miércoles, 26 de diciembre de 2012

Resurrección roja en navidad

Fue a mediados de 2011 cuando se le cayó la máscara a Jorge Osorio Ciro y supimos que “Sueños del balón” sería nuestra peor pesadilla. El periodista Mauricio González lo entrevistó en su programa de televisión “Gente, pasión y fútbol”. Ciro llegó con su autoconciencia de ser el mejor hincha, el más sabio y el mejor de los antioqueños. Al segundo cuestionamiento de González se descompuso como el personaje de Jack Nicholson en “Cuestión de honor” (1992), y todos supimos que nos estaban engañando y que ya nos habían atracado. La vigilancia que ejerció Wbeimar Muñoz Ceballos le hizo acreedor a varias amenazas.

“Sueños del balón” vendió completas dos nóminas campeonas del Deportivo Independiente Medellín, entre ellos a Jackson Martínez, Aldo Bobadilla y Juan Guillermo Cuadrado. Y el equipo quedó sin los jugadores y sin la plata. Peores, mucho peores que ese otro pirata llamado Jorge Castillo que hace 20 años vino a hacer lo mismo, y nos dejó en la misma condición que Malevo, desde su columna en El Espectador, llamó alguna vez “el equipo de la lástima”.

Comenzamos el 2012 jugando el papel de candidato a la B en el folklor futbolístico. Y en medio de la inopia, la empresa saqueadora de la que Ciro era la fachada, acabó con lo poco que había. En el mercado de la carne humana vendieron, incluso, a Leyton Jiménez lesionado y cometieron el inapropiado acto de venderle los jugadores seleccionables al rival de patio. Después le embargaron la cantera a los nuevos directivos, obligando al equipo a competir con una nómina improvisada y corta.

Que la fe y el escepticismo pueden convivir, es algo que sólo pueden testimoniar los hinchas de algunos equipos de fútbol, y en este país solo los del Poderoso. Un amor ciego al rey de corazones y el ojo siempre alerta con los timadores que, con más frecuencia de la que quisiéramos, se adueñan del equipo.

Después llegaron las contingencias deportivas que, por su convergencia, dieron la impresión de una conspiración. Más de una docena de puntos esquilmados por los árbitros en los minutos finales de varios partidos, la suspensión del técnico durante medio torneo y la reiterada sanción de los pocos jugadores con experiencia en la nómina. Con 12 mil hinchas en Armenia, la camiseta sagrada aseguró su presencia inesperada en la semifinal. Contra todos los pronósticos llegó a la final, en la que los entendidos daban por hecho que el contrario ganaría sobrado.

El año termina con una transición que, ojalá, estabilice la administración del equipo y permita una celebración digna del centenario de la institución roja. Gracias a la directiva provisional, gracias al cuerpo técnico encabezado por un Hernán Gómez que parece estar reinventándose; gracias a los jugadores que descubrieron el secreto de este equipo; pero sobre todo gracias a una hinchada incondicional y agradecida.

El Colombiano, 23 de diciembre

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Top 10 del rock latino

A Rolling Stone se le ocurrió proponer su top 10 de álbumes de rock latino. Su lista fue:

1. Re – Café Tacuba
2. Fabulosos calavera – Los fabulosos cadillacs
3. Buenivento – Julieta Venegas
4. Sueño stéreo – Soda stéreo
5. Infame – Babasónicos
6. Río – Aterciopelados
7. Karnak – Karnak
8. Clandestino – Manu Chao
9. Os mutantes – Os mutantes
10. Abraxas – Santana

Por mi parte, prefiero sacar a Santana por su lugar en el mainstream, a los brasileños porque no han sido parte del circuito musical latinoamericano, son otra historia. También a los españoles porque inflan tanto el catálogo disponible, que un top 10 resultaría insuficiente.

Con estas aclaraciones, este es mi intento:

1. Vagabundo – Robi Draco Rosa (Puerto Rico, 1996)
2. El circo – La maldita vecindad y los hijos de quinto patio (México, 1991)
3. Rodrigo D. No futuro – Banda sonora original (Colombia, 1987)
4. Confesiones de invierno – Sui generis (Argentina, 1973)
5. Pateando piedras – Los prisioneros (Chile, 1986)
6. Re – Café Tacuba (México, 1994)
7. El amor después del amor – Fito Páez (Argentina, 1992)
8. Fíjate bien – Juanes (Colombia, 2000)
9. Zulú – Zulú (Perú, 1974)
10. León Gieco – León Gieco (Argentina, 1973)

Interbolsa, la responsabilidad

El hasta hace poco presidente de Interbolsa aseguró a este diario que “no he tomado un solo peso de nuestros clientes para mi beneficio personal” (El Colombiano, 25.11.12). El actual presidente de la Bolsa de Valores, y miembro de la junta directiva de Interbolsa, Juan Pablo Córdoba aseguró a varios medios que “lo de Interbolsa se veía venir”.

Esas expresiones y sus correspondientes entrevistas se realizaron en un contexto en el cual los personajes tratan de persuadir al público de que el descalabro de Interbolsa es un asunto técnico. Jaramillo Correa recalca: “La situación del Grupo Interbolsa es producto de una equivocada decisión empresarial y no de un engaño”.

El gobierno y los dueños de Interbolsa están tratando de hacernos creer que el problema es pequeño. No lo es en magnitud ni lo es en sus implicaciones institucionales. Se habla de más de 180 mil inversionistas; hay dineros corporativos involucrados, pero también decenas de miles de personas naturales perjudicadas. Información extraoficial dice que el 25% de los fondos de empleados del país tenían dineros en esa empresa.

Jaramillo Correa dice que el caso de Interbolsa no se parece al de Bernard Madoff, pero las descripciones de ambos son idénticas. En los Estados Unidos se trató como una pirámide. Acá el procurador y un senador de la república han comparado el caso con DMG, es decir, como una estafa.

No tengo interés en la situación jurídica; me interesan más las aristas éticas del asunto. Aceptemos en gracia de discusión que nadie robó, aunque sabemos que el dinero no se esfuma, simplemente se va para otro lugar. Aceptemos también que no hubo dolo, sino sólo un mal cálculo técnico. ¿Significa esto que no hay implicaciones morales en el caso?

La palabra clave de la discusión es la que menos ha aparecido en los medios: responsabilidad. Mi respuesta va de la mano del filósofo alemán Hans Jonas (1903-1993). Jonas considera que la responsabilidad es el principal imperativo ético de nuestro tiempo y, así, se aparta explícitamente de Platón y Kant. Plantea que alguien es responsable cuando: a) tiene capacidad de decidir y producir cosas, b) cuando sus actos están bajo algún grado de control, y c) cuando es posible prever hasta cierto punto las consecuencias de esos actos. La responsabilidad deja de ser un asunto de entereza personal para convertirse en acción eficaz de cuidado de un objeto particular.

Evidentemente, el caso de Interbolsa se ha configurado como uno de suprema irresponsabilidad en el cual personas con poder y conocimiento actuaron sin cuidar los bienes que centenares de miles de personas les confiaron y defraudaron la confianza pública. Lo que incluye al presidente de la Bolsa que “venía venir” el embrollo y no hizo nada salvo, quizás, proteger lo suyo. Y el Gobierno, pues si Madoff tuvo su Bush, Jaramillo tiene su Santos.

El Colombiano, 16 de diciembre

jueves, 13 de diciembre de 2012

Jarto con el cable

En los noventa Bruce Springsteen escribió una canción que se titulaba, traduzco, “57 canales (y nada)”. Me pareció un tema propio de la vida anodina en el mundo contemporáneo y posindustrial. Pero sobre lo anodino uno pasa y no pasa nada, otra cosa es cuando aquello es claramente malo, repetitivo y tonto. De eso se trata la televisión por cable.

La televisión por cable es una de las muestras de las innumerables fallas del mercado. Llámese como se llame el operador, sea nacional o extranjero, lucrativo o comunitario, baratos o caros, todos están amarrados al mismo proveedor que empaqueta –como dicen los mercadotecnistas– los mismos canales con pequeñas variaciones.

La única diferencia significativa está en el fútbol. Los comunitarios te pasan algún partido más de la liga gaseosa, digamos entre Patriotas y Envigado, lo que no aporta ninguna emoción al fin de semana. Los exclusivos te filtran partidos de las anestésicas ligas holandesa o francesa, en las que ni siquiera hay lugar para el humor. Las demás diferencias están en el “pague por ver”, para acceder a películas que dentro de 2 años repetirán una y otra vez en los canales del paquete ordinario.

Después viene la distribución por franjas en el menú. Primero, está la Colombia privatizada de la crónica roja y las modelos en paños menores, con la poca imaginativa combinación de las dos. Sin acceso, claro está, a la otra media Colombia de los canales regionales, en las que al menos se respira autenticidad. ¿Por qué no podemos ver Telecaribe, Telepacífico y Telecafé? No lo entiendo.

Tenemos la folklórica franja argentina de canales deportivos, adornada con algunos colombianos para que veamos más representatividad. Una franja en la que un partido de la cuarta división argentina –entre Excursionistas y Sacachispas, por ejemplo– es más importante que otro de la primera de Brasil o Ecuador, en la que cualquier evento de trascendencia es interrumpido durante media hora para escuchar las declaraciones de un jugador de Boca. Esta semana fue la tapa: la muerte de Miguel Calero no trascendió más allá de un titular en la barra de resultados como un asunto “cafetero”, como dicen allá.

Salta uno al islote de los telepredicadores que colonizan unos cinco canales y que se reparten equitativamente entre criollos y europeos, como la inefable madre Angélica. Alguno comentará que tienen mucho rating, por mi parte propondría que pasaran al “pague por ver” (a ver si alguien paga).

Todo esto en medio de diversas ofertas anglosajonas, que se mueven entre las estupideces para niños dobladas por mexicanos y las ordinarieces para adolescentes sin doblaje alguno. No todo es espantoso. Con algo de paciencia y mucha suerte es posible que no te den algo repetido en “Film & Arts”. Todo se resuelve fácil o barato: apretando el botón de “stand by” o cancelando el servicio.

El Colombiano, 9 de diciembre

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Más allá del derecho

Las discusiones sobre la pérdida de 75.000 kilómetros cuadrados de mar territorial en El Caribe por parte de Colombia ayudan a ilustrar un poco el tipo de mentalidad que caracteriza a las élites colombianas. De una vez por todas, diré que cuando digo élites uso el término en el sentido sociológico que incluye, además de los ricos y los políticos, a los directores ideológicos como las iglesias, los medios, los intelectuales y las universidades.

La primera nota dominante es la carencia del mínimo sentido de solidaridad (en este caso con los isleños) y de noción de comunidad política. La opinión predominante entre los intelectuales –algunos de ellos columnistas– carece de cualquier sentimiento de patria, lo que no sorprende pero sí entristece. Creo que los intelectuales deben caracterizarse por un criterio propio, incluso personal, pero teniendo en cuenta el contexto en el que vivimos. Pocos han expresado una opinión que tenga en cuenta el sentimiento razonado –en cualquier rango sobre el 84%– de los colombianos que rechazan lo ocurrido el 19 de noviembre (Semana, encuesta Colombia Opina 2012-4)

La segunda es el leguleyismo. Una cosa es la valoración de la capacidad civilizatoria del derecho y otra muy distinta es creer que lo único que existe es la ley. Además, del derecho existe, por ejemplo, la justicia. El derecho ni siquiera es el único discurso normativo, esto es, que ayuda a regular las relaciones sociales. También lo son la ética y la política.

En el caso del tema que nos concierne, Colombia siempre despreció la política. No intentó buscar una mediación internacional, como la que hizo Juan Pablo II entre Chile y Argentina; no buscó una negociación directa con Nicaragua, como las que hizo con Venezuela; tampoco hizo un ejercicio sistemático y fuerte de soberanía en la zona desde que se firmó el Tratado Esguerra-Bárcenas en 1928, para consolidar con hechos lo que había ganado con títulos históricos y diplomacia.

