lunes, 30 de septiembre de 2019

Hagamos una rifa

Medellín se enfrenta a unas elecciones insospechadas, con doce candidatos cuyas postulaciones no pudieron ser filtradas por los partidos (con excepción del Centro Democrático), sin la simplificación que producen las alianzas entre fuerzas convergentes, con piñata de avales. Un escenario en el que los que tienen alguna experiencia no son muy conocidos y los más conocidos generan poca confianza. Este fenómeno es común en las democracias y ha contribuido al descrédito de los mecanismos electorales tradicionales y de la dirigencia política.

Ante este tipo de situaciones, algunos politólogos y activistas (Sortition Foundation) están impulsando una forma para proveer la representación adaptada de una fuente antigua. En Grecia se llamaba kleroteria y se usó en algunas ciudades italianas y en la Suiza que celebró Borges en “Los conjurados”. Se trata del sorteo y su fundamento democrático es impecable, si partimos de que la democracia es el gobierno de todos y de que constitucionalmente todos tienen derecho a elegir y ser elegidos. El dispositivo que se popularizó en el siglo XX para producir la representación fue el de los partidos. Este dispositivo tiene muchas condiciones: parte de la idea de que los partidos son capaces de agregar intereses, formar y entrenar dirigentes, fijar programas y seleccionar a las personas más aptas para llevarlos a la práctica. Después de las eliminatorias partidistas, la gran final se decidía en unas elecciones generales.

Este dispositivo ya no funciona. El sistema bipartidista sucumbió ante la fuerza de la fragmentación social, los partidos más poderosos del mundo o han entrado en bancarrota o han sido tomados por aventureros. El siglo XXI está demostrando que cualquiera puede ser presidente de un país ante el fracaso del método de selección partidista: un futbolista en Liberia, un cómico en Ucrania, un tuitero en El Salvador, un crápula en los Estados Unidos. En suma, las elecciones no garantizan la representatividad, cosa que saben las mujeres y los honrados, y terminan sobrerrepresentando a otros sectores. Por ejemplo, fue mayor el porcentaje de congresistas que representaban a la mafia y a los paramilitares que la proporción de mafiosos y paramilitares en la sociedad.

La mayoría de las propuestas de sorteo se han hecho para cuerpos colegiados porque se dirigen a regímenes parlamentarios. No me parece atrevido elegir algunos miembros del ejecutivo por esta vía, también para municipios tomados por grupos particulares. En Bello y Envigado ganaría la ciudadanía por primera vez en décadas. En Medellín cogeríamos los perfiles de los candidatos actuales: adultos entre 35 y 50 años, formación universitaria de pregrado, dos años experiencia en el sector público o cinco en total. Supongamos que eso nos dé un universo de 30 mil candidatos, entre ellos hacemos una rifa y el que gane será alcalde. Dudo que el beneficiario del sorteo lo haga peor que el ganador de octubre.

El Colombiano, 29 de septiembre

viernes, 27 de septiembre de 2019

Bruce 70th Birthday

If I lived in that post-industrial world, this anniversary would be, personally, with a toast, a marathon of known songs and others without frequenting, a sixth immersion in the most recent album. But -in a country as Colombia- it is not enough. The shortage of direct conversations about Bruce - so we say in confidence - throws one into monologues printed in print and thrown into the air, without further ado.

[Read full article in the "Artículos sobre música popular" section, right column.]

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Prosperidad y descontento

Un rasgo del mundo actual es la convergencia de prosperidad y descontento. En particular, las condiciones generales de la población han mejorado dramáticamente en Europa oriental, Iberoamérica, China, el sudeste asiático y el Medio oriente, pero también ha crecido la inconformidad de amplios sectores de población que se expresa, pero también se moviliza en eventos sucesivos como la Occupy Wall Street, Primavera árabe, los indignados o —ahora mismo— Viernes por el Futuro.

El descontento global hace parte del campo de los hechos. No es fruto de la mente caliente de colectivos de activistas ni de los ardides conspirativos del populismo. Si no pregúntesele a Emmanuel Macron si el levantamiento de los chalecos amarillos es un espejismo o a los gobernantes de Brasil, Polonia o Hong Kong si les parecen irreales los protestas por los incendios amazónicos, la reforma judicial o la ley de extradición, respectivamente. Los datos de Latinobarómetro o Eurobarómetro muestran una profunda desafección por las instituciones democráticas y los liderazgos políticos. (Véase la última Gallup Poll para el caso colombiano.)

