La crisis que desató el alcalde Daniel Quintero tras su último golpe de mano contra EPM no es un asunto puntual. Por supuesto que tiene implicaciones técnicas, legales y financieras. Recomiendo los análisis realizados por Carlos Enrique Moreno en su carta al gerente de la empresa (14.08.20), mi colega Santiago Leyva (“Falacias de una ruptura: revisión de los argumentos políticos del caso EPM”, 18.08.20) y el profesor de la Universidad Nacional Guillermo Maya (“EPM en el abismo”, La Silla Vacía, 18.08.20). Son contundentes.
Pero, ni el problema es técnico ni es solo con EPM. El asunto de fondo es el ataque veloz y profundo del alcalde contra la institucionalidad de Medellín, a favor propio y de terceros poco claros. Desde el primer día de su gestión se notó la avidez para controlar las nóminas y los presupuestos, algo que desafortunadamente se volvió normal en el país. La denuncia del concejal Alfredo Ramos de que el 82% de la contratación pública se ha hecho a dedo, lo titularía solo como un corrupto tradicional.
Quintero va más allá. Pareciera que su agenda está encaminada a trastocar el sistema de gestión del municipio, sus empresas y los organismos público-privados de la ciudad. La renuncia de la junta de Ruta N así lo indica. Otro tanto pasa con el Fondo para la Gestión del Riesgo de Emergencias y Desastres, cuya junta no ha sido nombrada, en plena pandemia, y que ya ha gastado casi 6 mil millones de pesos sin vigilancia alguna, según denuncia del concejal Daniel Duque. Y había ocurrido, en febrero pasado, con el Fondo de Agua de Medellín y el Valle de Aburrá.
Se equivocan gravemente quienes creen que esto se trata de una disputa de intereses corporativos, o de los errores de un funcionario joven y díscolo, o de un fantasioso conflicto de clases sociales, insinuado por el discurso populista del alcalde y de uno de sus mentores. Y mayor es la equivocación si se cree que esto no puede tener consecuencias fatales para el desarrollo de la ciudad.
La pasividad y el conformismo del concejo municipal muestra la esclerosis de la representación política. Como lo propuse en mi columna del 27 de julio pasado, necesitamos una voz fuerte y organizada de la sociedad civil para hacer preguntas, controlar los actos emprendidos desde La Alpujarra y proponer soluciones.
Abel Rodríguez Céspedes: Uno de los dirigentes sociales más importantes de los últimos 40 años en el país, acaba de morir en Bogotá. Tímido, afable, inteligente, constructivo, Abel fue siempre un inconforme a carta cabal. Cuestionó la forma de hacer sindicalismo en el magisterio e impulsó el movimiento pedagógico; cuestionó las maneras de la izquierda tradicional y tentó caminos nuevos desde fines de los años 70; fue constituyente y prestó servicios a favor de la modernización democrática colombiana.
El Colombiano, 23 de agosto
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