Lo que vemos ahora en las discusiones públicas es la disyuntiva falsa de acatar o no el fallo de la Corte Internacional de Justicia. La disyuntiva es falsa porque la única opción sensata, bien sea desde una perspectiva idealista o desde una realista, es acatarlo. Pero también es falsa porque no es lo único que hay para hacer. Las posibles acciones que se abren para el Estado colombiano son múltiples. Y quizás la más importante de toda sea la de empezar, de una vez por todas, a construir una política de Estado respecto al significado y las implicaciones de la soberanía.

El país debe abandonar la manía folklórica de firmar cuanta ocurrencia emerge de la maraña de las normas internacionales, característica de las repúblicas bananeras cosmopolitas. Los Estados serios del mundo se caracterizan por firmar pocos tratados internacionales, hacerlos bajo el criterio del interés nacional y cumplir los que se firman.

El Colombiano, 2 de diciembre

lunes, 3 de diciembre de 2012

Nunca estuvo el mar

No estuvo en los libros de geografía, los que ayudan a conocer y querer el territorio. Al menos no en el tratado de Ernesto Guhl “Colombia, bosquejo de su geografía tropical” (1975) donde se consolida el modelo interpretativo de las cinco regiones naturales, ninguna de las cuales corresponde al país insular y marítimo. Tampoco en la última edición del Atlas de Colombia (2002) del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, en el que se repite la idea de las cinco regiones y el mapa del Archipiélago se reduce a cartografías de las pequeñas islas, sin ninguna plasmación del mar territorial.

No ha estado el mar en la política estatal. San Andrés y Providencia siempre fue como la selva: sepultado, nivelado e ignorado bajo el letrero de “Territorios nacionales”. Y no había manera de ejercicio de soberanía en un país que hasta hace poco careció –de hecho– de armada. La armada colombiana es ridícula al lado de nuestros pares suramericanos (Argentina, Chile, Perú y Venezuela): menos fragatas y una gran desventaja en alcance de radares y sonares, velocidad y capacidad de desplazamiento de los equipos (Poder militar, 2011). En equipos apenas nos comparamos con Ecuador y Uruguay, aunque Ecuador tiene dos veces y media más aviación naval y Uruguay nos aventaja en un 50% (The Military Balance, 2010).

No ha estado el mar en la iniciativa del sector privado, si exceptuamos como tal la apropiación ilegal de pequeños islotes cercanos a la costa Caribe. El mejor dato para aproximarse a la actividad privada en el mar es el de la pesca, porque exploraciones de minerales e hidrocarburos resulta demasiado exigente para nuestra capacidad emprendedora. Perú pesca 54 veces más que Colombia, Chile 39, Argentina 11 y Brasil 10 veces más. Colombia pesca un quinto de lo que pesca Ecuador y un 29% de lo que pesca Venezuela. Uruguay pesca lo mismo que nosotros teniendo 5 veces menos costa (FAO, 2010).

El mar estuvo en el espíritu talasofílico de José Prudencio Padilla, a quien después el terrícola Bolívar hizo fusilar. Estuvo en la imaginación heráldica del envigadeño Alejandro Vélez Barrientos (1794-1841) quien, como senador de la República, propuso en 1833 el proyecto de lo que hoy es el escudo de Colombia, con el dibujo primoroso en la franja inferior del istmo de Panamá con lo que se ve de los dos océanos: el de abajo que enseñorean los narcos y el de arriba que ahora es de Nicaragua.

El mar estuvo allí y en el corazón y los ojos de los raizales y los isleños. En ninguna otra parte. No en la visión de las élites. Ni en la mente de Andrés Pastrana cuando nos sometió a la jurisdicción de la Corte, ni en las de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos que nos defendieron con un servicio diplomático clientelar y poco profesional.

El Colombiano, 25 de noviembre

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Ciudad modelo

Leí alguna vez, en un relato biográfico, que con cierta frecuencia Albert Einstein recibía de su esposa el calificativo de estúpido. Posiblemente a Einstein se le derramaba la comida, se le olvidaban las cosas o fuera torpe en asuntos varios; no sé. Lo que todos sabemos es que la señora Einstein estaba equivocada. Esa actitud tan frecuente suele deberse a la falta de distancia, de perspectiva y apreciación comparativa.

El ejemplo doméstico me sirve para hablar de Medellín. Nuestra ciudad se convirtió en modelo a nivel internacional para gobiernos, organismos internacionales y centros académicos. Nadie ha hecho la cuenta de la cantidad de eventos internacionales que se hacen fuera del país sobre Medellín, ni de los premios que recibe la ciudad cada año. Pero aquí no faltan personajes tipo señora Einstein que, sin embargo, tratan de demeritar esa apreciación, con la idea trivial de que es una ciudad con muchos problemas.

¿En qué es modelo Medellín? Hace 30 años en servicios públicos y aseo, hace 20 en civismo político, hace 15 años en finanzas públicas y 12 en servicio integrado de trasporte, hace 10 años en gestión pública, urbanismo social y seguridad, hace 8 en atención a desmovilizados y 6 en programas de atención a la niñez y los más pobres.

En algunos de estos aspectos Medellín es modelo comparada internacionalmente, especialmente en agua y saneamiento básico, gobernabilidad y gestión pública, trasporte masivo y urbanismo social. En otros aspectos la ciudad es modelo por la comparación con su propio desempeño, es decir, por haber revertido dinámicas crónicas de problemas como la violencia o la cobertura educativa.

¿Por qué es modelo Medellín? Porque la sociedad generó una red de acuerdos implícitos entre el gobierno local, el empresariado, la academia y las organizaciones sociales; porque decidió hacer una ruptura con la ilegalidad y cambió sus paradigmas; porque asumió responsabilidades directas frente a problemas de los ciudadanos sin esperar acciones nacionales; porque se crearon organismos de control ciudadano a la gestión pública y se han mantenido a lo largo del tiempo; porque la ciudadanía cobró iniciativa y vitalidad para hacerse sentir en las elecciones locales.

Los síntomas de esta trasformación de la ciudad son cotidianos. En el censo de 1993 se constató que Medellín se había convertido en ciudad expulsora de gente. Hoy Medellín es una ciudad receptora, cada año recibe un promedio de 25 mil nuevos habitantes y en los últimos años descubrió que existe el turismo, que había entrado en el circuito internacional de las artes y el entretenimiento y que hay empresas globales que se asientan aquí.

Sí, hay gente que pierde la perspectiva, pero también existe otro tipo: los dañinos, los que quieren ganar votos o popularidad sembrando desesperanza. Las discusiones con ambos se deben dar con franqueza, altura, argumentos y sin ocultar las dificultades.

El Colombiano, 18 de noviembre

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Favio en los corazones

La muerte de Leonardo Favio debe ser un motivo de duelo en la cultura popular latinoamericana y también en el arte. No solo en Argentina donde hay motivos adicionales y nada desdeñables. Que la figura de Favio le diga poco a la mayoría de la gente, es solo fruto de la ignorancia.

Favio, bautizado Fuad Jorge Jury, es uno de los principales referentes del arte latinoamericano. Y lo es fundamental e indiscutiblemente por su carrera cinematográfica. Críticos y público lo han consagrado como el mayor director de cine de Argentina, lo que no es poca cosa; al fin y al cabo el cine argentino es uno de los más importantes del continente. Su primera película, “El amigo”, data de 1960.

Su importancia como cantante y compositor es menor. Como intérprete está lejos de una figura como Sandro y como compositor más lejos aún de gente como Charly García. Su propia valoración en el mundo de la canción es que “le permitió vivir”, es decir, ganarse los pesos cuando una dictadura le bloqueó sus proyectos en el cine. Pero, aún así, hizo un par de álbumes muy buenos: su primero, “Leonardo Favio” (1968) y “Era… cómo podría explicar” (1974); y canciones sobresalientes como “El amanecer y la espera” o “María va camino a la vejez”. Tal vez tenga el mérito de ser el primer baladista en generalizar el uso del vos.

Además, siguiendo en la música, fue de los pocos que mantuvo conexiones con el rock y con el folklor. En 1968 popularizó el tema “Para saber cómo es la soledad” de Luis Alberto Spinetta y, después le mostró a las nuevas generaciones cosas antiguas y poco conocidas como “El niño y el canario” de don Hilario Cuadros, el fundador de Los Trovadores de Cuyo.

Este último dato no es gratuito. Favio era cuyano, lo que puede explicar no solo el gusto por su música en la zona cafetera colombiana –donde sus paisanos como Antonio Tormo o el Conjunto América siguen siendo exitosos en los pueblos– sino también que haya elegido a Pereira para vivir el exilio al que se vio sometido después de una masacre que le tocó presenciar en 1973, en una manifestación de bienvenida a Juan Domingo Perón.

Nacido en cuna humilde, abandonado por su padre y criado en hospicios varios, la sensibilidad social y política de Favio se dejó sentir fuera del cine y la canción. Fue uno de los iconos del peronismo, pero pasó a ser un patrimonio nacional. Hace años, cuando le pregunté por él a un académico peronista me dijo: “Lo amamos”; pero los colegas antiperonistas igual lo valoran.

Leonardo Favio es el caso más reciente de ese fenómeno peculiar que es el duelo por la muerte del íntimo lejano.

El Colombiano, 11 de noviembre del 2012

sábado, 10 de noviembre de 2012

Discurso de Bruce Springsteen en el último día de campaña

5 de noviembre del 2012, Madison, Winconsin.

Permítanme comenzar con un saludo a todos nuestros vecinos en el noreste que están afectados el huracán de Sandy y su tremendo impacto. Nuestros pensamientos y oraciones están con ellos.

Es bueno estar aquí hoy con ustedes y será grandioso sentir el poder de sus voces y votos mañana.

Estoy aquí hoy por Wisconsin, Estados Unidos y por el presidente Obama.

Durante los últimos 30 años he estado hablando en mi música sobre la distancia entre el sueño americano y la realidad americana. La he visto desde dentro y fuera: como un muchacho obrero de un hogar de clase trabajadora en Nueva Jersey –donde mis padres luchaban, a menudo sin éxito para terminar bien cada mes–; en mi vida adulta, visitando el 9th Ward en Nueva Orleans después del Katrina, o reuniendo gente de las despensas de alimentos de todas partes de los Estados Unidos, que trabajan todos los días para ayudar a nuestros ciudadanos que luchan en estos tiempos difíciles que hemos estado sufriendo.

El sueño americano y la realidad americana: nuestra votación de mañana es la única manera innegable para que lleguemos a determinar la distancia en esa ecuación. Mañana, tenemos una ocasión personal para la configuración del tipo de Estados Unidos en queremos que crezcan nuestros hijos.

Soy un marido y un padre, mi amada esposa Patti está aquí conmigo. Tenemos tres hijos creciendo y haciendo su camino en el mundo. Tengo 63 años (Patti es mucho más joven)... pero ambos hemos vivido algunos momentos que han dinamizado la historia estadounidense: la lucha por los derechos civiles, el movimiento pacifista, el movimiento de mujeres, tocamos en Berlín Este, un año antes de la caída del Muro, y estuvimos con Amnistía Internacional un año antes la liberación de Nelson Mandela y del fin del apartheid. Eran días en que podías sentir los vientos de cambio y el mundo moviéndose debajo de tus pies.

Y... recordamos como otro momento de entusiasmo la noche en que el presidente Obama fue elegido.

Fue una noche increíble, cuando la esperanza llenaba nuestros corazones, cuando se podía sentir que las puertas cerradas del pasado se abrían a nuevas posibilidades –inimaginables antes–, a una nueva esperanza y el cambio.

Hoy tenemos otra batalla. Ahora somos responsables de la dura lucha diaria para hacer que esas posibilidades, sean cambios reales y duraderos en un mundo que desafía nuestra esperanza y que a menudo es brutalmente resistente al cambio.

Hemos estado en esa lucha durante los últimos cuatro años, ante fuerzas de oposición incansables.

Apoyé al presidente Obama hace cuatro años y me siento orgulloso de estar con él hoy. Porque...

Estoy agradecido por los avances históricos en la asistencia sanitaria.

Estoy agradecido por tener un Wall Street más regulado y porque se comenzará a proteger a nuestros ciudadanos de la codicia ciega de los que más tienen.