El descontento global no es fruto de la falta de información. Los esfuerzos de la Fundación Gapminder o de Steven Pinker para convencer al mundo de que vivimos mejor que nuestros abuelos, en un caso, o que los Caballeros de la Mesa Redonda, en el otro, son casi impecables, y en todo caso meritorios, pero parten de premisas erróneas: que la gente no sabe o que sus reproches tienen que ver con sus condiciones materiales. Sin dudas, hay falacias, posturas desinformadas, datos falsos en circulación, pero la movilización global de insatisfechos que ya sobrepasa una década de duración debe tomarse en serio. No se resuelve con series de tiempo ni con alabanzas al progreso.

¿Por qué la gente está molesta si estamos mejor? Una respuesta clásica está en la teoría de las necesidades. Las necesidades humanas cambian, se diversifican y se amplían a medida que asuntos más primarios se van resolviendo. Los umbrales de tolerancia a la violencia y la precariedad material suben geométricamente mientras los logros sociales lo hacen aritméticamente. Las personas no comparamos nuestros niveles de satisfacción con los abuelos, sino con los amigos y vecinos. Nuestros amigos y vecinos de hoy son alemanes, noruegos y canadienses: nos muestran sus vidas todos los días en la televisión y en la internet.

Otra explicación, más antigua aún, se remite a la dignidad humana. Un profeta dijo que no solo de pan vivía el hombre, y tenía razón. La gente demanda respeto, dignidad, reconocimiento, repite hoy el pensador Francis Fukuyama. Creo que tiene razón. El peor efecto de la desigualdad y la corrupción no es económico, es moral. Se trata de la humillación que produce saber que el heredero, el tramposo o el delincuente llevan una vida mejor que el trabajador y el empresario honrados.

El Colombiano, 22 de septiembre

martes, 24 de septiembre de 2019

Bruce 70

El hombre y el artista, el héroe y el hermano: Bruce Springsteen cumple setenta años este 23 de septiembre. Hace tres décadas profesé mi amor por su arte en un texto que publicó el Magazín Dominical de El Espectador y que se reeditó en la antología que hizo la Universidad de Antioquia años después (“Memoria impresa”, 1998). Casi cuatro décadas de audiciones, discos, videos, traducciones, iconografía, lecturas, películas, un par de conciertos, han contribuido a afirmar su obra como parte de mi comprensión de la vida.

Casi toda su producción está al alcance de un botón, no así las experiencias. El nexo empático que se reitera a lo largo del tiempo, que se multiplica en la variedad de situaciones sociales y anímicas, el encuentro en las actitudes —que a veces es coincidencia, otras consejo—, ese tipo de conexión hace que la comunicación trascienda la levedad presumible en la relación entre un músico popular y un consumidor cualquiera, así sea leal.

El apego que existe entre Bruce Springsteen y su público hace parte de la cultura popular contemporánea en el mundo desarrollado. Ha infiltrado los estudios académicos, la literatura, el cine, la política. Es un dato general que no depende del gusto, algo así como que cualquier congoleño sepa, en el Congo, que se juega una copa mundial de fútbol. Fuera de allí, es decir, en países como Colombia, todo esto es una excentricidad. Un caso curioso, como el de un club de lectores de “En busca del tiempo perdido”, pero carente de refinamiento.

Si viviera en ese mundo posindustrial, este aniversario se saldaría, en lo personal, con un brindis, una maratón de canciones sabidas y otras sin frecuentar, una sexta inmersión en el álbum más reciente. Pero no basta. La escasez de conversaciones directas sobre Bruce —así le decimos en confianza— lo lanza a uno a monólogos puestos en letra de imprenta y tirados al aire, sin más.

[Leer artículo completo en la sección "Artículos sobre música popular".]

lunes, 16 de septiembre de 2019

Individualismo y crítica

La publicidad es como el humor: conserva una capa de inmunidad ante los despropósitos, las tonterías y las falacias que usa para vender un producto. Existe cierto acuerdo tácito en la sociedad al respecto y solo cuando se trasgreden de manera grave ciertas líneas atinentes al plagio o al engaño se acude al control estatal. De allí que no podamos asumir con seriedad ciertos postulados que se usan en las piezas publicitarias o en los lemas de las empresas.

