La palabra mimado es tan común en el español que siempre parece un localismo. No es tan dura como su sinónimo “malcriado”, ni tan blanda como la pretendidamente neutral “consentido”. Así que la cortesía ha ido desalojando la palabra de nuestro vocabulario, pero eso no ha evitado que el mundo produzca sus mimados.
Cuando el filósofo alemán Peter Sloterdijk esbozó su teoría de la globalización en el 2005, la crisis económica europea ni se intuía y las evidencias de la protección del Estado de bienestar a los ciudadanos del continente eran irrefutables. Sloterdijk se percató entonces de la existencia de diversos tipos de mimados creados por la opulencia europea.
Su taxonomía establece cinco figuras del mimado. El primero es el que obtiene ingresos sin trabajar o cuyos ingresos no guardan ninguna relación con el esfuerzo (herederos, especuladores, saqueadores). El segundo mimado es el famoso gorrón, el que disfruta de los frutos que ofrece la sociedad sin haber hecho su aporte o haber luchado por ello. El tercer mimado es el que recibe prestaciones protectoras “sin disponer de una historia de infortunio propia”, un sistema de seguros para aquellos a los que no las pasa nada, o sea personajes sobreasegurados. El mimado de los nuevos medios es el cuarto, el que dispone una formación sin experiencia y sin exigencia. El último mimado es el que goza de fama sin haber realizado obra alguna, quien se convierte en sujeto prominente solo como construcción mediática, sin que se pueda dar razón alguna del porqué es famoso o influyente. Acomodados y famosos prematuros.
Sloterdijk supone que estas figuras del mimado son como pisos en un palacio de cristal y que es frecuente que los habitantes del mismo se muevan mediante un ascensor (si hubiera escaleras ya no serían tan mimados) entre los cinco pisos de esta edificación. Mejor resistir la tentación de proponer nombres propios para cada categoría. Que cada cual haga un ejercicio.
Lo cierto es que, al final, la ruina económica y la esclerosis política europea han arrojado a millones de mimados a la calle sin que estuvieran preparados para ello, y dejan un puñado de sobrevivientes del invernadero que construyeron desde hace 60 años y que empezó a resquebrajarse en Los Balcanes.
Nuestra propia miseria, la latinoamericana, es que también acá existen unos cuantos mimados –tal vez el 25% de nuestras sociedades– que conviven con millones de gentes que solo conocen la fatiga, el esfuerzo, la lucha, la sangre, el sudor y las lágrimas, y ven de lejos la opulencia, la seguridad, la protección, el conocimiento y la fama, sin probar apenas esporádicamente alguna migaja de ellos. Y quedan restos de los mimados tradicionales: los del abolengo, la hacienda o la plata. En todo caso, el mimado no conoce el enunciado de Homero Expósito: “primero hay que saber sufrir”.
El Colombiano, 14 de octubre
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