Perseverancia, temple, valentía, carácter, audacia, arrojo, fortaleza, son algunos de los términos que conforman el entorno conceptual del coraje. En este siglo, dominado por la cultura del miedo, estos conceptos perdieron lustre y una mala comprensión de la fragilidad y la vulnerabilidad humana nos ha conducido a equívocos terribles. Ya Sócrates, en el diálogo Laques, había dejado claro que la valentía es un valor y que el miedo es una pasión (gran diferencia). Planteó que el coraje se aplica a las situaciones de pobreza y enfermedad, así como a la política, y, por supuesto, a aquellas en las que enfrentamos las guerras y los desastres naturales.
El coraje es un valor moral; entendido esto, luego pueden establecerse tipos como el coraje cívico, el coraje intelectual y otros. Tomás de Aquino usa los términos “audacia” y “fortaleza”. La fortaleza forma el cuadrado de la virtud junto a la templanza, la justicia y la prudencia. Las relaciones entre ellas ayudan a entender mejor el contenido del coraje. La justicia define los fines por los cuales somos llamados a ser valientes. La prudencia define los límites de la acción audaz, pues implica ser previsores y tener buenas razones para actuar. La templanza nos evita ser impulsivos y temerarios. Cuando somos arrojados sin fines claros, sin evaluar los peligros, dejamos de ser valientes y pasamos a ser simples aventureros. El coraje necesita responsabilidad.
¿Cuándo tenemos que ser valientes? Cuando los bienes comunes están en riesgo, cuando flaqueamos en la realización de nuestra idea de la vida buena, cuando los otros importantes para nosotros (familiares, amigos, comunidad cercana) demandan nuestra ayuda. En estos casos se justifica un coraje tal que, incluso, implique arriesgar la vida propia (nunca la ajena). ¿Qué diríamos de la persona que no es capaz de lanzarse a la calle para salvar la vida de un niño?
El coraje no es innato, se forja. Forjar es otro verbo que amenaza extinción en tiempos de generaciones mimadas, padres sobreprotectores y paternalismo estatal. La valentía se aprende en la adversidad, en la calle, en la ilusión de alcanzar metas difíciles, sobreponiéndose al cansancio, al peligro y al miedo.
El filósofo Carlos Pereda Failache ve necesaria una cultura del arrojo. Nassim Taleb habla de jugarse la piel; en castellano ralo equivale a poner el pellejo. A esa frase están asociadas expresiones como “estar curtido”, “tener el cuero blandito”.
El coraje se puede aprender. Desde 1993 existe en los Estados Unidos la Escuela Nacional del Carácter dirigida a formar a los jóvenes en la acción moral que involucra pensamiento y emociones. Brookings Institution promovió una investigación que sugiere que, sin carácter, las oportunidades pueden caer en el vacío. La escritora Irshad Manji creó hace poco el proyecto Moral Courage, en la Universidad de Nueva York, para combatir el extremismo. Necesitamos coraje.
El Colombiano, 1 de noviembre
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