jueves, 13 de diciembre de 2012

Jarto con el cable

En los noventa Bruce Springsteen escribió una canción que se titulaba, traduzco, “57 canales (y nada)”. Me pareció un tema propio de la vida anodina en el mundo contemporáneo y posindustrial. Pero sobre lo anodino uno pasa y no pasa nada, otra cosa es cuando aquello es claramente malo, repetitivo y tonto. De eso se trata la televisión por cable.

La televisión por cable es una de las muestras de las innumerables fallas del mercado. Llámese como se llame el operador, sea nacional o extranjero, lucrativo o comunitario, baratos o caros, todos están amarrados al mismo proveedor que empaqueta –como dicen los mercadotecnistas– los mismos canales con pequeñas variaciones.

La única diferencia significativa está en el fútbol. Los comunitarios te pasan algún partido más de la liga gaseosa, digamos entre Patriotas y Envigado, lo que no aporta ninguna emoción al fin de semana. Los exclusivos te filtran partidos de las anestésicas ligas holandesa o francesa, en las que ni siquiera hay lugar para el humor. Las demás diferencias están en el “pague por ver”, para acceder a películas que dentro de 2 años repetirán una y otra vez en los canales del paquete ordinario.

Después viene la distribución por franjas en el menú. Primero, está la Colombia privatizada de la crónica roja y las modelos en paños menores, con la poca imaginativa combinación de las dos. Sin acceso, claro está, a la otra media Colombia de los canales regionales, en las que al menos se respira autenticidad. ¿Por qué no podemos ver Telecaribe, Telepacífico y Telecafé? No lo entiendo.

Tenemos la folklórica franja argentina de canales deportivos, adornada con algunos colombianos para que veamos más representatividad. Una franja en la que un partido de la cuarta división argentina –entre Excursionistas y Sacachispas, por ejemplo– es más importante que otro de la primera de Brasil o Ecuador, en la que cualquier evento de trascendencia es interrumpido durante media hora para escuchar las declaraciones de un jugador de Boca. Esta semana fue la tapa: la muerte de Miguel Calero no trascendió más allá de un titular en la barra de resultados como un asunto “cafetero”, como dicen allá.

Salta uno al islote de los telepredicadores que colonizan unos cinco canales y que se reparten equitativamente entre criollos y europeos, como la inefable madre Angélica. Alguno comentará que tienen mucho rating, por mi parte propondría que pasaran al “pague por ver” (a ver si alguien paga).

Todo esto en medio de diversas ofertas anglosajonas, que se mueven entre las estupideces para niños dobladas por mexicanos y las ordinarieces para adolescentes sin doblaje alguno. No todo es espantoso. Con algo de paciencia y mucha suerte es posible que no te den algo repetido en “Film & Arts”. Todo se resuelve fácil o barato: apretando el botón de “stand by” o cancelando el servicio.

El Colombiano, 9 de diciembre

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