Mi padre trabajó en una cadena de montaje de Ford cuando yo era niño y estoy agradecido de que tengamos un presidente que tuvo fe en la industria automotriz estadounidense y de que General Motors siga fabricando automóviles.

Estoy agradecido de tener un presidente decidido y trabajador preservando la seguridad de Estados Unidos... y estoy agradecido por el hecho de que, como prometió, haya terminado la guerra en Irak y está terminando la guerra en Afganistán.

Estoy aquí porque estoy preocupado por los Derechos de la Mujer y sobre sus problemas de salud tanto en aquí como en el mundo. No tengo nada que decirles sobre los amenazas que tendría Roe vs Wade [jurisprudencia de la Corte sobre el aborto en 1973, N. del T.] bajo las políticas de los opositores.

También estoy preocupado por treinta años de una creciente disparidad de riqueza entre nuestros ciudadanos más ricos frente a los estadounidenses comunes. Esa es una disparidad que amenaza con dividirnos en dos naciones distintas y separadas. Tenemos que ser mejor que eso.

Finalmente estoy aquí hoy porque he vivido lo suficiente para saber que el futuro rara vez llega con una marea rompiente. Su marcha es lenta con frecuencia, paso a paso, día a día. Ahora estamos en medio de uno de esos largos días. Creo que el presidente Obama siente esos largos días en los huesos por el 100% de nosotros. Él vivirá esos días con nosotros.

El presidente Obama se postuló la última vez como un hombre de esperanza y cambio. Se oye decir mucho que las cosas son diferentes ahora. Las cosas no son diferentes, son apenas más reales. Necesita más tiempo. El trabajo del Presidente, nuestro trabajo, el tuyo y el mío –si eres republicano, demócrata, independiente, rico, pobre, negro, blanco, gay, heterosexual, soldado, civil– es mantener viva la esperanza, combatir el cinismo y la apatía, y creer en nuestro poder para cambiar nuestras vidas y el mundo en que vivimos.

Por lo tanto, vamos a ir a trabajar mañana, y... pasado mañana, y el día siguiente. Reelijamos al presidente Barack Obama para que nos conduzca hacia la América que esperamos.

Trad. Jorge Giraldo

viernes, 9 de noviembre de 2012

Con la minería, mejor maña que fuerza

Después de dos años de hablar de minería ilegal y ordenar operaciones policiales contra mineros informales como la “Operación Dorado”, parece que el Gobierno ya tiene una estrategia. Según declaraciones del presidente Santos, hay tres medidas: un decreto que autorizaría hasta “la destrucción de la maquinaria”, otro estableciendo requisitos que restrinjan “la importación de esa maquinaria” y su movilización, y una reforma al Código Penal para tipificar el delito de minería ilegal. El Presidente enunció la categoría de “minería criminal”, advirtiendo que hay que distinguirla de la informal, que tendría otro tratamiento (El Tiempo, 01.11.12).

Se trata de un anuncio pero no parece necesario esperar a que se conozca la letra menuda de las disposiciones gubernamentales para afirmar que se trata de un completo despropósito, de principio a fin.

Las razones son simples. Más del 80% de la producción nacional de oro no es legal, ese oro se produce en zonas donde el Estado tiene muy baja capacidad (como el Bajo Cauca) o ninguna presencia (como en Nariño), es muy difícil establecer la línea fronteriza entre informalidad y criminalidad. Estos problemas desafían las normas de cualquier diseño de política pública que indican que hay que conocer bien el problema y tener claras las capacidades de intervención.

Las únicas conexiones claras, relativamente rastreables, entre los criminales y la producción informal de oro son la extorsión y el lavado de dinero proveniente del narcotráfico u otras economías criminales. Ninguno de esos nexos se ataca interviniendo las unidades productivas, destruyendo retroexcavadoras o dragas, o metiendo a la cárcel a quienes están en el barro. Para ello hay que atacar directamente a los grupos armados ilegales y adaptar los mecanismos nacionales para combatir el lavado, controlar el comercio de oro y las fundiciones; esto es, la fuerza armada contra las bandas armadas y la inteligencia contra las operaciones financieras del crimen organizado.

Si lo que se quiere es prevenir el daño ambiental, ya existe legislación, se pueden adelantar muchas medidas de acompañamiento a las unidades informales y a las grandes mineras, pues no todas lo hacen bien como se acaba de demostrar en el caso Cerromatoso. Además, anular las concesiones en parques nacionales y reservas naturales, regular el comercio de mercurio y cianuro, proteger los ríos que están en riesgo de empezar a ser explotados.

El Presidente acuñó el concepto de “minería criminal”. Llevo dos años dedicado a estudiar el tema y no sé a qué se refiere. Eso no existe en la literatura sobre el asunto, ni en los instrumentos internacionales. ¿Vamos a la legalización de la droga y a la criminalización del oro? ¿Está abocado el país a otra guerra como la de la coca? ¿Nos lleva Santos a la paz con las Farc y a la guerra contra más de 100 mil familias que viven de la minería no legal?

El Colombiano, 4 de noviembre del 2012

martes, 30 de octubre de 2012

Por qué fracasan los países

Pasó esta semana por Medellín James Robinson, profesor de gobierno en Harvard y autor del libro más alabado en 2012 en el campo de las ciencias sociales. Pasó no dice nada. Él viene con frecuencia a Colombia, ha investigado sobre el país y últimamente está trabajando sobre Antioquia.

Lo que quiero decir es que vino a hablar. Tuvo reuniones importantes con el gobierno departamental y con la academia. Y un encuentro abierto al público para presentar sus ideas después de 15 años de trabajo investigativo con inmersiones en Rusia, África y Latinoamérica. Robinson busca explicaciones a los resultados divergentes en materia de política, economía y bienestar que muestran los países del mundo.

El planteamiento que suscribe con el economista turco Daron Acemoglu –quien trabaja en el MIT– sugiere que la respuesta está en las instituciones. La economía explica cosas, la cultura tiene influencias nada desdeñables, la tecnocracia no es tan definitiva como se ha dicho por acá y definitivamente la geografía es la peor explicación (Laureano Gómez, por ejemplo, creía que fuera de la sabana de Bogotá la civilización era imposible).

En últimas, es decir, a largo plazo lo que marca la diferencia son las instituciones. Quien decidirá si tendremos un amo de nuestra vida cotidiana en telecomunicaciones no será el dinero de Carlos Slim, ni las muchas antenas de Claro. Serán la política, los políticos y el congreso. Nadie puede eludir esta responsabilidad.

El esquema del análisis de Acemoglu y Robinson plantea que hay instituciones extractivas e inclusivas. Las primeras explotan la población y los recursos, se aprovechan del poder y de las entidades públicas para su exclusivo beneficio. Las segundas hacen participar a la población, crean desarrollo y bienestar en su entorno. Sean ellas económicas o políticas.

Si aplicáramos este esquema a Colombia podríamos decir que tenemos instituciones políticas inclusivas (competencia política, participación, sufragio), obstruidas por dos instituciones extractivas como el clientelismo y la violencia política. Esto hace que en Colombia tengamos pocas probabilidades de un Chávez o una Cristina, pero que estemos amenazados por los caciques y las bandas.

También que nuestras instituciones económicas son más bien extractivas (rentismo, monopolios, ilegalidad), con algunos sectores competitivos y distributivos. Esto hace que en lugar de un Bill Gates tengamos a Luis Carlos Sarmiento pujando por el top 10 de los hombres más ricos del mundo, en un país que tiene garantizado el top 5 de los más desiguales. De otro lado, tenemos oportunidades con sectores empresariales innovadores y responsables.

Pero el principal obstáculo para la prosperidad son los políticos extractivos del clientelismo y la corrupción, algo que no le han contado al Presidente de la República.

La lección: primero las instituciones (no le coman cuento a los que venden imagen), entre ellas las políticas (aléjense de la indiferencia), y mirada de largo plazo (rechacen la tentación del éxito de hoy).

El Colombiano, 28 de octubre

viernes, 26 de octubre de 2012

El mal negociador

En memoria de Roger Fisher (1922 – Agosto 25, 2012).

No es lo mismo negociar secuestros que negociar acuerdos políticos. En lo primero las Farc tienen una experiencia insuperada en el mundo, en lo segundo son novatos y eso quedó demostrado en Tlaxcala (cuando se sentaron extemporáneamente), en El Caguán (cuando desperdiciaron su mejor posición) y parece que quisieran repetirlo ahora en este mesa intercontinental.

No me refiero al discurso de Iván Márquez esta semana (18.10), que para empezar está firmado por el Secretariado y, por tanto, sobrepasa la expresión individual de quien –se sabía– representa el ala dura del grupo guerrillero y parece haber tenido tiempo suficiente en los últimos años para recolectar poemas, palabras raras del diccionario y leer a Bolívar.

Tampoco a las ofensas que lanzaron al pueblo colombiano, usurpando su representación, desconociendo su condición de victimarios e igualándose con aquellos a quien han oprimido y sacrificado durante décadas. Esto fue mucho más grave que las sindicaciones a personas y empresas, y los ataques al llamado “asesino metafísico”.

Me detengo a pensar por un momento en la simple lógica de una negociación. Para cualquiera que le haya puesto dos sentidos –ni siquiera los cinco– al discurso del Secretariado, sus términos representan un intento de deshacer el resultado de los 6 meses de conversaciones en La Habana. Así lo entendió Humberto de la Calle y así lo expresó con firmeza. A los ojos de un garante, así sea cubano, esto no puede ser un buen comienzo y ni siquiera un comienzo normal, como algunos indulgentes quisieron interpretar.

¿Qué ese mal paso se puede deshacer? Claro que sí. Pero ya en ese momento las Farc empezarían a perder en la mesa sin haber tocado ninguno de los 5 puntos.

El segundo asunto tiene que ver con el comportamiento entre las partes. El discurso del Secretariado fue totalmente asimétrico respecto al de los representantes del Estado. El vocero oficial los trató con respeto. En cambio el Secretariado se lanzó en descalificaciones al régimen, a las acciones gubernamentales, al empresariado. Es decir, también dieron un mal paso en la relación.

Finalmente las metas que se fijaron públicamente en su discurso superan con exceso lo que ha conseguido Cuba en más de medio siglo y Venezuela en una docena de años de chavismo. El Secretariado se autoimpuso unas expectativas que superan cualquier escenario viable previsto por los analistas. De nuevo, se han puesto en la situación de que un acuerdo modesto pueda ser percibido como una claudicación.

Estas cosas son las que le dan contenido a la expresión mal negociador. No se trata de un augurio.

A lo mejor no les importe. Las Farc pueden haberse colocado así mismas en la situación de dejar una constancia histórica o de elaborar un nuevo manifiesto político de cara a su probable condición futura. Ya veremos.

El Colombiano, 21 de octubre

miércoles, 17 de octubre de 2012

Cinco mimados

La palabra mimado es tan común en el español que siempre parece un localismo. No es tan dura como su sinónimo “malcriado”, ni tan blanda como la pretendidamente neutral “consentido”. Así que la cortesía ha ido desalojando la palabra de nuestro vocabulario, pero eso no ha evitado que el mundo produzca sus mimados.

Cuando el filósofo alemán Peter Sloterdijk esbozó su teoría de la globalización en el 2005, la crisis económica europea ni se intuía y las evidencias de la protección del Estado de bienestar a los ciudadanos del continente eran irrefutables. Sloterdijk se percató entonces de la existencia de diversos tipos de mimados creados por la opulencia europea.

Su taxonomía establece cinco figuras del mimado. El primero es el que obtiene ingresos sin trabajar o cuyos ingresos no guardan ninguna relación con el esfuerzo (herederos, especuladores, saqueadores). El segundo mimado es el famoso gorrón, el que disfruta de los frutos que ofrece la sociedad sin haber hecho su aporte o haber luchado por ello. El tercer mimado es el que recibe prestaciones protectoras “sin disponer de una historia de infortunio propia”, un sistema de seguros para aquellos a los que no las pasa nada, o sea personajes sobreasegurados. El mimado de los nuevos medios es el cuarto, el que dispone una formación sin experiencia y sin exigencia. El último mimado es el que goza de fama sin haber realizado obra alguna, quien se convierte en sujeto prominente solo como construcción mediática, sin que se pueda dar razón alguna del porqué es famoso o influyente. Acomodados y famosos prematuros.

