Nuestra corta pero brillante carrera de victorias deportivas individuales empezó a principios de los años setenta con Kid Pambelé y Cochise Rodríguez, y sigue con Nairo e Ibargüen. Pero desde que Colombia ganara dos campeonatos mundiales de béisbol a finales de la década de 1940 han trascurrido 65 años sin triunfos colectivos hasta ahora. Así que no es exagerada la alegría que está generando la selección de fútbol.
Es un triunfo parcial –hasta que la Copa Mundo no esté en la vitrina– pero es muy importante por razones deportivas y espirituales. Las deportivas saltan a la vista. En Brasil 2014 Colombia ha obtenido más logros que en las 4 participaciones mundialistas anteriores sumadas. Mayor número de partidos ganados, goles anotados, mejor posición en el torneo, individualidades sobresalientes. Nuestras hazañas ya no son los empates con la Unión Soviética (1962) y Alemania (1990).
Las espirituales son más importantes. Tenemos una generación de futbolistas que son, además, auténticos deportistas. Un deportista se distingue por el profesionalismo en el desempeño de su carrera, por la ejemplaridad en el respeto de las reglas de la disciplina y su dedicación al logro meritocrático. En Colombia, los futbolistas han sido talentos despilfarrados, han obtenido muy pocos logros y su fama deriva más de sus amistades políticas y mediáticas que de lo que han hecho en las canchas.
Esta generación es distinta. Jóvenes promisorios dedicados a perfeccionar sus cualidades atléticas y personales, que se han hecho un lugar en el mundo gracias a su esfuerzo, compitiendo a alto nivel en Suramérica o Europa y obteniendo metas resonantes. Es una combinación conmovedora de humildad y ambición. Gente que no saca excusas ni se cree mejor que los demás.
También es distinta en comparación con la última generación importante de futbolistas, la de los años noventa. Mientras de aquella los únicos triunfadores internacionales fueron Faustino Asprilla, Fredy Rincón y Adolfo Valencia, el equipo de ahora está integrado completamente por competidores globales que hablan dos idiomas, no les cae mal la comida extraña y no se arredran ante ningún rival.
Lo mejor. Los miembros del equipo actual están lejos de las influencias del narcotráfico, mientras en las nóminas anteriores no faltaban los presidiarios y otros que se salvaron de ir a la cárcel por los pelos. Los mundiales de 1990 y 1994 estuvieron arropados por los carteles de Medellín y de Cali, y ni siquiera el asesinato de Andrés Escobar –que básicamente sigue impune– cambió eso.
Mientras la selección Colombia de 1993 era un retrato del país, la selección del 2014 es mejor que el país. Nos siguen faltando dirigentes, orientadores, clubes que le den tanta importancia al deporte como al dinero. Pero el trabajo colectivo, la idoneidad y la rectitud de estos jugadores son un ejemplo para todos nosotros, especialmente para las élites.
El Colombiano, 6 de junio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario