lunes, 27 de diciembre de 2021

Falta humor

Malos tiempos para la risa y el humor en el mundo. Los radicales islámicos empezaron condenando a muerte a los escritores y a los caricaturistas provocadores, ejecutaron atentados contra intelectuales y medios de comunicación. Tal espíritu se apoderó de muchos sectores en Occidente, básicamente semisabios o semitontos que adoptaron la bandera de la corrección política y montaron una nueva inquisición. El último presidente colombiano que se rio fue Andrés Pastrana, que degustaba las bromas pesadas de Jaime Garzón. Quizás el comienzo criollo haya sido el asesinato del magnífico bufón. Desde entonces el país pasó de la irreverencia de Humberto Martínez Salcedo —creador de El corcho, colaborador de mi paisano Ci-mifú, y más conocido como el maestro Salustiano— al hálito tenebroso de su hijo el exfiscal Néstor Humberto.

Los ataques que se desataron en Estados Unidos y Europa contra el comediante Dave Chappelle representan el capítulo más reciente contra los humoristas. Mientras Chappelle —“negro y asquerosamente rico”, como se presenta— dedicó sus monólogos a los problemas raciales y sociales fue celebrado, además, porque sus posturas políticas son progresistas. Pero empezó a burlarse de los homosexuales y transgénero y ahí fue Troya. Por fortuna, la dirección de Netflix ha soportado la presión basados en la libertad de expresión y la distinción antigua entre el mundo de la burla y el mundo real. Y es que los fueros de la esfera burlesca se respetaron hasta en las monarquías absolutas, la vaticana entre ellas.

Cuando el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) abordó el tema de la comicidad avisó que lo hacía “con el respeto que se le debe a la vida”. Bergson encuentra en el humor un rasgo enteramente humano, razonable, metódico, artístico, imaginativo, dice, aunque lo veamos absurdo y loco. El humor amplía los límites comunicativos de los seres humanos y demanda una sensibilidad y una inteligencia que están siendo amenazadas. Estos grupos de vociferantes que no entienden el sarcasmo, la ironía, la ambigüedad, que solo conocen lógica y literalidad y detestan lo que es difícil de comprender, dan miedo.

Entre los novelistas, Milan Kundera es uno de los que más se ha ocupado del tema, en especial cuando vivía bajo la égida totalitaria en Checoslovaquia. En una de sus obras —El libro de la risa y el olvido, 1979— distingue entra la auténtica risa que cuestiona el significado racional del mundo y que amplía los horizontes de la vida, y la risa angélica, impostada, que solo ve bondad y belleza alrededor (Howard Jacobson, “The unbearable lightness of being cancelled”, UnHerd, 20.12.21). Además de crítica e irreverente, la risa verdadera también puede ser escéptica y despreciativa, incluso procaz y ultrajante, algo de lo que hizo gala Dante Alighieri en su “Divina Comedia”.

Esta columna seria sobre el peligro de la seriedad fanática debe leerse el Día de los Santos Inocentes.

El Colombiano, 26 de diciembre

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Bases llenas sin outs

 Bases llenas sin “outs”

¿Por qué no hay más libros editados sobre la 
historia del béisbol colombiano?


Contexto, 20 de diciembre de 2021

lunes, 20 de diciembre de 2021

Sobra el odio

Hay mucho odio en Colombia. Eso no se mide; está en el aire, se siente y se huele. El pensamiento filosófico converge en afirmar que el odio es una afección que resulta de la retención de la rabia y el resentimiento, de su represamiento y fermentación a lo largo del tiempo. Pero a diferencia de estos —de la rabia y el resentimiento— el odio no es un sentimiento moral, es “una actitud psíquica permanente” (Max Scheler).

No cabe duda de que tenemos razones para la amargura y de que son amargas las múltiples grietas que nos dividen como sociedad. Más allá de percepciones y emociones individuales y colectivas, tenemos bases concretas para llevar a cabo y sostener diversos conflictos sociales. Pero a los conflictos, en particular, los políticos les sobra el odio. El adversario político “no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico”, dijo Carl Schmitt.

Los pensadores cristianos distinguían dos tipos de odio, la abominación y la enemistad. Se entendía la abominación como el rechazo intenso de ciertas ideas, rasgos personales o comportamientos de una persona y, por extensión, de un grupo social. La modernidad ofreció soluciones —eficientes durante largo tiempo— a este tipo de incompatibilidades: las libertades de conciencia y expresión, la tolerancia, la deliberación, la democracia. La enemistad se dirige contra la persona, de modo directo, cuyo mal se encuentra satisfactorio y se busca. La modernidad acotó la enemistad mediante el monopolio de la violencia por parte del estado y revivió la tradición del derecho de gentes cuando se trataba de casos extremos.

Si el odio permanece en modo pasivo carece de impacto social; afecta, sí, a las personas que lo albergan. Se vuelve un asunto terapéutico ya que, como dice Carlos Thiebaut, “quien odia se encadenará al objeto de su odio y se dañará a sí mismo”. Las cosas se agravan cuando los rencorosos se ponen en modo activo porque todo odio manifiesto, el verbal por ejemplo, constituye un vector de violencia física, de daño. Por eso se ha codificado penalmente el discurso del odio.

El odio ideológico y político es uno de los rasgos del fanatismo. Y el fanatismo siempre fue excluido del arte político por la simple razón de que es contraproducente. Me explico, mientras más rencor y fanatismo incube un grupo social es menos probable que cumpla con sus propósitos. El resultado más probable será mayores calamidades y dolores, propios y ajenos. Quienes siguen viendo a sus semejantes y compatriotas como enemigos más que adversarios, quienes creen que hay buenos y malos, héroes y villanos esenciales, quienes abandonaron los argumentos y solo “odian por odiar” (W. H. Auden), cargan con la responsabilidad de la violencia.

Con estos párrafos procuro enviar un mensaje público de navidad. En la privacidad, el amor.

El Colombiano, 19 de diciembre

lunes, 13 de diciembre de 2021

Cancha desnivelada

No existen democracias liberales puras. El politólogo Robert Dahl intentó sin mucho éxito establecer la categoría “poliarquía”, hace 65 años, para reflejar mejor los distintos niveles de las democracias históricas. Desde otra perspectiva, el deterioro de algunos componentes necesarios de la democracia se ve como un decaimiento o retroceso conducente hacia el autoritarismo. Me ocupo de uno de esos componentes: la imparcialidad, llamada coloquialmente por algunos estudiosos como un campo de juego nivelado, lo que implica que no exista intervención externa en el proceso electoral (Levitsky y Way, Competitive Authoritarianism, 2010).

Creo que en Colombia, la cancha está desnivelada desde el 2005 hasta hoy. Inicialmente la desniveló la reelección presidencial. El hecho es que ninguno de los dos presidentes en ejercicio perdió las elecciones y cuando alguno estuvo a punto de perderlas —Santos en 2014— las palancas gubernamentales se activaron para impedirlo. Recuérdese la financiación ilegal de la campaña, por la que está condenado su gerente Roberto Prieto, o la intervención de la Fiscalía en el caso de un hacker.

La intervención presidencial en la campaña electoral es la segunda forma de parcialidad que hemos visto en este siglo. El evento más descarado se dio en las elecciones de 2010, cuando el entonces presidente Álvaro Uribe no solo postuló a su sucesor —Juan Manuel Santos— sino que intervino activamente para descalificar a Antanas Mockus —“el caballito discapacitado”— y detener la llamada ola verde. Iván Duque también está intentando desprestigiar a algunos candidatos y fuerzas políticas, algo inaceptable según las reglas de juego democráticas.

El abuso de poder de los titulares de los órganos de control ha sido la otra forma. Baste recordar al procurador Alejandro Ordóñez cuya gestión sectaria e ilegal ha redundado en varias condenas al estado colombiano. Ordóñez se ensañó con los mandatarios regionales que tenían vínculos con el Polo Democrático y el Partido Verde, y destituyó a Gustavo Petro y Alonso Salazar, fracasando en el intento. El contralor Felipe Córdoba y el fiscal Francisco Barbosa siguen su camino abriendo procesos temerarios para bloquear la candidatura de Sergio Fajardo. Lo que hay detrás de esta larga cadena de hechos es la intención de impedir el triunfo de cualquier fuerza de oposición.

Que la pulsión autoritaria que subyace a la sistemática parcialidad de algunos organismos estatales en los procesos electorales no es menor ni acotada se demuestra por la violenta conculcación de las libertades civiles y los inquietantes ataques a la libertad de prensa. Baste saber que la plenaria de la Cámara de Representantes aprobó un artículo (68 del Proyecto de Ley Anticorrupción) que castiga la crítica y el cuestionamiento de los funcionarios públicos. La ciudadanía debe saber que los representantes antioqueños Nidia Marcela Osorio y Germán Blanco (conservadores) y Mónica Raigoza (partido de la U) votaron a favor de esa norma (Kienyke, 08.12.21).

El Colombiano, 12 de diciembre

lunes, 6 de diciembre de 2021

Al garete

Hace casi cinco años varias personas y organizaciones locales lanzamos una alerta sobre el futuro inmediato de Medellín (“Alcalde, Medellín es frágil”, El Colombiano, 23.01.17), una muestra de esa preocupación fue el surgimiento del grupo llamado “Medellín pa’dónde vamos”. Lo recuerdo porque esa era y sigue siendo la pregunta. Poco después apareció el informe de memoria histórica de la ciudad en el que se interpretó la crisis de los años setenta a partir de estos elementos: un crecimiento que desbordó la visión institucional, fractura de las élites, pérdida de la guía de conducta sociocultural y falta de proyecto. Esto condujo a lo allí se llamó el “gran desorden” de los años ochenta.

Desde entonces, cada nueva grieta en el tejido institucional antioqueño me convence de que estamos en una situación muy parecida a esa. En 1975, digamos, todavía disfrutábamos de los resultados de las grandes reformas de mitad de siglo y del crecimiento industrial; éramos la tacita de plata y la capital moderna del país. Después llegó la década del no futuro y los apelativos grotescos de la ciudad: “mierdellín”, “metrallín”. Lo único que faltaba era el episodio —que parece un déja vù— en el que un grupo de inversionistas extranjeros con mascarón de proa colombiano pretende tomar el control de algunas de las empresas más grandes de la región.