Sloterdijk supone que estas figuras del mimado son como pisos en un palacio de cristal y que es frecuente que los habitantes del mismo se muevan mediante un ascensor (si hubiera escaleras ya no serían tan mimados) entre los cinco pisos de esta edificación. Mejor resistir la tentación de proponer nombres propios para cada categoría. Que cada cual haga un ejercicio.

Lo cierto es que, al final, la ruina económica y la esclerosis política europea han arrojado a millones de mimados a la calle sin que estuvieran preparados para ello, y dejan un puñado de sobrevivientes del invernadero que construyeron desde hace 60 años y que empezó a resquebrajarse en Los Balcanes.

Nuestra propia miseria, la latinoamericana, es que también acá existen unos cuantos mimados –tal vez el 25% de nuestras sociedades– que conviven con millones de gentes que solo conocen la fatiga, el esfuerzo, la lucha, la sangre, el sudor y las lágrimas, y ven de lejos la opulencia, la seguridad, la protección, el conocimiento y la fama, sin probar apenas esporádicamente alguna migaja de ellos. Y quedan restos de los mimados tradicionales: los del abolengo, la hacienda o la plata. En todo caso, el mimado no conoce el enunciado de Homero Expósito: “primero hay que saber sufrir”.

El Colombiano, 14 de octubre

martes, 9 de octubre de 2012

Vendedores ambulantes

Hace dos años, en el Centro de Análisis Político de la Universidad EAFIT, hizo un ejercicio con 14 expertos en seguridad sobre los llamados “mercados ilegales en el valle de Aburrá” (Economía criminal en Antioquia: narcotráfico, 2011). El instrumento aplicado buscaba determinar el tamaño del mercado y el grado de tolerancia social de las mercancías ilegales.

Los resultados mostraron que los mercados ilegales más frecuentes y tolerados eran los de vigilancia, ventas ambulantes, contrabando, extorsión al trasporte y al comercio minorista y la venta de artículos piratas. Mercados importantes pero menos tolerados serían los de autopartes, drogas, porte ilegal de armas y robo de automóviles. Si estos mercados los ubicamos en un mapa queda claro que el Centro es el lugar de mayor concentración de todos ellos, aunque para nadie es un secreto que están presentes en las distintas comunas de Medellín y en el resto del valle de Aburrá.

Existe una confusión cuando se cree que los venteros ambulantes, en general, son los operadores de esos mercados. Una parte de ese mercado está a su cargo y algunos de ellos, por interés o coacción, pueden estar articulados a funciones que requiere el crimen organizado. Por otra parte, también es cierto que otros mercados ilícitos están relacionados con el comercio legal o relativamente formal, como el contrabando, el mercado de facturas de IVA, las autopartes. Es decir, nos referimos a un mundo complejo y numeroso que va más allá del invocado derecho al trabajo o de la simple subsistencia.

Se puede ver, después, que este es un tema más profundo que el del espacio público. El espacio público es un asunto de primer orden en las urbes modernas y está bien que las autoridades intervengan para recuperarlo. Pero la invasión del espacio público no es un monopolio de los comerciantes informales e ilegales. El comercio legal tiene su cuota de responsabilidad, como lo han hecho notar la protesta pacífica del fin de semana en el Parque Lleras (El Colombiano, 29.09.12) y el movimiento ciudadano que se está gestando alrededor de la Avenida 33.

El nudo crucial del asunto es el de la seguridad. El ejercicio analítico que se hizo a propósito de la Encuesta de Percepción Ciudadana del proyecto Medellín cómo vamos lo reitera y en esto coincide una parte de los analistas. Y aquí la frontera no está tampoco entre el comercio informal y el comercio organizado. La frontera está entre los mercados y los mercaderes que tienen algún tipo de relación con organizaciones criminales y armadas, y los que no. Ahí es donde debe estar la prioridad de quien diseña y ejecuta la política pública.

Justicia: según su abogado, “El cebollero” saldrá libre dentro de dos años; para ese entonces Alonso Salazar deberá permanecer diez años más inhabilitado para hacer política o contratar con el Estado.

El Colombiano, 7 de octubre

martes, 2 de octubre de 2012

Millonarios y la justicia retroactiva

El presidente de Millonarios Felipe Gaitán, en una demostración tanto de sus buenas intenciones como de que no sabe nada de fútbol, propuso quitarle al equipo las dos estrellas que lograron bajo el patronato de Gonzalo Rodríguez Gacha. Algunos políticos salieron a ensalzar y a encimar. Armando Benedetti, por ejemplo, pidió que Nacional y América también hicieran lo mismo (El Espectador, 25.09.12). Nadie ha sugerido qué deben devolver los clubes de mafiosos que no ganaron títulos.

El caso es sugerente en sí mismo, ¿de quién son los triunfos futbolísticos? ¿De los administradores? ¿De los deportistas? ¿De la afición? Y también lo es en relación con los dineros del narcotráfico. Si es loable la propuesta de Gaitán, ¿debe devolver el cardenal Darío Castrillón las limosnas recibidas? ¿Cómo hacer para que Ernesto Samper devuelva la presidencia? Algunos congresistas, alcaldes y reinas de belleza, ¿entran? ¿Y las casas de “Medellín sin tugurios”? La relación puede ser infinita. Y la tentación de hablar de todo, también.

Me interesa la manera como se ha vuelto habitual en Colombia pensar la justicia. Entre las tipologías de la justicia existe una muy elemental. Justicia retroactiva y justicia prospectiva. La justicia retroactiva busca en el pasado y trata de corregir las desviaciones de una distribución inicial que se cree justa o legítima. La justicia prospectiva se piensa en términos del futuro inmediato; su asunto es fijar las reglas para una distribución justa dadas unas condiciones determinadas.

Es muy inquietante percibir que la moda para hablar de justicia en Colombia se enmarca en la justicia retroactiva. Por varias razones: primero, porque pone a la sociedad a mirar hacia atrás en lugar de pensar en su futuro; segundo, porque consagra el supuesto falso y reaccionario de que “todo tiempo pasado fue mejor” y que lo que hay que hacer es corregir los agravios acumulados para volver a la situación original.

La tercera razón es práctica y es la que me parece más importante. La justicia retroactiva es muy compleja en el mundo real y con mayor razón en Colombia. Venimos en tiempos tan recientes como 1990 de un Estado con baja capacidad, en un país en el que los títulos de propiedad son relativamente nuevos y en su mayor parte de orígenes discutibles. Gran parte de nuestras instituciones sociales y de nuestra economía son informales. En cierto modo, apenas estamos empezando a organizar una comunidad política moderna con la Constitución de 1991 y el fortalecimiento del Estado en los últimos 15 años. Una inserción de las guerrillas residuales a esa comunidad política sería otro paso adelante.

Hacer justicia hacia el pasado es imposible y tiene un peligroso efecto distractor. Nos distrae de pensar en las condiciones de la justicia en el presente y para las próximas generaciones. Y ni hablemos de lo lastimoso que resulta dar golpes de pecho, pero en pecho ajeno.

El Colombiano, 30 de septiembre

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Nómina e inhabilidad

Un viejo conocido decía con el sarcasmo y la rudeza propia de los paisas más vernáculos que la mejor fórmula para educar a los hijos era “palo y lata”. Habrá que investigar la procedencia de estos localismos, pero es una traducción basta del universal lema “garrote y zanahoria”. Se sabe que es el lema del paternalismo que luce, a la vez, bueno y autoritario.

Estamos ante un gran tema explorado en las teorías de acción social, las relaciones laborales y la política. Cualquier historia de dictadores tropicales, desde el vanguardista patriarca de García Márquez hasta la presencia fugaz de Trujillo en Junot Díaz, le hace honor a esta visión. Imaginemos un análisis síquico de los admiradores de Fidel Castro o recordemos simplemente que el apelativo popular de Stalin era “padrecito”.

Quién creyera que en pleno siglo XXI en Colombia íbamos a tener nuestro propio “padrecito”. El apoyo que reciba en algunos sectores el procurador Alejandro Ordóñez puede explicarse como reedición de una tradición que dormitaba en el espíritu de muchos colombianos, la tradición paternalista. Pero el éxito de todo paternalismo descansa en la comprobación de una honestidad intachable y la demostración de que todo acto, por severo que parezca, se realiza por el bien del otro.

Eso nunca sucede. Al final todo paternalista devela un espíritu retorcido, como el de Abraham que iba a sacrificar a su propio hijo para cumplir un mandato de Yahvé. Lo mismo hemos descubierto con nuestro procurador. En una columna pasada (“Las preferencias del procurador”, El Colombiano, 8 de abril) creo haber demostrado que no estamos ante un juez imparcial. Recientemente Rodrigo Uprimny (El Espectador, 8 de septiembre) concluyó que si realmente el procurador obrara de acuerdo a la ley debería autodestituirse.

Desde entonces –y una vez desmontada la falacia de que la Corte Suprema era el súmmum de la sabiduría– diversos columnistas han venido desnudando la red clientelista que existe entre los magistrados y la procuraduría. Y que cada elogio proveniente de los círculos judiciales está bien respaldado por un puesto con salario suculento para esposos, hijos y hermanos.

El procurador no posee entereza moral ni legal. La única lógica perfecta que explica su administración es la clientelista y la única lógica de sus actuaciones es la sectaria. Su lema sería nómina (para mis amigos) e inhabilidad (para mis adversarios).

En este punto la pregunta del millón es por qué los partidos de la unidad nacional lo apoyan unánimemente (y a escondidas el partido liberal), por qué el presidente Santos lo ensalza, por qué estamos ante la reedición del misterio teológico de tener una terna compuesta por un solo individuo. La respuesta es sencilla: la procuraduría procura la zanahoria para los magistrados y la burocracia de la unidad nacional, y a la vez es el garrote para la ya de por sí débil oposición.

El Colombiano, 30 de septiembre

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Libros por Antioquia

Se acabó la Fiesta del Libro del 2012. Fiesta cultural con pocas figuras de alto nivel, lo que es un desafío porque a Medellín vienen continuamente y quieren venir decenas de personajes de primera fila internacional. Y muy poquitos libros. Pocas editoriales, ninguna novedad, excesivo localismo. Me atrevo a decir que había más títulos esta semana sólo en el Centro Cultural García Márquez en Bogotá.

A una Medellín que aspira a los Juegos Olímpicos juveniles no le queda bien que su fiesta del libro sea el equivalente a un campeonato de tejo. Dejemos esta crítica –que ojalá se tome para bien– para complementar un comentario que hice hace mes y medio sobre los libros que debíamos leer para seguir conociendo a Colombia. Ahora lo hago pensando en Antioquia.

La profesora vallecaucana de la Universidad de Antioquia Beatriz Patiño Millán publicó en 2011 “Riqueza, pobreza y diferenciación social en la Antioquia del siglo XVIII”. Una contribución a los estudios regionales que se puede leer ahora como homenaje a la historiadora fallecida este año (30 de marzo). La Alcaldía de Medellín publicó el libro de María Teresa Uribe “Un retrato fragmentado” (2011), cuya edición estuvo a cargo de la profesora Liliana María López y que recoge trabajos previos de difícil acceso realizados a lo largo de tres décadas por la insigne socióloga e historiadora. El profesor Michel Hermelin dirigió el trabajo que culminó en la edición de “Geografía de Antioquia”, editado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit en 2006, un trabajo de puesta al día casi único, dado su objeto.

La Universidad de Antioquia publicó el trabajo doctoral de Nicanor Restrepo Santamaría que apareció como “Empresariado antioqueño y sociedad, 1940-2004. Influencia de las élites patronales de Antioquia en las políticas socioeconómicas colombianas” (2011). El título no exige ninguna descripción adicional y llena un vacío monumental para la comprensión de nuestro pasado inmediato.

El Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia acaba de presentar el libro “Ensayos sobre conflicto, violencia y seguridad ciudadana en Medellín, 1997-2007”, editado por los profesores Juan Carlos Vélez, William Fredy Pérez Toro y William Restrepo Riaza. Los trabajos reunidos ilustran procesos sociales regionales que son de gran interés y actualidad. Diversas unidades académicas de la Universidad Eafit y varios expertos nacionales se juntaron para elaborar el trabajo “Medellín: medio ambiente, urbanismo y sociedad” (2010) cuya edición en lengua inglesa y formato electrónico acaba de ver la luz.

