Posibilidad y necesidad es uno de los temas clásicos de la filosofía, especialmente en metafísica y lógica. Jean Piaget (1896-1980) dedicó los últimos años de su vida a estudiar la relación entre lo posible y lo necesario desde la perspectiva del conocimiento. La investigación de Piaget está relacionada con el aprendizaje de los niños y su problema trata de cómo puede lograrse que durante el periodo de formación de la mente humana se desarrolle la capacidad para crear nuevos posibles. Este año escuché a una funcionaria europea —el recuerdo es vago— plantear el asunto en términos morales; ante la crisis, dijo, debemos hacer lo necesario, no basta lo posible.
La pregunta del pensador suizo es cómo hacemos para crear alternativas de acción ante los problemas que vivimos. Según él, muchas personas piensan lo posible como una deducción, como una consecuencia de lo que ya existe y de lo que hemos hecho. A eso lo podemos llamar la conducta orgánica, vegetativa para ser precisos, basada en la justificación de que “así son las cosas”, “así lo hemos hecho siempre” o, peor aún, “así somos”. En este nivel puede decirse que no hay reflexión sino reacciones basadas en los hábitos construidos a lo largo de la vida.
La complejidad y variabilidad de los asuntos que afrontamos demanda pensar y hacer las cosas de otra manera. Ese fue el gran aporte de la ilustración y se debe a la nueva realidad que impusieron el liberalismo y el capitalismo, que luego movió a las mentes más prodigiosas de Occidente, llámense Hamilton, Mill, Montesquieu o Beethoven. La normalidad moderna exige crítica, creación, invención. Las dos últimas dependen de la primera. En términos cognoscitivos y morales el mundo nos exige generar más posibilidades. Posibilidades que demandan esfuerzo y que generalmente se realizan con medida.
Hasta aquí todavía vamos en una relación cómoda entre conocimiento y moral. El riesgo empieza cuando pasamos de una normalidad cambiante a una crisis. A Karl Jaspers (1883-1969) debemos la categoría de situación límite. Una situación límite se da cuando tenemos la experiencia de la soledad, la lucha, el dolor y la muerte; ante ellas, las medidas habituales no sirven. Creo que a esto se refería la señora que mencioné al comienzo. Cuando lo posible no basta hay que hacer lo necesario. Pero hacer lo necesario no tiene medida, más que esfuerzo requiere sacrificio, más que contribución necesita entrega, necesita inteligencia como siempre y, sobre todo, coraje como pocas veces se nos exige. Lo necesario es lo que hay que hacer, no lo que se puede hacer.
Este es el origen de la consternación: si este fue el año más extraño e inquietante para la humanidad —desde lo personal e inmediato, hasta lo político y administrativo— ¿qué tanto hicimos de lo que era posible? ¿Hicimos algo de lo necesario?
El Colombiano, 20 de diciembre
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