Ya perdimos, aunque sea temporalmente, el gobierno de la ciudad y el manejo de EPM. La ciudad extravió su rumbo estratégico desde antes de Quintero, hay que decirlo, y lo único que interesa en La Alpujarra es la nómina, los contratos, las comisiones y el músculo electoral para el hermoso binomio que están conformando Luis Pérez y Gustavo Petro. Los negociantes ilegales y rentistas están haciendo su agosto, y no lo disimulan. El empresariado moderno se dejó enredar en las peleas de los políticos, se fragmentó y no renovó sus liderazgos. Las organizaciones sociales están dedicadas principalmente a la subsistencia, mientras las voces cívicas están dispersas.

Los pregoneros de lo que alguien llama el “optimismo fraudulento” mostrarán las cosas buenas, pero lo cierto es que lo que llamo la red cívica perdió la iniciativa y la masa crítica para sostener el proyecto de ciudad. La red predatoria está a la ofensiva, es decir, la conjunción de intereses entre políticos, mafiosos y negociantes que usan la violencia y la política como vías de acumulación de riqueza y poder. Estamos a la defensiva y nada más demostrativo que el esfuerzo de los gerentes por proteger a Nutresa y a Sura. Los antioqueños lo sienten, como lo muestra la Encuesta Mundial de Valores (“Una encuesta deja ver el pesimismo antioqueño”, El Colombiano, 30.11.21).

De esta salimos, digo. Para ello se necesita más valor, mejores ideas, y más acuerdos que permitan reconstruir la ciudad con criterios de equidad, sostenibilidad y libertad.

El Colombiano, 5 de diciembre

lunes, 29 de noviembre de 2021

Paz polémica

En Colombia hacer la paz es una tradición: desde la Guerra de los Mil Días todas nuestras contiendas terminaron con negociaciones y acuerdos; entre 1975 y 2018 hubo 22 acuerdos con distintos grupos. Y desde el siglo XIX hemos sido un país generoso en indultos y amnistías. Es lo que nos distingue en Hispanoamérica, no las guerras, rubro en el que nos ganan los mexicanos y empatamos con los argentinos (Giraldo, Fortou y Gómez, “200 años de guerra y paz en Colombia: números y rasgos estilizados”, 2019).

¿Qué pasó, entonces, en el siglo XXI? La paz en Colombia siempre fue consentida y sus opositores fueron minorías exóticas, como los críticos de Rafael Uribe Uribe o los que rabiaron contra el Frente Nacional. Luego llegó nuestro tiempo, el de la paz polémica. Mis hipótesis explicativas sobre la paz realizada en medio de agrios desacuerdos son tres: en el país ganó adeptos la idea de que había enemigos absolutos que debían ser exterminados, apoyada en los rezagos fanáticos de la Guerra Fría; el humanitarismo liberal logró imponer la idea de que la justicia era tanto o más importante que la paz; y el dolor y el resentimiento de las víctimas fue explotado por fuertes líderes políticos.

La primera paz polémica está representada por los dos acuerdos de la primera administración de Álvaro Uribe con los grupos paramilitares. A ella se opusieron los humanitaristas globales, la intelectualidad ideologizada y algunos sectores de izquierda (no todos). La segunda paz polémica fue el acuerdo del Teatro Colón con las Farc, cuya oposición fue encabezada por Uribe, detrás de quien se escondieron importantes sectores dirigentes del país.

Los dos procesos de paz no fueron tan distintos. De hecho la institucionalidad que se creó durante el mandato de Uribe Vélez se replicó, en algunos casos se mejoró o se amplió, para el caso de las Farc. La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, el Tribunal de Justicia y Paz, la Ley de Víctimas, el Centro de Memoria Histórica, la agencia para la reincorporación de los desmovilizados, esos entes se crearon para materializar los acuerdos con los paramilitares. La paz con los paramilitares pasó por el congreso y la Corte Constitucional, no fue la paz de Uribe, fue la paz del estado colombiano con varios grupos armados ilegales. La paz con las Farc tampoco fue la paz de Santos, del mismo modo, es la paz del estado colombiano. Las contrapartes también eran grupos armados que, en distintas proporciones, mezclaban ingredientes políticos y criminales, incluyendo los negocios del narcotráfico.

La gran diferencia entre las dos paces consiste en que la última incluía beneficios directos y perceptibles para las regiones más pobres y afectadas del país. Ellas fueron las perjudicadas por el radicalismo contra el acuerdo del Teatro Colón, cuya firma hace cinco años, muchos celebramos.

El Colombiano, 28 de noviembre 

jueves, 25 de noviembre de 2021

Graham Nash, Myself at Last

Yo mismo al fin

La luz se desvanece lentamente
Y la noche llega rápido
Me estoy ahogando en mis sueños
Es tan difícil luchar contra el pasado
Cuando todo está dicho y hecho
Es difícil calcular el costo

Cuando estoy rodando hacia abajo
Por este camino solitario
Para perderme al fin

El día que irrumpe ante mí
Puede que no sea superado
Y la pregunta me persigue
¿Es mi futuro solo mi pasado?
Entonces le estoy gritando al universo
Como para hacerla reír

Con todo lo que he hecho
He tratado de ser mejor
Pero ante todos mis conocidos
He tenido una especie de prueba
Cuando todo está dicho y hecho
Es difícil encontrar lo perdido

Mis sueños son solo recuerdos
Pero todos han pasado rápido
Estaba a la deriva en un océano azul
Como un barco sin mástil
Y luego viniste y me rescataste
Y salvaste mi alma al fin

De rodar hacia abajo
Por este camino solitario
Hasta encontrarme por fin
Encontrarme a mí mismo al final

Graham Nash, versión libre.

lunes, 22 de noviembre de 2021

Deslustre presidencial

La curtida periodista María Isabel Rueda se preguntó si el gobierno de Iván Duque era el peor de la historia republicana del país (“Duque: ¿el peor gobierno de la historia?”, El Tiempo, 14.11.21). La pregunta por sí misma es elocuente, pero es fácil e inútil. La cuestión difícil es saber cuál es el segundo: ¿Mosquera? ¿Marroquín? ¿Abadía? ¿Gómez? El tema útil es comprender cómo fue posible que un individuo cuyo perfil apenas daba para ser un viceministro pasable llegara a la Casa de Nariño y cómo evitar que suceda en el futuro.

La primera respuesta de cualquier politólogo señalará la crisis de los partidos políticos. En lo tocante a la administración pública los partidos cumplían la función de seleccionar sus mejores cuadros. Los partidos llevaban a cabo el filtro meritocrático propio de la política: compromiso ideológico, lealtad, trabajo organizativo y propagandístico, experiencia, conocimiento físico de la gente y el país. De esta manera el partido se convertía en un postulante creíble y respetable; por ello, insignes desconocidos para la ciudadanía podían obtener la candidatura con probabilidades de ganar. A su vez, los partidos le ofrecían al presidente electo una variada nómina de posibles altos funcionarios; nada de familiares, compañeros de universidad o amigos del alma.

Pero la crisis de los partidos, creo yo, está poniendo en cuestión el diseño electoral. Me explico. Anticipando el final del bipartidismo se creó el sistema de dos vueltas que permitía la competencia multipartidista en la primera, obligaba a coaliciones en la segunda y garantizaba triunfadores de mayorías. Sin partidos, la primera vuelta se está convirtiendo en un juego caótico y la segunda en un escenario indeseable, de terror. Se vio en Perú, entre Fujimori y Castillo, hacia allá puede ir Chile, entre Boric y Kast, o, retrospectivamente, así fue Colombia en el 2018; lo que pone al ciudadano en la tesitura de escoger su propio veneno.

Las decisiones tomadas por una ciudadanía desconcertada por el caos y el miedo arroja el resultado de entronizar como líderes a pigmeos como Bukele, Castillo o Duque, tras lo cual cualquiera se siente con carta blanca para lanzarse, al fin y al cabo no se pierde nada y se puede ganar todo; en parte esto explica porque superamos el medio centenar de precandidatos.

El lío es que, una vez consumada la elección, la ciudadanía y las instituciones pueden perder toda capacidad de controlar al poder ejecutivo como pasó en Nicaragua y Venezuela, o entrar en una situación prolongada de inestabilidad como ha pasado en Ecuador y Perú. En el caso colombiano, el problema está en el congreso y la ineficacia de la ley de bancadas y del estatuto de la oposición, que se derrumban ante la feria de puestos y contratos; y en la inercia gobiernista de los poderes civiles que temen a todo cambio.

El Colombiano, 21 de noviembre.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Revista de Occidente: El futuro de la confianza

 


Revista de Occidente, con los mismos objetivos que guiaron en 1923 a su fundador, José Ortega y Gasset y continuamente renovados, atendiendo a los temas de nuestro tiempo, es hoy un espacio cultural que, mes a mes, recoge lo más relevante del pensamiento, la ciencia, la creación plástica, literaria, cinematográfica y audiovisual. Publicación de referencia en España y Latinoamérica, goza de una amplísima difusión en los círculos universitarios de todo el mundo.

Jorge Giraldo: "La confianza en Iberoamérica". 

lunes, 15 de noviembre de 2021

Enfermedades del corazón

Una de las oleadas académicas del siglo XXI es la que representa el interés por el comportamiento humano. Científicos sofisticados e investigadores acuciosos tratan de explicar e intervenir, con el bien en mente, en la conducta de individuos y grupos. Se dice, y se sabe, que somos una especie que no actúa muy bien y se propaga mucho; un virus, como dice, el casi legendario agente Smith. Algunas tipologías de mala conducta están bien identificadas en la inteligencia y el habla populares. Me referiré a algunas de ellas sin ánimo exhaustivo. E invito a los lectores a que enriquezcan la lista.

A principios del año pasado —es decir, antes de la nueva era— hablé de la morronguera que consiste en ocultar las verdaderas intenciones que se tienen para obtener propósitos indeclarables; una de la expresiones de la malicia, endilgada de forma racista a los indígenas, que puede ponerse al lado del ventajismo, ese rasgo inocultable de las personas que tratan de sacar provecho de cualquier circunstancia. Lo que en el campo llaman “la del azadón”: todo pa’cá nada pa’llá. En este pequeño grupo puede entrar la conchudez. Los conchudos son más numerosos, me parece. Son básicamente los sinvergüenzas, por eso les decimos también descarados; a estos se les atribuye con más precisión el aprovecharse de los demás o perjudicarlos. Soy consciente de que la cultura mafiosa y el capitalismo salvaje ampliaron enormemente las especializaciones en esta materia.

