Malos tiempos para la risa y el humor en el mundo. Los radicales islámicos empezaron condenando a muerte a los escritores y a los caricaturistas provocadores, ejecutaron atentados contra intelectuales y medios de comunicación. Tal espíritu se apoderó de muchos sectores en Occidente, básicamente semisabios o semitontos que adoptaron la bandera de la corrección política y montaron una nueva inquisición. El último presidente colombiano que se rio fue Andrés Pastrana, que degustaba las bromas pesadas de Jaime Garzón. Quizás el comienzo criollo haya sido el asesinato del magnífico bufón. Desde entonces el país pasó de la irreverencia de Humberto Martínez Salcedo —creador de El corcho, colaborador de mi paisano Ci-mifú, y más conocido como el maestro Salustiano— al hálito tenebroso de su hijo el exfiscal Néstor Humberto.
Los ataques que se desataron en Estados Unidos y Europa contra el comediante Dave Chappelle representan el capítulo más reciente contra los humoristas. Mientras Chappelle —“negro y asquerosamente rico”, como se presenta— dedicó sus monólogos a los problemas raciales y sociales fue celebrado, además, porque sus posturas políticas son progresistas. Pero empezó a burlarse de los homosexuales y transgénero y ahí fue Troya. Por fortuna, la dirección de Netflix ha soportado la presión basados en la libertad de expresión y la distinción antigua entre el mundo de la burla y el mundo real. Y es que los fueros de la esfera burlesca se respetaron hasta en las monarquías absolutas, la vaticana entre ellas.
Cuando el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) abordó el tema de la comicidad avisó que lo hacía “con el respeto que se le debe a la vida”. Bergson encuentra en el humor un rasgo enteramente humano, razonable, metódico, artístico, imaginativo, dice, aunque lo veamos absurdo y loco. El humor amplía los límites comunicativos de los seres humanos y demanda una sensibilidad y una inteligencia que están siendo amenazadas. Estos grupos de vociferantes que no entienden el sarcasmo, la ironía, la ambigüedad, que solo conocen lógica y literalidad y detestan lo que es difícil de comprender, dan miedo.
Entre los novelistas, Milan Kundera es uno de los que más se ha ocupado del tema, en especial cuando vivía bajo la égida totalitaria en Checoslovaquia. En una de sus obras —El libro de la risa y el olvido, 1979— distingue entra la auténtica risa que cuestiona el significado racional del mundo y que amplía los horizontes de la vida, y la risa angélica, impostada, que solo ve bondad y belleza alrededor (Howard Jacobson, “The unbearable lightness of being cancelled”, UnHerd, 20.12.21). Además de crítica e irreverente, la risa verdadera también puede ser escéptica y despreciativa, incluso procaz y ultrajante, algo de lo que hizo gala Dante Alighieri en su “Divina Comedia”.
Esta columna seria sobre el peligro de la seriedad fanática debe leerse el Día de los Santos Inocentes.
El Colombiano, 26 de diciembre