martes, 3 de julio de 2012

Retrato de familia con perrito

Nadie puede saber exactamente cuál es la historia detallada de la desde ahora célebre reforma a la justicia. Así de grande, largo e inextricable es el embrollo. Unas veces creo que todo lo que se dice es falso y otras que todo es verdadero, aunque sea contradictorio entre sí.

Los medios no ayudan mucho a esclarecer las cosas. Cada uno tiene un amigo a quien proteger. Todos a Santos y a Vargas Lleras, algunos más a los gloriosos partidos liberal y conservador. Todos se quieren comer vivos a la docena de desconocidos de la comisión de conciliación y al secretario del Senado, quien pareciera ser el auténtico Guasón, como si el ejecutivo no dispusiera a su antojo de la Unidad Nacional.

El caso es que resulta insultante que después de casi dos años de gestión de la reforma por parte del gobierno, de negociaciones con las cortes, el congreso y quien sabe quién más, y de dos años de crítica por parte la opinión calificada, ahora resulte que no hay responsables o que el único problema es el congreso. (En Antioquia ni siquiera les pedimos cuentas a nuestros representantes).

Ya sabíamos que a Corzo no le alcanzaba el sueldo para la gasolina, y Simón Gaviria declaró que el sueldo no le alcanza para leerse los proyectos de ley a punto de aprobarse. Lo que no sabíamos es que a Santos le alcanza la presidencia para viajar a cumbres protocolarias y firmar telecés, pero no para apersonarse del principal proyecto de su gobierno.

No sé bien a qué se parece esto. A una obra del absurdo, por supuesto pero ¿a cuál? Claro que también podría ser el universo del poemario infantil de Rafael Pombo pues tenemos renacuajos paseadores, pobres viejecitas, gatos bandidos, simones bobitos y más. En especial aquella Mirringa Mirronga que cree que puede convencer a los gatos de que no almuercen ratones.

A última hora me traicionó el inconciente con una canción de Joaquín Sabina que se titula “Retrato de familia con perrito” (Diario de un peatón, 2003). Es la historia de una pareja de viejos, comprometida tardíamente confundiendo la soledad con amor, que vivían en una ciudad llamada Ansiedad. La historia se hace familiar cuando dice el autor que “la realidad los aplastaba” ante lo cual “cerraban los ojos” y se inventaban otra. También está el perrito “sin pedigrí”, que “sabía ladrar hasta en latín” pero no mordía sino al “gato del alguacil”.

Tal vez sea una imagen muy elaborada pero me parece que esa pareja se parece a muchos de nosotros que nos inventamos una realidad mejor que la que vivimos y que el perrito podría ser nuestra justicia. Y la señora Lili Marleen, tan callada y discreta, nuestro pueblo. El caso es que dado que el anciano se llamaba Confusión, fue inevitable para mí imaginarlo con el rostro del presidente Santos. “Él se llamaba Confusión”.

El Colombiano, 1 de julio

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