En estos tiempos exacerbados están pululando los exponentes del gadejo. Aunque la expresión parece ser marca registrada colombiana, la conducta es bastante universal. Todos sabemos que es un acrónimo de las ganas de joder por lo que puede sufrir de polisemia, pero en nuestra tierra joder es molestar, entorpecer, fastidiar. El cansón es una versión ligera y muchas veces necesaria de este sujeto que no sé cómo llamar. Ladilla, cirirí, se les decía a veces en otro tiempo, pero me niego a insultar a los animalitos. Los contrarios perfectos del gadejo son los lambones, llamados más sonoramente en la sabana cundiboyacense como sacamicas; un espécimen que puebla en exceso los círculos gubernamentales, periodísticos y corporativos. ¿Cuál de los dos es más dañino? Depende de las circunstancias. El gadejo es irritante a primera vista, pero cuando la lambonería se asienta por su uso sistemático… ¡ay Dios!

En círculos más cerrados y personales conocí otros males. El sacaculismo, palabra cuyo origen no requiere explicación. Ahora bien, hay dos tipos de sacaculistas. Uno es que el que no asume sus responsabilidades, bien pintado en la canción de Daniel Santos: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo; si algo pasó, yo no estaba allí”. El otro es el que no se compromete con nada. Me queda el nimierdismo. Breve, no le importa nada, no respeta a nadie, todo le da lo mismo.

El Colombiano, 14 de noviembre

lunes, 8 de noviembre de 2021

Desayuno imprevisto

Por cuenta de una larga secuencia de casualidades desayunamos juntas tres personas disímiles, aunque con perspectivas comunes: un periodista venezolano, un ilustre bogotano y yo. El periodista lleva casi diez años de exilio —una de las peores tragedias humanas—, sufriendo a Bogotá como cabal caribeño. Al capitalino lo llamo ilustre porque lo es y cumplía en la mesa la antigua fórmula de ser mayor en edad, dignidad y gobierno. A mí me tocó cumplir el papel de enlace entre desconocidos.

El periodista estaba interesado en contar sus proyectos y recabar en información colombiana para alimentarlos. Pensando en el horizonte de un año, nos recordó que en octubre de 2022 se cumplirá un año de la marcha sobre Roma que abrió el camino al fascismo italiano y quiere explorar la influencia del fascismo en América Latina, que no ve en Venezuela ni México y que le parece abunda en Colombia. Está pensando en la historia y la literatura, por supuesto, pero siempre es difícil de evitar la sombra del presente.

Nuestro ilustre acompañante intervino para hacer un comentario introductorio a lo que llamó, no estoy citando, el amor por la tiranía, ese afecto tan común en la historia de la humanidad pero que nos luce tan extraño a los colombianos, al menos históricamente. Le asombraba dijo, el gusto que la gente le estaba tomando al autoritarismo, soltó algunos nombres que fueron seducidos por Mussolini y se lamentó de no tuviéramos buenos trabajos sobre el primer tercio del siglo XX. No recuerdo cómo hiló sus palabras para afirmar que la aristocracia bogotana estaba en desbandada, es decir, que no se juntaba como era costumbre para discutir e intervenir en los problemas del país; solo se ven para jugar golf, dijo.

Esto me llamó la atención. Uno no siempre puede escuchar testimonios sinceros de primera mano de lo que pasa en estos segmentos de la sociedad. Me parece muy grave que grupos sociales con poder se desentiendan de lo público porque creo, con gran parte de los sociólogos y en contra de los demagogos, que la historia la hacen las minorías. Lo que contó me alarmó más. Habló de sus amigos bogotanos y caleños que ya tienen preparada su pista de aterrizaje en Estados Unidos esperando quién sabe qué. Renunciando a luchar por un país mejor y dedicándose a empacar maletas para salir; palabras mías, no de él.

Nuestro comensal venezolano callaba y escuchaba, nos miraba alternamente, a su plato y al techo. “Así empieza todo”. El ilustre bogotano no quiso suponer nada y preguntó. Él respondió que así empezó en Venezuela. La élite empieza a desocupar y va dejando sola a la ciudadanía en manos de la nueva dirigencia. Parodiando a un antiguo político, los cataclismos políticos suceden cuando los que mandan pierden el interés y la voluntad. 

El Colombiano, 7 de noviembre

domingo, 7 de noviembre de 2021

Caballero Argáez sobre "Democracia y libertad"

‘El propósito nacional’

Por: Carlos Caballero Argáez 

El Tiempo, 6 de noviembre 2021

Difícil recordar una situación de tanta incertidumbre con respecto al futuro como la que se respira en la actualidad. La insatisfacción con el proceso político conducente a las elecciones del año próximo es muy grande. Hay no sé cuántos precandidatos y candidatos, pero casi nadie sabe qué piensan, ni qué proponen.

Jorge Giraldo Ramírez es un sobresaliente intelectual antioqueño, filósofo y profesor emérito de la Universidad Eafit. El año pasado publicó el libro Democracia y libertad (Lecturas Comfama), con el objetivo de traer al debate público la preocupación de hoy en día en el mundo sobre la vigencia de la democracia como sistema de gobierno. Como lo escribe en la introducción, "las fuerzas políticas tradicionales en Occidente, esto es, el liberalismo, el conservatismo y la socialdemocracia, han mostrado poca capacidad de reacción y no muestran imaginación ni creatividad para elaborar propuestas renovadoras y atractivas para el electorado". Tal cual lo que está sucediendo en Colombia, en donde los partidos no tienen candidatos y los candidatos no quieren tener nada que ver con los partidos.

Siendo un personaje inquieto y preocupado por el futuro, mientras armaba su libro Giraldo se topó con el discurso de Alberto Lleras Camargo titulado 'El propósito nacional', pronunciado en diciembre de 1959 ante los miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el cual se preguntó "hasta qué punto la política interpreta y decide el propósito nacional". Decidió, entonces, incorporarlo en el libro, para enorme fortuna de sus lectores. Allí, Lleras advirtió que si la respuesta a su interrogante es que la política no interpreta el propósito nacional, "se convierte, con rapidez prodigiosa, en una rutina, en una repetición oscura de actos cuyo origen y objetivo escapan totalmente a quienes los ejecutan y a quienes los presencian".

Es la descripción perfecta de la situación de la campaña por la Presidencia de la República, convertida en la rutina de cada cuatro años para cumplir por cumplir con el rito de la democracia, sin que los muchos interesados en conseguir los votos ofrezcan a los electores una visión de futuro que traduzca un propósito nacional. No sorprende, por tanto, la apatía de los colombianos, reflejada en las encuestas, en las cuales no aparece la inclinación del público por candidato alguno, excepción de aquella por el candidato puntero, cuyo propósito, ese sí, es borrar la historia y lanzar el país al vacío.

A pesar de que la forma de gobierno en el país obedece a los conceptos prevalecientes en la cultura occidental, para Lleras, "la democracia, sin unas instituciones que el pueblo quiera, defienda, respete, entienda y utilice, es un gran artificio y está sujeta a los más graves peligros". El pesimismo de los colombianos en la hora actual, que se expresa también en las encuestas, es un mal augurio. No hay una institución que concite el cariño de la población ni un individuo cuyo nombre merezca su aceptación, sino un peligroso vacío. Y, de acuerdo con el mismo Lleras, "la política tiene, como se decía de la naturaleza, horror al vacío”.

* * * *

El país atraviesa una de las más graves y complejas situaciones de su historia. No es solamente una crisis económica. La pandemia exacerbó los problemas sociales que ya existían y los desnudó. Es posible encontrar soluciones para resolverlos. Pero no saldremos de la crisis sin la acción política. Y esta pasa por decidir un propósito nacional, una visión de la sociedad en la cual vivan nuestros nietos.

"Una nación sin propósito es una nación que vive solo en el día a día", escribe Jorge Giraldo en la presentación de su libro. Así, ni el país ni la vida tienen sentido.

viernes, 5 de noviembre de 2021

Entrevista en Contexto

 Populismo, política y elecciones presidenciales, una charla con Jorge Giraldo Ramírez.

El poder carismático es una crisis del poder
–Norbert Elias, La Sociedad Cortesana

Me encuentro en un coloquio internacional con Jorge Giraldo Ramírez, uno de los más importantes pensadores e intelectuales de Colombia. Doctor en filosofía, ex decano de Humanidades de Eafit, y ahora profesor emérito, Giraldo es un observador agudo, disciplinado, nada pretencioso y conocedor como ninguno de la política colombiana que integró la Comisión histórica del conflicto y sus víctimas, establecida en el marco del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto entre el Gobierno de Colombia y las Farc. Es también autor, entre otros, de los libros El rastro de Caín: guerra, paz y guerra civilGuerra civil posmodernaPopulistas a la colombiana, y Democracia y libertad.

Entrevista completa aquí

lunes, 1 de noviembre de 2021

Errores y crímenes

La distinción entre responsabilidad y culpabilidad legal debe conservarse tanto en el plano ético como en el político, sobre todo teniendo en cuenta la confusión que reina en los tiempos que corren. Incluso en algunos casos de culpabilidad legal existen atenuantes que permiten establecer matices en la sindicación y en la aplicación de la pena. En el mundo de la administración pública —más aún en el de la política— la distinción es más necesaria, aunque no sea fácil. 

Estas observaciones provienen de un artículo reciente sobre los intentos de judicializar a algunos ministros en Francia por el manejo de la pandemia de la Covid-19 (Theodore Dalrymple, “Taking Responsibility for Our Politics”, Law & Liberty, 06.10.21). Se trata de un caso particular en el que se presentan “dificultades enormes e insuperables… dado el estado caótico del conocimiento” del asunto. Hay niveles de conocimiento suficientemente complejos y con resultados impredecibles en algunas decisiones en la vida pública. Por lo regular esas decisiones no corresponden a una persona sino a muchas, que incluyen expertos, consultores, entes externos o de control que fijaron parámetros previos, organismos o personas con ascendiente jerárquico.

