Fue a mediados de 2011 cuando se le cayó la máscara a Jorge Osorio Ciro y supimos que “Sueños del balón” sería nuestra peor pesadilla. El periodista Mauricio González lo entrevistó en su programa de televisión “Gente, pasión y fútbol”. Ciro llegó con su autoconciencia de ser el mejor hincha, el más sabio y el mejor de los antioqueños. Al segundo cuestionamiento de González se descompuso como el personaje de Jack Nicholson en “Cuestión de honor” (1992), y todos supimos que nos estaban engañando y que ya nos habían atracado. La vigilancia que ejerció Wbeimar Muñoz Ceballos le hizo acreedor a varias amenazas.
“Sueños del balón” vendió completas dos nóminas campeonas del Deportivo Independiente Medellín, entre ellos a Jackson Martínez, Aldo Bobadilla y Juan Guillermo Cuadrado. Y el equipo quedó sin los jugadores y sin la plata. Peores, mucho peores que ese otro pirata llamado Jorge Castillo que hace 20 años vino a hacer lo mismo, y nos dejó en la misma condición que Malevo, desde su columna en El Espectador, llamó alguna vez “el equipo de la lástima”.
Comenzamos el 2012 jugando el papel de candidato a la B en el folklor futbolístico. Y en medio de la inopia, la empresa saqueadora de la que Ciro era la fachada, acabó con lo poco que había. En el mercado de la carne humana vendieron, incluso, a Leyton Jiménez lesionado y cometieron el inapropiado acto de venderle los jugadores seleccionables al rival de patio. Después le embargaron la cantera a los nuevos directivos, obligando al equipo a competir con una nómina improvisada y corta.
Que la fe y el escepticismo pueden convivir, es algo que sólo pueden testimoniar los hinchas de algunos equipos de fútbol, y en este país solo los del Poderoso. Un amor ciego al rey de corazones y el ojo siempre alerta con los timadores que, con más frecuencia de la que quisiéramos, se adueñan del equipo.
Después llegaron las contingencias deportivas que, por su convergencia, dieron la impresión de una conspiración. Más de una docena de puntos esquilmados por los árbitros en los minutos finales de varios partidos, la suspensión del técnico durante medio torneo y la reiterada sanción de los pocos jugadores con experiencia en la nómina. Con 12 mil hinchas en Armenia, la camiseta sagrada aseguró su presencia inesperada en la semifinal. Contra todos los pronósticos llegó a la final, en la que los entendidos daban por hecho que el contrario ganaría sobrado.
El año termina con una transición que, ojalá, estabilice la administración del equipo y permita una celebración digna del centenario de la institución roja. Gracias a la directiva provisional, gracias al cuerpo técnico encabezado por un Hernán Gómez que parece estar reinventándose; gracias a los jugadores que descubrieron el secreto de este equipo; pero sobre todo gracias a una hinchada incondicional y agradecida.
El Colombiano, 23 de diciembre
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