El presidente de Millonarios Felipe Gaitán, en una demostración tanto de sus buenas intenciones como de que no sabe nada de fútbol, propuso quitarle al equipo las dos estrellas que lograron bajo el patronato de Gonzalo Rodríguez Gacha. Algunos políticos salieron a ensalzar y a encimar. Armando Benedetti, por ejemplo, pidió que Nacional y América también hicieran lo mismo (El Espectador, 25.09.12). Nadie ha sugerido qué deben devolver los clubes de mafiosos que no ganaron títulos.
El caso es sugerente en sí mismo, ¿de quién son los triunfos futbolísticos? ¿De los administradores? ¿De los deportistas? ¿De la afición? Y también lo es en relación con los dineros del narcotráfico. Si es loable la propuesta de Gaitán, ¿debe devolver el cardenal Darío Castrillón las limosnas recibidas? ¿Cómo hacer para que Ernesto Samper devuelva la presidencia? Algunos congresistas, alcaldes y reinas de belleza, ¿entran? ¿Y las casas de “Medellín sin tugurios”? La relación puede ser infinita. Y la tentación de hablar de todo, también.
Me interesa la manera como se ha vuelto habitual en Colombia pensar la justicia. Entre las tipologías de la justicia existe una muy elemental. Justicia retroactiva y justicia prospectiva. La justicia retroactiva busca en el pasado y trata de corregir las desviaciones de una distribución inicial que se cree justa o legítima. La justicia prospectiva se piensa en términos del futuro inmediato; su asunto es fijar las reglas para una distribución justa dadas unas condiciones determinadas.
Es muy inquietante percibir que la moda para hablar de justicia en Colombia se enmarca en la justicia retroactiva. Por varias razones: primero, porque pone a la sociedad a mirar hacia atrás en lugar de pensar en su futuro; segundo, porque consagra el supuesto falso y reaccionario de que “todo tiempo pasado fue mejor” y que lo que hay que hacer es corregir los agravios acumulados para volver a la situación original.
La tercera razón es práctica y es la que me parece más importante. La justicia retroactiva es muy compleja en el mundo real y con mayor razón en Colombia. Venimos en tiempos tan recientes como 1990 de un Estado con baja capacidad, en un país en el que los títulos de propiedad son relativamente nuevos y en su mayor parte de orígenes discutibles. Gran parte de nuestras instituciones sociales y de nuestra economía son informales. En cierto modo, apenas estamos empezando a organizar una comunidad política moderna con la Constitución de 1991 y el fortalecimiento del Estado en los últimos 15 años. Una inserción de las guerrillas residuales a esa comunidad política sería otro paso adelante.
Hacer justicia hacia el pasado es imposible y tiene un peligroso efecto distractor. Nos distrae de pensar en las condiciones de la justicia en el presente y para las próximas generaciones. Y ni hablemos de lo lastimoso que resulta dar golpes de pecho, pero en pecho ajeno.
El Colombiano, 30 de septiembre
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