El autor sugiere que la pulsión actual por perseguir penalmente a los administradores públicos y a los políticos solo conducirá a que sean los individuos “más psicópatas, narcisistas o despiadados” los que quieran competir por cargos de elección popular o aceptar puestos por nombramiento. En los asuntos en los que no existe culpa legal lo que debe operar es la sanción de la opinión pública y el castigo de los ciudadanos en las urnas.

Creo que, como fenómeno general, estos impulsos cobran fuerza ante una cultura que tiende a exaltar de modo ingenuo el perfeccionismo y a la tesis, promovida por ciertos intelectuales, de reducirle espacios a la política y establecer la preminencia de los jueces en el ámbito público.

En países como Colombia las cosas son más abstrusas y difíciles de resolver. La judicialización de la política empezó por la permeabilidad de la rama judicial y de los órganos de control a la influencia de los políticos tradicionales. Carentes de discurso y argumentos, algunos políticos empezaron a frecuentar los juzgados y los tribunales para intimidar a sus adversarios. En tiempos recientes se ha vuelto más sencillo: convirtieron las contralorías en arma de dotación personal.

El mal que se le ha hecho con ello a la democracia es enorme. Se cercena la política deliberativa y se limita la competencia electoral, además propaga la desconfianza en las instituciones. Piénsese en cualquier caso largo y bien publicitado en el que un administrador público es llevado al escarnio social y luego pasa que, en derecho, resulta absuelto. Es inevitable que en una parte de la opinión quede la sensación de que fueron los jueces quienes actuaron mal, no los acusadores temerarios y malintencionados.

El Colombiano, 31 de octubre.

jueves, 28 de octubre de 2021

30 años de Achtung Baby

Acróbata

No creas todo lo que escuchas
No creas todo lo que ves
Basta que cierres los ojos
Para sentir al enemigo
Cuando te conocí
Tenías fuego en tu alma
¿Qué pasó en tu cara
De nieve desleída?
Ahora se ve así
Y puedes tragar
O puedes escupir
Puedes vomitar
O ahogarte
No, nada tiene sentido
Nada parece encajar
Sé que golpearías
Si supieras a quien golpear
Y me uniría a un movimiento
Si hubiera uno en el que pudiera creer
Sí, repartiría el pan y el vino
Si hubiera una iglesia a la cual entrar
Porque ahora necesito
Tomar una taza
Para llenarla
Y beberla despacio
No puedo dejarte ir
Debo ser un acróbata
Para hablar así
Y actuar así
Y puedes soñar
Así que sueña en voz alta
Y no dejes que los bastardos te aplasten
Oh, duele
(Que vamos a hacer ahora que todo está dicho)
 (No hay nuevas ideas en casa y se han leído todos los libros)
Puedes soñar
Así que sueña en voz alta
Y puedes encontrar
Tu propia salida
Puedes construir
Yo puedo hacerlo
Y puedes llamar
Puedes esconderte
O puedes aprovechar
En los sueños comienzan
Las responsabilidades
Yo puedo amar
Sé que la marea está cambiando
Así que no dejes que los bastardos te aplasten

Paul Hewson - U2, versión libre

lunes, 25 de octubre de 2021

Patriotismo solidario

Hace 25 años el economista y filósofo Philippe van Parijs formuló una serie de estrategias para afrontar los retos de la libertad y la igualdad en las sociedades capitalistas globalizadas. Una de ellas es el patriotismo solidario. ¿Por qué se necesitaría un patriotismo? ¿Por qué debería ser solidario?

Las fuerzas de la globalización ofrecen fuertes incentivos económicos para que el capital busque salarios precarios, impuestos bajos, menores restricciones de recursos; a los consumidores les permite más variedad en la oferta, precios baratos, ahorros más rentables. En un mercado global, el capital y el consumo se comportan de manera oportunista; no todos pueden hacerlo, pero los que pueden lo hacen. Las personas y organizaciones que actúan guiadas por el puro cálculo económico y el oportunismo subvierten el orden democrático y sus iniciativas sociales. Aquí deberían entrar en juego otro tipo de motivaciones: sentirse parte de una comunidad, compartir una historia y un futuro, contribuir a la construcción de una sociedad decente con instituciones decentes. A eso se le llama patriotismo.

Ese patriotismo es solidario porque hay variables políticas, éticas y sentimentales que se deberían tener en cuenta para tomar las decisiones económicas. El patriotismo incluso puede justificarse desde una narrativa más materialista, como lo vio Alexis de Tocqueville en Estados Unidos: va en beneficio propio actuar en pro del interés de los demás. La forma tradicional de controlar estas tendencias, de carácter coactivo y meramente económico, es el proteccionismo que beneficia al productor ineficiente con influencia política y castiga al consumidor y otros sectores económicos como el comercio o el trasporte internacional. Por ello, el proteccionismo no es patriótico, como dicen nacionalistas y populistas. 

Es patriotismo solidario invertir en la región en la que se vive (aunque los rendimientos sean menores), pagar los impuestos en el país del cual se hace parte (así sean mayores), fijar la residencia principal en el lugar de origen, hacer uso cotidiano de la lengua y los objetos culturales vernáculos, entre ellos las tradiciones y los ritos. Comprar a los productores locales, demandar los servicios que prestan los connacionales, animar las expresiones propias y apoyar el talento criollo, defender las instituciones que encarnan el esfuerzo de nuestra comunidad y que le devuelven a ella sus beneficios, es patriotismo solidario.

La filantropía no tiene nada que ver con el patriotismo solidario. La filantropía es como mandar la limosna por correo sin creer en Dios ni participar en la Iglesia, porque la solidaridad se alimenta de lo que llamo las prácticas de cercanía. Las primeras preguntas que deben hacerse es si una institución fomenta los contactos personales entre diferentes, qué tantos proyectos colectivos entre distintos impulsa, qué tanto integra personal, social, territorial y simbólicamente.

Un detalle. El subtítulo del libro de Van Parijs es Qué puede justificar al capitalismo (si hay algo que pueda hacerlo).

El Colombiano, 24 de octubre

lunes, 18 de octubre de 2021

Solidaridad

Reventaron los Pandora Papers, como antes los Panamá Papers y mañana los Petro Papers, digo yo, porque cada que sale una encuesta con Petro arriba un puñado de adinerados corre a llevarse la plata del país y se apura para conseguir pronto otra nacionalidad con la cual arroparse. En Pandora aparecieron los expresidentes Gaviria y Pastrana, y cuatro funcionarios del gobierno de Duque, la vicepresidente, la ministra de transporte, el embajador en Chile y el director de la Dian (“Estos son los colombianos en los Pandora Papers”, El Colombiano, 03.10.21). 

Estas prácticas son un peligro para la democracia, un sistema que se basa en una identidad, la equidad y un destino común, todo aquello que Aristóteles llamó la “comunidad de vida”. Por eso es particularmente grave que políticos profesionales y funcionarios públicos recurran a esos mecanismos. Algunos empresarios (Gilinsky, Sarmiento) simplemente pelan el cobre. Y la respuesta que ofrecen —cuando la ofrecen— solo empeora las cosas. César Gaviria, por ejemplo, se escudó diciendo que su operación era legal.

La profesora de Columbia Katharina Pistor observó al respecto que “cuanto más insistan las élites ricas y sus abogados en que todo lo que hacen es legal, menos confiará el público en la ley” (“The Pandora Papers and the threat to democracy”, Project Syndicate, 12.10.21). Añade que están olvidando que su riqueza fue posible gracias a la confianza en la ley, y que el deterioro de la confianza pública no fácil de subsanar. Pues la confianza, aunque no aparezca en los balances anuales, sigue siendo el principal activo de la empresa privada.

Siendo esto cierto, el problema más profundo quizás sea que estas élites, de antemano, han “roto prácticamente todos los lazos de solidaridad con las sociedades en las cuales habita” (Juan Carlos Flórez, “La élite María Antonieta y los Pandora Papers”, Semana, 09.10.21). Colombia se ha caracterizado por un débil sentido nacional y los responsables de construirlo hacen poco por fortalecerlo. Entre ellos, algunas franjas intelectuales que alucinan con las teorías cosmopolitas.

La solidaridad —fraternidad en el lenguaje de los republicanos del siglo XVIII— es uno de los pilares de la democracia, junto con la libertad y la igualdad. Y como estas, se trata de un programa, un objetivo, pero también de un ejercicio, de una práctica. Una práctica que depende menos de la bondad o de la generosidad o del discurso edificante que de la vivencia y la conciencia de ser prójimos. Prójimo es el cercano, aquel con quien compartimos la vida, sus problemas y alegrías, sus retos y calamidades. 

Las prácticas de cercanía no existen ya entre las clases altas y se están deteriorando a pasos agigantados en las medias. Sin una sólida comunidad de vida el ejercicio de la solidaridad es más arduo. Gobernantes y empresarios deberían demostrar que están haciendo ese esfuerzo.

El Colombiano, 17 de octubre

lunes, 11 de octubre de 2021

El afanado

La estupefacción que reina en Medellín es inédita; al menos en lo que concierne a mi memoria. Aun si hacemos caso omiso del narcicismo regional que supone que aquí los políticos no han robado en distintas formas a lo largo de los tiempos, lo que estamos presenciando sigue siendo sorprendente.

Nos habíamos acostumbrado al clientelismo como un mal menor e, incluso, necesario. Cínicamente el exgerente del Banco de la República Miguel Urrutia Montoya se atrevió, hace 30 años, a sostener la tesis de que el clientelismo era una forma de política social. De haberlo sabido, Hugo Chávez lo habría condecorado. Después incorporamos al folklor regional expresiones como la que le escuché a un taxista de Envigado: “aquí roban pero también hacen”; o motes legendarios como Luis 15, así en números arábigos, el signo % se sobreentendía.

Es que aquí los corruptos han sido parsimoniosos. Primero porque tienen un sentido de carrera profesional; hay futuro, hoy concejal, mañana congresista, pasado otra cosa. El hurto continuado es más astuto. Segundo porque conservan un instinto político. La política requiere legitimidad, no se debe pelear con todo el mundo al mismo tiempo, no se debe tumbar a todos a la vez. 