Termino no con un libro sino con una colección dedicada a la obra de Baldomero Sanín Cano, editada bajo el cuidado del sociólogo Gonzalo Cataño y publicada por la Universidad Externado de Colombia. La importancia de Sanín es mayúscula en el contexto latinoamericano, y este trabajo de varios años nos deja sin excusas para no acceder al pensador de Rionegro.

El Colombiano, 16 de septiembre

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Consejos al margen de la mesa

Apareció por fin el resultado de 6 meses de conversaciones secretas entre el Gobierno nacional y las Farc. Termina así la llamada primera fase y pronto empezará la segunda. Me atrevo a dar unos consejos que pueden hacer que nuestra conducta contribuya a que esto termine bien:

1. Apoyar el proceso. Toda guerra tiene dos caras: la estratégica y la diplomática. La diplomacia siempre es una posibilidad y nadie debe desecharla. Las Farc le dijeron cuatro veces no a Uribe, según recordó Patricia Lara (El Espectador, 23.08.12). Ahora que dijeron sí, se crea una ocasión que hay que tomar.

2. No meterse a la mesa. Hay filas de cientos de lagartos tratando de meterse a la mesa y montones de ocurrentes proponiendo más temas, problemas, audiencias. En esa mesa no falta nadie y los temas son suficientes para ese escenario. Está el gobierno que representa al pueblo y están los adversarios.

3. Mantener una dosis de escepticismo. La gente tiene derecho a no creer que ahora haya un final feliz. Sería una insensatez salir a pintar palomas y a cantar el Himno a la Alegría. El escepticismo le quitará oxígeno a quienes quieren jugar con la negociación.

4. Presionar a las Farc. El 98% de los colombianos no queremos a las Farc. Nuestro deber es presionarlos para que cesen la violencia. En particular, que cesen unilateralmente los ataques a la población civil y a la infraestructura económica.

5. Fiscalizar el proceso. El incienso y las comisiones de aplausos sirven menos que las críticas. Hay que vigilar el proceso, darle insumos al Gobierno y exigir resultados. Estoy de acuerdo con la perspectiva de Juanita León y Martha Maya de que la posición de Uribe puede cumplir una función positiva (La silla vacía, 04.09.12).

6. Los pies en Colombia. Las conversaciones serán en Noruega y Cuba. Nosotros debemos mantenernos en Colombia, concientes de que tenemos problemas más serios que las Farc. Ni un solo minuto debe perderse en la vigilancia sobre lo que pasa con la salud, las pensiones, el desempleo, la educación, el medio ambiente.

7. No distraerse. El Gobierno concentrará unos esfuerzos en la negociación, pero el resto de la sociedad tiene que seguir haciendo su tarea. Uno de los efectos desastrosos de El Caguán fue que todo el mundo se paralizó esperando que allá se hiciera todo. El país tiene que seguir adelante con las Farc o sin ellas, con acuerdo o sin acuerdo.

8. No confundir los roles. Cualquier aprendiz de negociación conoce esta regla. Hay que mantener claras las diferencias entre las partes. Ellos son ellos y nosotros nosotros; cuando termine el proceso veremos. Por eso resulta inaudita la declaración del Ministro del Interior Fernando Carrillo saliendo a graduar de demócrata a Timochenko (Semana, 04.09.12).

Hay que hacer las tareas para que esto termine bien.

El Colombiano, 9 de septiembre

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Tres hombres muertos

Algunas gentes e instituciones conmemoraron la semana pasada el terrible 25 de agosto en la Medellín de hace 25 años. Debieran haber sido más, sobre todo si queremos aprender algo de nuestra historia reciente y si pensamos que podríamos intentar mejorar nuestro porvenir.

Ese día hubo tres hombres muertos, asesinados para ser exactos, si mal no recuerdo en la calle Argentina, en el lapso de unas pocas horas. Hombres de tres generaciones distintas, procedencias sociales y perfiles políticos diferentes, incluso muy diferentes. Luis Felipe Vélez, Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. Sus diferencias ilustran bien lo que vivía Colombia en esos años y lo que seguiría viviendo hasta el presente –aunque ahora con menos frecuencia y notoriedad.

Héctor Abad Gómez era una autoridad académica cuya dedicación a la medicina social fue distraída solamente por el imperativo moral que emergía de la caótica política colombiana de la década de 1980. Abad Gómez era un liberal sin “vetas”, como alguna vez le escuché decir, y como tal un promotor práxico de las ideas de los derechos humanos y la tolerancia. El liberalismo de Abad fue la prueba ácida para el partido liberal. El Comité de Derechos Humanos se fundó en medio de la noche turbayista y su muerte fue durante el mandato de Virgilio Barco. En suma, Abad era demasiado liberal para el liberalismo colombiano. Un disidente.

Leonardo Betancur era más bien un socialista. Criado en el movimiento estudiantil de los años sesenta y setenta, uno de los cofundadores de la Escuela Nacional Sindical, militante heterodoxo de la izquierda y dirigente regional del movimiento Firmes encabezado por Gerardo Molina. También médico, primero discípulo y después colega de Abad Gómez, con él promotor del Comité de Derechos y durante el turbayato, “canero” como decía. Leonardo era un representante de la oposición civil y democrática.

Luis Felipe Vélez, maestro y dirigente sindical, presidente de Adida cuando fue asesinado. Militante del clandestino Partido Comunista Marxista Leninista, primero maoísta y después proalbanés, según los códigos impenetrables de la barahúnda izquierdista de la época. Un dirigente social, un civil en términos del derecho humanitario, por más que su militancia le creara una afinidad con el Epl. Un ejemplar de la rebelión.

Esa era la manera como el régimen político y la sociedad podían llegar a tratar a críticos, opositores y rebeldes. Después de un cuarto de siglo se puede afirmar rotundamente que hemos avanzado. Las palabras duras de lo que aquí llaman algunos, con cierta desmesura, polarización son de los más civilizado que hemos tenido.

Pero recordar a estos tres hombres tiene que servir para más. Para aprender a tener gobernantes distintos, movimientos y partidos alternativos; para aprender a debatir y convivir con personas de ideologías extrañas y con pasados azarosos. Sería una manera de prepararnos para lo que viene, si el gobierno no se equivoca demasiado.

El Colombiano, 2 de septiembre

jueves, 30 de agosto de 2012

Porque te quiero te aporrio

Se está cumpliendo un año exacto de la doctrina que pretendió establecer la senadora Liliana Rendón de que si un hombre le pega a una mujer es porque lo tiene merecido (El Tiempo, 10.08.11). Este “aniversario” está rodeado de polémicas de diversos alcances.

Primero el gobernador de Antioquia decidió eliminar los reinados de las escuelas oficiales, después el congresista estadounidense Todd Akin planteó la tesis de la “violación legítima”, ahora el diario El País de España publica (23.08.12) una foto que muestra a muchachos egipcios persiguiendo y tocando mujeres en un mediodía callejero. Una encimita. Nuestra muy calmada canciller acuñó otra máxima a propósito del escándalo de Cartagena: donde hay hombres hay prostitución (El Espectador, 24.04.12).

Todas las discusiones que generaron estos hechos deben responder la pregunta ¿existe alguna relación entre estas cuatro (o cinco) expresiones públicas relacionadas con el trato a la mujer o son casos aislados? Mi respuesta es que son hechos conectados. Las conductas individuales siendo como son ejercicio de la libertad, la autonomía y la responsabilidad personal, también son resultado de unos patrones culturales heredados y reforzados, de unas normas de conducta existentes en las comunidades. La nuestra es la cultura del porque te quiero te aporrio.

Problemas serios de nuestras sociedades como la violencia contra la mujer y la discriminación sexual están asociados claramente con la vigencia de una cultura centrada en el varón y legitimadora de su agresividad. No hay que ser feminista para creer esto; de hecho yo no lo soy. Y frente a eso la educación puede hacer algo.

Algunas buenas conciencias se espantaron con la decisión del gobernador, pero nadie habló de lo principal. En un país con una educación mediocre en sus resultados, una de las jornadas escolares más cortas del mundo e inversión ineficiente en educación, las directivas escolares y los profesores se gastan los recursos públicos organizando reinados de belleza para estudiantes menores de edad.

Me parece que se equivoca mi buen amigo Alejandro Gaviria (El Espectador, 18.08.12) cuando cree que frente a esto solo hay dos opciones: la liberal, que respeta la libertad individual y la paternalista, que “pretende regular el comportamiento privado”. Hay al menos otras dos.

La primera es la dominante en la práctica. El corporativismo que hace que los funcionarios fomenten sus gustos particulares con los recursos públicos. No solo reinados de belleza, también equipos de fútbol, corridas de toros y otros. Finalmente está el gobernante educador del paradigma republicano que deja que los particulares sean libres pero que orienta las actividades que se hacen con recursos públicos. Fajardo no ha prohibido los reinados, ha dicho que no permitirá que los recursos públicos se destinen a reinados. Son dos cosas distintas.

El republicanismo respeta la libertad individual, pero promueve unas virtudes cívicas que contribuyan a mejorar la convivencia y a lograr mayores niveles de equidad, razonabilidad y autogobierno.

El Colombiano, 26 de agosto

viernes, 24 de agosto de 2012

Atrasado y aturdido

Como el protagonista de La copa rota, casi, solo atrasado y aturdido, pero no avergonzado.

Atrasado porque Secret South de 16 Horsepower salió hace 12 años y yo apenas lo escucho ahora, 2012. Entre conversaciones hace un par de meses -otra vez gracias a Juan Antonio Agudelo- y con calma, soledad y todos los oídos, ahora mismo. Sin vergüenza porque incluso Metacritic sólo alcanzó a recoger dos reseñas en más de una década y ni siquiera la banda sale en el directorio de artistas de la página de Rolling Stone.

Aturdido porque Secret South de 16 Horsepower es como un rayo de luz clara en medio de un crepúsculo moribundo. Durante una tarde lluviosa de agosto, Secret South puede aproximarlo a uno a la sensación que tuvieron los apóstoles durante el pentecostés. Y esto hay que contarlo en caliente. Una semana después se toma distancia y se recuerdan las lecciones de escepticismo de Sexto Empírico, que tan útiles son, y termina uno emitiendo juicios taciturnos y anodinos.

¿Quiénes eran 16 Horsepower? Ahí está la señora Wikipedia.

Ya no más atrasado. Solo aturdido y que mi Marantz vuelva a tocar Secret South.     

martes, 21 de agosto de 2012

Olímpicas

Los resultados de los juegos olímpicos siempre suscitan inquietudes. ¿Por qué el éxito? ¿Por qué en ciertas disciplinas? Estamos hablando de países y de banderas, por más que les pese a los enemigos de las patrias que se sienten, como lo confesó hace poco Paul Kennedy, como marcianos.

La mayoría de las especulaciones políticas se van al suelo. Les va tan bien o tan mal a las democracias como a las dictaduras, a los órdenes liberales como a los populistas. China supera por mucho a Japón, pero Corea del Norte apenas hace un tercio de su vecina del sur. Veintiún años después de la disolución de la Unión Soviética esta le hubiera ganado los juegos a Estados Unidos. Pero lo cierto es que los Estados fallidos tienen malos desempeños deportivos ya que entre los primeros 15 países del ranquin de Foreign Policy solo Afganistán se ganó un bronce.

La economía nos despista un poco. A Brasil le va peor que a la Italia en crisis, la mediocre Colombia le gana por mucho al exitoso Chile y la riqueza mexicana no tiene nada que hacer con la dieta de cupones de los cubanos. Pero es diciente que en la lista del Banco Mundial de los 30 países más pobres, según el producto per capita, sólo haya tres medallistas, mientras entre los 30 primeros sólo hay 4 países sin preseas.

