Uno de los mayores infundios que se han propagado desde que se inició la pandemia consiste en decir que nadie sabía que iba a ocurrir. Lo que ya está claro, en medio de toda la información circulante, es que muchas personas e instituciones habían previsto y alertado sobre la inminencia de una enfermedad viral de alcances globales. Hubo advertencias generales desde 1994, por ejemplo, la de la periodista científica Laurie Garret y alertas muy concretas como la de la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación, en septiembre del 2019. Esta Junta es un organismo conjunto del Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. ¿Qué dijo esta institución en septiembre pasado?: “nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5% de la economía mundial”.
El arte y las humanidades habían hecho similares advertencias. Hay películas magníficas y directas como Doce monos (Terry Gillian, 1995) o novelas inquietantes como La carretera (Cormac MacCarthy, 2006). En Colombia, tenemos una anticipación criolla. Se llama “La porcina” y es una canción carranguera del compositor e intérprete santandereano Óscar Humberto Gómez. Los músicos aparecen con tapabocas, distanciados, y el cantante enumera las epidemias conocidas, se queja de las restricciones y de los problemas sociales adjuntos. El video de la canción es de 2009 y puede verse en YouTube. Gómez se hizo muy popular en Colombia con la canción “El campesino embejucao”, con la que ponía el dedo en la llaga sobre los padecimientos de nuestros campesinos en medio del conflicto armado y su anhelo de que nadie les molestara la vida y los dejaran trabajar. No se trata solo de un artista intuitivo ya que, además de cantor y poeta, es abogado y miembro de la Academia de Historia de Santander.
Es comprensible que la tecnocracia de la salud, incluyendo los diseñadores y administradores de las políticas públicas, no haga relaciones interpretativas entre el arte y la vida, pues el dominio de la especialización y el cortoplacismo limitan la visión de los profesionales. Más incomprensible es que no lean los informes de los organismos internacionales sobre su campo de acción.
En conclusión, mucha gente —científicos, administradores, artistas— sabía que esto iba a pasar. Las medidas de prevención se habían diseñado y muchas ya se habían ensayado en Extremo Oriente y África desde hace 15 años, al menos. La Junta mencionada elaboró recomendaciones específicas a los gobiernos, en un documento de casi 50 páginas. Entre la publicación del informe y la declaración de la emergencia en Colombia pasaron siete meses. Una cuarentena de cinco meses es el precio que todos pagamos por la imprevisión de nuestras autoridades y por las falencias institucionales en el sistema de salud.
El Colombiano, 2 de agosto
No hay comentarios.:
Publicar un comentario