El estupor proviene del hecho de que Daniel Quintero quebrantó las reglas del político profesional malvado. Ya no queda sector de la vida pública sin escándalos: Hidroituango era la excusa demagógica, después vinieron los sectores de ambiente, niñez, salud, cultura, innovación, comunicaciones (ya viene tránsito). Todo esto en compañía de una camada de funcionarios cuyo lema es “hacer caso”, como dijo esta semana el gerente de Telemedellín. Que hay que hacer, diga no más. Como el lema de la Fábrica de Licores, “pa’las que sea”. La legitimidad no le interesa; gobierna con una corte burocrática traída de otras regiones y cuando acabe el periodo se irán todos, incluyéndolo, a vivir a otra parte.

Mi intuición es que Quintero tiene mucho afán y que ese afán se debe a que quiere jugar duro en las elecciones a congreso y, quizás, en las presidenciales. Poner una cuota grande en burocracia y dinero implicaba actuar a las malas, sin disimulos. Es posible que les cueste unas cuantas sanciones a él y a los que le “hicieron caso”, pero casa-finca por cárcel en el peor escenario no parece un disuasivo en esta época. Lo que no está claro es quiénes serán los beneficiarios. Iván Darío Agudelo, León Fredy Muñoz, un conservador solapado, casi seguro. ¿Y en las presidenciales?

Pacífico 1: El concesionario que suele ser correcto en el suroeste, dejó la vía intransitable entre Amagá y Salinas. Tres horas y más para transitar cinco kilómetros les costó a quienes retornaban el domingo 3 de octubre a Medellín. ¿Y saben qué? La gente tuvo que pagar el peaje como si no pasara nada.

El Colombiano, 10 de octubre

lunes, 4 de octubre de 2021

Darle las llaves al ladrón

La gobernabilidad en Colombia ha dependido históricamente de las transacciones entre el poder estatal radicado en Bogotá y los poderes concretos de las regiones. Ciertos márgenes autónomos a algunos departamentos, la entrega de funciones administrativas a élites regionales, la negociación cotidiana con los congresistas, todo eso hizo y hace parte de esos intercambios. Esos acuerdos se basan en el respeto la iniciativa presidencial y de la legalidad. El ejecutivo sí tiene la obligación de mantener a raya los apetitos de sus socios y de impedir que conviertan el servicio público en un latrocinio. Así fue hasta que Julio César Turbay inauguró la doctrina de mantener la corrupción en sus justas proporciones.

En situaciones de crisis, lo que hacen los gobernantes es dejar que otros roben: los congresistas y los jefes políticos locales, habitualmente. Ni siquiera de Ernesto Samper —el padre de la quiebra moral del país, si hay alguno— se puede decir que robara. De Gustavo Rojas Pinilla se dijeron muchas cosas (ciertas deben ser algunas), porque como advenedizo no gozaba de fueros. Fueron los nietos de Rojas, con el voraz carrusel de la contratación, los sorprendidos con las manos en la masa. 

Acá entran los hechos insólitos por los cuales este gobierno les entrega las llaves a los ladrones. Nos estamos enterando de que algunos involucrados en el escándalo del ministerio de las telecomunicaciones ya figuraban en los expedientes que llevaron a los hermanos Moreno Rojas a la cárcel (si es que están presos). Al menos cuatro individuos habían sido condenados, entre ellos el célebre Emilio Tapia, que licitó con el gobierno nacional y con varias alcaldías desde la cárcel. Aun así, el congreso hizo la vista gorda con la ministra y algunos columnistas sin vergüenza salieron en su defensa.

Como no pasa nada y los fusibles ya están quemados, el presidente de la república siguió orondo. Su propuesta de modificar la Ley de Garantías y permitir la contratación pública en medio de las elecciones no es otra cosa que darles licencia a alcaldes y gobernadores para intervenir con los dados cargados en las campañas para congreso y presidencia. Imaginen los lectores antioqueños los niveles que alcanzaría el festín que está haciendo Daniel Quintero en Medellín y piensen un momento en quiénes serían los beneficiarios del mismo.

A Duque los juristas le dicen que su propuesta es inconstitucional (Luis Fernando Álvarez, “Presupuesto y ley de garantías”, El Colombiano, 24.09.21); el expresidente Álvaro Uribe le pidió “no derogar ley garantías. Protejamos la honra del Gbno.” (“Álvaro Uribe frustra el plan de Duque de tumbar ley de garantías”, La silla vacía, 28.09.21). El presidente no ve, es sordo o no entiende.

Iglesia de San Ignacio: un anticlericalismo ingenuo y farandulero se organiza para asaltar actos religiosos y dañar el patrimonio histórico. Retorno a prácticas inútiles y condenables.

El Colombiano, 3 de octubre

lunes, 27 de septiembre de 2021

Vacuna literaria

Sacando la cabeza del lodo y metiéndola a la fiesta del libro de Medellín, porque la de Madrid fue lodo también, quisiera hablar de libros, un remedio como pocos.

En lo que va de pandemia vemos una eclosión de publicaciones sobre el río Magdalena. Soy del Cauca y, como el poeta Jaramillo Escobar, “tuve una larga conversación con el río Cauca y me lo dijo todo”, pero hay que entender otras aguas de nuestro país. Ignacio Piedrahíta publicó Grávido río (Editorial Eafit, 2019), un relato en primera persona con la visión múltiple y bella que ha logrado afirmar el autor; este es mi favorito. Se lanzó Magdalena: historias de Colombia de Wade Davis (Crítica, 2021), catapultado por el rigor y los antecedentes del autor. Su publicación me hizo recordar el trabajo ingente y casi inédito de Juan Gonzalo Betancur, a quien Davis con justicia agradece largamente, quien se recorrió el río en seis meses y registró su labor en medios menos antiguos. En una arista más científica, el Banco de la República acaba de publicar Río Magdalena: territorios posibles, que incluye un capítulo de mi querido compañero Juan Darío Restrepo.

El escritor Alonso Sánchez Baute coordinó para la Comisión de la Verdad la colección Futuro en tránsito (2020). Se trata de 13 títulos cortos, cada uno con tres textos de tres autores y autoras de Colombia invitados a escribir su mirada sobre la paz del país, inspirada en una palabra que presta el nombre a cada libro de la colección. Son apreciaciones desde distintas regiones, artes, oficios, ideologías políticas y credos, que aspiran a suscitar una reflexión son actitudes y valores sociales que bloqueen la repetición de la violencia política.

El filósofo Iván Darío Arango, consagrado en décadas recientes al pensamiento colombiano, presentará a fines de año La filosofía política de Carlos Gaviria (Editorial Universidad de Antioquia, 2021). La obra del jurista antioqueño llamó la atención del profesor Arango hace ya un buen tiempo, en especial su preocupación por la libertad. El esfuerzo de promover la recepción de nuestros intelectuales es una necesidad cultural y política, en un país en el que la academia sigue atada a las modas europeas y norteamericanas.

Cuadrado: panita, esta es mi historia (Vuelo azul, 2021) es un libro pulcro y correcto que cuenta en primera persona, sin ínfulas ni aspavientos, la vida de Juan Guillermo Cuadrado, una vida que en lo personal, social y profesional amerita un poema épico. Cuadrado representa el heroísmo contemporáneo en el deporte colombiano, sin versiones lastimeras sobre todas las desventajas posibles que tuvo en su vida —raza, pobreza, violencia, marginalidad— ni envanecimiento por sus logros.

Tigo: la empresa resolvió el asunto de mi correo. Gracias. Las empresas, como las personas, son imperfectas, y reconocer y corregir las mejora. Ojalá esta atención cubra a todos los usuarios.

El Colombiano, 26 de septiembre

lunes, 20 de septiembre de 2021

Sigo con Tigo

Pocas veces usé mis columnas para quejarme por el mal servicio de algunas empresas. Pero la reacción expresa de los lectores en esos casos me indica que en nuestro medio hacen falta más voces de los consumidores. El pudor por usar una ventaja personal desaparece cuando se sabe que también se está hablando por otros. Mi queja de dos líneas por el bloqueo de mi correo electrónico por parte de Tigo no fue la excepción.

Recibí varios mensajes de solidaridad y apoyo, y de ánimo para insistir en el caso. Cuando uno asume la voz del consumidor está planteando una situación paradójica que consiste en criticar a su proveedor favorito. Puedo decir que si estoy con Tigo es por dos razones: una, que alguien llamó patriotismo solidario, es que se trata de la empresa de origen local y público en el ramo; la otra, es que las demás me parecen socialmente antipáticas, ambas son extranjeras y oligopólicas.

Uno de los mensajes recibidos se refería a la tortura que implica hacer valer el contrato de servicios con la compañía. El truco de las empresas de servicios consiste en facilitarle la entrada al cliente y hacerle complicada la salida. Ni Kafka se hubiera imaginado de lo que son capaces los administradores de estas empresas para dañarle la vida al usuario, para incumplirle, cobrarle y mamarle gallo. En el asunto en cuestión, la joya con que salieron es que se iban a tomar “72 horas hábiles” para tramitar el problema, que no es lo mismo que resolverlo. En el primer segundo supuse que eran tres días, pero no. ¿Qué es una hora hábil? Un invento de un burócrata que cree que su misión no es el buen servicio. Hasta donde sé, ese no es un concepto legal. Las 72 horas hábiles van en tres semanas y contando.

El otro, de un señor muy juicioso, me puso de presente la violación de derechos que significa bloquear el correo. Dice él que “puede constituir una violación a la libertad de correspondencia, al derecho a las comunicaciones, aún más puede poner en peligro el derecho a la defensa, a la notificación de los actos administrativos y las actuaciones judiciales, en el caso de que esa dirección de correo sea la que tienes reportada en la Dian, ante entidades públicas o algún despacho judicial”. Me quedó claro. Y sin contar la usurpación de los archivos personales y el directorio de contactos, ni lo dispendioso que resulta estar cambiando las direcciones para que envíen facturas, resultados médicos y demás. Lo que yo tomaba como una incomodidad es algo más grave.

Es un deber hacernos buenos consumidores, es decir, aquellos que saben que cada compra es un contrato y que cada incumplimiento debe ser objeto de queja, reclamo o de alguna acción administrativa o legal.