Algo muy parecido ocurre con las tasas de alfabetización. De los 30 países menos alfabetizados del mundo, de acuerdo con los datos del Pnud, apenas 2 subieron al podio en Londres, mientras entre los 30 países con mejor tasa de alfabetización sólo 4 países no tuvieron medallas, pero entre ellos están Tonga y Antigua & Barbuda, cuya población acumulada es inferior a la de Itagüí.

Se puede hallar cierta correlación inversa entre éxito olímpico y violencia. La segunda región más violenta que es Centroamérica apenas se ganó una medalla de plata, la más violenta que es África del sur ganó 7, pero 6 son de Suráfrica. Surámerica que es la tercera en este indecoroso ranquin obtuvo 30 medallas, una cifra muy inferior a sus dimensiones y en conjunto perdería las olimpíadas con Australia.

Sin embargo, hay excepciones. Jamaica que tiene la cuarta tasa de homicidios más alta del mundo tuvo un desempeño brillante en las dos últimas olimpíadas. Casi todas sus preseas son en atletismo, quizás debido a que –como dijo una velocista jamaiquina– “cuando escuchamos una pistola echamos a correr”.

Al final hay cosas que dan más certidumbre. Una fuerte disciplina individual, apoyada por la familia y rodeada, aunque sea, por un pequeño grupo de profesionales, puede redundar en una hazaña deportiva. Si existe apoyo estatal, como el que surgió en Colombia en los dos gobiernos anteriores, se puede obtener un balance mejor. Pero parece que un factor crítico es la formación deportiva en el sistema educativo.

El Colombiano, 19 de agosto

miércoles, 15 de agosto de 2012

El retorno de Pablo

Mi amigo Pablo se fue del país en 1991, llorando por sus familiares y vecinos muertos o metidos hasta el cogote en la empresa narco, desesperado por la guerra entre el Estado y el cartel de Medellín. Se fue por la afrenta que le suponía sentir el triunfo de los narcotraficantes. No solo porque atrajeran a los jóvenes a su candil o por el respeto e incluso la admiración que despertaban entre los más viejos, la gente de bien de toda la vida. También porque le chocaban profundamente las manifestaciones de la cultura narco, la ostentación, la ordinariez, la prepotencia.

Hace poco volvió, en parte apurado por la crisis en el Norte, en parte atraído por la resurrección de Medellín y la felicidad de vivir esta etapa de la ciudad. Condenado a trabajar de sol a sol, a sumergirse en la subsistencia, se aisló de la realidad colombiana, como los inmigrantes que describe Junot Díaz en “Los boys”.

Cuando lo encontré estaba consternado. Creí, me decía, que el narcotráfico estaba derrotado, que los traquetos ya no se paseaban impunemente por la ciudad, que la destrucción del Cartel era también la recuperación de la sociabilidad común. Pero no, siguió, estamos peor que antes. Me llené de paciencia para explicarle los avances del país en la lucha contra el narcotráfico, la desarticulación de los carteles, el destino final de los capos famosos, lo poco que duran los sucesores, las estimaciones de Alejandro Gaviria y Daniel Mejía sobre el peso modesto o bajo de la economía de la coca, y otros datos.

Él reaccionó: pero si lo que veo todos los días son carros lujosos de vidrios polarizados, cuatrimotos, muchachos tusos y gordos con ropa de marca, muchachas llenas de silicona y de tedio, discotecas más atortolantes que las de Nueva York, estallidos de pólvora a medianoche de miércoles, mucha gente que saca el índice para decirle a uno como Merlano, “es que usted no sabe quién soy yo”.

Ya entiendo, le dije. Estás confundido. La mayoría de los tipos que andan escondidos tras vidrios negros, de los muchachos con pinta chirrete y mal hablados, de los habituales de discotecas y diversiones hardcore, son buenas personas. Tengo compañeros, vecinos y familiares que caen en esa norma.

Ah, me dice, o sea que no son traquetos pero parecen. Sí, acepté resignado, el narco no la tiene fácil pero en el campo cultural está fuerte. La presión por el éxito y por la plata, la ansiedad por el estatus, mantienen a mucha gente atrapada en esa candileja. Otra razón es que hoy hay más gasto, la clase media es más numerosa y los ricos menos austeros. Además, lo único que hicieron los narcos fue recargar viejas tradiciones: aguardiente más pólvora y revólver, cagajón más Vicente y burroteca, y de ñapa unas dosis adicionales de machismo y reguetón.

El Colombiano, 12 de agosto

lunes, 6 de agosto de 2012

El gobierno en su tobogán

RCN y Semana acaban de publicar la encuesta que contrataron con Ipsos-Napoleón Franco. Era necesaria después de los que parecían sorpresivos resultados de la de Invamer Gallup. La encuesta reciente confirma la anterior en las cosas que cualquier ciudadano de la calle siente. El 54% está insatisfecho con la gestión del Presidente; que el gobierno se raja en empleo, corrupción, seguridad y manejo de la economía, que hay más gente con una imagen desfavorable de Santos que con una favorable, ningún ministro tiene satisfecho a la mitad de los ciudadanos. De hecho, un ministro serio como Echeverry dice que el Gobierno está atorado.

No es bueno para el país que al Ejecutivo le vaya mal; al fin y al cabo el nuestro es un régimen presidencialista, y la ineficiencia del gobierno central aunada a la desconfianza que produce, tiene un efecto multiplicador sobre el Estado. Y es muy mal consejo hacerle creer al Presidente que el problema es de imagen (ya se apuró a contratar a J. J. Rendón). Le pasará lo que ya le pasó en Antioquia esta semana: que vino a celebrar en Itagüí mientras en el Bajo Cauca mataban a un coronel y aterraban a Toledo con un par de bombas en el parque principal.

Tampoco es bueno personalizar el análisis. En la política hay momentos en que las personas son claves, pero lo que es importante cotidianamente son las instituciones. Y es muy lamentable que el gobierno se esté llevando consigo algunas instituciones, en el tobogán de su descrédito. Que el congreso y los partidos políticos tengan mala reputación, no es bueno pero tampoco es nuevo. Pero que un tercio de la gente no confíe en la justicia, es más preocupante sobre todo cuando se han cerrado las puertas de un cambio cercano en la rama judicial. No contento con esto, el Presidente, en la misma semana decidió que no era importante una reforma en el sistema de salud y que era mejor hacer otra reforma constitucional (ya lleva 7) para eliminar la vicepresidencia.

La encuesta sigue reflejando la convicción colombiana de que sus instituciones más fiables son las fuerzas militares, la policía, la iglesia católica y los medios de comunicación. Pero con excepción de la comandancia de las fuerzas militares, ninguna de las cabezas visibles de las principales instituciones del Estado goza de más del 50% de favorabilidad. Sin embargo, lo más preocupante es el ambiente de pesimismo que expresan dos de cada tres colombianos. Preocupante porque todavía no hay Niño, ni desaceleración económica.

En este contexto resulta determinante optimizar el manejo político, económico y social en la región. Cuando el país político se trenza en batallas biliares y el gobierno central se enreda en su propio ovillo, es fundamental que los gobiernos de Antioquia y Medellín, acompañados del sector privado y demás agentes sociales de la región, acrecienten su coordinación para preservar la confianza regional.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Pasajero dos mil millones

Hubo celebraciones la semana pasada a raíz del arribo del Metro de Medellín a la cifra simbólica de los dos mil millones de pasajeros. Es como si el 40% de la humanidad hubiera transitado por el centro del valle del río Aburrá.

El Colombiano publicó una foto con uno de los gestos festivos del personal del Metro. Le hacían paseo de honor a un pasajero que salía de uno de los vagones del tren. Casi una decena de empleados aplaudían al supuesto pasajero dos mil millones mientras este caminaba de frente al fotógrafo. El pasajero no oía; llevaba audífonos en ambas orejas. El pasajero no veía; sus ojos estaban fijos en un dispositivo que llevaba en la mano. Y eso que salir de un tren en una estación está acompañado de varias señales auditivas y visuales de advertencia, por los riesgos que supone esa sencilla operación.

No me interesa el ensimismamiento del pasajero dos mil millones. Todo el mundo tiene la posibilidad de estar absorto, introspectivo, alienado o solipsista, según una perspectiva sicológica. En nuestro lenguaje común no es raro que alguien tenga sus modos de estar elevado, enchuspado, engrupido, convertido en un auténtico zurumbático.

Tampoco voy a pelear con la tecnología y el uso portátil y frenético de múltiples adminículos para conversar, escribir mensajes, oír música y radio, leer mensajes y periódicos, tomar fotografías y hacer videos, o los varios aparatos que hacen varias de estas cosas, lo que no obsta para que muchas personas quieran tenerlos todos a la vez. Todos sabemos que el 90% de las actividades que se realizan con estos aparejos son superfluas y absolutamente inútiles, por lo que el enser termina convirtiéndose en un objeto de obsesión.

Lo que me preocupa hoy es cerciorarme de que estas prácticas están conduciendo a olvidar la principal responsabilidad que tiene toda persona: el cuidado de sí, bien justificado por Aquino, Foucault y Boff. Todos estos personajes deambulan por recintos, parques, calles, ignorando deliberadamente al prójimo, los vehículos, las voces, los ruidos, las múltiples advertencias que adornan y afean los espacios públicos y, también los menos públicos, de las ciudades contemporáneas.

Se pierden el cielo azul, los árboles y las aves, cada vez más diversas, que surcan nuestro cielo, las situaciones que humanizan la urbe, la particularidad de cada transeúnte; pero esa es su libertad. Lo que no pueden eludir son sus deberes. Corren muchos riesgos, se caen, atropellan, y cada minuto del día y cada día de la semana están dándole oportunidades de lujo a los ladrones y otros pillos.

Indolentes respecto a la obligación de cuidarse a sí mismos, se han vuelto plañideras respecto a la crueldad del mundo que no los cuida ni mima ni protege, y claman por todos los medios para que el Estado les ponga al pie un policía. Pronto pedirán nodriza.

El Colombiano, 29 de julio

lunes, 30 de julio de 2012

Introducción a la Lección Inaugural del Doctorado en Humanidades, Universidad EAFIT

Seguimos preguntándonos qué son las humanidades. Como con tantos otros conceptos, nos vemos obligados a dar rodeos para responder esa cuestión.

El camino más habitual ha sido el de tratar de establecer ciertas ejemplaridades: Sócrates, Séneca, Abelardo, Leonardo, después, tal vez, Milton, John Donne, Wilhem von Humboldt, Emerson, Ortega. Cuando los nombres propios son más cercanos en el tiempo y en el espacio los consensos desaparecen. Muchos pueden polemizar con mi idea de humanistas criollos como Sanín Cano –cuyo centenario acaba de pasar desapercibido– o Fernando González –tan amado y tan denostado.

A veces el rodeo pasa por establecer quienes no son humanistas. Los técnicos y los especialistas –técnicos de más alta autoestima. Los científicos que aspiran a remplazar a los sacerdotes. Los cultivadores de disciplinas, porque no creo que los politólogos, filósofos, historiadores, literatos, puedan considerarse sin más humanistas. Haciendo un amago de pensar a la enemiga, diré que no creo que García Márquez –tal vez el mayor escritor vivo al lado de MacCarthy– sea un humanista.

Después se puede tratar de identificar unos rasgos muy generales: la búsqueda del sentido de las cosas y los hechos; el ejercicio permanente de la reflexión que modula, critica, recompone; una curiosidad visceral y casi patológica; la inclinación por pergeñar nuevas interpretaciones y modos de ver el mundo; la actividad del pensamiento vinculada con los sentimientos, las emociones y la empatía con nuestros semejantes.

A veces confundimos al humanista con el intelectual público pero, de nuevo, un ejemplo nos puede disuadir. Tal vez el humanista se parezca mucho al zorro que Isaiah Berlin teorizara a partir de la metáfora de Arquíloco.

Pero por elusiva que resulte la definición de las humanidades y de los humanistas lo que parece estar seguro es que los necesitamos. A uno de mis maestros –Carlos Alberto Calderón–le gustaba poner los ejemplos del amor o la fe para demostrar que hay cosas que son, a la vez, inefables e imprescindibles.