Pero hay oportunidades que no se deben dejar pasar. La campaña promocional de la caminata de la solidaridad, que organiza anualmente la Fundación Solidaridad por Colombia, apeló este año a la frase “Para que Colombia sea 100% solidaria quitémonos el individualismo y la crítica” (El Colombiano, 24.08.19, pág. 32). La sentencia luce auténtica, nacida de la entraña de la organización. Carece del formalismo, del carácter estereotípico y la vaguedad propias de los publicistas, incluyendo los que trabajan para causas sociales.

Es importante discutirla, primero, porque si hay santo y señas propios de las sociedades premodernas esos son el desconocimiento de la individualidad, con lo que ella trae consigo, y el reproche a la disensión, a la controversia con la autoridad, pues toda autoridad proviene de un acto divino. Y lo es también porque, segundo, lo que puede derivar de la primacía de la comunidad sobre el individuo y de la obediencia ciega a la autoridad no es la solidaridad. Lo que surge de allí es el paternalismo, autoritario siempre en su esencia, y la caridad como acto gratuito del dador y medio de sujeción simbólica del receptor.

Aunque la individualidad es un sello de la ilustración, la personeidad (Xavier Zubiri) o afirmación de la primacía del ser individual en la tierra no es una exclusividad suya. Ya Pico della Mirandola (1463-1494) había puesto al ser humano en el centro del orden cósmico. Tomás de Aquino ponía en el primer lugar de las obligaciones las que se derivan de la propiedad de sí o el cuidado de sí. Lo cierto es que sin la idea de individuo no es posible hablar de libertad ni de democracia. Cosa distinta al individualismo es el egoísmo y es distinta también la discusión moral sobre su utilidad o bondad.

Argumentar contra la crítica es ponerse en el bando totalitario. Sostener que la crítica afecta la práctica de la solidaridad es no entender nada. La solidaridad no es ciega. Siempre discierne, separa (uno de los significados de la palabra crítica), pondera y se inclina. La solidaridad está llamada a favorecer a colectivos específicos, porque la solidaridad es compensatoria, mitigante, subsidiaria. La solidaridad exige la construcción de un nosotros, pero la condición de todo nosotros no es otra que un yo. De este modo, se necesita más individualismo y más crítica para que haya auténtica solidaridad.

El Colombiano, 15 de septiembre

lunes, 9 de septiembre de 2019

Leer a contracorriente

A propósito de la Fiesta del Libro hago públicas algunas sugerencias para una lectura a contrapelo.

Cartas de los hombres, de Graciela Rodríguez Alonso (La Huerta Grande). Si Ovidio imaginó, hace dos mil años, las cartas de mujeres a sus amados (Las heroidas), la señora Gutiérrez rompe con la tendencia contemporánea e imagina qué habrían respondido esos hombres. Una lectura poética, de profunda empatía con situaciones que —milenios y ficciones mediante— iluminan el alma humana. “Qué estúpido era ‘buscar una salida’, qué estúpido caer en la red de la heroicidad y del deber, qué estúpido permanecer atados en la oscuridad”.

Álvaro: su vida y su siglo, de Juan Esteban Constaín (Random House). Un ensayo biográfico sobre Álvaro Gómez Hurtado escrito por el más bibliófago de nuestros escritores jóvenes. Un atrevimiento en un país que ha oficializado la historia liberal y ha madurado a punta de periódico a los portadores del trapo rojo. Para investigadores, la Obra Selecta del dirigente conservador en cinco tomos, editada por el mismo Constaín y publicada por Villegas Editores, la Fundación Álvaro Gómez Hurtado y la Universidad Sergio Arboleda

Loa a la tierra: un viaje al jardín, de Byung-chul Han (Herder). El pensador coreano —una de las voces más sugestivas de la filosofía de hoy, junto con Peter Sloterdijk— nos sumerge en sus reflexiones y luchas con las plantas de su solar berlinés. El auténtico trasfondo de sus tesis sobre las atrofias de la condición humana en el siglo XXI. “Así es como hoy todo lo que no es numerable deja de ser. Pero ser es un narrar y no un numerar. El numerar carece de lenguaje, que es historia y recuerdo”. El jardín de Ignacio Piedrahíta es tan grande como la tierra (haciéndole honor al apellido y a la profesión). Después de Un mar y Al oído de la cordillera, lanza ahora Grávido río (Editorial Eafit).

