Hace poco tuve la oportunidad de estar en un muy buen seminario sobre nuevas perspectivas en los estudios de la violencia, organizado por las universidades de Harvard y Los Andes. Muchos trabajos novedosos y arriesgados de investigadores jóvenes y el consabido interés que despiertan los ya posicionados.
Entre los primeros estaba un trabajo de Cárdenas, Casas, Méndez y Exadaktylos sobre preferencias sociales y justicia distributiva, que usa métodos de economía experimental y se inspira en los trabajos de Elinor Ostrom, la premio Nóbel de Economía del 2009 que murió esta semana (12 de junio).
El hallazgo de este trabajo es resumido por los autores así: “en los grupos más vulnerables y excluidos encontramos una correlación fuerte entre recibir más programas de apoyo del Estado y menores comportamientos pro-sociales”. En cristiano quiere decir que mientras más subsidios estatales recibe y más objeto de programas de asistencia social es un individuo –pobre en este caso– menos propenso es el mismo individuo a cooperar y solidarizarse con sus semejantes. Peor aún, entre 6 capitales latinoamericanas
Bogotá tuvo el peor indicador de expectativas de cooperación entre la gente.
Esto significa que habría un efecto indeseado en las políticas sociales tal y como están concebidas en Colombia, a saber, que ciertas medidas de asistencia social sostenida deterioran el capital social (confianza, solidaridad, asociacionismo, integración) de las comunidades más pobres. No es un argumento contra la justicia distributiva, sino contra la política de subsidiar o regalar.
Yo creería –Cárdenas no me proporcionó la respuesta– que este comportamiento puede hallarse también entre los ricos que viven de los favores del Estado: contratistas y rentistas de todo tipo. No es el tipo de burgués o de corporación que uno vea todos los días haciendo filantropía. Todo lo contrario, usualmente ni siquiera cumplen con la legislación sea laboral, ambiental o fiscal. Este sí sería un argumento contra el rentismo.
Si se mira bien los pobres no piden que les regalen nada. Los resultados de las encuestas de percepción de los proyectos Cómo vamos indican que, para 9 ciudades, lo que la ciudadanía demanda es más empleo y más seguridad, muy por encima de otros aspectos relacionados con el asistencialismo. La clase empresarial suele pedir más seguridad jurídica y perfeccionamiento del mercado que subsidios.
Claro que hay excepciones. Pobres que piden subsidios y ricos que piden subsidios más grandes que les complementen contratos enormes. A estas franjas es imposible satisfacerlas. Mientras más se les da, más se les queda debiendo. Se trata, como decía, Baudelaire de “reyes destronados”. Tienen todos los derechos y ninguna obligación. Y encima, según el estudio mencionado, menos le aportan a la sociedad.
Aquí hay una pista muy interesante para revisar y modificar las políticas sociales del Estado tanto a nivel nacional como local, pero hay un pequeño problema: si se acaba el asistencialismo subsidiado, el clientelismo queda herido de muerte.
El Colombiano, 17 de junio
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