Creo que los tiempos inciertos, transitorios y fluidos que vivimos han suscitado un clamor angustioso por las humanidades. La autosuficiencia del científico y la temeridad del corredor de bolsa, la hibris de los poderes económico y político, no han impedido y, más bien, han contribuido a la actual crisis de la civilización, que algunos bienpensados ven solo como una crisis económica.

En esas cosas estaba pensando en estos tres años en los que, en compañía de un puñado de colegas inteligentes y voluntariosos, estuvimos trabajando en el diseño de esta propuesta de doctorado. Un programa que pretende ser contemporáneo y situado, y que quiere establecer conexiones entre saberes y disciplinas, para contribuir a la formación de investigadores y académicos terrenales.

Pero cuando llegó la hora de organizar los detalles, y en particular esta Lección Inaugural, las preguntas eran otras, también complejas pero más personales. ¿Cómo aprovecharla para realzar la consagración de esta institución, con sus profesores a la cabeza, a una propuesta arriesgada, alternativa y crítica? ¿A quién invitar para que efectuara este bautizo intelectual?

A nadie debe escapársele que este acto es también un reconocimiento a Jorge Orlando Melo porque cuando pensábamos en el titular de esta lección, estábamos respondiendo implícitamente la pregunta qué son las humanidades, a la que nos sigue ayudando el rodeo de decir este es un humanista.

27 de julio de 2012

viernes, 27 de julio de 2012

Libros por Colombia

Una rutina propia de la profesión que desempeño es dar respuesta, a estudiantes extranjeros y nacionales, sobre cuáles libros recomendaría para entender el país. Aparte de la profundidad que puede adquirir aquello de “entender”, pues ningún país se acaba de entender cabalmente, siempre doy respuestas diferentes pues hay lecturas que perduran, libros que revolotean ocasionalmente en nuestros estantes y problemas que sacan del olvido algunos textos.

Suponiendo la buena fe de la pregunta y que la reacción apropiada sea ir a leer alguna de las recomendaciones, y que la ideal sea superar cierta fase que podríamos llamar “Colombia para dummies”, me atrevo a recomendar algunas lecturas a propósito de otro 20 de julio.

Empiezo por tres libros que son esfuerzos por establecer una mirada larga a la historia del país. “El poder político en Colombia” (1996) de Fernando Guillén Martínez, una obra incubada en el departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional, que silenciosamente ha ido sedimentándose como un clásico en la materia, a pesar de sus ambiciones. “Colombia 1910-2010” (2010) editado por María Teresa Calderón e Isabela Restrepo incluye cuatro ensayos sobre política, economía, relaciones internacionales y cultura que ofrecen una panorámica del segundo siglo colombiano. “Orden y violencia” (1985) de Daniel Pécaut, que acaba de ser editado en su versión definitiva por el Fondo Editorial Universidad Eafit.

Una reflexión filosófica sobre acontecimientos de la época prerrepublicana y otros del siglo XX, es la que se desarrolla de manera muy bella en “Perfiles del mal en la historia de Colombia” (2009) de Ángela Uribe Botero.

Sobre los acontecimientos de las últimas tres décadas acaban de salir varios libros sugestivos. “Víctima de la globalización” (2012) de James D. Henderson. Me gusta más el subtítulo (“La historia de cómo el narcotráfico destruyó la paz en Colombia”) porque no creo que seamos víctimas de nada. En la Universidad de Los Andes se llevó a cabo un proyecto para examinar diversos aspectos de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y la carta política que originó. De allí salieron varios estudios publicados en formato pequeño, de los cuales me pareció particularmente importante “La paz en cuestión” (2011) de Julieta Lemaitre Ripoll. Más heterogéneo pero también llamativo es el material reunido en “Una carta política para reinventar la democracia” (2012) coordinado por Francisco Cortés Rodas.

Desde un ángulo completamente diferente, “La pasión de contar” (2009) de Juan José Hoyos compila y estudia parte de lo más representativo del periodismo narrativo en más de tres siglos, mientras “La eterna parranda” (2011) de Alberto Salcedo Ramos hace crónicas de las últimas dos décadas que cubre desde la cultura popular hasta relatos de la guerra.

Ice la bandera o no, cante el himno o no, parézcale apropiada o no la idea de patria, conocer nuestra historia y los estudios rigurosos de nuestro presente es un deber.

El Colombiano, 22 de julio

miércoles, 18 de julio de 2012

Drama juvenil

En Colombia hay problemas de problemas, ocultos o semiocultos. Pero tal vez el más oculto de todos sea el drama de nuestros jóvenes. Los jóvenes colombianos, por definición todos los menores de 25 años, son la minoría más importante del país después de los hombres. Según las proyecciones del censo del 2005 los jóvenes colombianos son 22.290.020, o sea el 49% la población. (En Colombia la única mayoría demográfica son las mujeres, que de hecho son más que los pobres.)

En el mundo hay 74,6 millones de jóvenes desempleados, para una tasa mundial del 12,6%. La cifra para América Latina y El Caribe bordea el 15%, mientras la tasa colombiana está en 19,4%. Esto significa que en el mapa mundial solo hay dos regiones peores que Colombia en materia de desempleo juvenil y son el norte de África y el África Subsahariana. El desempleo juvenil colombiano es el más alto de Suramérica. De hecho la tasa total de desempleo nuestra supera por márgenes del 40% al país que nos sigue que es Venezuela. En esta materia somos más parecidos a los países centroamericanos (OIT, Global Employment Trends for Youth: 2011 Update).

Aunque en el mundo los muchachos resultan un poco más perjudicados que las jovencitas, en Colombia el sesgo del desempleo es claramente antifemenino y nuestras chicas están en las mismas cifras que los jóvenes africanos. Una explicación probable de este sesgo es la precariedad del empleo juvenil. Con tasas de informalidad superiores al 40% y con el tradicional escoramiento gubernamental hacia la construcción y las obras públicas, es explicable que las jóvenes tengan menos oportunidades.

Sin embargo, parece que el desempleo juvenil masculino es uno de los factores que está asociado a las altas tasas de homicidio y la perduración de las guerras civiles. En el segundo sentido se orienta el trabajo doctoral del profesor Mauricio Uribe López. Una de las características de los países con guerras civiles largas son altas tasas de desempleo juvenil masculino y los estándares colombianos son muy parecidos a los de Filipinas y Etiopía, y superiores a los de India o Pakistán, para mencionar solo algunos casos.

Por si fuera poco, las tasas de subempleo son significativamente altas (43,5%). Y tal vez el caso más preocupante sea el llamado subempleo subjetivo que se ubicó en 2011 en 31,2%. ¿Por qué es tan preocupante esta cifra que, con seguridad, afecta más a los jóvenes? Porque ella ilustra la disociación entre expectativa y logro. Y usualmente esta disociación significa que los niveles de educación y capacitación no se corresponden con el tipo de contratos laborales y remuneraciones que los jóvenes están recibiendo.
Si esto es así estaríamos incumpliéndole a la sociedad la promesa de la movilidad social y a los jóvenes la promesa de que la educación es la salida, aquello que el profesor Renán Silva llama la “ilusión educativa”.

El Colombiano, 15 de julio.

jueves, 12 de julio de 2012

Después de la indignación

Dos años de bombo con la Unidad Nacional, el espíritu reformista del gobierno, el ánimo conciliador del Presidente como si fuera distinto del lentejismo habitual y la ingenua copia de la tercera vía han terminado estruendosamente porque alguien puso el grito en el cielo a tiempo.

Ese alguien, por supuesto, no fue el Presidente. Aunque saliera a denunciar micos, lo único irrebatible de todo esto es que el dueño y fundador del zoológico es el propio Santos. La opinión pública lo castigó con el peor descalabro en la popularidad de un presidente desde los tiempos de Ernesto Samper. Un precio muy alto y tal vez excesivo.

No se trata de la consecuencia de alguna primavera. Es apenas opinión sin movilización, indignación sin propósito, una expresión negativa ante una situación inaceptable. Sin embargo, no hay que despreciar esta reacción. La ciudadanía ha vuelto a enviar el mensaje de que no se debe menospreciar su cultura política. Un mensaje parecido a la no aprobación del referendo de Uribe, al llamado a la movilización del 4 de febrero del 2008, al campanazo de la primera vuelta presidencial del 2010.

La indignación ha sido sofocada con una maniobra jurídicamente dudosa pero políticamente necesaria, y la prensa escrita que está al servicio de la Casa de Nariño ha hecho el resto del trabajo. El escándalo ha sido sepultado. Puede que eso sea bueno para Santos, pero no lo es para la democracia, ni para la formación de cultura ciudadana, ni para propiciar los cambios que requieren las instituciones oficiales.

Lo peor que le puede pasar al país es que los únicos saldos de este episodio sean los resúmenes del año u otro recuerdo vago en la poco venerable historia de nuestra clase política. Hay que extraer lecciones de todo esto y esas lecciones deberán ser públicas.

La indignación es una expresión moral de la ciudadanía, pero sin deliberación y afirmación de unos valores políticos no pasará de ser una anécdota. Máxime cuando se expresa de modo tan fugaz y virtual, sin los elementos necesarios para calar en el imaginario colectivo. Acabamos de ver lo que pasó en Europa, donde la protesta ciudadana se pasmó sin mellar las estructuras políticas ni afectar las decisiones que marcan el rumbo de sus sociedades.

Hay que abrir un gran debate en varios frentes. Primero el del gobierno: ¿seguirá pensando más en legislar que en gobernar? ¿Para qué sirve la Unidad Nacional? Luego el congreso: ¿de quién es la responsabilidad de que esté dominado por los Corzo, los Merlano y las Liliana? ¿Quién responde porque semejantes figuritas presidan cámaras y comisiones? Después los partidos políticos: ¿mandan los partidos en el congreso o son mandaderos? ¿Son algo más que pasarela de delfines o máscaras de proa de diversas empresas, algunas criminales? Y la rama judicial: ¿qué hacer para reformar un poder cada vez más clientelizado, corrupto y renuente al cambio?

El Colombiano, 8 de julio

martes, 3 de julio de 2012

Retrato de familia con perrito

Nadie puede saber exactamente cuál es la historia detallada de la desde ahora célebre reforma a la justicia. Así de grande, largo e inextricable es el embrollo. Unas veces creo que todo lo que se dice es falso y otras que todo es verdadero, aunque sea contradictorio entre sí.

Los medios no ayudan mucho a esclarecer las cosas. Cada uno tiene un amigo a quien proteger. Todos a Santos y a Vargas Lleras, algunos más a los gloriosos partidos liberal y conservador. Todos se quieren comer vivos a la docena de desconocidos de la comisión de conciliación y al secretario del Senado, quien pareciera ser el auténtico Guasón, como si el ejecutivo no dispusiera a su antojo de la Unidad Nacional.

El caso es que resulta insultante que después de casi dos años de gestión de la reforma por parte del gobierno, de negociaciones con las cortes, el congreso y quien sabe quién más, y de dos años de crítica por parte la opinión calificada, ahora resulte que no hay responsables o que el único problema es el congreso. (En Antioquia ni siquiera les pedimos cuentas a nuestros representantes).

Ya sabíamos que a Corzo no le alcanzaba el sueldo para la gasolina, y Simón Gaviria declaró que el sueldo no le alcanza para leerse los proyectos de ley a punto de aprobarse. Lo que no sabíamos es que a Santos le alcanza la presidencia para viajar a cumbres protocolarias y firmar telecés, pero no para apersonarse del principal proyecto de su gobierno.

No sé bien a qué se parece esto. A una obra del absurdo, por supuesto pero ¿a cuál? Claro que también podría ser el universo del poemario infantil de Rafael Pombo pues tenemos renacuajos paseadores, pobres viejecitas, gatos bandidos, simones bobitos y más. En especial aquella Mirringa Mirronga que cree que puede convencer a los gatos de que no almuercen ratones.

A última hora me traicionó el inconciente con una canción de Joaquín Sabina que se titula “Retrato de familia con perrito” (Diario de un peatón, 2003). Es la historia de una pareja de viejos, comprometida tardíamente confundiendo la soledad con amor, que vivían en una ciudad llamada Ansiedad. La historia se hace familiar cuando dice el autor que “la realidad los aplastaba” ante lo cual “cerraban los ojos” y se inventaban otra. También está el perrito “sin pedigrí”, que “sabía ladrar hasta en latín” pero no mordía sino al “gato del alguacil”.