UnHerd.com. No es un libro, es un medio digital en inglés. Dice que “nuestro objetivo es atraer a las personas que instintivamente se niegan a seguir al rebaño” y hacer “escuchar ideas individuos y comunidades poco escuchados”. Twitter e Instagram son el gran rebaño, que puede ser mirado por encima del hombro por vacas y gallinas, pero las pequeñas recuas de muchos grandes medios no se salvan. Remedio contra la comodidad intelectual.

El error de los gregarios es “poner el fin de la actividad en la sociedad”; no, la sociedad es un medio para el individuo, así como lo es el trigo; el fin es el individuo”. Eso decía Fernando González en su trabajo para graduarse como abogado, ahora reeditado por la Editorial Eafit. El derecho a no obedecer fue su título. Propicio hoy cuando la rebeldía es pose de farándula o actividad criminal. Los rebeldes auténticos —como los pensó Albert Camus— siguen haciendo falta.

El Colombiano, 8 de septiembre

lunes, 2 de septiembre de 2019

Misericordia

Finalmente cayó, como tenía que caer, el Contralor departamental Sergio Zuluaga. Cayó después de muchas trampas que no merecieron la reacción del gobernador ni de la Asamblea Departamental: falsificar la hoja de vida, hacerse una cirugía estética de cuenta de los contribuyentes, apropiarse de un pedazo del lote del Space (Semana, 23.08.19).

Zuluaga es un caso insólito por el descaro con el que actuó y la complicidad con la que contó. Vivimos tiempos en los cuales muchos de los servidores públicos se posesionan para servirse a sí mismos, para sus intereses personales, usando los bienes del público. En el caso de los organismos de control tenemos un problema de diseño institucional ya “que los gobernadores y alcaldes comenzaron a tener una indebida influencia en la elección” (Luis Fernando Álvarez, “Control a los titulares del control”, El Colombiano, 30.08.19). El carácter sistémico que tiene la corrupción en el país incluye el mecanismo de asegurarse el dominio de los órganos de control para que los gobernantes actúen con impunidad.

Lo sorprendente en el caso de Zuluaga es la complicidad con la que contó. Una parte de las reglas del juego de la actividad criminal —y la corrupción hace parte de ella— es que el que cae pierde. El corrupto se expone a que, si es detectado, debe asumir su pena sin contar con el apoyo o la solidaridad pública de sus compinches. En Antioquia no pasó eso, lo cual muestra lo mal que estamos en cuanto a moralidad pública. Eso permitió que el individuo completara el 90% del periodo, lo que significó encubrir a sus socios durante el mismo tiempo.

El editorialista de El Colombiano les pidió al gobernador, la asamblea y los partidos que eligieron a Zuluaga asumir sus responsabilidades y darle explicaciones a los antioqueños (“Que no solo el contralor hable”, 25.08.19), pero —una semana después— su llamado permanece sin respuesta. Escuchamos, sí, una declaración del gobernador Luis Pérez Gutiérrez pidiendo “misericordia” hacia el incriminado y esperar la actuación de la justicia. Mal católico el gobernador. Lo que manda la iglesia en estos casos es “visitar al cautivo”; nada de exculparlo.

De todos modos es un avance que Luis Pérez hable de misericordia. Él, que confesó en su discurso de posesión que tenía “un cajón de odios de comino crespo”. Y que lo sacó desde el primer día para obstruir las obras de sus antecesores. Y que se lo entregó al contralor Zuluaga para que se dedicara a empapelar a los funcionarios de la administración precedente. Que Luis Pérez haya descubierto la misericordia ante la caída del hombre al cual impuso como contralor es asombroso. Él, que no tuvo misericordia, por ejemplo, con Beatriz Restrepo y Juan Felipe Gaviria, dos personajes públicos de honradez probada, pide misericordia para con un delincuente. ¿Por qué? Porque es suyo.

El Colombiano, 1 de septiembre