El Colombiano, 19 de septiembre

sábado, 18 de septiembre de 2021

Gonzalo Sánchez, destiempos

A la guerra le sobraron 30 años. A las negociaciones les sobraron dos. Dos que hubieran podido ser decisivas para la puesta en marcha del proceso, en cabeza del gobierno que había firmado los acuerdos. El gran infortunio del proceso es que la implementación quedó en manos de la fuerza política enemiga del mismo, aunque traten de adornarlo de mil maneras.

Gonzalo Sánchez, “Este gobierno no hizo nada para detener el nuevo ciclo de violencia”, Diario Criterio, 12.09.21

lunes, 13 de septiembre de 2021

Oriana Fallaci

Quizá la primera víctima de la política de la cancelación en Colombia e Iberoamérica haya sido Oriana Fallaci. Oriana Fallaci fue una periodista y escritora notablemente arraigada en su Florencia natal y Nueva York, a pesar de la ubicuidad de sus quehaceres. Su influencia en las generaciones que maduramos durante los años setenta y ochenta del siglo pasado fue notable, en particular en los ambientes periodísticos, femeninos y políticos. 

Fallaci transformó el género de la entrevista a través de sus trabajos monumentales con personas del cine, los viajes espaciales y la política que mezclaban la profundidad investigativa con su perspicacia psicológica y valentía personal. No sé qué éxito pudieron tener los intentos de sistematizar y codificar su trabajo en las universidades. Se conoce sí el impacto de su trabajo, que pasó de las revistas y periódicos a los libros y de allí a las bibliotecas como material de consulta para quienes investigamos el mundo contemporáneo.

Su sentido de la libertad y su sospecha radical del poder, rayanos en el anarquismo, se convirtieron en un equivalente de lo que debe ser la ética periodística. Así construyó una maestría inimitable puesto que su ejercicio involucraba altas dosis de riesgo y temeridad (estuvo en Vietnam y Beirut, fue herida durante la masacre de Tlatelolco), valor para enfrentar a personajes poderosos y temibles y carácter para forjar un equilibrio entre veracidad y opinión personal. “El miedo es un pecado”, le dijo a alguien en una carta.

En su juventud participó en acciones de la resistencia contra el fascismo y militó en el Partido de Acción, el de su familia y el de Norberto Bobbio. Se apartó de todo grupo político y derivó  sus posiciones sobre la condición de las mujeres, las religiones, las guerras y las dictaduras, desde los prismas de la libertad, la dignidad personal y la justicia.

Se recluyó durante la década de 1990 a escribir la saga de su familia y a luchar contra un cáncer hasta que cuatro aviones secuestrados fueron lanzados contra edificios civiles y militares en los Estados Unidos. Entonces volvió a salir a la luz pública. Escribió un largo y conmovedor artículo titulado La rabia y el orgullo, que provocó la ruptura de los círculos progresistas. Para ampliar sus argumentos escribió La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma. Conocía el islamismo radical y detestaba la violencia. Las grandes editoriales en español no los publicaron, desde la izquierda la condenaron por criticar a los musulmanes y por su fuerte defensa de la cultura occidental, dejó de leerse en las clases de periodismo.

Los ataques de Al-Qaeda fueron hace veinte años; Fallaci murió hace quince, un quince de septiembre. Es una de mis heroínas.

Correo: cambié mi correo personal puesto que Tigo tiene bloqueada mi cuenta hace más tres semanas.

El Colombiano, 12 de septiembre

lunes, 6 de septiembre de 2021

Capitalismo consciente

Poco a poco se infiltra en el mundo la idea del capitalismo consciente. El denominador es preciso puesto que el capitalismo ha sido inconsciente en los dos sentidos de la palabra: inconsciente porque se ha basado en una interacción relativamente libre y espontánea que suponía beneficios por doquier; inconsciente —en el sentido valorativo de la palabra— porque partía de la premisa de que dadas esas condiciones (libertad y espontaneidad) cualquier resultado tenía que considerarse justo. Contra esta idea se alzaron, desde el siglo XIX, gentes tan distintas como Proudhon o el papa León XIII.

El objetivo del capitalismo consciente, tal y como lo plantea la organización líder del movimiento, es crear riqueza “financiera, intelectual, social, cultural, espiritual, emocional, física y ecológica para todas las partes interesadas”. Su filosofía expresa el enorme avance que supuso el capitalismo y asimila varias críticas a la forma actual de este sistema. Propugna, entonces, por su reforma. En Colombia, la organización más activa en la promoción de este ideal es Comfama.

Hasta aquí vamos bien. No es posible defender incondicionalmente el capitalismo realmente existente, más allá de bonitas declaraciones. La plataforma del capitalismo consciente es ambiciosa e integral; nada de acciones sectoriales o puntuales para apaciguar los espíritus.

Tengo tres peros. Uno filosófico, otro estratégico, el tercero cultural.

El pilar fundamental del capitalismo consciente descansa en la formulación del propósito y los valores esenciales, pero sus promotores no han hecho ningún esfuerzo destacable en este segundo aspecto. Un propósito sin la afirmación y práctica de unas virtudes fundamentales fue el gran fracaso de las utopías modernas. No estamos hablando de un asunto menor. Y uso la palabra virtud porque es el concepto clásico y porque ha sido rescatado por férreos defensores de un capitalismo libre y reformado como Deirdre McCloskey y Nassim Taleb. Además, después de que hay bolsas y transportadoras de valores hay que usar un término diferente. Filosofía.

La estrategia del capitalismo consciente se quedó corta después del ascenso del populismo y, en particular, de la experiencia del cuatrienio de Trump. Varias de las grandes corporaciones de Estados Unidos asumieron una política empresarial y comercial en abierto desafío al gobierno, en temas de migración, armas, ambiente, salud e información. Empresas y gremios no pueden vivir en concubinato con gobiernos contrarios a los ideales del capitalismo consciente. Las organizaciones del capitalismo deben hacerse visibles en la esfera pública y darle la cara a la ciudadanía que engloba a las partes interesadas.

Mi preocupación cultural, en particular con ciertos rasgos de nuestro modo de estar, tiene que ver con el cambio de apariencias. En Colombia somos veloces —los ejecutivos entre los más rápidos— en cambiar de imagen, lema y cuento. Luego la cosa se desvanece y quedamos en el peor de los mundos, desprestigiada la teoría y empeorada la práctica.

Declaro ser miembro del Consejo Directivo de Comfama.

El Colombiano, 5 de septiembre

lunes, 30 de agosto de 2021

Hasta el cuello

La basura estuvo, hasta ahora, debajo de la alfombra por cuenta de las protestas y la pandemia. En 2018 el gobierno de Iván Duque le otorgó contratos y puestos a cuatro grupos políticos que tenían a sus jefes en la cárcel o en procesos penales (La Silla Vacía, “Los cuestionados que mantienen cuotas nacionales”, 12.03.19). En 2020, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres de la Presidencia de la República compró mercados para familias pobres con sobrecostos del 40%. La misma entidad está ocultando información sobre el destino de 200 mil millones de pesos para atención en salud, como tampoco le cuenta al país el costo de las vacunas, según denuncias del Instituto Anticorrupción.

El escándalo por la pérdida de 70 mil millones de pesos correspondientes al anticipo de un contrato del Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones fue posible por la calma chicha en la que estamos y porque el desfalco dejó de ser del 40% y pasó al 100%. Pero no fue repentino. El proceso de adjudicación del contrato fue anormal desde el comienzo, tanto por el diseño, como por la calidad de los proponentes y porque un asesor de la ministra era socio de una de las compañías participantes (Germán Vargas, “Quién es la cara oculta”, El Tiempo, 25.07.21). La firma Centro Poblados está conformada por sociedades opacas que acreditaron experiencia en construcción y producción de muebles y ganó la licitación para prestar servicios de internet. El ministerio entregó el anticipo a terceros a pesar de que un banco rechazó las garantías.

Pero no es todo. La firma principal del consorcio participa en tres contratos que el Invías realizó a comienzos del 2021 por casi 500 mil millones de pesos y con anticipos de hasta el 50% (Germán Vargas, “Sanción ejemplar”, El Tiempo, 22.08.21). Lo que sigue es el juego que termina con que la plata no aparece, los contratistas demandan al estado y se ganan algunos pleitos, después cambian de razón social y vuelven a contratar con el estado porque apoyaron la campaña presidencial. Historia conocida.

¿Cómo ha contratado el gobierno de Iván Duque? Le compraron ventiladores malos a una empresa de licores, una polvorera y una compañía de software ganaron contratos para suministrar tapabocas, a una unión temporal que aparece en los papeles de Panamá le compraron ventiladores, el contrato de las batas para el sector de salud se lo ganó una empresa que hace carreteras; negocios triplicaron ventas y duplicaron utilidades como efecto de ese único contrato (La Silla Vacía, “Las perlas de la contratación para el Covid”, 18.07.21).

Poco antes de estallar el escándalo,  la Comisión Primera del Senado eliminó un capítulo sobre la protección a denunciantes de corrupción del proyecto de ley 341, según comunicado de Transparencia por Colombia. Blanco es, gallina lo pone.

El Colombiano, 29 de agosto

lunes, 23 de agosto de 2021

Casandra y la nave de los necios

Vayamos hacia atrás: la derrota gringa en Afganistán y el fracaso general del intervencionismo humanitario, las inundaciones y los incendios globales como efectos del cambio climático, la pandemia del Covid después una serie larga de epidemias regionales, la paz inestable y violenta en Colombia, el ascenso de los populismos de distinto signo. Una muestra de hechos recientes, todos calamitosos, todos previstos hace cinco o veinte años. Unos por científicos, otros por estudiosos sociales, muchos por diferentes filósofos.

No estoy hablando del tipo de observaciones que a largo plazo hiciera, poco antes de morir, Stephen Hawking. “La Tierra está amenazada en tantos aspectos que resulta difícil ser positivo”, dijo (Breves respuestas a las grandes preguntas, 2018, p. 187). Hablo de advertencias hechas respecto a eventos altamente probables que se producirían en cuestión de un lustro o poco más. La mayoría de ellas respaldadas por amplios acuerdos académicos y, menores, pero significativos voceros corporativos o políticos. Advertencias que, ya sabemos, no fueron escuchadas ni por los dirigentes ni por sus electores, tampoco por la masa crítica del empresariado.

