Día de los muertos. Es impresionante conocer de primera mano las celebraciones del día de los muertos en México. El carácter se muestra porque allá no existen eufemismos como ánimas o fieles difuntos. La cultura mexicana va de frente con la muerte y se familiarizó con su presencia y su imaginería. Sin embargo, esta idiosincrasia parece no reflejarse en la manera como los mexicanos están asumiendo su drama de este siglo: la violencia del narcotráfico.
Hay asuntos comprensibles desde el punto de vista colombiano. México está viviendo las crisis que nosotros padecimos hace 30 años, con sus reacciones y discursos. Participar en eventos sobre criminalidad, drogas o derechos humanos en México siempre da una sensación de déjà vu. Y genera condescendencia respecto a la ingenuidad, unas veces, o la insipiencia, en otras, con que abordan sus problemas. Ellos superarán esa etapa rápidamente ya que tienen una academia muy sólida en ciencias sociales y una sociedad civil relativamente fuerte.
Cosa distinta son los prejuicios con los que sectores de la intelectualidad mexicana abordan la situación. Para muestra el último artículo de Juan Villoro, titulado “Yo sé leer: vida y muerte en Guerrero” (El País, 30.10.14). Villoro es un buen escritor (me encantan sus libros sobre fútbol), hijo de uno de los más insignes filósofos de su país, Luis Villoro.
En ese artículo Villoro hace tres cosas que conocemos bien en las discusiones colombianas: primera, subestima los efectos múltiples del narcotráfico; segunda, cree que la desigualdad social es la causa última de la violencia; tercera, justifica las respuestas violentas. Desde López Michelsen la dirigencia colombiana adoptó una actitud cínica con los narcotraficantes: que traigan su dinero pero no entren a nuestros clubes. Bajo la prédica de las causas sociales, Colombia descuidó las instituciones de seguridad y justicia. Justificando la violencia de respuesta, el país se metió en una espiral que produjo la mayor tragedia humanitaria del continente.
Haría bien Villoro en mirar el último informe de Oxfam-Intermón sobre desigualdad en el mundo para que se hiciera dos preguntas: ¿por qué Perú es tan desigual como México y tan tranquilo como Costa Rica? ¿Por qué Venezuela es el país continental menos desigual y es el más violento? O, ¿por qué Bolivia siembra coca y es lugar de tránsito de la cocaína para el Cono Sur y no es violento (todavía)? ¿Cuántos Ché Guevara que sepan ortografía quiere Villoro en su país?
Hace 60 años, el filósofo antioqueño Cayetano Betancur se formuló la siguiente pregunta: “¿Qué responsabilidad tiene el intelectual en la situación de violencia que acaba de describirse?”. Y se respondió: “Sin duda la mayor. Porque ocurrió que el hombre de letras colombiano abusó de sus armas dialécticas y retóricas”. No se trata de darle lecciones a nadie, se trata de aprender juntos de nuestras experiencias.
El Colombiano, 2 de noviembre
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