultura de la solidaridad y de un orden económico justo, (iii) cultura de la tolerancia y un estilo de vida honrada y veraz, y (iv) cultura de igualdad y camaradería entre hombre y mujer. Esta empresa trasciende los límites religiosos e involucra a pensadores e instituciones muy diversas.

Fue promotor de una religiosidad ilustrada, razonable, que tuviera en cuenta el estado intelectual de la humanidad y los avances científicos. Un sendero que abrió Tomás de Aquino y que después de Teilhard de Chardin parecía expedito, pero que se ha frustrado por una religiosidad supersticiosa, fanática e incivil, conducente a prácticas inhumanas, que el señor Küng no admitía como religión auténtica.

Aunque no quería que su memoria se vinculara exclusiva o fuertemente con su defensa por el derecho a una muerte digna, el que una de sus últimas obras girara alrededor de esa idea, más el tiempo de la pandemia global, hacen inevitable esa referencia. Una muerte feliz (2018) se tituló el libro y allí explica como “morir feliz no significa para mí una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad” y hace una defensa ardorosa de la eutanasia como el conjunto de “medidas para el alivio del tránsito a la muerte de enfermos incurables”. También el mundo avanza en este sendero, aunque acá cojeamos, pues, la Cámara de Representantes enterró en estos días el proyecto de ley para reglamentar el derecho a una muerte digna, reconocido hace un cuarto de siglo por la Corte Constitucional (Alberto Velásquez Martínez, “¿Morir sin dignidad?”, El Colombiano, 14.04.21).

Un día antes de la muerte de Küng, se cumplieron 25 años del deceso del padre Carlos Alberto Calderón, durante su misión en Kenia. Su última carta hablaba, también, de una muerte feliz. Ambos, fueron sacerdotes que no se amurallaron en su fe, siempre atentos al mundo y a los gentiles.

El Colombiano, 27 de diciembre

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