Esta situación trágica se identifica con dos figuras alegóricas: una que se encuentra en Eurípides, Casandra, condenada a que no le creyeran sus profecías; otra elaborada por Platón, la nave de los necios o de los locos, tripulantes desordenados en un viaje a la deriva. La nave platónica representa la anarquía en un estado sin dirigentes sabios; en la Edad Media la nave representaba un mundo en crisis, desorientado, sin propósito ni virtud. En el mundo actual, los necios se caracterizan por el beneficio de corto plazo, la falta de control emocional y el sesgo en asuntos trascendentales.

Puede sugerirse que el pensamiento moderno emerge como un ensayo de variadas soluciones al problema de la nave de los necios. Piénsese en las utopías, el contrato social, la planeación racionalista, la mano invisible, la evolución de las especies, como las posibles respuestas más aceptadas. Piénsese, también, en la renovación de la ética y el desarrollo del pensamiento crítico como respuestas menos populares. En tiempos más recientes escuchamos propuestas más operativas vinculadas a los avances de la neurociencia y la psicología cognitiva.

Veo el planteamiento del biólogo social Robert Trivers como una macroteoría que estima que la nave de los necios se caracteriza por problemas de engaño y autoengaño (La insensatez de los necios, 2013). Si algunos nos engañan, estamos ante un problema ético; si la mayoría vivimos en el autoengaño, estamos ante un problema cognitivo; ambos son problemas sociales y políticos. Trivers ofrece algunos consejos para el comportamiento individual y, saludablemente, nos hace ver que somos más pendejos de lo que creemos. Hay que mantener a raya la necedad y escuchar a los sucesores de Casandra pues podrían ayudarnos a ser más previsivos y a limitar los daños de los eventos catastróficos.

El Colombiano, 22 de agosto

lunes, 16 de agosto de 2021

Medio pan sin circo

Los problemas políticos y sociales que estamos viviendo en el mundo se aceleraron por la pandemia, no son una consecuencia de ella; y los datos sobre la magnitud de la calamidad hablan más de la insuficiencia de las medidas gubernamentales que sobre la malignidad del virus. Esta conclusión se reafirma con los datos más recientes sobre pobreza en Colombia.

El moderado avance nacional en la lucha contra la pobreza, según cifras del Dane con corte a abril de 2021, se detuvo en 2014 y se disparó el año pasado, después de un lustro de pequeñas fluctuaciones al alza que sugieren un descuido en esa materia. El golpe ha sido terrible: 7% más incidencia de la pobreza monetaria en el país, para llegar 42,5%, mientras la pobreza monetaria extrema creció casi el doble pasando de 6,8% en 2019 a 12,8% en 2020. Los porcentajes no le hacen justicia a la magnitud del problema puesto que las 23 principales área urbanas han sido las más golpeadas, donde se concentra la mayor parte de la población.

Mientras la pobreza multidimensional disminuyó en Colombia, antes de la pandemia, en Antioquia aumentó y lo venía haciendo desde 2016 (durante la gobernación de Luis Pérez, cuando también aumentó la mortalidad infantil por hambre). En cuanto al impacto de la pobreza según el género del jefe de hogar, Antioquia se parece más a Córdoba (donde hay 6 puntos de diferencia en contra de las mujeres) que a Cundinamarca (donde sólo hay 2). En el Valle de Aburrá la tasa de desempleo juvenil crece incesantemente desde 2014 (15,2%) y saltó al 27,4% en 2020 y en la región tenemos 245.400 jóvenes que ni trabajan ni estudian (“Pobreza y desempleo alcanzan niveles inéditos en Medellín”, El Colombiano, 06.08.21).

Lo que más importa respecto al acontecer político suele ser la percepción. El Dane, con el apoyo de Unicef, realiza la encuesta Pulso Social en la que se indaga por redes, confianza y “bienestar subjetivo”. Desde julio de 2020 a junio de 2021 la percepción de las familias de Medellín sobre su situación ha sido peor que la del promedio de las 23 principales ciudades del país, con diferencias de hasta 15 puntos en febrero (8% en junio). El estado de ánimo respecto al futuro inmediato también es más malo, 9.5 puntos porcentuales de diferencia. 

Con los nervios de punta (≥40%), tristes (≥17%) y cansados (≥16%), los colombianos necesitamos un poco de solaz y alegría. ¿Qué hacen las autoridades? La ciudadanía sigue sin conciertos, exposiciones, fútbol. La televisión, el entretenimiento de los más pobres, ancianos y discapacitados, se privatiza a pasos agigantados. El costoso plan de cable no alcanza porque los programas atractivos se cobran aparte.

Solía hablarse de la decadencia de Roma como una sociedad de pan y circo. Con medio pan y sin circo ¿añoramos a Nerón?

El Colombiano, 15 de agosto

lunes, 9 de agosto de 2021

Trampas, trucos y traumas

Para el público amplio, el que no cavila, ni ata cabos, ni tiene información privilegiada, llegó la hora de la verdad. No me alegra decir que se han confirmado mis peores sospechas, las mismas que varias personas hicimos públicas en Medellín hace dos años. Que Daniel Quintero actuaba en favor de terceros, que su propósito no era gobernar a Medellín sino preparar las elecciones nacionales del 2022, que su misión no era servirle a la ciudad sino servirse de ella.

Esta semana Todos por Medellín, nuestra veeduría cívica, denunció que ya empezaron a pedirles a los funcionarios del municipio los datos para amarrar los votos. En el Inder les exigen diligenciar los datos sobre puesto de votación con el agregado de comprometer veinte personas del entorno del empleado. Un truco viejo aplicado con éxito por un grupo liberal de la ciudad, cuyo jefe apadrina a Quintero.

Esa es una de las artimañas para engordar la votación, la otra, elemental, tragarse la nómina. Y no basta la administrativa. Por eso la alcaldía decidió cambiar todo el mapa de contratación del municipio, eliminando decenas de instituciones y miles de personas con trayectoria reconocida, y destrezas específicas en la provisión de bienes públicos y remplazándolas por razones sociales salidas de la nada y personas sin las competencias apropiadas. La manera como se están afectando los servicios a la ciudadanía alcanza niveles dramáticos. Lo que ha pasado con el programa Buen Comienzo bastaría, pero lo mismo pasa si se mira la red cultural, el Hospital General, el Jardín Botánico… la lista es inagotable. Las trampas tradicionales aumentadas de forma exponencial. Los corruptos tradicionales sabían guardar las apariencias y obtenían como respuesta el resignado “roban pero hacen”.

El resultado inmediato es el deterioro de la calidad de vida de los habitantes de Medellín y el saqueo de los recursos públicos. Hay consecuencias traumáticas a mediano plazo para la ciudad. Una, la destrucción de la capacidad tecnocrática del municipio, tanto en su estructura interna como en la red de contratación pública; una faceta poco visible pero tan importante que algunos la llaman el “cuarto poder del estado”. La segunda consecuencia será la ruptura entre la sociedad civil organizada y los administradores del municipio, lo que implica un cortocircuito en los lazos de solidaridad de la ciudadanía con el estado, una declinación de la confianza en los gobernantes (está su cota histórica más baja) y la pérdida de los marcos que sostienen la civilidad (el comportamiento de la gente en la calle es ya un síntoma). El tercer impacto será el quiebre de la colaboración público-privada, una estrategia en la que Medellín fue pionera a nivel internacional y por la cual hoy se aboga como una de las formas más idóneas para salir de la actual crisis económica y social en los países occidentales. 

El Colombiano, 8 de agosto

miércoles, 4 de agosto de 2021

Esta tierra es mía: conflicto armado y propiedad rural en Urabá, Colombia


Esta tierra es mi tierra busca proveer una nueva lectura del conflicto armado en Urabá (Colombia), enfatizando en cómo los distintos periodos de disputa territorial afectaron las estructuras de propiedad rural desde mediados del siglo. Para lograrlo, se identificaron y caracterizaron los mecanismos de transferencia de la tierra en diferentes momentos del combate y la forma en que modificaron la distribución de la misma. Dada la naturaleza de largo plazo que tienen los procesos de consolidación de la propiedad, se estudian con detalle los años 2006 a 2011, inmediatamente anteriores a la negociación y firma del Acuerdo de Paz, que sentó las bases de la realidad que se vive actualmente en la zona. El análisis permite concluir, por ejemplo, que las características de los distintos modos de apropiación y transferencia de tierras deben ser tenidas en cuenta por la Fiscalía General de la Nación y otras agencias estatales colombianas a la hora de asignar predios o dirimir controversias sobre su restitución. 
 
Juan Carlos Muñoz Mora
Jorge Giraldo Ramírez
Jose Antonio Fortou
Sandra Lillian Johansson

lunes, 2 de agosto de 2021

Venia a Támesis desde Jardín

Narrativas pueblerinas —el espacio literario y musical que se lleva a cabo en Jardín desde 2017— llega a su quinta versión con un cambio de aire. Las primeras cuadro ediciones estuvieron dedicadas a escritores jardineños y ahora vamos a andareguiar por las vecindades para reconocer compositores y narradores de estas tierras. Iniciamos este ciclo con Támesis, un pueblo en apariencia lejano del nuestro debido a los caprichos e intereses que trazaron las carreteras; pero cercano por todo lo que interesa: el ecosistema, las familias, los caminantes; cercano por la imaginación que lo pone allá detrás del alto de la Tribuna y de la Leonera; tan cercano que es común su nombre en nuestras bocas.

Vamos a celebrar a Hipólito de J. Cárdenas (1895-1973), un andino que pasó algunos años de su infancia en Jardín durante el tiempo en que su padre dirigió la banda del pueblo y que, después, le puso letra a un poema de Aurelio Martínez Mutis (1884-1954) para dejarle el himno al municipio. Erró Cárdenas como buen antioqueño, pero fue acogido en Támesis donde dirigió la banda durante 26 años. Como nada es coincidencia, el maestro John Fredy Ramos de la Escuela de Música de Jardín y estudioso de la vida y obra de Cárdenas dirigirá la interpretación de algunas de sus obras académicas. Algunas de las piezas populares serán presentadas por don Carlos Alberto Pérez, con el respaldo de La cabaña del recuerdo, de Envigado.

