lunes, 2 de septiembre de 2019

Misericordia

Finalmente cayó, como tenía que caer, el Contralor departamental Sergio Zuluaga. Cayó después de muchas trampas que no merecieron la reacción del gobernador ni de la Asamblea Departamental: falsificar la hoja de vida, hacerse una cirugía estética de cuenta de los contribuyentes, apropiarse de un pedazo del lote del Space (Semana, 23.08.19).

Zuluaga es un caso insólito por el descaro con el que actuó y la complicidad con la que contó. Vivimos tiempos en los cuales muchos de los servidores públicos se posesionan para servirse a sí mismos, para sus intereses personales, usando los bienes del público. En el caso de los organismos de control tenemos un problema de diseño institucional ya “que los gobernadores y alcaldes comenzaron a tener una indebida influencia en la elección” (Luis Fernando Álvarez, “Control a los titulares del control”, El Colombiano, 30.08.19). El carácter sistémico que tiene la corrupción en el país incluye el mecanismo de asegurarse el dominio de los órganos de control para que los gobernantes actúen con impunidad.

Lo sorprendente en el caso de Zuluaga es la complicidad con la que contó. Una parte de las reglas del juego de la actividad criminal —y la corrupción hace parte de ella— es que el que cae pierde. El corrupto se expone a que, si es detectado, debe asumir su pena sin contar con el apoyo o la solidaridad pública de sus compinches. En Antioquia no pasó eso, lo cual muestra lo mal que estamos en cuanto a moralidad pública. Eso permitió que el individuo completara el 90% del periodo, lo que significó encubrir a sus socios durante el mismo tiempo.

El editorialista de El Colombiano les pidió al gobernador, la asamblea y los partidos que eligieron a Zuluaga asumir sus responsabilidades y darle explicaciones a los antioqueños (“Que no solo el contralor hable”, 25.08.19), pero —una semana después— su llamado permanece sin respuesta. Escuchamos, sí, una declaración del gobernador Luis Pérez Gutiérrez pidiendo “misericordia” hacia el incriminado y esperar la actuación de la justicia. Mal católico el gobernador. Lo que manda la iglesia en estos casos es “visitar al cautivo”; nada de exculparlo.

De todos modos es un avance que Luis Pérez hable de misericordia. Él, que confesó en su discurso de posesión que tenía “un cajón de odios de comino crespo”. Y que lo sacó desde el primer día para obstruir las obras de sus antecesores. Y que se lo entregó al contralor Zuluaga para que se dedicara a empapelar a los funcionarios de la administración precedente. Que Luis Pérez haya descubierto la misericordia ante la caída del hombre al cual impuso como contralor es asombroso. Él, que no tuvo misericordia, por ejemplo, con Beatriz Restrepo y Juan Felipe Gaviria, dos personajes públicos de honradez probada, pide misericordia para con un delincuente. ¿Por qué? Porque es suyo.

El Colombiano, 1 de septiembre

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