Tal vez sea una imagen muy elaborada pero me parece que esa pareja se parece a muchos de nosotros que nos inventamos una realidad mejor que la que vivimos y que el perrito podría ser nuestra justicia. Y la señora Lili Marleen, tan callada y discreta, nuestro pueblo. El caso es que dado que el anciano se llamaba Confusión, fue inevitable para mí imaginarlo con el rostro del presidente Santos. “Él se llamaba Confusión”.

El Colombiano, 1 de julio

miércoles, 27 de junio de 2012

Trípticos de Angelino

Hay personajes que parecen ser muy conocidos por su vida pública, larga, notable o ambas. Pero en muchos casos se trata de una simple apariencia. Se conocen sus caras, sus voces y ciertos estereotipos establecidos por la opinión publicada o por los humoristas, pero poco más. Tal vez sea el caso de Angelino Garzón, quien pasa por una delicada situación de salud, que es, adicionalmente, un caso de Estado por su condición de vicepresidente de la República.

Conozco a Angelino desde hace más de 30 años y en cada década he trabajado con él al menos una vez durante un tiempo apreciable. Filosóficamente hablando eso no quiere decir que uno conozca a alguien, pero sí permite dar cuenta de algunas facetas de la persona.

Desde 1970 la vida pública de Angelino ha tenido tres grandes etapas: la de dirigente sindical hasta 1990, la de dirigente político desde 1980 y la de funcionario de gobierno desde el 2000. Ninguna de estas etapas fue plana. Empezó como dirigente en una central sindical comunista pero terminó fundando una central pluralista (la CUT) en 1986. Mantuvo su militancia comunista hasta 1990, después de haber llegado al cargo más alto al que podía aspirar un líder no histórico (léase viejo) del comunismo colombiano.

Su gran transformación política se produjo en la encrucijada de 1990. Cayó el muro de Berlín y se perdió el régimen sandinista en Nicaragua, el 22 de marzo asesinaron a Bernardo Jaramillo, sus camaradas descubrieron que las Farc espiaban a Jaramillo por la desconfianza que les producía y se salieron del partido comunista, el M-19 invitó a Garzón a entrar en su lista para la constituyente. En lo que me consta, estoy seguro que el mayor orgullo de Angelino es el de haber sido miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, mucho más –creo– que ocupar la vicepresidencia.

En los últimos 20 años las convicciones de Angelino se construyeron alrededor de tres ideas fuertes: paz, democracia y concertación. En todas hizo contribuciones, pero la marca de su autenticidad es la concertación. La idea de que hay profundas diferencias de intereses y visiones en la sociedad que demandan espacios de diálogo permanente y voluntad de realizar acuerdos y hacer transacciones. Quizá no sepa Angelino, que esta es también la contribución de uno de los mayores pensadores de nuestro tiempo: Isaiah Berlin.

Pero para defender seriamente una idea como esta es necesario forjarse una personalidad apropiada. Angelino representa bien la moderación, la modestia y la conciencia del origen. Todavía era comunista cuando podía salir a comer con sus contradictores, después de una jornada de disputas agrias. Nunca se ha dado ínfulas, a pesar de una trayectoria tan peculiar y meritoria. Siempre recuerda su cuna bugueña y sus tardes dominicales de adolescente moviendo marcadores en el Pascual Guerrero, casi siempre dejando en ceros la tableta de su América. Estos son sus logros menos apreciados.

El Colombiano, 24 de junio

miércoles, 20 de junio de 2012

Recibir sin dar

Hace poco tuve la oportunidad de estar en un muy buen seminario sobre nuevas perspectivas en los estudios de la violencia, organizado por las universidades de Harvard y Los Andes. Muchos trabajos novedosos y arriesgados de investigadores jóvenes y el consabido interés que despiertan los ya posicionados.

Entre los primeros estaba un trabajo de Cárdenas, Casas, Méndez y Exadaktylos sobre preferencias sociales y justicia distributiva, que usa métodos de economía experimental y se inspira en los trabajos de Elinor Ostrom, la premio Nóbel de Economía del 2009 que murió esta semana (12 de junio).

El hallazgo de este trabajo es resumido por los autores así: “en los grupos más vulnerables y excluidos encontramos una correlación fuerte entre recibir más programas de apoyo del Estado y menores comportamientos pro-sociales”. En cristiano quiere decir que mientras más subsidios estatales recibe y más objeto de programas de asistencia social es un individuo –pobre en este caso– menos propenso es el mismo individuo a cooperar y solidarizarse con sus semejantes. Peor aún, entre 6 capitales latinoamericanas
Bogotá tuvo el peor indicador de expectativas de cooperación entre la gente.

Esto significa que habría un efecto indeseado en las políticas sociales tal y como están concebidas en Colombia, a saber, que ciertas medidas de asistencia social sostenida deterioran el capital social (confianza, solidaridad, asociacionismo, integración) de las comunidades más pobres. No es un argumento contra la justicia distributiva, sino contra la política de subsidiar o regalar.

Yo creería –Cárdenas no me proporcionó la respuesta– que este comportamiento puede hallarse también entre los ricos que viven de los favores del Estado: contratistas y rentistas de todo tipo. No es el tipo de burgués o de corporación que uno vea todos los días haciendo filantropía. Todo lo contrario, usualmente ni siquiera cumplen con la legislación sea laboral, ambiental o fiscal. Este sí sería un argumento contra el rentismo.

Si se mira bien los pobres no piden que les regalen nada. Los resultados de las encuestas de percepción de los proyectos Cómo vamos indican que, para 9 ciudades, lo que la ciudadanía demanda es más empleo y más seguridad, muy por encima de otros aspectos relacionados con el asistencialismo. La clase empresarial suele pedir más seguridad jurídica y perfeccionamiento del mercado que subsidios.

Claro que hay excepciones. Pobres que piden subsidios y ricos que piden subsidios más grandes que les complementen contratos enormes. A estas franjas es imposible satisfacerlas. Mientras más se les da, más se les queda debiendo. Se trata, como decía, Baudelaire de “reyes destronados”. Tienen todos los derechos y ninguna obligación. Y encima, según el estudio mencionado, menos le aportan a la sociedad.

Aquí hay una pista muy interesante para revisar y modificar las políticas sociales del Estado tanto a nivel nacional como local, pero hay un pequeño problema: si se acaba el asistencialismo subsidiado, el clientelismo queda herido de muerte.

El Colombiano, 17 de junio

viernes, 15 de junio de 2012

Contra Fajardo

La seriedad de las amenazas contra la vida del gobernador Sergio Fajardo esta semana no debe ser subestimada. La información provino del Ejército Nacional –la institución que goza de más credibilidad en el país– y fue confirmada por la Fiscalía. Mal servicio le prestan a la democracia medios como El Tiempo y El Espectador que sepultaron la nota y le adjudicaron la información al propio Fajardo.

Fajardo nunca ha hecho política con la violencia. En esto se distingue nítidamente de aquellos políticos que resultan amenazados cuando dejan de mojar prensa más de dos semanas o que creen que un séquito de guardaespaldas les da estatus. Solo por eso merece credibilidad. Pero si, además, su despacho se ve sometido a un operativo de protección por parte del CTI de la Fiscalía desde Bogotá, como sucedió en la noche del miércoles 6 de junio, aquella subestimación resulta insostenible. Técnicamente dejó de ser una amenaza y se convirtió en la debelación de un atentado.

Mi punto es que se trata de un asunto serio, contra la autoridad regional más importante del país, en un ambiente que se torna inseguro entre los titubeos del gobierno central y los juegos beligerantes desde los extremos del espectro político.

¿De dónde puede provenir esta acción? Fajardo nunca se ha enfocado en luchas personalizadas o vindicativas, nunca estigmatizó ningún partido por merecido que lo tuviera y se apartó siempre del tinglado de la polarización en la última década alrededor de la figura de Álvaro Uribe. Su perspectiva ha sido la de gobernar para todos, incluso cuando ha estado en campaña.

Pero sí se ha comprado una lucha. La lucha contra la corrupción, la criminalidad y la ilegalidad. Cuando esa lucha es genérica y abstracta, como cuando se publicó el Libro Blanco, nada pasa. Excepto, claro está, el pleitismo propio de los políticos que tienen pocos argumentos pero les sobran amigos en los tribunales. Pero cuando la lupa pasa del papel a los organismos de control y se investigan casos concretos, nombres de personajes, empresas de fachada, contratos a dedo y acomodados y desfalcos de varios cientos y miles de millones de pesos, la cosa cambia.

Es que aquí no se trata de honor sino de plata, no se juega el prestigio sino la libertad. Con este desplazamiento, las nobles banderas políticas y las trayectorias públicas van quedando a un lado y lo que emerge son prontuarios, antecedentes y asociaciones para delinquir. En estos casos, cuando una investigación es seria, termina poniendo en evidencia que existe una fina conexión entre miles de votos, centenas de contratos y decenas de balas.

Esta es la hipótesis más plausible, pero en este país y en esta región hay más probabilidades en juego. En cualquier caso y por el bien de todos, sería bueno que toda la sociedad antioqueña –incluyendo a los adversarios políticos de Sergio Fajardo– condenara públicamente estas acciones.

El Colombiano, 10 de junio.

martes, 12 de junio de 2012

La expropiación del fútbol

Desde tiempos inmemoriales se sabe de la importancia del deporte, el entretenimiento y el espectáculo en las sociedades. Desconfiadamente muchos creen que la expresión “pan y circo” es apenas una muestra de cinismo de las élites dominantes. Pero no. La vida sin pan puede ser dura, pero sin circo sería aburrida.

El fútbol ocupa el principal lugar global en la categoría circo. Más aun. Lamentando la decadencia de la Vuelta a Colombia, la inopia del boxeo, la falta de atención sobre deportes que en otras latitudes son exaltados, todo eso junto lo único que ha hecho es convertir al fútbol en el casi único esparcimiento del pueblo colombiano.

Este año la Dimayor decidió privatizar totalmente las trasmisiones de televisión. Ahora se anunció la creación de un canal futbolístico entre Direct TV y RCN. Esto ya sería la privatización definitiva e indefinida del espectáculo del fútbol colombiano. Pobre sí, lento, casi siempre torpe, pero es nuestro fútbol. El escenario donde busca oportunidades parte importante de nuestra juventud, la representación de identidades sociales y regionales, el principal medio para el uso del tiempo libre de las clases medias y bajas.

Los defensores del libre mercado podrán argumentar que se trata de un negocio legítimo entre empresas privadas. Ojalá fuera cierto. Todos los clubes profesionales viven en mayor o menor medida de los dineros públicos. No hay un solo equipo que no reciba dineros de las empresas industriales y comerciales del Estado, de alcaldías y gobernaciones, e incluso (una vergüenza) de una caja de compensación.

Un cálculo rápido me permite asegurar que los clubes de fútbol reciben al menos 100 mil millones de pesos al año que son dinero público. Contemos adicionalmente los gastos indirectos. Todos los equipos juegan en escenarios estatales, casi siempre mal arrendados. El simple gasto que supone dedicar una buena parte de la fuerza pública en cada fecha profesional y en cada partido incluyendo los de equipos de la B ya es alto.

Visto de esta manera la privatización de las trasmisiones televisivas del fútbol colombiano funcionaría de esta manera: todos los colombianos financiamos los clubes en patrocinios, escenarios y boletería, unos señores dueños de los clubes reunidos en una cosa llamada Dimayor le venden los derechos a los angelitos de Direct Tv y RCN, que después nos van a cobrar la trasmisión. En resumen, nos van a vender dos veces el mismo producto. ¡Eso no es libre mercado! Se trata de puro latrocinio.

La clave de todo este asunto la dio Hernán Peláez hace unos meses en un consejo a José Pékerman (El Espectador, 01.01.12): “Si Blatter, el terrorífico presidente de la Fifa, ya está cuestionado por sobornos y compra de votos, mal puede esperar que los discípulos de él sean mansas palomas”; los de Colfútbol “sólo piensan en el billete acumulado en Suiza y en la viajadera”.

El Colombiano, 3 de junio