Vamos a celebrar también a Mario Escobar Velásquez (1928-2007). Escritor tamesino —más errante aún que Cárdenas—, creador de una obra notable en cantidad y calidad, atravesada por “una escritura de fuerte intención realista pero que sabe ver ese otro lado de la realidad”. Esta frase es de Claudia Ivonne Giraldo, directora de la Editorial Eafit, quien estará contándonos sobre la obra de Escobar, al lado de Jairo Morales Henao, director del Taller de Escritores de Biblioteca Pública Piloto, y de Juan Luis Mejía, exrector de la Universidad Eafit. Se trata de un momento oportuno para invitar a la lectura de los cuentos y novelas de un escritor poderoso, cuya obra, por fortuna y designio de nuestros invitados se publica de nuevo y se difunde.

Narrativas pueblerinas se llevará a cabo en el Teatro Municipal de Jardín durante las vespertinas de los días 13, 14 y 15 de agosto. Nos alegraremos de estar juntos después de la cuarta edición a través de pantallas. Comfenalco, Confiar, la Corporación Cultural de Jardín, la Universidad Eafit y la Fundación MUV auspician esta iniciativa de la Escuela de Música de Jardín y la casa de huéspedes Gallito de las Rocas. Desde el teatro remodelado y el anfiteatro natural en el que viven sus habitantes, Jardín le hará una venia a su vecino, a su historia, sus gentes y nuestra amistad.

El Colombiano, 1 de agosto

lunes, 26 de julio de 2021

Salidas

Me dice Wikipedia que “la catatonia es un síndrome neuropsiquiátrico caracterizado por anormalidades motoras, que se presentan en asociación con alteraciones en la consciencia, el afecto y el pensamiento”. En suma, paralítico, inepto e insensible. Estaba buscando un término que le cupiera bien a este gobierno y me salió este. Duque catatónico; suena bien. Lo grave es que somos 50 millones de colombianos a la deriva y queda un año. Hay que hacer algo.

Las iniciativas de diálogo se están multiplicando, sobre todo desde las universidades (esta semana 16 instituciones de educación superior iniciaron Pilas con el futuro para conversar sobre 14 temas que se desdoblan… en fin). No hay que recargar la acción comunicativa, es buena y necesaria, pero la vida social y política es mucho más que eso. Necesitamos propuestas de salida; como dicen los practicistas, —a veces les doy la razón— necesitamos “terminativas”, además de iniciativas.

Fernando Carrillo, siendo procurador, lanzó una serie de Cumbres de Diálogo Social durante el 2020. Carrillo —como todos, excepto en ese extraño lugar ubicado por los lados de la calle sexta y la carrera octava en Bogotá— sabía lo que estaba pasando y estaba impulsando el diálogo como “antídoto eficaz e insustituible para recuperar la salud de nuestra vida democrática” (“Diálogo social: el antídoto contra la violencia”, El País, 20.10.20). Ya fuera del servicio público, Carrillo está proponiendo una salida que consiste en realizar una consulta popular que le dé una ruta al congreso y gobierno próximos (“Una consulta popular como salida a la crisis en Colombia”, El País, 23.06.21).

La propuesta de Carrillo tiene varias cosas buenas. Le sale al paso a las ganas que el petrismo y el uribismo tienen de una asamblea constituyente; la panacea populista en los tiempos que corren. Refrenda la convicción de que tenemos un marco constitucional que ofrece alternativas, tanto procedimentales como sustantivas, a la crisis. Puede servir de canal para recoger los avances de las distintas reflexiones y proyectos deliberativos en curso. Los puntos que insinúa, así como las agendas de las universidades, me parecen demasiado generales y, por tanto, desenfocadas, pero eso es parte del debate. 

Lo clave aquí es que no podemos desentendernos de la crisis, ahora que bajaron la presión social y la curva de contagios. Seguimos sentados en un polvorín; nadie se puede llamar a engaño. Los notables avances del estado desde 2005 pueden perderse, como ya se perdieron gran parte de los logros sociales. Ojalá surjan más propuestas de superación y ojalá tengamos algunas que se enfoquen en la mitigación. Es que un año más sin soluciones es demasiado.

Lamento: deplorables los daños ocasionados en Parque Explora esta semana. Autoridades eficientes persiguen y judicializan a los delincuentes en vez de echar discursos contra los ciudadanos que protestan y los organismos internacionales que buscan protegerlos.

El Colombiano, 25 de julio

lunes, 19 de julio de 2021

Símbolos

Una de las cosas que mejor refleja el estado de un país son sus símbolos. De eso son muy conscientes las naciones fuertes (también las religiones). Lo vemos cada 4 de julio en Estados Unidos, cada 14 en Francia, los 16 de septiembre en México o  los primeros de octubre en China. Más allá de la parafernalia, los discursos y la pirotecnia, lo que se demuestra es la congregación de una multitud alrededor de lo que los une.

Una de los mayores defectos de los grupos dirigentes en Colombia ha sido su falta de sentido simbólico, que puede ser consecuencia de muchas cosas. Del débil espíritu democrático, por ejemplo. Recuerdo el escándalo desatado contra el gran Kid Pambelé cuando se puso la bandera tricolor en su pantaloneta. La bandera empezó a ser de todos hace apenas tres décadas cuando una nueva constitución coincidió con varios acuerdos de paz y con el cambio de uniforme de una selección de fútbol triunfante. Ahora amenaza con ser objeto de disputa, como pudo verse en el reciente estallido social durante el cual el gobierno se vistió de traje camuflado mientras los manifestantes usaban el amarillo, azul y rojo.

La revuelta popular de mayo será un festín para los semiólogos, eso espero. En el plano simbólico otra de las cosas inquietantes fue la destrucción de estatuas porque todo ataque a la belleza afecta el bien y la verdad (le creo a Roger Scruton). La que más me dolió fue la de Antonio Nariño, de quien nos enseñaron que era el Precursor, padre de los derechos humanos en el país, ni más ni menos. Hice memoria y recordé que quienes empezaron todo esto fueron la junta del banco central y algunos congresistas que sacaron a Nariño del billete para terminar incluyendo, digamos, a Carlos Lleras Restrepo (¡válgame Dios!).

La gran oportunidad de la dirigencia eran los bicentenarios: el político de 1810, el militar de 1819 y el constitucional de 1821. Eran, en pasado imperfecto; fueron oportunidades perdidas, en pasado perfecto. Hacia 2010 el gobierno estaba muy ocupado organizando una sucesión presidencial que luego lamentó; en 2019, estaba Duque y nadie le recordó el detallito de la batalla de Boyacá y del bicentenario del ejército; en 2021, espantan en la Casa de Nariño y solo algunas academias de historia se percataron de los 200 años de la constitución de Cúcuta.

Dicen los clasicistas, que el origen griego de la palabra es jurídico y que se usó para significar un pacto, una alianza política, y, además, en el ámbito religioso, una comunidad. Los símbolos expresan la unidad de creencias de quienes los usan. Sýmbolon es unir, reunir. La acción opuesta es desunir, dividir; el agente (según mi diccionario griego) es un calumniador, malvado. Ese contrario de sýmbolon tiene nombre: diábolon. También es el mismísimo…

El Colombiano, 18 de julio

lunes, 12 de julio de 2021

Tenemos que hablar Colombia

Tenemos que hablar Colombia se lanzó el 30 de junio pasado por parte de seis universidades (Andes, Eafit, Industrial de Santander, Nacional, Norte y Valle) con el apoyo de Sura y la FIP, como “una plataforma colaborativa de diálogo e incidencia ciudadana” con el fin de “recoger ideas que señalen caminos de acción y decisión pública a partir de nuestra diversidad y posibilidades de futuro” (con ese nombre puede visitarse su página web).

Esta iniciativa debe verse como una continuidad, al menos, de proyectos recientes que se han venido llevando a cabo en el país. Como ejemplos locales puedo mencionar Debates críticos (Eafit), Otras memorias (Comfama, Confiar y Universidad de Antioquia), El derecho a no obedecer (Otraparte). Sobre caminos de acción, Mauricio García Villegas nos convocó a 25 académicos en 2018 y la consultora McKinsey a 47 ejecutivos en 2019. Conversar y proponer no ha faltado, y nunca sobra; lo que ha faltado es buena argumentación y escucha, sobre todo por parte de la clase política.

Esta propuesta tiene al menos cuatro retos. El primero tiene que ver con el alto nivel de dispersión de los intereses y de imprecisión del malestar que existe en el país. La crisis actual muestra las dificultades para identificar cualquier forma de representatividad; habría que buscar mecanismos aleatorios, quizás algunos indirectos, para captar la opinión de las personas de a pie.

El segundo reto está relacionado con el esfuerzo por convertir la expresión emotiva en palabra. La gente se expresa moralmente a través de la ira, el resentimiento y la vergüenza. Son emociones humanas. ¿Cómo interpretar la emotividad de un grito, una vidriera rota? Uno de los fracasos del proyecto ilustrado fue intentar traducir todo sentimiento a enunciado verbal. La conversación tiene que complementarse con rituales, símbolos, gestos, que conecten con los sentimientos de agravio que existen entre nosotros.

El tercero tiene que ver con el despliegue de un léxico y unas reglas básicas de reconocimiento de los demás como semejantes. Si el otro se ve solo como un vándalo o un asesino, no habrá conversación. Esto no debería ser difícil en Colombia, donde se habló con Pablo Escobar, Carlos Castaño y Manuel Marulanda. No cabe ahora con el cuento de que esto es solo entre gente “de bien”. Íngrid Betancourt dio una lección de cómo hacer esto en su comparecencia ante la Comisión de la Verdad.

El último de los retos que preveo tiene que ver con el hecho de que diálogos asimétricos, entre auditorios desconfiados, exigen la realización paralela de acciones que demuestren la buena voluntad de las partes institucionales (así no sean gubernamentales). Se requieren actos de respeto y generosidad, unilaterales, gratuitos y significativos, que le hagan saber a las partes no institucionales que existe seriedad y compromiso para cambiar la forma en que nos venimos relacionando.

El Colombiano, 11 de julio