Después de 1989 algunos creyeron que la geopolítica había muerto, que sobre la tierra había desaparecido la enemistad política y que todos los países –uniformados bajo moldes democráticos y mercantiles– serían hermanos como preconizaba el lenonismo (por John Lennon). Aparecieron metáforas como aquella que dice que la tierra es plana y se renovaron otras como la aldea global.
La geopolítica es más que geografía. Algunos estudiosos como Jared Diamond o Robert Kaplan dan a veces la impresión de defender un determinismo geográfico que condenaría y salvaría a perpetuidad a los pueblos. Pero la posición y morfología de los territorios están afectadas directamente por las instituciones políticas y sociales, la cultura de las poblaciones y el proyecto de sus líderes. Tienen razón en cuanto que el espacio sigue siendo un elemento crucial en cualquier política.
La nueva ventura de la geopolítica está ligada a los acontecimientos en Europa y Extremo Oriente. Historiadores y diplomáticos establecen paralelos entre la preguerra de 1914 o la de 1939 para advertir que el mundo vive una tensión peligrosa que exige claridad, propuestas y liderazgo para evitar nuevas guerras entre Estados o bloques de Estados. El historiador Christopher Clark dice que no se deben descartar las preocupaciones derivadas del pasado ya que “la historia no se repite pero rima” (El País, 16.01.14).
Esta tensión nos parece lejana desde Suramérica pero no debiera serlo. Ahora, cuando la Unión Europea estableció sanciones económicas contra Rusia varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, se lanzaron abiertamente a boicotearlas. Se sabe públicamente que Cuba, Nicaragua y Venezuela son aliados de Rusia y se enmarcan dentro de la estrategia internacional de Putin.
Al respecto, el gobierno colombiano ha decidido meter la cabeza en la arena, aunque no precisamente en la del desierto guajiro. Se entiende la peculiaridad de nuestras relaciones diplomáticas con los países del Alba que, de otro lado, no se comportan amistosamente con Colombia, a pesar de todas las concesiones que se les han hecho. ¿Tiene el gobierno Santos una estrategia? ¿Sabe qué hacer si la crisis se escala entre Occidente y Rusia?
Un espacio suramericano es deseable pero hoy no es posible. Brasil no está pensando en que el continente actúe autónomamente, concilia con el chavismo y el populismo, y está casado con Rusia a través de BRICS. La postulación de Ernesto Samper a la secretaría de Unasur siembra dudas acerca de la política exterior colombiana. Samper es un paria para los Estados Unidos y encaja bien en fotos con Ortega, Maduro y Correa. Ocupando esa posición dará la impresión de que Colombia vacilaría a la hora de enfrentar el islamismo radical o el imperialismo ruso.
Una política internacional oportunista y cortoplacista nos hace perder la confianza en Occidente, y no nos aporta nada ante gobiernos que tienen otra orientación política, económica y diplomática.
El Colombiano, 7 de septiembre
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