Una institución educativa rebautiza su teatro con el nombre de un exalumno; vivo. El exalumno dedica buena parte de su discurso de inauguración a honrar a sus profesores. Son dos actos poco comunes en nuestro medio; puedo decirlo después de más medio siglo de merodear el entorno educativo con uso de razón. Los edificios y facultades suelen llevar nombres de administradores y financiadores; los agradecimientos son institucionales y generales, cuando los hay, porque muchas veces solo hay autobombo: la reproducción de la falacia del "self-made man", el individuo hecho por su propio esfuerzo sin ayuda alguna y que no debe agradecer a nadie (Dios y la familia suelen aparecer en los discursos para limar un poco el narcisismo).
Son más raros en estos tiempos en que los educadores profesionales gozan de un prestigio bajo, más bajo aún que el de la educación. En el mundo la ideología del éxito rápido erosionó notablemente la ilusión educativa; en Colombia, el narcotráfico y el capitalismo político contribuyeron a deteriorarla. Paréntesis. El investigador de la cultura Renán Silva llama ilusión educativa a la idea de que la movilidad y el reconocimiento social provienen fundamentalmente de la educación. Éxito, fama, "likes" que se traduzcan en dinero es lo único que se valora y eso destruye el valor de la educación.
Más excepcionales aún fueron los argumentos de la institución y del alumno: se basaron en la idea de que vivimos una época en la que se ha vuelto urgente luchar por las libertades de opinión, expresión artística y cátedra. En este punto es necesario dar nombres: la institución fue la Duke Ellington School of the Arts de Washington DC y el egresado Dave Chapelle, el cómico estadounidense. El contexto fue la avalancha de críticas contra el humor ríspido de Chapelle que trata de ser censurado continuamente por todo tipo de intolerantes abanderados de buenas causas mediante malos medios. Ante esta situación la Ellington School tomó la valiente decisión de bautizar su teatro con el nombre del humorista. Contar más sería ahorrarles el discurso de Chapelle, no lo haré; véanlo (What’s in a name, Netflix).
En nuestro entorno se habla de educación pero no llega el día de hacer algo por ella y todos los días se escarnecen a sus protagonistas que son los maestros (que tenemos muchos defectos, pero no más que los de cualquier otra profesión). Del desprecio se pasó al insulto, del insulto a la amenaza y de la amenaza a la violencia. Esa fue la situación de algunos profesores de Eafit durante el paro nacional, de muchos educadores de secundaria durante las elecciones presidenciales y, recientemente, de mis colegas de la Universidad de Antioquia que quieren ser incinerados, literalmente, por un grupo fanático. Hechos aislados, se dirá, frase común derivada de los reflejos exculpatorios. La presión verbal o física no ha cesado en estos tres años. Cuando se trata de crimen y violencia ningún acto es menor ni debe ser subestimado.
El Colombiano, 16 de octubre
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