Hacia mediados de los años setenta del siglo pasado era común leer el prensa de cuando en cuando que Adolf Hitler estaba vivo. Aparecían imágenes muy borrosas de una persona muy abrigada, en solitario o con un acompañante a cierta distancia imposible de identificar. En Medellín no es difícil encontrar hoy gente que cree que Pablo Escobar está vivo y –como me dijo un taxista hace poco– reside en el exterior con una cirugía plástica y riéndose a costa de todos nosotros.
Este tipo de historias descabelladas son aceptadas por algunas personas pero no son muy extendidas. Hay otras tanto o más absurdas que esas que son de curso común entre círculos aparentemente cultos e informados y que gozan de respetable recepción en los medios de comunicación. Pensemos, por ejemplo, en el club Bilderberg de quien algunas personas están convencidas de que es un grupo de gente que dirige los destinos del mundo.
Medellín, una ciudad que no se destaca especialmente en leyendas urbanas, ha venido convirtiéndose en los últimos años en una referencia predilecta para escenificar relatos de este tipo. Hace más de una década algunos analistas repiten sin cesar que la comuna 13 es un lugar estratégico; para qué y cómo nunca lo explican. Ahora resultó tan importante que dizque los carteles mexicanos están mandando a patrullar sus calles. Eso sí, no hay ningún argumento que sustente la importancia de San Javier en la economía mundial de la droga.
Otro cuento de la misma naturaleza es el de que el descenso de homicidios en Medellín durante la década pasada se debió a que una persona muy poderosa ordenó ese descenso de la misma manera que Moisés le ordenó al Mar Rojo que le abriera paso. Los pocos estudios con apoyo matemático sobre el tema muestran que el origen del mayor descenso en el homicidio estuvo en la Operación Orión y que se hizo sostenible gracias a la desmovilización de los grupos paramilitares. Que un grupo armado entre en negociaciones y suspenda hostilidades no es un misterio en las guerras y no requiere adicionarle supercherías.
En alguna literatura suele llamarse a este último tipo de historias teorías de la conspiración. El historiador Daniel Pipes dice que estas historias circulan gracias a la creencia de que nada ocurre al azar, el enemigo siempre gana, el poder y el dinero explican todo y la historia se mueve por decisiones de pequeños grupos de personas. En las décadas recientes la neurociencia trata de explicar estas y otras opiniones más comunes que guían el comportamiento de las personas y que van en contra de los hallazgos de las ciencias. Mi abuela, que no por nada se llamaba Sofía, decía simplemente que había que gente que creía que el sol era un buñuelo y la luna pandequeso.
El Colombiano, 5 de octubre
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